No necesito silencio
Yo no tengo en qué pensar
Tenía, pero hace tiempo
Ahora ya no pienso más.
Atahualpa Yupanqui
El pampero de Atahualpa, montado sobre su vieja carreta, tirada por dos bueyes cansados, desde tiempo atrás, va y viene, de un punto a otro de la ancha pampa. Ya no engrasa los ejes que, por eso, suenan demasiado, le distraen en el pesado, hasta ondulante camino, abundante en curvas, en un coger por aquí y por allá, según venga el viento, el polvo que este levanta y las brozas de la poca maleza que deja la falta de agua y la solamentazón que todo calcina y pulveriza. Y a él "le gustan que suenen" porque "No necesito silencio. Yo no tengo en qué pensar". ¿Para qué enterarse de lo que pasa? Porque el pampero de la carreta, como los bueyes, también cansado está.
La vejez ya de por sí es pesada, para qué agregarle más padecimientos al cuerpo, recargando la conciencia con un pensar y meditar en todo lo que veo, que son puros pesares, porque el hoy esta hasta más cruel que el ayer. Y lo que es peor, por ponerme a pensar como lo hacía antes y me rebelo, sólo lograré aumentar mis padecimientos, dolores y quedar en el abandono. Mejor sigo montado en mi carreta, que los ejes suenen y yo haciéndome el loco.
Tuvo mucho tiempo pensando; en eso se me fue la juventud y haciendo lo contrario de lo que debía y me decían las letras y las señales, por interpretarlas mal o por haberme dejado apoderar por los rezos de un manuscrito que me dejaron unos brujos, y para más señas, darles a ellos el carácter de signos cabalísticos, como que despejaban el camino, abrían todas las puertas, respondían cualquier interrogante y recogían con exactitud lo que mee decían aquellas letras y señales. Desde ese momento, como hasta ahorita, me digo "Ya no tengo en que pensar". No siento entonces necesidad de eso, porque todo estaba resuelto en aquellos manuscritos, que hasta llegué a aprenderme de memoria y me sirvieron toda la vida como las recetas del chef de cocina. Pero entonces fueron tanto los tropezones y los golpes de cabeza y más en la frente que me dieron tantas puertas que terminé por perder la capacidad de pensar con certeza, no por la edad, sino por los golpes y por el acondicionamiento en mí generado por los manuscritos. Tanto que terminé convencido que todo mi fracaso se explicaba en una realidad deforme, mal entonado o desintonizada que no cogía ninguna de mis señales. Por eso digó ahora, "no necesito silencio". "Ya no tengo en que pensar", todo se me acabó de tanto equivocarme, no por mis instrumentos, sino de una realidad que parece ajena a ellos y a este espacio que no atiende a lo infalible de mis rezos y manuscritos, que germinaron en mi cuerpo todo, tanto que son no sólo ideas, son hueso y sangre; quedaron instalados en mí, tanto que ando manejado por ellos y, si trato de pensar, voltear la cara hacia un lado, me la regresan hacia donde antes estaba, como si me diesen una cachetada. Y de ellos no voy a desprenderme porque, pese todo son lo mejor que hay y los únicos valederos para andar por estos caminos, aunque uno siempre ande perdido, pues estos caminos también son indisciplinados, escurridizos y no cogen línea. Pero también, para decirlo con sinceridad, ya la edad me incapacita para irme a otros pagos y que en ellos me acepten con el rango y los galones que antes tuve y a los que nunca voy a renunciar.
Por eso, también en mi intimidad, que comparto con quienes, como yo, también están cansados, nos decimos, "perdemos el tiempo intentando atrapar esa realidad deforme, mal hecha, indisciplinada que no coge línea. La culpa es toda de ella o de las "sanciones y el bloqueo".
AD tuvo sus "bueyes cansados". Este grupo lo formaban los miembros del Buró Sindical y personajes como Raúl Leoni, Gonzalo Barrios y otros más. Todos formaron parte de aquel pequeño grupo que dio origen al movimiento ARDI, creo fue este el llamado también partido del Wolsvagen, porque sus integrantes cabían todos en uno de esos pequeños automóviles alemanes.
Cuando Betancourt vivió la experiencia del gobernar, los sinsabores y sobre todo los sabores, aprendió muchas cosas. Supo bien que para mantenerse allí por mucho tiempo y sin dificultades, como que no le diesen al presidente un golpe, como se lo dieron a Gallegos, tenía que doblegarse y pactar con quienes tenían el control. Pudo volver a Miraflores por eso. Se cansó, pero más se cansaron aquellos, sus compañeros, que pudieron haberle hecho a él contrapeso, que llamaron los "bueyes cansados". Y él, Betancourt, hizo, deshizo, pactó un programa de gobierno de largo alcance con sus nuevos aliados, mientras sus viejos compañeros se dedicaron a descansar y más que nada, no estropearle su tarea, reclamándole por viejos compromisos. Ellos ya no tendrían en qué pensar, porque el nuevo modelo todo lo tenía resuelto, empezando por sus propias vidas. Como que no volverían a dejar el poder, tomar el camino del exilio y vivir por allá lejos de las dádivas de alguna gente buena y noble que siempre se solidariza con las causas justas, pero no satisface a plenitud lo que se espera en la vejez y hasta por lo mismo que se lucha.
A muchos de ellos no se les olvidó, cuando llegaron a la vieja Habana y México, avanzada ya la segunda mitad de la década del cuarenta del siglo pasado, expulsados del país por el nuevo gobierno, con una mano adelante y otra atrás y se juraron y le juraron a quienes les recibieron asombrados al verles en aquel deplorable estado, que eso nunca volvería a suceder.
Y en efecto se callaron, volvieron sordos, dejaron los ejes de sus carretas oxidarse, para que chillasen y aumentaran la sordera. Y eso tuvo el premio que Leoni llegó a la presidencia tan sordo como una tapia, mientras el resto de los "bueyes cansados" dividía su tiempo entre dormir y el despertarse para sentir el placer del bienestar del cual estaban rodeados.
Hoy también hay unos nuevos-viejos "bueyes cansados. Estos más que aquellos soñaron y creyeron que hasta podían tomar "el cielo por asalto". Y se fueron a las guerrillas, allá en las zonas montañosas, en lo alto, hasta por estar de una vez más cerca del cielo. Ellos y otros que no estuvieron exactamente arriba, en las montañas, pero en lo mismo, compañeros de la misma ruta y sueño, se unieron a otro soñador que primero les dijo "por ahora" y luego les llevó al poder sin tanto enredo y les hizo probar, como a Betancourt y los suyos en 1945 y luego en 1959, las mieles del poder. La gloria y el oropel confunden y, la como mágica fuerza del Estado, atrapa.
Todo se les volvió un enredo. Les faltó el guía, se les fue o se lo llevaron antes de tiempo, dejando un plan escrito que cada quien lo lee a su manera. Quedaron al final en manos de unos nuevos que de tanto enredarse, les montaron en una carreta como la de Atahualpa, necesitados que el ruido de los ejes de las mismas, les distrajese. Una carreta que más parece la barca de Caronte. Y ahora ponerse a pensar es inútil, no porque no tengan en qué hacerlo, sino por qué eso deprime, atrae la tristeza, carga de culpas y hasta genera ganas de gritar por el angustiante estado que es común a todos, pero, pensándolo bien… ¿eso conviene? ¿A qué lleva? ¿Cómo sobrellevar la vejez, más si la inflación, tan escandalosa como los chirridos de la carreta del pampero de Atahualpa, somete a tanta gente a una vida miserable?
¿No es mejor hacerse el sordo, llenarse de ruidos metálicos y no escuchar voces humanas, más si estas están cargadas de dolor, amargura, reclamos y soñar, como bueyes cansados al fin, que todo transcurre como uno lo desea?
¡Fijémonos, hasta los jóvenes que no se duermen, observan cada detalle, perciben los cambios innecesarios en la ruta y reclaman esos cabeceos, ajenos al plan que tanto se hace referencia y rinden culto, pareciera que, de golpe, como que dejan de brillar o les oscurecen! ¡Ya nadie del poder les toma en cuenta!