La retórica demagógica ideologizada versus la triste realidad

Jueves, 29/10/2020 01:11 PM

La realidad es el único criterio de verdad que realmente importa. Lo que se le oponga pueden ser pretextos, excusas, ideologizaciones, subterfugios, que muchos utilizan para auto engañarse y, más importante aún, para engañar a los demás. Recurrir al patrioterismo ramplón, racionalizar en lugar de argumentar y pintar un cuadro que sólo existe en nuestras mentes, puede quizás impactar y convencer a quienes se sientan subjetivamente afectados, pero la realidad termina imponiéndose y enviando esas profundas hipótesis al perol de la basura. La gente se hace su mundo imaginario con lo que oye y, si tiene suerte, lee, pero esa imagen no necesariamente es reflejo fiel de la realidad y mucho menos en el caso de los sucesos históricos, tan comprometidos por la visión de los vencedores y las quimeras de los vencidos.

Hay quienes creen que la llamada "comunidad primitiva", era el reino de la abundancia, la felicidad y la justicia, pues ningún hombre podía trabajar para otro sin morir en el intento. Era el "paraíso terrenal", pero con gente. Hay algunos que incluso van más allá y, convencidos de este absurdo, piensan que la salida de todos los males del mundo contemporáneo radicaría en "volver a la naturaleza", acabar con la explotación de los recursos naturales y de esa manera salvarnos y salvar al planeta. Sus deseos y sentimientos pueden ser muy loables: el amor al prójimo, la fraternidad entre todos los seres humanos, pero eso en absoluto significa que tengan razón, ni mucho menos que pueda realmente ocurrir. Son simples fantasías, que estarían muy bien para los cuentos de hadas de los niños, pero no para adultos y mucho menos si quieren realmente trabajar en función del progreso, el desarrollo social y la justicia.

De este tipo de pensamiento proviene el cuento de que las comunidades indígenas americanas eran algo parecido a la sociedad perfecta. Sus líderes, no sólo eran apuestos, aguerridos y valientes, sino preñados de los sentimientos de igualdad más edificantes, desprendidos de las miserias humanas, las cuales sólo eran patrimonio de los conquistadores europeos, a quienes además igualan entre sí, no pudiendo entonces comprender las grandes diferencias en los procesos de conquista y colonización del que llamaron nuevo mundo. Todas las sociedades indígenas primitivas, sobre todo las más avanzadas que habitaban el norte de Centroamérica y los territorios que hoy ocupan el sur de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y el norte de Chile, adolecían de contradicciones ya insalvables y estaban en permanentes guerras de conquista, dominación y colonización, con sus vecinos más atrasados, pero también indígenas.

A la llegada de los conquistadores europeos, los incas y los aztecas debieron enfrentar tanto a los recién llegados como a las tribus indígenas vecinas, dominadas y esquilmadas por ellos, de las que extraían esclavos para su producción agrícola y construcción de edificaciones y, en el caso del imperio mexica, para los sangrientos sacrificios humanos religiosos y la antropofagia. Es por esta razón que terminan sucumbiendo, ante ejércitos españoles que no pasaban de pocas centenas de hombres y que en otras condiciones no hubieran podido con estos nacientes, pero populosos imperios. Los pueblos indígenas esclavizados por incas y aztecas no dudaron en aliarse con los conquistadores venidos allende los mares, para enfrentar a sus enemigos. Surgen, en esos momentos las "malinches", lideresas presentadas como traidoras a su raza indígena, cuando en realidad fueron luchadoras por la libertad de sus pueblos esclavizados o víctimas atrapadas entre dos culturas y obligadas a tomar decisiones muy complejas, dentro de un mestizaje del cual fueron madres.

El caso de Malinche en México es el mismo de la cacica Isabel en Margarita. Sus hijos fueron mestizos importantes dado su origen. Entre los genes hispánicos, indígenas y negros no hay ninguno más originario que otro en la conformación de nuestra nacionalidad, y esa es una verdad que está por encima de odios, prejuicios e ideologizaciones absurdas. Pero hay un elemento adicional, muy importante, y es la hipocresía desplegada por muchos de estos defensores de los indígenas del pasado, pero que no extienden esa defensa a las etnias existentes en el presente. La realidad les golpea en la cara en forma inclemente. Así, para sólo citar los casos más evidentes, entre 217 y 2019 fueron asesinados ocho indígenas de las etnias pemón, warao y jivi, por las fuerzas de seguridad del gobierno actual. Desde 2010 son 19 los asesinatos de indígenas wayúu y añú que trágicamente se han producido en la misma forma.

Atropellos, detenciones arbitrarias, militarización de sus zonas de residencia, desplazamientos forzados, torturas, lesiones, abusos de todo tipo, son una constante en la relación del gobierno con las poblaciones indígenas actuales. Las masacres indígenas en las minas, la insalubridad de sus comunidades, la carencia de los servicios más elementales, la desnutrición y el despojo de sus tierras por terratenientes apoyados por las fuerzas militares, están a la orden del día. El asesinato de Sabino Romero, cacique yukpa, en Zulia, las amenazas de muerte de su esposa y la criminalización y persecución de sus hijos, son hechos más que conocidos y muy frecuentes, que nos hablan de un Estado indolente ante el sufrimiento y desamparo de nuestros indígenas. Pero que en cambio se solaza con la sustitución de los topónimos existentes de ciudades, parques, arterias viales y otros, por topónimos indígenas, como si pudiera de esa manera esconder el sol con un dedo.

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