"Los que viven en el mundo, en la Historia, atados al "presente momento histórico", peloteados por las olas en la superficie del mar donde se agitan náufragos, éstos no creen más que en las tempestades y los cataclismos seguidos de calmas, éstos creen que puede interrumpirse y reanudarse la vida. Se ha hablado mucho de una reanudación de la "historia", y lo que la reanudó en parte fue que la Historia brota de la no Historia, que las olas son olas del mar quieto y eterno. No fue la restauración de la historia; Fueron los millones de hombres que siguieron haciendo lo mismo que antes, aquellos millones para cuales fue el mismo el sol de después que el de antes, las mismas sus labores, los mismos los cantares con que siguieron el surco de la arada. Y no reanudaron en realidad nada, porque nada se había roto. Una ola no es otra agua que otra, es la misma ondulación que corre por el mismo mar. Los que viven en la Historia se hacen sordos al silencio. ¿A cuántos les renovó la vida aquel destruir en medio del estruendo lo existente? Aquel bullanguero llevaba en el alma el amor al ruido de la Historia; pero si se oyó el ruido es porque callaba la inmensa mayoría, se oyó el estruendo de aquel tempestad de verano sobre el silencio augusto del mar eterno.
Y si esto es la vida física o corporal, la vida psíquica o espiritual es, a su vez, una lucha contra el eterno olvido. Y Contra la Historia. Porque la Historia, que es el pensamiento de Dios en la tierra de los hombres, carece de última finalidad humana, camina al olvido, a la inconciencia. Y todo el esfuerzo del hombre es dar finalidad humana a la Historia, finalidad sobrehumana, que diría Nietzsche, que fue el gran soñador del absurdo: el cristianismo social.
El modo de vivir, de luchar, de luchar por la vida y de vivir de la luchas, de la fe, es dudar. La duda, agónica o polémica, que no la cartesiana o duda metódica, la duda de vida, y no de camino, supone la dualidad del combate.
Creer lo que no vimos se nos enseñó en el catecismo, que es la fe; creer lo que no vemos —y lo que no vemos— es la razón, la ciencia. Y creer lo que veremos, es la esperanza. Y todo, creencia, mirando al pasado, al recuerdo; niego, descreo, como razonador, como ciudadano, mirando al presente, y dudo, lucho, agonizo como hombre, como cristiano, mirando al porvenir irrealizable, a la eternidad.
Como acaso Dios jugó a crear el mundo, no para jugar luego con él, sino para jugar a creerlo, ya que la creación fue juego. Y una vez creado lo entregó a las disputas de los hombres y a las agonías de las religiones que buscan a Dios. Y en aquel arrebato al tercer cielo, al Paraíso, San Pablo oyó "dichos indecibles" que no es dado al hombre expresar (II Cor., 12, 2-5).
El que no se siente capaz de comprender y de sentir esto, de conocerlo en el sentido bíblico, de engendrarlo, de crearlo, que renuncie no sólo a comprender el cristianismo, sino el anticristianismo, y la Historia, y la vida, y a la vez la realidad y la personalidad. Que haga eso que llaman política —política de partido—.
—En este mundo de los silenciosos, en este fondo del mar, debajo de la Historia, es donde vive la verdadera tradición, la eterna, en el presente, no es el pasado muerto para siempre y enterrado en cosas muertas.
¡La Lucha sigue!