El Comandante Supremo Hugo Chávez Frías había coronado en victoria su epopéyica campaña electoral que lo convertiría en Presidente, en las elecciones celebradas el 6 de diciembre de 1998. Al instalarse su gobierno, el 2 de febrero de 1999, constituyó el equipo que, al más alto nivel, apoyaría su gestión gubernamental. José Vicente Rangel, quien había visto con simpatía la emergencia del Líder Bolivariano con la Rebelión cívico-militar del 4 de febrero de 1992, y establecido con él una estrecha relación política, fue designado Ministro de Relaciones Exteriores. José Vicente propuso al Presidente Chávez mi nombre para que ejerciera la segunda posición directiva en ese Ministerio, como Viceministro. Él estuvo de acuerdo.
Douglas Bravo también había apoyado la Rebelión de Hugo Chávez, e, incluso su partido, el PRV-Tercer Camino, se había involucrado fácticamente en aquella quijotesca epopeya. Razones de orden político e ideológico habían reforzado mi tradicional vinculaciónؚ con el legendario insurgente.
A los pocos días de asumir en el Gobierno Bolivariano la responsabilidad -ya mencionada-, convenimos Douglas y quien esto escribe invitar a un grupo de amigos, que habían tenido protagonismo en la lucha armada contra los gobiernos de la Cuarta República, para examinar el nuevo escenario que se abría en el país, con el triunfo de Chávez.
La reunión se celebró en la casa de mi hermano Fidias Valero en las proximidades de El Junquito. Convenimos entonces en trabajar de consuno para que Chávez adelantara, -con éxito- el programa revolucionario fundado en las Tres Raíces, que inspiraba la Revolución Bolivariana.
Mi compañero de sueños, Douglas Bravo, tenía algunas dudas sobre la ruta que proponía el Comandante Chávez, para construir el socialismo a la venezolana, pero esperaba con optimismo que mantuviera sus declarados propósitos.
Las dudas de Douglas fueron creciendo, en la medida en que quien suscribe asumía el credo chavista con más devoción.
Estos matices, incluso diferencias, no fueron óbice para que siempre mantuviéramos una relación de respeto, amistad y camaradería.
Douglas era para mí un emblema de la revolución venezolana y mundial. Guardaba por él reverencial admiración, desde los tiempos en que ya se había convertido en la máxima figura de la insurgencia armada en Venezuela.
Desde mi adolescencia, cuando empecé a militar en el campo revolucionario, veía a Douglas como símbolo de la Revolución nacional y continental.
En Trujillo, mi estado natal, semillero de patriotas, se estableció en la zona de Agua Viva, uno de los primeros núcleos guerrilleros del país. Estoy hablando del año 1960, un año antes de que el Tercer Congreso del Partido Comunista de Venezuela (marzo de 1961) decretara que la lucha armada era el camino más expedito, para alcanzar la liberación nacional y social de nuestro pueblo.
Compartí las rectificaciones tácticas y estratégicas, implementadas por un grueso sector de la izquierda, que nos condujeron a participar en las elecciones presidenciales de 1968, pero siempre guardé en mi alma admiración, incluso nostalgia, por las corajudas luchas que mantenían aquellos que, como Douglas, insistían en la estrategia de la lucha armada.
Esto explica mi entrañable camaradería con Douglas. Por eso, cuando él y su grupo revolucionario decidieron transitar el camino de la lucha política y de masas, mi solidaridad estuvo siempre presente.
Douglas retornó a la legalidad conservando intacta su impronta insurgente. Su heroísmo era reconocido, hasta por sus más enconados adversarios. Él realizó una gira por el país para anunciar su nueva estrategia. En junio del año 1988 visitó el Estado Trujillo. Me correspondió ser su conductor por varios pueblos. Y el 21 de junio de ese año se realizó en Boconó un acto en el estadium, para conmemorar el Día de los Mártires y en homenaje a Fabricio Ojeda, el héroe trujillano y venezolano, raigal amigo y camarada de Douglas. Para preparar la gira de Douglas estuvo en nuestro Estado su leal camarada, el "Catire" Ramón Elías Morales Rossi.
El acto fue pletórico de entusiasmo, el estadium estaba rebosado de gente que asistía a conocer personalmente a un mito. Artistas trujillanos y venezolanos entonaron sus arpegios. La voz de Douglas, sonora como siempre, fue escuchada con reverencia. Los camaradas del PRV RUPTURA de Trujillo, entre ellos, los hermanos Juancho y Edgar Barreto, me pidieron que enarbolara la palabra en ese acto. Fue para mí, por tanto, un gran honor sumar mi predicamento.
Recuerdo que al concluir el acto, una noble matrona de la ciudad de Boconó, Doña Edita Berti, nos invitó a compartir momentos de camaradería en su cálido hogar. Su casa había cobijado, en tiempos de la clandestinidad, tanto a Fabricio Ojeda como a Douglas Bravo.
Al finalizar la fraternal convivencia llevé en mi vehículo a Douglas a pernoctar en la casa de un amigo suyo, en las afueras de la ciudad.
Y cuando regresaba al hotel donde me alojaba sufrí un grave accidente, del cual aún me quedan secuelas, Douglas, enterado del accidente, acudió presurosamente al hospital de Boconó. Y recuerdo, en medio de mi somnolencia, como pedía al cuerpo médico que velara por mi restablecimiento.
Lo dicho es suficiente para evidenciar la profunda amistad y camaradería que tuve el honor de cultivar con ese prócer de la Revolución venezolana y continental, que ha pasado a la posteridad como un ser humano, de vehemente pasión revolucionaria, y connotado humanismo.
Por eso he de compartir lo expresado por el Fiscal General de la República Tarek William Saab en cuanto a que "...el gran aporte de Douglas Bravo a la revolución continental fue el de incorporar el Bolivarianismo -como corriente ideológica- al pensamiento de la izquierda revolucionaria en los heroicos años 60".
Por estos días me he comunicado con varios de sus familiares y amigos más próximos. He compartido sentimientos de profundo dolor, amén de admiración por quien deja profunda huella en la historia.
Cuánta razón tiene mi amigo, el poeta Tito Núñez Silva, cuando expresa: "Douglas Bravo hizo de la utopía un permanente andar hacia la libertad, hacia el logro de una democracia auténtica e infinita".
La trascendencia mundial de Douglas es notoria. Jean Paul Sartre, Julio Cortázar y Ahmed Ben Bella, entre otros, reconocieron su heroísmo y vieron en él a un digno luchador por las mejores causas de la humanidad.
Douglas me acompañaba frecuentemente cuando se bautizaban libros de mi autoría. La última vez que compartió conmigo personalmente fue el 16 de noviembre de 2019, cuando presenté en la Casa Amarilla de la Cancillería venezolana, el libro titulado "El ser que llevamos dentro".
Hace pocos días, y gracias a su fiel amigo Wilman Molina hablé con Douglas, quien se encontraba en la Clínica Caracas. Le llamé para expresarle que, al tener conocimiento de que amigos y camaradas suyos preparaban un homenaje, al cumplirse el aniversario número 89 de su nacimiento, me sumaría a la celebración.
Con su voz, aún vibrante, me dijo: "Gracias carajito por tu solidaridad. Espero verte pronto para que continuemos nuestras discusiones sobre la felicidad del género humano".
En estas horas de tristeza y de esperanza rindo tributo póstumo a un venezolano, que por sus merecimientos patrióticos debería habitar el Panteón Nacional, como lo han propuesto algunos venezolanos y venezolanas.
¡Cuando se siembren tus cenizas en Iracara, la Sierra de San Luis del Estado Falcón estaré, mi noble amigo y camarada, coreando espiritualmente tu nombre!