—Pero, desgraciadamente, a los 2000 años de cristianismo, lo que impera es el hedonismo, el narcisismo, la indiferencia, la confusión, el personalismo, el bombardeo devastador de los "medios" y la exterioridad engañosa.
En la inmensa desolación de la sociedad contemporánea significativamente tildada de postmoderna, rodeada por los espectros de las guerras y genocidios políticos, perdidos el sentimiento de salvación, y el interés por indagar el fin último del hombre y del mundo, reducida al existencialismo subjetivo con la libertad aparentemente plena de elegir, a la cremallera de hechos, efímeros repetidos, sin percepción ya de lo esencial, ensordecida y confundida por la información, la publicidad y el desorden general del mundo, redescubrir valores fragmentarios de orden arcaico, al igual que las drogas y tranquilizantes, producen el sueño de la tentación del Caos, como regreso al estado fetal, a la materia prima equivalente al protohylé platónico y pitagórico, ellos mismos iniciados en los misterios de la antigüedad.
Si hemos ganado algo en profundidad de sensibilidad, si sentimos más decisión en reconocer los problemas de nuestro tiempo, o los eternos problemas de la humanidad, si sentimos más trágicamente, más severamente; pero nunca es claridad de espíritu como son Spinoza, Montaigne; la Iglesia y el Estado de ladrones, maldición la guerra, pero sosteniendo en sus manos el Evangelio, y teniendo el nombre de Cristo en los labios; ambos, pero, igualmente empujando el mundo hacía atrás, la sumisión, hacia el embotamiento por el terror a su propia alma sacudida. Debe haber habido en ellos un soplo profético que les hace revelar al pueblo, a voz en grito, sus angustia apocalíptica; un pensamiento que les hace presentir el fin del mundo y el Juicio Final, una revelación instintiva de que la tierra estaba preñada de un monstruoso sacudimiento. ¿Qué es lo que le hace, si no, crisparse y atormentarse en los dolores de un renacer? Llamando ambos a la penitencia, como profetas coléricos y frenéticos de amor, ambos aparecen trágicamente iluminados en el umbral de un mundo que se va hundir, tratando de impedir eso tan monstruoso que ventean ya el aire; ambos destacándose como figuras del antiguo testamento, las más grandes que ha conocido nuestro siglo antepasado.
Pero si ambos les es dado presentir lo que viene, a ninguno de ellos les es permitido cambiar el curso del destino. Sus figuras, sus obras, perduran en el mundo, pero sus doctrinas se deshacen al primer soplo del viento. Es posible que, en ese mismo momento, se haya dado cuenta de que su doctrina era humo vano frente a la realidad, que la pasión desbocada y salvaje siempre será más fuerte entre los hombres que toda la bondad fraternal.
Lo primero es ser y llegar a ser lo que se quiere ser; ni la fraternidad con el pueblo, por medio del misterio de la compasión; ni un acallamiento de la conciencia por la religiosidad, pueden sentirse, de pronto, en el fondo del pecho como si fuera un contacto eléctrico.
"El que siembra vientos, recoge tempestades"; esa fatalidad se realiza en su inquietud al mundo sin sufrir la expiación; poderosamente se desarrolla la turbación en sus pechos cuando esa inquietud que lanzaron al mundo vuelve a él por la fuerza de rebote.
En todos los descontentos se levanta un impulso que viene, no de un político hueco y de frases vacías, sino de un espíritu independiente e incorruptible, cuya autoridad y honradez nadie se atrevería a negar. Sólo los necesitados se atreverían a pronunciar para sus adentros, y ella es que el orden de cosas en el mundo es injusto, inmoral e insostenible y que se ha de encontrar una nueva forma, una forma más perfecta.
¡La Lucha sigue!