A los revolucionarios que obedecen a una plusvalía ideológica

Viernes, 30/10/2020 01:40 PM

Ernesto Ché Guevara consideraba que la revolución no es únicamente una transformación de las estructuras sociales, de las instituciones del régimen, sino que además es una profunda y radical transformación de los hombres, de su consciencia, de sus costumbres, de sus valores y hábitos, de sus relaciones sociales e incluso —agrego yo—, una mutación de su cultura, de sus creencias y de su ideología, aspectos estos que significarían un cambio radical de la consciencia y de la evolución de su espíritu que caracteriza al hombre alienado por el sistema capitalista. A lo largo de la historia hemos sido dominados y embrujados por poderes que emanan enteramente de la actividad humana, pero que se nos escaparon de nuestras manos. Según Marx venimos a este mundo para superar esta condición: la historia avanza progresivamente hacia la recaptura de estos poderes alienados. Con el comunismo podremos por fin controlar las condiciones de existencia en lugar de ser controladas por ellas. No podemos abandonar el sueño de nuestros libertadores (de Bolívar, Miranda, Sucre, Chávez), de conquistar una democracia radical, de rendirnos al gobierno de los mercados, de los expertos y de las maniobras políticas indiferentes al bien común, al bienestar colectivo. No podemos renunciar a la utopía marxista de hacernos colectivamente cargo de nosotros mismos, aun si este afán esté ahora dominada por la humildad de nuestro lugar en el planeta.

Nuestro mundo ha cambiado, nuestro modo de vida ha cambiado, el COVID-19 que llegó para quedarse terminó de cambiar nuestras vidas de manera imperativa; pero aun hoy algunas personas siguen afanadas en seguir obedeciendo a una plusvalía ideológica por temor a romper paradigmas que durante siglos nos alienaron, o en trasponer sus intereses personales por encima de la revolución. A estos efectos, Terry Eagleton, catedrático de la Universidad de Manchester, admite una postura contestaria respecto del “sentido común” globalizado propio de nuestros días: sostiene que existe poca evidencia sobre la tan indiferencia ciudadana; por el contrario, las personas están preocupadas por un número crecientemente significativo de asuntos que las afectan como resultado de políticas que son lesivas con ellas. Los objetivos de la izquierda actual no parecen ser estrictamente revolucionarios, en tanto exigen como común denominador que todos los habitantes del planeta deben comer, trabajar, ejercer su libertad y vivir dignamente. Que tales aspectos requieran ser demandados resulta un hecho factible solo en tanto producto de una sociedad que se sostiene sobre el incremento de los excluidos a causa del sistema y por el sistema, que pauta su estructura y su organización. El capitalismo sigue cobrando vidas a escala planetaria hoy mucho más que en el siglo XIX, y en ese proceso Karl Marx se convierte en nuestra mejor medicina, porque renueva su legado, su obra magistral, como uno de sus más agudos y fecundos críticos.

Los humanos nunca hemos controlado nuestra propia existencia, por eso hemos sido dominados durante siglos por lo que yo denomino la Tríada del Poder Oscuro (el capitalismo, la religión y la esclavitud). No obstante, no podemos ocultar los errores cometidos por los revolucionarios en el pasado que condujeron el modelo socialista y por los que se cometen en el presente, tratando de impulsarlo. En esa oscuridad no hay nada más subversivo como la toma de consciencia del engaño, del desenmascaramiento de la ideología, como lo planteó el filósofo venezolano marxista Ludovico Silva. Podemos ilustrar aquí a los revolucionarios que obedecen a una plusvalía ideológica, a los que emiten un discurso revolucionario que se queda solo en consignas, en el activismo irracional, identificándolo con falsa consciencia, ya que están entregados ideológicamente al capitalismo sin saber que lo están. Esto se debe a la ausencia de una formación teórica y a la veneración de dogmas sin ser concientizados; es decir, todo revolucionario que en su estudio interior obedezca a una consciencia falsa, ilusoria, ideológica y no a una consciencia real y verdadera, será entonces un productor de plusvalía ideológica para el sistema capitalista: mientras más plusvalía ideológica produzca autodenominándose revolucionario, lo es solo en apariencia. Así las cosas será difícil la construcción del socialismo bolivariano, porque no hay formación con consciencia, no estamos preparados, y seguirá existiendo ineficiencia, corrupción, ego, soberbia y sufrimiento para el pueblo.

El arma principal del proletariado (señala Ludovico) no es hacerse de una ideología revolucionaria al estilo de los socialismos utópicos; el capital más preciado, su instrumento más valioso intangible, es adquirir plena consciencia de clase, una consciencia verdaderamente revolucionaria que sustituya a esa falsa consciencia que es la ideología. Solo así los humanos tendríamos control de nuestra propia existencia. La visión ideológica del mundo se remite a las apariencias sociales: por ejemplo, ella confunde la cantidad de trabajo socialmente necesaria para producir una mercancía con su precio que es algo determinado por el mercado. Esto es otra forma de explotación, de esclavitud y de dominio que aliena al ser humano y que el que se cree revolucionario ayuda a crear. Solo la revolución formativa será una de las alternativas que permitirá darle al hombre nuevo de cambiar el mundo y construir un mundo mejor. Es absurdo, entonces, hablar de ideología revolucionaria si ésta sigue impulsada por prejuicios, fetichismos, adoración al culto a la imagen, seguimiento a la religión, ya que todo se volverá contra la propia revolución, en vista de que la ideología es un sistema de valores, creencias, representaciones que auto generan las sociedades, cuya estructura haya relaciones de explotación a fin de justificar idealmente su propia estructura material de explotación, consagrándola en la mente de los hombres como un orden natural inevitable. Es tiempo de transformar las estructuras, conceptos y costumbres, de romper esquemas: que bueno empezar cambiando ideología revolucionaria por Consciencia y Teoría Revolucionaria.

Los revolucionarios que obedecen a una plusvalía ideológica son los que han permitido aceptar la esclavitud ante las empresas (sean públicas o privadas) y su subordinación ante la mercancía; los que han permitido trasponer otros valores como la consciencia, la dignidad, la vida humana, vistos como un valor (en términos cuantitativos); los que han permitido la explotación de la mujer como una mercancía más; los que han sido indiferentes ante el sufrimiento de su pueblo; los que viven de la revolución como burgueses y visten de rojo; los que ya no hablan de Bolívar ni siquiera en sus operaciones mercantiles porque sus cuentas abultadas son de color verde; los que matraquean, explotan, especulan y dan empleo, bachaquean y viajan en nombre de la revolución. Estos “revolucionarios” plusvalo-ideológicos reflejan la falta de formación a lo interno de cada ser humano. Y para que una filosofía o pensamiento contribuya a la transformación revolucionaria del mundo, es preciso: en primer lugar lograr un enlace entre los postulados teóricos y la práctica social que pretende interpretar y transformar. En segundo lugar convertirnos al verdadero humanismo, la válvula concreta y revolucionaria para cambiar las condiciones en que vive el ser humano, exento de las diversas alienaciones propias del capitalismo. El humanismo es el paradigma perfecto del comunismo, desde esta alternativa viable podremos por fin controlar las condiciones de existencia en lugar de ser controlados por ellas.

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