El título que encabeza este artículo refiere a una frase infeliz que pronunció Diosdado Cabello. Creo que lo dijo en joda, pero de ser así ¡qué broma tan pesada en un país donde comer se ha convertido en uno de los grandes dramas nacionales (o más bien alimentarse, porque arroz, pasta y harina hay para al menos llenarse las tripas)! Y además refleja el ínfimo nivel al que ha llegado el discurso político en esta nación. Pero más allá de lo anecdótico ¿qué fue lo que ocurrió el pasado domingo?
El Constituyente Fernando Rivero me hizo llegar un artículo suyo vía Wathsapp ("Una lectura de las parlamentarias 2020"), en el que, tras ponderar positivamente el resultado, asoma una opinión interesante: "La abstención refleja un profundo descontento, el divorcio creciente de la gente frente a la política, un abismo entre la comunicación política y los problemas de la gente".
Es refrescante que este nuevo diputado muestre talante reflexivo, sobre todo ante el torneo de banalidades con la que han asumido los capitostes del PSUV el controversial resultado electoral. El propagandista Jorge Rodríguez declaró: "Ha sido una gigantesca victoria de las fuerzas de la revolución venezolana, fue una gigantesca victoria de Nicolás Maduro". Bien, para mi gusto la única "gigantesca victoria" que hubo el fin de semana fue la de Yulimar Rojas, electa mejor atleta femenina mundial del año 2020. Al fin y al cabo ella es de verdad gigantesca, porque mide 1.92. En cuanto al PSUV, aunque traiga malos recuerdos a ciertos fanáticos que integran la secta roja, las parlamentarias me hicieron recordar aquel polémico artículo de 2018 que titulé "La victoria pírrica" (Aporrea.org, 21 de mayo de 2018).
Alguien dejó dicho que las matemáticas son poesía del Universo. Le encuentro sentido, pues al contrario de la poesía humana, la del Universo es perfecta, porque esa entidad superior no tiene ego, ni sensiblería, ni moral, ni mezquindad, ni envidia, ni celos, ni autocomplacencia, ni ocultos intereses ni ninguno de esos atributos que adornan a esta especie a la cual pertenezco con muy poco orgullo. Veré, pues, poéticamente (matemáticamente) el resultado electoral del 6D.
Antes comenzaré señalando la ventaja abrumadora que tuvo el PSUV en estas elecciones. Fueron unas elecciones arregladas (no hablo de fraude, hablo de la habilidad política con la que se fue montando el tinglado para que el evento electoral no fuese en absoluto competitivo: el resultado estaba previsto). Para ello, el partido de Gobierno movió con maña todo su poder: maniobras para fomentar y alcanzar la fragmentación absoluta de las fuerzas opositoras participantes, politización de la justicia con el TSJ actuando de árbitro parcializado de disputas partidistas, usurpando así los derechos de la militancia, campaña electoral abrumadora, dispendiosa y ventajista, uso abusivo y unidireccional de los medios del Estado y otras acciones más típicamente adecas: reparto de mortadelas en carretillas, proliferación de bonos millonarios, ofertas de pan y trabajo. Pero está bien, político sin maña no merece el poder. Allá los perdedores que se prestaron a la partida, algunos por oportunismo, otros por el acceso a prebendas, los menos por convicción.
En cuanto a la campaña del PSUV, en un par de encuentros privados dejé sentada mi opinión de que la misma era comunicacionalmente impecable, según el interés de ese partido: obtener mayoría parlamentaria. Para ello se concentró en mensajes repetitivos (lo cual es publicitariamente correcto), apelando a los artilugios propios de toda campaña electoral en las democracias liberales: jingles banales pero pegajosos, frases de oportunidad, promesas de "cambio" y soluciones, gráfica colorida y atractiva. Y, sobre todo, con el público objetivo bien claro: el voto duro, militante del PSUV, el único con el que podían contar, pero igualmente el que podía garantizarles alcanzar clara mayoría con el sufragio de solo el 20% de los electores empadronados. Lo lograron, ganaron, hay que decirlo. Ganaron haciendo política para ganar, aunque esa victoria tiene muy poco de "popular". Uno de los sectarios rojos exclamó en Aporrea.org "¡Ganó Venezuela!". No señor, ganó el PSUV, al Cesar lo que es del César, pero no me tergiversen la verdad. Venezuela (perdón, la absoluta mayoría de Venezuela) ni ganó ni perdió, sigue en la misma, porque abrumadoramente se abstuvo. Veamos, pues, lo que nos dice la poesía del Universo.
Según el segundo boletín emitido por el CNE, tras el cómputo del 98.63 de las actas, la participación electoral fue del 30.50%. En general, este espinoso asunto está siendo esquivado por la dirigencia del PSUV, adoptando la legendaria táctica del avestruz de esconder la cabeza en la tierra o la de los niños de cerrar los ojos creyendo que así se hacen invisibles. Siendo justos, acoto que el propagandista Rodríguez sí habló someramente del porcentaje y lo llevó a 32 % (ir más allá en el malabarismo con la cifra hubiese sido demasiado descarado). Por supuesto, Rodríguez tenía derecho a redondear la cifra, yo pensaba que era lógico que hablara de un porcentaje de 31. Yo, por ejemplo, la redondeo hacia abajo pues creo que debe ser cuando mucho el 30%. Pero esto sigue siendo anécdota. Lo cierto es que a pesar de la campaña desplegada, de los discursos y arengas, de las alucinaciones históricas (Maduro Guerra afirmó que eran unas elecciones "históricas", cuando es seguro que dentro de 50 años la gente las recordará menos que el eructo de Acosta Carles), multitud de venezolanos se abstuvo de responder a los llamados a votar, que el mismo 6 de diciembre llegaron a lucir algo desesperados. 7 de cada diez electores se quedaron en sus casas y no por la cuarentena. Y solo el 20% del padrón se pronunció a favor del PSUV.
Jorge Arreaza se consuela hablando de las elecciones de Rumania, en las que hubo también alta abstención. No se cómo se dirá en rumano "democracia participativa y protagónica", pero estoy seguro de que allá no se habla tanto de eso.
Ahora bien, hay quienes opinan que esa abstención no es una expresión política, cosa con la que estoy en desacuerdo. Claro que no fue un respaldo al descaminado del "presidente interino", pero sí una manifestación de descontento, de rechazo mayoritario a las actuales opciones políticas presentes en el escenario, ese rechazo se conoce desde hace tiempo, pero no hay peor ciego que quien no quiere ver, ni nadie más fácil de engañar que quien quiere creer. Tal como dijera con acierto Maryclen Stelling, hay en Venezuela, desde el punto de vista del liderazgo, una situación de anomia. El último liderazgo nacional mayoritario conocido murió con Hugo Chávez. Maduro es el líder de ese 20% que le sigue, y nada más. Es otro presidente altamente impopular, como casi todos los presidentes del mundo. Guaidó no es líder de nada, no porque no haya otra minoría que lo apoya, sino porque ese respaldo minoritario carece de la coherencia, la disciplina, la capacidad de movilización y la eficiente organización que caracteriza a la minoría pesuvista.
Lo cierto es que la base de apoyo popular del gobierno venezolano se estrecha cada vez más, eso ya lo he demostrado antes con el auxilio de las matemáticas, quien tenga ojos que vea. Por ese camino, va a llegar un momento en que tendrá dificultades para mantenerse en pie sobre el ladrillito que lo sostiene. Sobre todo porque sus enemigos no descansan ni van a descansar. Invito a leerse con atención declaraciones recientes de Joseph Borrel, José María Aznar y Elliot Abrams azuzando a la oposición venezolana para que finalmente se unan en torno a algo. Esas presiones vienen y cuidado si dan resultado. Si se mantiene la matriz actual, cualquier elección en la que una oposición unida llame a votar es casi seguro que la ganan. Eso fue lo que pasó por última vez en las parlamentarias de 2015, cuando hubo una participación del 71%.
No voy a repetir una vez más los graves errores políticos que comete el PSUV, solo superados por los que perpetra la oposición inepta. Ya me duele la lengua de tanto decirlo. Solo le pido a la militancia de base, a la que conozco y en la que hay tanta gente honesta y crítica, que tenga la valentía de exigir cuentas, que no siga creyendo que lo correcto es seguir repitiendo el discurso agotado que no le llega sino a ellos mismos, seguir gritando consignas como una cantaleta que pocos acompañan, seguir actuando como una secta evangélica que delira ante erráticos pastores. Tanto va el cántaro al agua…
Ahora llega la "consulta popular" de Guaidó y asociados. Prepárese el lector para escuchar, el 12 de diciembre, la proclamación de otra supuesta "gigantesca victoria". Menos mal que después vienen Nochebuena y Año Nuevo, y descansaremos hasta el 5 de enero, cuando abrirá de nuevo sus puertas el teatro de la política nacional.