¡Di tú primero! Dejemos a un lado la adulancia, eso sòlo al adulante ayuda

Miércoles, 10/02/2021 12:52 PM

Desde temprana edad, caminó por la vida con aquella cantaleta, según la cual "hay que cambiar la sociedad".

Pasado un tiempo, después de haber pasado por la "casa de estudios superiores", donde fue a llevarle la línea a un compañero, pero en ese instante se llenó de luces, aquella simple frase se le convirtió en un motivo para vivir y una obsesión para sublimar otras necesidades. De la simple consigna recogida del abandono por allí, hizo un programa, una herramienta y hasta fundamento de un proceder metodológico que buscaba espacios silenciosos y ocupados por hombres sin rostros ni señales. Mientras más soledad y silencio mejor, pues nadie escuchaba, aunque tuviese orejas y menos habría quien opinase y menos dar explicaciones y tener que llegar a acuerdos. Allí, sólo los encargados de mover las manijas del mundo conservarían la facultad de hablar. Una vez propuso, ante una asamblea de delirantes compañeros de sueños, que todos se cortasen las orejas. El apoyo fue unánime, pero pospusieron el acto de la mutilación colectiva para "un momento dado", por no haber podido resolver el dónde depositar la sangre y las apéndices auditivas; y otro asunto, el cómo evitar el dolor. Fue esa una muestra muy adelantada que le molestaban las voces de afuera. En su muy objetiva manera de acercarse al mundo, veía a todos, incluyendo a aquellos que nada tenían que ver con los asuntos del Estado, pero no pertenecían a la divina patota, como sumergidos en rincones oscuros y malolientes y por tanto sumidos en todo eso; no aptos ni siquiera para escucharles, menos acercárseles, aunque sea cubierto como quien entra en zona tomada por el Covid. Generalmente los percibía sacando cuentas y en reuniones cavernosas con demonios de aliento fétido.

Y a él se le unieron otros y otros, que apostrofaban y apostrofan a todo aquel que no compartiese sus sueños, no dijese sí a sus delirios primeros y luego sueños comprados y vendidos. Pero por eso, por ser sueños y recuerdos volátiles, ante cualquier ventarrón se borran y cambian por otros.

Nunca a aquellos, esos que no cogían la seña divina, les vio emitir ni siquiera un minúsculo rayo de luz. Siempre se le presentaban como cuerpos opacos, imágenes difusas. Cuando pudo y quiso, pese a su tenaz resistencia y natural rechazo, entrar con derecho en aquellos recintos que le producían nauseas, pero donde - ¡al fin pudo entenderlo! - se decidían cuestiones que le interesaban "para cambiar la sociedad", llevó toda su luz. Creyó alumbrar cada rincón y ver la intimidad en cada subterfugio.

- "Ahora todo sería distinto. Los parias de la vida, guiados por esta aureola que me rodea, ocuparán cada rincón; cambiaremos todo y la vida transcurrirá con alegría."

Dijo aquel discurso sin respirar y, al final, su luz, antes intensa, casi se había desvanecido. En Cumaná, Perucho, el de María de la O, hubiese dicho, "en eso botó todo el bofe que tenía".

Pero antes que la luz se apagase, como si algo de bofe le quedaba, tuvo tiempo de decir, "Todo está dicho y planificado; vamos ya en un tren en marcha con ritmo y dirección establecidos; nada hay que revisar; son los designios de Dios y quien ose eso contradecir, es un traidor y aliado del imperio."

Cuando se sentó en el puesto que le asignaron, porque así estaba decidido de antemano y en un espacio donde no hay eso estorboso de "participativo y protagónico", estaba radiante. Luces de todos los colores emergían de su cuerpo. Miró alrededor suyo y creyó ver sólo figuras humanas oscuras, negras y grisáceas. Los habitantes de aquellos cuerpos, cansados y fríos, estaban sorprendidos y enceguecidos por la luz del recién llegado. Y tenían que estarlo, de lo contrario serían apartados por unos que, como ellos, debían y estaban obligados a ser. Tener luz propia era entonces un signo de deslealtad y anti patriotismo y, más grave, si esa luz pudiera anular la del "padre eterno".

Le rodearon en silencio; por largo rato esperaron que su palabra les alumbrase y pudiesen ellos rebotar aquella luz hacia todos los rincones. De allí no debían pasar; sólo eso, rebotar. Intentar prenderse por su cuenta sería un pecado y acto de traición.

Cansado de esperar, uno de ellos, el más joven de todos, se atrevió a hablar y, con voz susurrante, como en tono de súplica, le dijo:

- "¡Díganos usted las buenas nuevas!"

El "iluminado" volteó con indulgencia hacia quien le habló y le respondió, con voz de trueno:

- "¡Di tú primero! Necesito saber qué piensas y los demás lo sepan, para reconocerte entre los nuestros y por lo tanto si eres digno de estar entre nosotros o mandarte al ostracismo para que venga otro. Pues yo vine aquí a cambiarlo todo y nadie, que nos o mejor, me lleve la contraria, aquí hace falta y si no se va, le echamos, por lo menos ignorándolo y volviéndole invisible; sólo yo haré que, esta aureola mía, se difunda hasta alcanzarlos a todos; seré su padre, enfermero y hasta médico y vendrán los emisarios divinos a ordenarlo todo; los ríos padres se saldrán de cauce y arrastrarán todo el estiércol. Nosotros, más los dioses que habitan en los ríos padres y, quienes, con humildad, sin rostro ni palabra, se acomoden al orden nuevo y aborden el carrusel, sólo quedaremos. Lo demás y los demás sobran"

Para "el iluminado" no había "buenas nuevas", todo estaba hecho y escrito en unas cartillas que él y los suyos cargaban en sus portafolios, todo aquello viejo y lleno de polilla. Allí había mapas, claves, ecuaciones, logaritmos, hasta hitos y mitos. Los caminos y sus trochas estaban determinados; eso fue revelado por dioses de larga barba, bigotes poblados y rostros con signos de paludismo. El mundo está detenido y amarrado a una mata de mango que carga tres veces al año. Cada quien que extienda su mano y agarre los mangos que le hagan falta, pues lo demás, para cumplir con el sagrado deber de atender al llamado del CNE, estaría de sobra. Con dos mangos al día es suficiente para el perraje. Sólo los escogidos podrán tener un huerto con matas de mango, todo lo que la madre tierra por su generosidad les permita y monedas encriptadas, sobre todo de estas, para que nadie eso note; el límite, más que su necesidad, será su deseo.

Pero, en verdad, pese todo, porque es terco, "El mundo siguió andando", todo continuó su curso como venía, los ríos se fueron para que detrás viniesen otros y cada uno se llevó lo que debe llevarse por inútil, como el anterior discurso y "todas las pilas que se secaron".

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