Una revolución perdida

Viernes, 06/11/2020 01:23 PM

"Porque solo los locos, los desequilibrados y los maniáticos pueden resistir largo tiempo el fuego del entusiasmo, el hombre sano debe contentarse con declarar, que sin una chispa de ese misterioso fuego, la vida no vale la pena vivirse." Robert Musil: "El hombre sin atributos"

La revolución es una locura humana. ¿Quién iba a pensar hace 20 años que un teniente coronel del ejército venezolano pudiera ganar unas elecciones inauditas y asumir nueve años después un compromiso marxista leninista y antiimperialista? Es la locura del entusiasmo, como dice Musil, sostenida por veintitantos años de vida política del comandante Chávez; hubo que matarlo para apagar su fuego. La revolución saca de la quietud al ser humano predispuesto al cambio y lo lanza al futuro, pero cuando solo tiene el declarar, "que sin ella la vida no vale la pena vivirse", el fuego se apaga.

Cuando más críticos hemos sido a la entrega de la revolución después de la muerte de Chávez, sola hemos alcanzado a descubrir las razones mecánicas de la pérdida "del entusiasmo revolucionario", las razones por las cuales este gobierno y esta sociedad se abandonaron, dejándose caer al pasado, como a una piscina (o al colchón del opiómano, que lo acobija y no lo deja hacer otra cosa que dormir, soñar, alucinar). Pero esto no es suficiente, hay que despabilarse y resistir en el tiempo con pasión.

Las elecciones son como el opio. Algunos críticos gastan sus reservas de memoria para no morir en el olvido. Otros se lanzan de cabeza, con o sin piruetas mortales, felices de ser parte de la masa cansada; quieren seguir durmiendo. Nosotros nos resistimos como los corredores que saben que hay que cumplir con los 42 kilómetros, así tengamos que arrastrarnos por el asfalto. Las elecciones son una droga universal, como la famosa "lotería de Babilonia", donde todos quieren entrar a un juego donde casi nadie gana.

La revolución declarativa del madurismo, ya es otra cosa, ni siquiera declarativa. Cilia Flores se muestra emocionada porque se acerca el día en que el gobierno pueda dialogar con los Estados Unidos; tiene esperanzas en Biden –ella tendrá sus razones –. Diosdado Cabello lamenta que el sistema electoral de allá no sea seguro; también debe tener su candidato, si no, no se lamentara.

Las elecciones de Bolivia ya pasaron, las de Argentina, el plebiscito en Chile y nada ha cambiado, pero fue muy bello ese momento de expectación, parecido a una pelea televisada por el campeonato mundial. Nos conformamos con solo una chispa de ese fuego, pero para solo declarar que sin él la vida no vale la pena de ser vivida; desde un punto muerto, inertes, pedimos a Dios, como algo insólito, que "el fuego del entusiasmo" de los chilenos no se apague tan pronto…, pero volvemos a la cama, a esperar nuestras elecciones, donde tiramos el resto en una apuesta a un futuro que no nos pertenece, porque estamos en la cama soñando o adormilados.

Las cosas al revés.

Mientras más dócil y normal se conduce el gobierno, más disparatadas son sus decisiones, se acerca más la irracionalidad capitalista, al dejar hacer a los impulsos de la ganancia. Mientras más dócil y normal se conduce en apariencia la sociedad más se abandona a la muerte, a su muerte, a su desaparición, los impulsos de la supervivencia animal se apodera de ella y la disuelven.

Es una locura sostenerse en el entusiasmo revolucionario, pero pensar en los cambios revolucionarios es un ejercicio racional, es un reto constante de control y dominio frente a la anarquía de la competencia, o de los impulsos desenfrenados de la codicia y la devastación. La locura de la revolución es sostener ese impulso, el ritmo, como el táquiti táquiti en las fiestas de San Juan. La revolución es un entusiasmo por cambiar, por construir sobre un cementerio de soledades que se apuñan como atraídos por la fuerza de un imán hacia donde está el dinero.

La única forma de reconstruir lo deshecho es con pasión, de forma obsesiva insistir en los cambios; respecto a nuestros ideales y convicciones hay que ser radical, si no nunca sabremos qué tan lejos puede llegar el espíritu revolucionario. Que la realidad contraste frente a nuestras convicciones, que brille la verdad de una sociedad diferente, porque nosotros queremos ser diferentes, o si no, que nos trague en su torbellino.

¡Patria Socialista o muerte!

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