El modo de producción capitalista y la nueva "normalidad" del mundo

Jueves, 19/11/2020 09:33 AM

Es harto llamativo que la aparición de la pandemia del  Covid-19 haya coincidido con el auge de una diversidad de movilizaciones sociales como las protagonizadas por los chalecos  amarillos en Francia o aquellas que tuvieron en jaque al gobierno derechista de Chile.  El  desconcierto y el temor provocados por las cientos de muertes reportadas en todos los continentes hizo que las nuevas  formas de resistencia contra el Estado burgués liberal y el sistema capitalista se redujeran a su mínima expresión y cedieran ante el confinamiento ordenado por los gobiernos aunque tiempo después terminaran  autoconvocándose, tal como se vió en Colombia con la minga indígena dirigiéndose hacia Bogotá.

«El problema -señala Víctor M. Toledo en su análisis "Caminando hacia una nueva civilización"- es que estas protestas y resistencias se enfocan en objetivos parciales o secundarios y no llegan a detectar y reconocer las causas profundas de la crisis: la doble explotación, del trabajo de la naturaleza y del trabajo de los seres humanos, que una minoría de minorías realiza cada vez con más amplitud y encono. Se requiere entonces de una doble liberación y emancipación: ecológica y social. Deben, pues, surgir rebeliones ambientales, igualitarias, anticapitalistas, antipatriarcales y capaces de construir una sociedad sustentable y de reformular las relaciones entre los individuos, y entre éstos y la naturaleza. Estamos, por tanto, en un fin de época, en la fase terminal de la civilización moderna, pero aún sin poder visualizar la que la sustituirá». El Covid-19, en este caso, vendría a ser la comprobación de un hecho que ha estado siempre a la vista pero del cual pocos han querido percatarse: la crisis que padece cada nación en el mundo tiene su origen en el tipo de civilización existente, regida en cada uno de sus aspectos fundamentales por la lógica capitalista. La pandemia «reveló» la brecha profunda -derivada del capitalismo neoliberal- entre ricos y pobres (lo que se aplica también a países) al verse obligados estos últimos a la exposición del coronavirus mientras los primeros tendrían la opción de autoprotegerse permaneciendo en sus propiedades. Además de eso, quedó plasmado el desinterés mostrado por gobiernos afines al neoliberalismo capitalista hacia el sistema de salud pública, dando espacio a un sistema de salud privada en el cual no tienen cabida las personas pobres o con escasos recursos económicos.

La nueva «normalidad» del mundo que algunos anuncian como un hecho inminente, descartando la extensión y la posible mutación del Covid-19, así como el estado de explotación al que se halla sometido un grueso porcentaje de la población trabajadora, implicaría un cierto cambio del modo de producción  capitalista, lo que poco afectará su esencia. Sin embargo, sí se prevé que este cambio aumentaría aún más las brechas existentes desde hace ya tres décadas, siendo la mayoría trabajadora, como otras veces a través de la historia, la que sufra las peores consecuencias al verse despojada de muchos de sus derechos en aras de la preservación del mercado.

Ante este eventual panorama, una exigencia que no debería pasarse por alto es entender la realidad en la cual le ha tocado a la humanidad vivir y transformarla de un modo raizal y definitivo. No se puede aspirar a que el modo de producción capitalista cambie por sí mismo, en una operación filantrópica imposible, cuando éste ha demostrado ser opuesto a los intereses de la mayoría, tanto en lo que respecta a la explotación de los trabajadores (independientemente de cuál sea su rango) como en lo que éste representa para la conservación de la vida en general sobre la Tierra al extraerse sus recursos naturales sin ningún tipo de consideración por su agotamiento y los nocivos efectos contaminantes que ello acarrea. En consecuencia, la nueva «normalidad» tendría que ser producto de la acción consciente de los pueblos en lucha por sus derechos e intereses y no el acomodamiento de las grandes corporaciones transnacionales que solo anhelan controlar al mundo a su antojo, todo esto en función de la satisfacción de una insaciable y depredadora sed de ganancias que resulta totalmente incompatible con la autodeterminación y la democracia a que aspiran nuestros pueblos.

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