Es mucho lo que se ha escrito sobre la estupidez, una conducta exclusivamente humana. No hay “animales inferiores” como con frecuencia se denotan a los otros mamíferos y a los ovíparos, que presenten ese comportamiento. Con este escrito quiero señalar el provecho que terceros logran obtener con ese modo de hacer las cosas, es decir, la estupidez como negocio. Entendiéndose por este a toda actividad económica que busca alcanzar utilidades, principalmente, por la venta o intercambio de productos o servicios que satisfagan las necesidades de los clientes.
No cabe duda que un negocio hay un intercambio de mercancía a cambio de dinero, pero también se incluye la prestación de un servicio que en apariencia no se puede determinar con la entrega de un determinado artículo. Es decir, el cliente estará satisfecho si el trabajo realizado produjo el beneficio o el provecho para el cual fue contratado el operario.
Con la aparición de la publicidad surge la contingencia de establecer una comunicación comercial con el público para la presentación, promoción y divulgación de productos y servicios. Aquella se hace a través de campañas publicitarias, para lo cual se recurre a los medios de comunicación. Es decir, estamos en presencia de una trilogía: negocio-compañía publicitaria-mass media, las cuales deben coordinar sus actuaciones para hacerle llegar el mensaje a los consumidores, es decir, a los clientes.
Ahora viene lo más importante: el mensaje. El mensaje que envía la publicidad a los consumidores solo tiene una función: vender la mercancía o el servicio, porque al final, este último no es más que un producto. Está probado que dicho mensaje no necesariamente conduce al logro de beneficios al consumidor para lo cual es concebido el producto. Es notorio que, tanto en la publicidad, como en los empaques de la mercancía, se expresa y se redacta numerosas falsedades, simplemente para atraer a los usuarios que no saben y no logran comprender los aciagos mecanismos de la publicidad. Es decir, su función es convencer, independientemente si el artículo cumple con lo anunciado en la publicidad.
Si los consumidores tuvieran capacidad de análisis y de interpretación del mensaje visual, oral y escrito, deberían escuchar y entender el mensaje emitido por la empresa publicitaria, para verificar si todo lo que se ofrece se corresponde con la verdad. A manera de ejemplo, basta leer lo rotulado en la caja de cereal para confirmar las falsedades que aparecen en materia de vitaminas, minerales, grasas, carbohidratos y otras mentiras que atentan contra la salud. Lo único cierto de estos productos es que son bazofias sin valor nutricional y que solo sirven para formar infantes y adultos obesos mal alimentados
Sigo con el mensaje. Cualquier mensaje es bidireccional, el que lo emite, el estímulo y quien lo recibe. En el caso de la publicidad, el que emite en mensaje, su objetivo es vender, con la certeza que, quien recibe el mensaje, escrito, oral o visual, no tiene capacidad de discernimiento. Es decir, no es capaz de hacer un juicio acertado sobre la propaganda y se lanza a comprar el producto, la respuesta, a pesar lo nocivo del mismo.
Es aquí donde entra la estupidez. El estólido solo obedece y cree a ciegas en las palabras y en las imágenes que brinda la publicidad, sin detenerse a analizar e interpretar lo que le está ofreciendo la empresa que fabricó y empacó el producto. Es por esto que dichas compañías logran ventas monumentales, a pesar que el producto que ofrece es nocivo para la salud.
Por la estupidez de muchos padres los niños están mal alimentados. Los obligan a consumir compotas, cereales transgénicos, gaseosas, comida preparada con harina con alto contenido de azúcar, jugos pasteurizados con colorantes, golosinas azucaradas, tortas, pasteles de panadería, entre otros comistrajos, responsables de la obesidad de los niños y los achaques futuros del adulto. Sin embargo la estupidez no se detiene, el otrora niño, hoy ya maduro, por su propia determinación, fuma, consume drogas, toma licor, ingiere alimentos grasosos, bebe gaseosas con alta cantidad de azúcar y colorantes, se trasnocha, engulle embutidos y carnes rojas, toma jugos pasteurizados, ingiere comida chatarra y una cantidad de comestibles procesados responsable de la obesidad, la diabetes, problemas coronarios, dificultades con la presión sanguíneas, artritis y otros males derivados de una alimentación nociva y deficiente. Es por esto que las empresas de publicidad y las fábricas de comidas procesadas cada día aumentan sus cuentas bancarias, a costa de la salud de millones y millones de personas quienes optaron por no pensar y dejar que otros lo hagan por ellos. He aquí donde se define la estupidez como negocio. Las actuaciones del estúpido le producen ganancia al fabricante y al publicista, a cambio de sus enfermedades.
Pero los mensajes de la publicidad no actúan solo sobre los consumidores de comestibles y medicinas. Desde hace mucho tiempo existe una publicidad soterrada que actúa desde hace siglos para vender un producto llamado “Dios”. Esta divinidad fue acogida por varias religiones para ofrecer una creación que ha dado los mejores réditos a quienes la administran. Los vendedores o traficantes de la fe esconden su producto detrás de una publicidad muy ingeniosa llamada “dogma de fe” para ser consumido por una gran cantidad de ignorantes que creen ciegamente en las mentiras. Es decir, estas son un misterio, se cree o no se cree, y quien no la profesa su alma está condenada a sufrir los tormentos de la candela por toda una eternidad. El dogma no se discute y su teología está expresada en libros religiosos donde se puede leer numerosas falsedades que no soportan un análisis serio y que los feligreses, por lo general, no leen por lo que desconocen las raíces de su culto. Son escritos concebidos hace miles de años por unos seres que navegaban en una ignorancia profunda y por lo tanto tales libros sagrados no soportan un análisis serio.
Estamos en presencia de un mismo Dios, el de Abraham, cuya franquicia la administra tres religiones y que solo han servido para generar millones de muertos a través de la historia. Simplemente porque cada una de estos cultos se considera que su doctrina es la única fe y cuyo fin es beneficiarse con la utilidad que genere y por esto, se empeñan desde tiempos inmemoriales, en globalizar el dogma.
Pero no solo la religión a través de la publicidad es un buen negocio, también la política se convirtió en un buen negocio compartido por los políticos, las grandes corporaciones y los fabricantes de armas, que son los que pagan la publicidad para que el capitalismo, el producto, se venda, se eternice y se convierta en un modelo mundial. El capitalismo, al igual que Dios, no han resuelto ninguna de las fatalidades, una gran mayoría de personas en el mundo, desde tiempos remotos, pasan hambre, carecen de viviendas, no tienen acceso a la educación ni a la salud, ni pensar en la recreación puesto que la vida digna se le está negada. Del lado del capitalismo está la guerra, la exclusión, el racismo, la depredación del ambiente, el comercio de drogas, la contaminación de las aguas y aire, la desertificación, el calentamiento global, la desaparición de especies animales y vegetales, la expansión del terrorismo, la venta y producción indiscriminada de armas, alianzas nefastas con sionistas, fascista, tiranías, paramilitares, narcotraficantes y lavadores de dinero. Y sin embargo, los estúpidos piensan que el capitalismo le va a resolver los problemas que asolan al planeta Tierra.
Los estúpidos creen a ciegas en las mentiras de los sacerdotes, de los publicistas, de los capitalistas, de los dueños de los medios de comunicación de masa y de los políticos neoliberales. El problema de todo esto es que lo estúpidos tienen el derecho al voto y la democracia no tiene elementos para prohibir que estos seres decidan sobre el modelo que debe gobernar un país. Lo malo de la idiotez es que los idiotas no reciben el beneficio que su conducta, esta les genera réditos a terceros, es decir, a los políticos, a los sacerdotes, a los dueños de los medios de comunicación y a los publicistas. Bien lo expresó el escritor francés Voltaire: “La idiotez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás”. Lee que algo queda.