Alquimia Política

Una encíclica Socialista

Domingo, 11/10/2020 08:32 AM

Hay un debate que se ha venido haciendo desde los tiempos de la Guerra Fría en el siglo XX, donde se contrastaba el modelo capitalista con las pretensiones de socialismo real que se estaban dando en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), conocida como Unión Soviética, cuya federación de repúblicas de ideología comunista existió entre 1922 y 1991, en cuanto a las bondades de un modelo u otro. Los partidarios del capitalismo liberal, a partir de 1929, con las reformas que se le hicieron a este modelo pasó hacia una nueva cultura liberal en la que prevaleció el centralismo y la intervención del Estado en las reglas del juego económico, partían del argumento de que es un modelo de "oportunidades", que premia las iniciativas individuales y le brinda posibilidades de enriquecimiento a las personas; los detractores del modelo socialista, esgrimieron que al priorizar lo social y buscar una distribución equitativa de las riquezas, tipo el modelo aborigen de sociedad comunitaria autoadministrata e independiente, condenaba al colectivo a satisfacer en igual proporción las necesidades, pero también a crear un crecimiento exponencial de la pobreza, como la carencia de recursos económicos que permitiera a la gente adquirir la medida estándar de una cesta básica que le permitiera al promedio de cinco personas (por familia), mantener hábitos alimenticios adecuados, sistema de salud, educación y seguridad, que hicieran posible una vida digna y con posibilidades de sostenerse más allá de la expectativa de vida del ser humano según su lugar geográfico de habitad.

El capitalismo mostró sus "dientes" de éxito, pero ocultó el precio o sacrificio que esos que anhelan el "sueño americano" tienen que pagar para participar en tan suculenta bacanal de dinero y triunfo, no contando que mayormente hay fracasos y que al apostarlo todo se pierde cualquier posibilidad de volver a empezar; y el socialismo, ese denominado real del siglo XX, mostró que era posible una planificación centralizada y rígida que asumiera el control de los medios de producción a sus anchas, permitiendo la existencia muy limitada de unos cuantos privilegiados que sirvieron de financista del proyecto de solidaridad y equidad permanente. Se fue creando entorno a esos pequeños grupos de poder élites socialistas que vivían aplicando un capitalismo personalista a costa de una mayoría sumergida en el letargo de la cotidianidad y haciéndola creer que el sacrificio no era solamente por el sistema existente, sino por la posteridad. Se estaba cimentando las bases de una sociedad futura donde se habría inmunizado a los miembros de los países socialistas, contra la carencia de bienes materiales ya que el Estado todo lo provee y los excedentes se habrían invertido en Hospitales, Escuelas y fuerzas de seguridad bien pagadas para ponerle frene a la corrupción.

Ni el capitalismo ha demostrado que el haber de sus ganancias vale la pena, porque detrás de eso hay un cadáveres y dolor profundo, ni el socialismo ha mostrado que consta con la vacuna mágica contra los males del capitalismo, menos que sea un modelo donde no intervenga la corrupción.

Es ante este panorama que Jorge Mario Bergoglio (argentino, 1936), cuyo nombre secular es Francisco, nuestro actual Papa de la Iglesia católica, ha difundido su La tercera encíclica con el título de "Fratelli Tutti" ("Hermanos todos"), como respuesta a un mundo plagado por la pandemia del coronavirus que necesita con urgencia construir un mundo más justo y fraterno en sus relaciones cotidianas, en la vida social, en la política y en las instituciones y no perder la oportunidad que da esta crisis de valores y de esperanzas, en las que pareciera que el hombre no consigue cómo salvarse y aún menos como terminar de organizar sus instituciones políticas.

El Papa Francisco, está claro en que ni el capitalismo ni el socialismo, vendrán a salvar el planeta; y muchos socialistas estamos igual de claros al respecto. Entendemos las debilidades y sobre todo los límites que estos modelos de organización ideológica de la sociedad representan para el común de los seres humanos: nada. Representan "nada" porque con ellos no hay manera de luchar y vencer; se puede fijar posición política, argumentar debilidades y fortalezas, pero si no se tiene el control de las "masas", de ese pueblo-masa que decide en los sistemas democráticos modernos, no se cuenta con el instrumento idóneo para cambiar la realidad. Ni siquiera las fuerzas de coerción tienen esa posibilidad, porque así impongas la voluntad por la vía de las armas, siempre habrá una masa que legitime o no el régimen existente y esa masa hoy día, con el uso de las tecnologías de información y comunicación, está más propenso a la manipulación y al desgaste.

La encíclica fue oficializada el 3 de octubre de 2020, en la víspera de la memoria de San Francisco de Asís (1182-1226), en la ciudad de Asís, Italia; diácono, ​​ conocido como "El Padre Francisco" y fundador de la Orden Franciscana y de otras surgidas bajo la autoridad de la Iglesia católica en la Edad Media, es el espíritu inspirador de esta encíclica. Es un texto donde se define y exalta la fraternidad como valor y elemento que orienta el orden en las sociedades modernas, destacando una crítica aguda a los regímenes políticos liberales y a los populismos.

Al comienzo de la Carta, el Papa Francisco hace alusión a una anécdota que se dio en la visita al Sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, por parte de San Francisco de Asís. Se cuenta que para el 1219, durante la Quinta Cruzada, los enfrentamientos entre cristianos y musulmanes eran constantes; entre los propios cristianos hubo tensiones y disputas. San Francisco, al ver como los leprosos eran marginados, sentía cierto desconsuelo, era consciente de que el amor no es amado, como se repetía constantemente, por estas cosas, decidió poner rumbo a Egipto, con la intención de entrevistarse con Al Kamil.

San Francisco de Asís vio una oportunidad en el momento en el cual se da una tregua de armas entre cristianos y musulmanes, así que se alistó con algunos seguidores y amigos en una pequeña embarcación desde Acre hasta Damietta, situada en el delta del Nilo, al norte de El Cairo; en el trayecto no perdió su tiempo, estuvo predicando el evangelio al ejército cristiano, que se encontraba frente a los muros de la ciudad, teniendo en mente llegar al palacete del Sultán, para conversar con Al Kamil; al llegar, fueron recibidos con extrañeza por los dignatarios del Sultán, quienes estaban convencidos de que el Sultán no querría recibirlos; su sobrino de Saladino, no solamente les recibió con gestos de respeto y cortesía, sino que les ofreció regalos, algo que los San Francisco y los frailes, rechazaron, cumpliendo su voto de pobreza. Al Kamil, le impresionó la postura de San Francisco, el Sultán preguntó: "¿por qué los cristianos predican el amor y hacen la guerra?"; y San Francisco respondió: "Porque el amor no es amado"; el Sultán vio en San Francisco un cristiano que era pacífico y devoto, el cual no quería la guerra sino la paz; respondería el Sultán: "Si todos los cristianos fueran como Francisco sería muy fácil ser cristiano". San Francisco logró una paz temporal entre ambos bandos, y durante dos años, no hubo grandes acciones bélicas; el Sultán llegó a ofrecer a los cruzados una tregua que fue rechazada, poco después, tras desbordarse el Nilo, terminaron pactando una tregua que duró ocho años, desde ese tiempo los franciscanos custodian los Santos Lugares.

El significado de esta anécdota es lapidaria, sobre todo si recurrimos a la explicación que da el Arzobispo Pierbattista Pizzaballa: "La de San Francisco y el Sultán es la imagen que necesitamos para reanudar el diálogo que siempre ha sido tan sufrido, pero que hoy es más necesario que nunca: el diálogo entre la Iglesia, entre el mundo cristiano y el mundo islámico. Las migraciones, los cambios, los grandes problemas sociales que existen hacen cada vez más necesario y evidente este diálogo, que no puede ser sólo político, social o económico, sino que debe ser sobre todo religioso y cultural. La imagen de San Francisco con el Sultán es poderosa".

O como el Papa Francisco esgrime: "…En aquel contexto era un pedido extraordinario. Nos impresiona que ochocientos años atrás Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también a vivir un humilde y fraterno sometimiento, incluso ante quienes no compartían su fe.

En el texto de "Fratelli Tutti", no solamente se persigue motivar la fraternidad en los seres humanos, sino quitar del medio la idea que alienta la pérdida del sentido de la historia que disgrega y advierte la penetración cultural de una especie de deconstruccionismo, "….donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos…"

Se resalta el surgimiento de nuevas formas de colonización cultural, "…pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política…"; los países modernos tienden a utilizar "…el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar…,negando el derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte".

En concreto, se aprecia la política como una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, ha dado paso a una nueva política, enmarcada en recetas inmediatistas de marketing que "…encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz. En este juego mezquino de las descalificaciones, el debate es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación."

Los pueblos de hoy están sumergidos en un aislamiento social en cuanto a sus valores e identidad como civilización; estamos de nuevo fragmentados, nos asiste el miedo y la desesperanza; la visión de un proyecto civilizatoria con grandes objetivos "…para el desarrollo de toda la humanidad hoy suena a delirio. Aumentan las distancias entre nosotros, y la marcha dura y lenta hacia un mundo unido y más justo sufre un nuevo y drástico retroceso."

Es decir, y ello es enfático el Papa Francisco: "… Cuidar el mundo que nos rodea y contiene es cuidarnos a nosotros mismos. Pero necesitamos constituirnos en un nosotros que habita la casa común. Ese cuidado no interesa a los poderes económicos que necesitan un rédito rápido. Frecuentemente las voces que se levantan para la defensa del medio ambiente son acalladas o ridiculizadas, disfrazando de racionalidad lo que son sólo intereses particulares. En esta cultura que estamos gestando, vacía, inmediatista y sin un proyecto común, es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones…"

Si algo debe prevalecer es el mundo moderno se ido reduciendo a la pobreza, no contando hoy día con mecanismos científicos exactos para medirla, sino con criterios de otras épocas no comparables con la realidad actual; en otros tiempos no había acceso a la energía eléctrica no era considerado un signo de pobreza ni generaba angustia, hoy la pobreza se analiza y se entiende en el contexto de las posibilidades reales de un momento histórico concreto de que una persona tenga la posibilidad de producir o acumular, la cantidad de alimentos y condiciones propias del mundo moderno para subsistir dignamente durante treinta días, habiendo la posibilidad de que automáticamente se renueve esa condición por treinta días más.

En términos del Papa Francisco, el respeto de los derechos "…es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común…".

En el hombre moderno la soledad, los miedos y la inseguridad, en medio de un sistema que es gobernado por intereses ajenos al colectivo, han dado espacio a un terreno fértil para las mafias, amparada con una falsa mística comunitaria, la cual crea lazos de dependencia y de subordinación de los que es muy difícil liberarse.

El Papa Francisco agrega a esta idea: "En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas." El mundo moderno vive hoy día la tragedia global de Covid-19, la cual "…despertó durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos."

Eso sí, el Papa Francisco sentencia la nueva realidad y describe con la crudeza con que ella misma se presenta: "El mundo avanzaba de manera implacable hacia una economía que, utilizando los avances tecnológicos, procuraba reducir los costos humanos, y algunos pretendían hacernos creer que bastaba la libertad de mercado para que todo estuviera asegurado. Pero el golpe duro e inesperado de esta pandemia fuera de control obligó por la fuerza a volver a pensar en los seres humanos, en todos, más que en el beneficio de algunos…"

Hay aún el temor que pasada esta crisis sanitaria se dé la peor reacción que sería caer en una fiebre consumista y en nuevas formas de auto preservación egoísta. "…El sálvese quien pueda se traducirá rápidamente en el todos contra todos, y eso será peor que una pandemia…"

Otro asunto que ha desembocado en una herida cruenta en el corazón de la civilización moderna, ha sido los problemas de migración. En algunos países de llegada, los fenómenos migratorios "…suscitan alarma y miedo, a menudo fomentados y explotados con fines políticos. Se difunde así una mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma…Los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona…Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos. Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes, haciendo prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno…"

Si retomamos la escena de la muerte de Jesús de Nazaret en la cruz, fuera de la ciudad, fuera de la Ley, fuera de la religión oficial, es una realidad de lo que significó su identificación con los excluidos y expulsados; su cuerpo roto en la cruz, horadó las murallas que mantenían a Israel encerrado en sí mismo, rompió sus muros; Jesús ha hecho de los dos pueblos: "…una sola cosa, derribando con su cuerpo el muro que los separaba" (Efesios, 2,14). El entregó su vida y su espíritu "fuera de las murallas. Salgamos, pues, a encontrarlo fuera del campamento" (Hebreos, 13, 12-15), Y ahí en el monte Gólgota será, curiosamente, un centurión pagano quien afirma su fe en Jesús: "verdaderamente éste era Hijo de Dios" (Mateo, 27,54).

A todas estas, la misión de Jesús es universal y supera las fronteras de Israel. La diversidad de lenguas manifestadas en las diferencias étnicas y culturales puede dejar de ser un motivo de confusión y de oposición y convertirse en un instrumento de unidad y de comunión en la totalidad. "Unos y otros tenemos acceso al Padre en el mismo Espíritu" (Efesios, 2,18). La hospitalidad para las primeras comunidades fue algo que nunca se discutió; en el libro del Génesis está el relato de Abrahám el cual acoge a tres extranjeros que se convierten en mediación de la promesa de Dios, en la Carta a los Hebreos dice se: "No olvidéis la hospitalidad: gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles".

Es importante entender, y en eso el Papa Francisco lo destaca en su encíclica, que en los Evangelios una persona y un pueblo solamente son fecundos si saben integrar creativamente en su interior la apertura a los otros. Invito a ir más allá de esas reacciones primarias, porque "…el problema es cuando esas dudas y esos miedos condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos en seres intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas. El miedo nos priva así del deseo y de la capacidad de encuentro con el otro…".

Otro aspecto que ha ido lapidando la sociedad occidental y sus Estados Nacionales, es el uso inadecuado de la tecnología digital de la información y la comunicación. "…los movimientos digitales de odio y destrucción no constituyen…una forma adecuada de cuidado grupal, sino meras asociaciones contra un enemigo. En cambio, los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas. Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana. Las relaciones digitales, que eximen del laborioso cultivo de una amistad, de una reciprocidad estable, e incluso de un consenso que madura con el tiempo, tienen apariencia de sociabilidad. No construyen verdaderamente un nosotros sino que suelen disimular y amplificar el mismo individualismo que se expresa en la xenofobia y en el desprecio de los débiles. La conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad…"

Por eso es necesario, a pesar de que la pandemia del Covid-19, nos tiene en un permanente Aislamiento Social Voluntario, no dejar de valorar las relaciones humanas y la comunicación directa. No podemos, a pesar del miedo que causa el Covid-19, interrumpir la única vía expedita para fortalecer nuestra confianza e identidad con nuestro mundo globalizado. "…Lo que hasta hace pocos años no podía ser dicho por alguien sin el riesgo de perder el respeto de todo el mundo, hoy puede ser expresado con toda crudeza aun por algunas autoridades políticas y permanecer impune. No cabe ignorar que en el mundo digital están en juego ingentes intereses económicos, capaces de realizar formas de control tan sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y del proceso democrático…."

Es importante, a todas estas, entender, tal como lo expresa el Papa Francisco, que en los "…países exitosos desde el punto de vista económico son presentados como modelos culturales para los países poco desarrollados, en lugar de procurar que cada uno crezca con su estilo propio, para que desarrolle sus capacidades de innovar desde los valores de su cultura. Esta nostalgia superficial y triste, que lleva a copiar y comprar en lugar de crear, da espacio a una autoestima nacional muy baja. En los sectores acomodados de muchos países pobres, y a veces en quienes han logrado salir de la pobreza, se advierte la incapacidad de aceptar características y procesos propios, cayendo en un menosprecio de la propia identidad cultural como si fuera la única causa de los males".

Como descripción final, el Papa Francisco, resalta la necesidad que tiene el mundo de crear más caminos y vías para la paz; se necesita formar hombres y mujeres que lleven a cicatrizar las heridas, que comiencen a surgir artesanos de paz, "… dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia… El dolor y los enfrentamientos nos han transformado. Además, ya no hay lugar para diplomacias vacías, para disimulos, para dobles discursos, para ocultamientos, para buenos modales que esconden la realidad. Los que han estado duramente enfrentados conversan desde la verdad, clara y desnuda. Les hace falta aprender a cultivar una memoria penitencial, capaz de asumir el pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones. Solamente desde la verdad histórica de los hechos podrán hacer el esfuerzo perseverante y largo de comprenderse mutuamente y de intentar una nueva síntesis para el bien de todos…"

Ahora bien, el camino para la paz no es la "sumisión", el "miedo", la "cobardía"; menos aún la intimidación, nada producto de acciones impositivas logra un cometido de paz o de consenso de no agresión. Hay, sin embargo, el fenómeno social de la "autoagresión", que es cuando sabiendo que nuestros actos harán daño y perjudicarán a muchos, los hacemos en nombre de consignas ideológicas y de líderes mesiánicos; esa autoagresión es más mortal que la que se pueda producir por algún enfrentamiento entre grupos sociales distintos. No es justicia llegar a la paz por la vía del amedrentamiento y la fuerza impositiva de quien tiene el arma bélica mayor, es necesario llegar a la paz porque la necesitamos para fortalecer nuestra relación con Dios y los designios de Dios hacia sus pueblos. Hacer lo contrario de esto es simplemente arar en el mar.

El Papa Francisco lo puntualiza de manera precisa: "El camino hacia la paz no implica homogeneizar la sociedad, pero sí nos permite trabajar juntos. Puede unir a muchos en pos de búsquedas comunes donde todos ganan. Frente a un determinado objetivo común, se podrán aportar diferentes propuestas técnicas, distintas experiencias, y trabajar por el bien común. Es necesario tratar de identificar bien los problemas que atraviesa una sociedad para aceptar que existen diferentes maneras de mirar las dificultades y de resolverlas. El camino hacia una mejor convivencia implica siempre reconocer la posibilidad de que el otro aporte una perspectiva legítima, al menos en parte, algo que pueda ser rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal. Porque nunca se debe encasillar al otro por lo que pudo decir o hacer, sino que debe ser considerado por la promesa que lleva dentro de él, promesa que deja siempre un resquicio de esperanza…"

Es necesario promover una amistad social activa, ello no implica solamente el acercamiento entre grupos sociales distanciados, ya sea por conflictivos o deudas históricas, sino la búsqueda de un reencuentro con los sectores más empobrecidos y vulnerables, donde la paz no es ausencia de guerra, sino el compromiso de cada grupo social organizado políticamente, para reconocer, garantizar y reconstruir "…la dignidad tantas veces olvidada o ignorada de hermanos nuestros, para que puedan sentirse los principales protagonistas del destino de su nación".

Hoy día el mundo se va a la deriva ante la pérdida de sus valores y lo peor es que es un mundo planetario que no tiene consciencia de su papel en la preservación de la naturaleza y el medio ambiente; es un mundo que juega a la venganza como única condición para sentir que no hay impunidad. La justicia sustituida por venganza es el peor de los escenarios para una vida en paz y reveladora de la palabra. El Papa Francisco advierte: "Los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por esa misma fuerza destructiva que los ha perjudicado. Rompen el círculo vicioso, frenan el avance de las fuerzas de la destrucción. Deciden no seguir inoculando en la sociedad la energía de la venganza que tarde o temprano termina recayendo una vez más sobre ellos mismos. Porque la venganza nunca sacia verdaderamente la insatisfacción de las víctimas. Hay crímenes tan horrendos y crueles, que hacer sufrir a quien los cometió no sirve para sentir que se ha reparado el daño; ni siquiera bastaría matar al criminal, ni se podrían encontrar torturas que se equiparen a lo que pudo haber sufrido la víctima. La venganza no resuelve nada…"

La respuesta a la venganza ha sido las guerras y nada productivo y transcendente se puede esperar de las guerras. Trae dolor, impotencia y más deseos de venganza. El Papa Francisco es pedagógico al presentar esta realidad en el contexto del mundo global: "La guerra no es un fantasma del pasado, sino que se ha convertido en una amenaza constante. El mundo está encontrando cada vez más dificultad en el lento camino de la paz que había emprendido y que comenzaba a dar algunos frutos…"

Cuando nuestros líderes se expresan con tanta facilidad acerca de la guerra y toman alegremente grandes cantidades de recursos económico-financieros para llenar los almacenes bélicos, la pregunta nunca resulta inútil: ¿eso nos traerá la paz? Sin duda que no, volcará más violencia y con ella nuevas venganzas y así sucesivamente hasta que nos ajusticiemos todos. Agrega en este aspecto el Papa Francisco: "La guerra no es un fantasma del pasado, sino que se ha convertido en una amenaza constante. El mundo está encontrando cada vez más dificultad en el lento camino de la paz que había emprendido y que comenzaba a dar algunos frutos…Entonces ya no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible guerra justa. ¡Nunca más la guerra!"

Por último, el Papa Francisco hace alusión en su encíclica "Fratelli Tutti" ("Hermanos todos"), que "…los cristianos que dudan y se sienten tentados a ceder ante cualquier forma de violencia…", deben ser invitados a recordar aquel anuncio del libro de Isaías: "Con sus espadas forjarán arados" (2,4); y lo que sentencia Mateo: "¡Vuelve tu espada a su lugar!, pues todos los que empuñan espada, a espada morirán" (26,52). En una frase del Génesis, el Papa Francisco, sintetiza su mensaje: "Pediré cuentas al ser humano por la vida de su hermano. Quien derrame sangre humana, su sangre será derramada por otro ser humano (Génesis, 9,5-6).

Esta encíclica del Papa Francisco es definitivamente socialista, en el rigor de presentar un diagnóstico profundo de la pérdida de valores de los seres humanos y de la sustitución del interés por el capital para comenzar a tomar consciencia del lugar que debe ocupar el hombre en el Universo y que está referido a promover la paz, fortalecer los vínculos sociales y contribuir a una plena fuera del alcance de cualquier acción que pudiera causar en los seres humanos dolor e indiferencia a su condición humana. El hombre debe someterse a una revisión de sus actos y de sus compromisos, no solamente en sus deberes religiosos hacia la Iglesia y hacia Dios, sino en sus deberes como personas de amar a sus semejantes y obrar siempre ostentando el estandarte de la verdad, la misericordia y la humildad como proyecto de vida hasta la eternidad.

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