Un asunto muy recurrente entre quienes escriben y por esto se establecen compromisos y uno se establece metas en cuanto a publicar, por las razones que pudiera alegar cualquiera, como opinar con frecuencia y hasta en fechas determinadas, es aquello de "la página en blanco". Es aquel momento, cuando uno debe, quiere o se cree obligado a publicar y nada ha escrito; y se sienta ante la máquina, "un poco a lo que salga" y, entonces, uno arranca con la primera palabra que se le ocurra y luego las demás van detrás, una de otra, pero en orden y de repente el asunto comienza a tomar forma y uno escribe algo que no esperaba y hasta que le deja más satisfecho que si lo hubiese pensado horas antes de empezar a escribir, que es cuando uno tiene un tema definido, al cual sólo hay que meterlo entre palabras; de ese carácter, el de empezar "con la página en blanco", recuerdo dos artículos excelentes, uno de ellos de José Ignacio Cabrujas, publicados en la prensa venezolana. Sólo que su tema fue exclusivamente ese, el "de la página en blanco" y los avatares que eso implica. Pero el empezar "con la página en blanco", puede llevarle a uno por otras vías, como recordar con la primera palabra algo, como quien abrió una puerta y detrás de ella encuentra un mundo de cosas sorpresivas, sorprendentes, fascinantes y hasta interesantes.
Otra forma es el archivo personal. Quienes hemos pasado años escribiendo y archivando en orden nuestro trabajo, disponemos de una rica fuente para resolver esos instantes de "la página en blanco".
Buscando, rápidamente, guiados por eso que llaman los vagos recuerdos, siempre se halla, con tal que uno haya tenido el cuidado de guardar y conservar en orden, algo escrito en el pasado, que ahora, salvo los detalles propios derivados de eso inexorable que llaman el cambio o movimiento, viene "como al pelo". Y de estos es este artículo que repongo, útil para orientar y mostrar, como uno viene advirtiendo contra los sectarios y quienes creen que estamos obligados a pensar exactamente igual o plegarnos acríticamente a quienes tienen el control y consideran que no siendo así, estamos de sobra y merecemos el ostracismo y hasta la condena.
De AD, al MIR y PSUV
Eligio Damas
Miércoles, 26/11/2014 09:40 AM |
He escogido el título porque en buena medida describe mi trayectoria y recoge lo que plantearé en este trabajo.
Debo advertir que, quienes fundamos el MIR, en 1960, hace ya 54 años y unos meses, soportamos que, por años, alguna gente muy superficial que formaba parte de otras agrupaciones hasta nietas y biznietas del mismo partido antes mencionado y de AD, nos lanzasen apóstrofes o dicterios por haber militado en el partido fundado por Rómulo Betancourt.Si discrepábamos de la conducta de aquellos grupos, los cuales por cierto solían hacer cosas muy parecidas a las que ahora hace algún sector opositor, me refiero a las guarimbas, nos respondían con el simplismo de:
-"Lo que pasa es que ustedes fueron adecos y siguen siéndolo."
Según ellos, no podíamos haber cambiado a lo largo del tiempo y proceso histórico; no había ninguna razón, a la luz de teorías científicas, según ellos, guardianes del Santo Sepulcro, en nuestro juicio y proceder. No importaba nuestro discurso, metas estratégicas, aporte, etc. ¡No! Eso no importaba. Pero sí que discrepábamos y por hacerlo, no había otra explicación a aquello. Y, además, reafirmaban que esos disparates, esas guarimbas de antaño, de las décadas del 70 al 90, tenían pertinencia.
"El discrepante llegó aquí de AD." Ese era un sabio argumento.
Era que la intolerancia se había apoderado de todos. Y eso, para nosotros ya era muy viejo; habíamos sido intolerantes y también recibido bastante de la receta antes y después.
Luego de haber fundado el MIR y valorado todo lo sucedido posteriormente, algunos de nosotros, aunque hablo sólo por mí, nos queda la duda sí aquella irreverencia nuestra fue acertada.
Dentro de AD, antes del nacimiento del MIR y aún con posterioridad a este acontecimiento, había fuerzas de vanguardia, antimperialistas y hasta partidarias del socialismo, como aquellas que luego formaron el PRIN, donde estuvieron Raúl Ramos Jiménez y hasta Domingo Alberto Rangel una vez dejado de militar en el movimiento que lideró y MEP, de Luis Beltrán Prieto Figueroa, Paz Galarraga y Salom Meza Espinoza. Dentro de AD, todas esas fuerzas, incluyendo las nuestras, eran superiores a las que lideraba Betancourt. Pero nuestros dirigentes permitieron que la sagacidad de éste las mantuviese enfrentadas. Recuerdo que, en muchos casos y oportunidades, al manejar el asunto de las contradicciones internas de AD, percibíamos que otras fuerzas, distintas al betancourismo, eran nuestros principales enemigos.
Para decirlo en lenguaje coloquial, a la gente de Ramos Jiménez, el llamado grupo ARS, que luego formó el PRIN, el del "Caballito", no la podíamos ver y menos no las mentasen. Y eso, con astucia, no los metió Betancourt en la cabeza a fuerza de chismes puestos a correr.
Pudimos, habiendo manejado acertadamente las contradicciones, haber derrotado a Betancourt y hasta como le oí decir a alguien una vez, "sacarlo de AD", que era el espacio donde estaba la gente en buena medida, para no decir la mayoría. Pero sucedió lo contrario, aquellas fuerzas, por las habilidades de quien era presidente de Venezuela, se le unieron y nos "obligaron" buscar tienda aparte. Ellas posteriormente transitaron idéntica vía. Los futuros prinistas y mepistas, permitieron que Betancourt les mantuviese separados y enfrentados.
Todavía, cuando hicimos el congreso fundacional del MIR, se produjo un debate porque, una buena mayoría de compañeros era partidaria de la definición de marxismo leninismo, como si aquello fuese indispensable, un aquelarre o la ingestión de una pócima milagrosa. Celso Fortuol, un personaje entonces muy conocido, propuso que definiésemos, como antes dijimos, al movimiento que hasta ese momento se llamaba ADI (Acción Democrática de Izquierda). La aprobación de aquella propuesta, hecha por alguien quien por cierto no tardó mucho en dejar de ser nuestro compañero, por percibirnos muy "ultrosos", produjo la primera división del movimiento, que ese mismo día y por disposición de ese congreso partidista, pasó a llamarse MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria). Recuerdo bien que un grupo de compañeros, entre ellos Peter Taffin, entonces presidente de la Cámara de Radio, sentado al lado mío, manifestó no estar de acuerdo con aquello y menos a acompañarnos. En ese mismo, temprano instante, se fueron de nuestro lado y algunos regresaron a AD.
La misma intolerancia de la cual habíamos sido víctimas en AD, aprovechada hábil y maliciosamente por Betancourt y la cual practicamos al permitir se nos separase de otras fuerzas progresistas, cercanas a nosotros y lejanas a él, la comenzamos a practicar desde el mismo momento del nacimiento de nuestro partido; la misma intolerancia que en poco tiempo lo llevaríamos a la fragmentación hasta convertirle en una parcialidad minúscula.
Cuando el MIR nace, pese a lo narrado anteriormente, es una fuerza respetable; uno lo sabía, pese a que en aquel entonces las encuestadoras no habían incursionado en la política y se limitaban a indagar sobre asuntos estrictamente mercantiles. Pero esa fuerza respetable la redujimos a la más mínima expresión a lo largo de un proceso de intolerancia e indisposición, de bando y bando, a no aceptar las opiniones contrarias.
"Estás de acuerdo con lo que nosotros decimos o te vas", no le decía nadie, pero en la práctica, se operaba de acuerdo a ello. Pues, al discrepante, comenzaba a aislársele y tomársele como enemigo irreconciliable.
Eso impidió el desarrollo de la izquierda. Facilitó la miserable parodia de una tendencia nacional dividida en no sé cuántos grupos, que en los torneos electorales se presentaban con cuatro y cinco candidatos, mientras otros se sustraían de aquel debate, haciéndolo consigo mismo y privilegiando "la pertinencia de otras vías".
Proceso similar vivió el PCV, pero prefiero que haya alguno de sus militantes de la generación mía, que hable sobre ese asunto particular.
Por esa vía, conducta, en veces hasta irracional, ajena a la dialéctica, pero hablando en nombre de ella, la derecha nos pulverizó, nos dividió y hasta logró que fuésemos más adversarios de nosotros mismos que de ella.
Afortunadamente llegó Chávez y – permítanme otra vez decir esto – como el flautista de Hamelin, con su magia, irreverencia, arrojo y hasta gracia, logró el milagro de unir lo que parecía estar destinado a andar disperso.
Lo que hasta ahora hemos logrado a lo interno, que no es poca cosa, y en las relaciones entre los pueblos de América Latina, en gran medida se debe a la política de unidad de los hombres y mujeres de buena fe, revolucionarios, socialistas y antimperialistas, sin distingos de religión, credo o definición teórica, unión entre ellos y con el pueblo que más allá, en veces muy lejos de nosotros o nosotros de él, esperaba un partido y grupo de hombres que le guiasen.
Esta perorata la he escrito como quien desea desgañitarse, para hacer advertencia necesaria a quienes juegan al rompimiento, de un lado u otro, creyendo que eso puede producir algún beneficio o empujón del proceso revolucionario. Si alguien cree que un grupo vacila, se debilita o concilia, la solución no es romper con él sino empujar para fortalecerlo y sobre todo no abandonar y debilitar al pueblo.
Una cosa es figurar, ocupar espacios políticos o publicitarios, intentar deleitarse con el poder por él mismo, y otra contribuir para que el movimiento popular avance. Espero que esto no hiera la sensibilidad de nadie. No es mi propósito. Pero sí el de llamar a la unidad de todos los revolucionarios de Venezuela y del mundo, pese sus dudas y debilidades.
Nota final: Cuatro años después, el panorama es el que temía, a los discrepantes se les trata como en el pasado y se les apostrofa como "izquierdistas trasnochados" y por tanto enemigos.