Conozco de las peripecias humanistas y revolucionarias de José Vicente Rangel, desde mi adolescencia. Tenía a la sazón dieciséis años cuando fui detenido por el cuerpo represivo de la Cuarta República, Dirección General de Policía (Digepol). Mi humanidad fue enclaustrada en los sotanos del edificio Las Brisas, ubicado en la urbanización Los Chaguaramos de Caracas. Allí conocí a mártires de la revolución, como Jorge Rodríguez y los hermanos Pasquier. Mi madre, Constanza Briceño de Valero, se trasladó llorosa desde Valera, mi ciudad natal, hasta la oficina del entonces Diputado José Vicente Rangel, quien defendía con concienzuda pasión los derechos humanos y las libertades democráticas. Abogaba, por tanto, por los prisioneros políticos y los desaparecidos. Un gran impacto mediático tuvo su valiente denuncia del horrendo asesinato de Alberto Lovera.
Mantuve con José Vicente una estrecha y profunda amistad, un vínculo político indisoluble. Por eso se me acusaba de ser "Rangelista", en ciertos predios políticos de la izquierda. Y es que, he de confesar, que soy rangelista de corazón. Y su huella justiciera será, para mí, perpetua.
José Vicente, "Chente", Camarada, Amigo. Aún sigo tú huella. Por ese sendero, largo y escabroso, que es la Revolución. Decidiste emprender tu viaje hacia el mundo celestial, sin decírselo a nadie; ni siquiera a quienes por tantos años compartimos contigo esperanzas de redención. Puedes tener la seguridad que siempre te acompañaremos, porque has sido ejemplo de patriotismo y dignidad. Principios que reivindicaste como valores superiores atesorados por el ser humano.
Luchaste por la liberación nacional, la soberanía y la autodeterminación de nuestra Patria. Tus lecciones, mi querido Padre Político, están grabadas en mi alma como rocas metamórficas.
Cuando fuiste digno Canciller de la República, a comienzos de la Revolución Bolivariana, le propusiste al Comandante Presidente Hugo Chávez Frías, que te acompañara como Viceministro de Relaciones Exteriores. Creo, mi querido "Chente", no haberte defraudado.
Inconmensurable es el legado que dejas. Tu prédica siempre estuvo guiada por un profundo sentimiento humanista. Humanismo engendrado en la propia razón humana, que se forja en la relación con el otro, con los otros, como iguales, aunque diversos. Los principios de solidaridad y fraternidad guiaron tu imaginario político.
El Humanismo –tú lo sabías muy bien- es la manera como la Revolución Bolivariana cobija a nuestros semejantes.
Indestructibles lazos de camaradería forjaste con el Comandante Supremo de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez. Por eso vuestro legado será perpetuo. Allí están esos dos gladiadores; dos Quijotes que nos guían para que nos mantengamos indoblegables en la lucha por la liberación de nuestros pueblos.
Caro amigo y camarada. Viejo Lobo, como llamaba el poeta Ramón Palomares a sus más cercanos "compinches", permíteme decirte que nunca olvidaré las horas en que juntos nos propusimos andar por el largo peregrinar forjando patria.
Cuando se fundó el Movimiento al Socialismo (MAS), no tuvimos ninguna duda en acompañar tu candidatura presidencial, en el año 1973.
Siendo Secretario General de esa organización política en el Estado Mérida, recuerdo que en el acto para clausurar la campaña electoral, realizado en la Plaza El Llano de Mérida se esparramó un intenso aguacero. Y ante la posibilidad de que los asistentes abandonaran el lugar pronunciaste una frase de combate: "Que se abran los paraguas". Entonces, una extendida carpa de vinil negro permitió que continuaras con tu enjundioso predicamento. Y es que tus discursos políticos eran una cátedra de pedagogía política.
José Vicente, "Chente": has tomado el vuelo hacia la eternidad. Espero encontrarme contigo en los predios de Dios, para que continuemos nuestras platicas, siempre avocadas, a los parabienes del ser humano. Vaya para Anita, tú leal y generosa compañera, y para tus amados hijos José Vicente y Gisela, mis profundos sentimientos de solidaridad en esta infausta hora.