Los más locos ensueños de la fantasía tienen algún fondo de razón, y quién sabe si todo cuanto puede imaginar un hombre no ha sucedido, sucede o sucederá alguna vez en uno o en otro mundo. Las combinaciones posibles son acaso infinitas. Sólo falta saber si todo lo imaginable es posible. Ni son las fantasías, que este valle de lágrimas y han sacado fuera su vida y la han expresado. Su vida, y no su pensamiento sino en cuanto era pensamiento de vida.
En este libro tan profundamente anticristiano leí aquello del programa de 1903 de L’Action Française, que "un verdadero nacionalista pone la patria ante todo, y, por ende, concibe, trata y resuelve todas las cuestiones políticas en su relación con el interés nacional". Al leer lo cual me acordé de aquello de "mi reino no es de este mundo", y pensé que para un verdadero cristiano —si es que un cristiano verdadero es posible en la vida civil— toda cuestión, política o lo que sea, debe concebirse, tratarse y resolverse en su relación con el interés individual de la salvación eterna, de la eternidad. ¿Y se perece la patria? La patria de un cristiano no es de este mundo. Un cristiano debe sacrificar la patria a la verdad.
El modo de vivir, de luchar, de luchar por la vida y de vivir de la lucha, de la fe, es dudar. ¿Y qué es dudar? Contiene la misma raíz, la del numeral dos, que lucha. La duda, más la pascaliana, la duda agónica o polémica, que no la cartesiana o duda metódica, la duda de vida, y no de camino, supone la dualidad del combate. Y así como el cristianismo, está siempre agonizando el Cristo.
El Cristo muerto, hecho ya tierra, hecho paz; el Cristo muerto, enterrado por otros muertos, es el del Santo Entierro, es el Cristo al que se adora en la cruz es el Cristo agonizante, el que clama: "Consummatum est!" Y a este Cristo, al de "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mat., XXVII, 46), es al que rinden culto los creyentes agónicos. Entre los que se cuentan muchos que creen no dudar, que creen que creen.
El modo de vivir, de luchar, de luchar por la vida y de vivir de la lucha, de la fe, es dudar. Creer lo que no vimos se nos endeñó en el catecismo, que es la fe; creer lo que vemos —y lo que no vemos— es la razón, la ciencia, y creer lo que veremos —o no veremos— es la esperanza. Y todo, creencia. Afirmo, creo, como poeta, como creador, mirando al pasado, al recuerdo; niego, descreo, como razonador, como ciudadano, mirando al presente, y dudo, lucho, agonizo como hombre, como cristiano, mirando al porvenir irrealizable, a la eternidad.
"Jesús estará en la agonía hasta el fin del mundo; no hay que dormir durante este tiempo. Así escribió Pascal en "Le Mystêre de Jesús". Y lo escribió en agonía. Porque no dormir es soñar despierto; es soñar una agonía, es agonizar.
—Porque la verdad es algo colectivo, social, hasta civil; verdadero es aquello en que convenimos y con que nos entendemos. Y el cristianismo es algo individual e incomunicable. Y he aquí por qué agoniza en cada uno de nosotros. Y con esto se acaban, estos ensayos sobre el sentimiento trágico de la vida en los pueblos.
Desnacer es morir y desmorir es nacer. Y esto es una dialéctica de agonía.
Así agoniza el cristianismo.
Pero ¿qué es el cristianismo? Porque hay que proceder, dicen, por definiciones.
¡La Lucha sigue!