Y teniendo más alma, ¿tengo menos libertad?

Viernes, 10/09/2021 12:46 PM

"Al plantarse en sociedad cada una de estas personas frente a las otras, prodújose un verdadero anarquismo igualitario, y a la par anhelo por dar a la comunidad la firme unidad de cada miembro, un verdadero anarquismo absolutista, un mundo de átomos indivisibles e impenetrables en lucha dentro de una férrea caja, lucha de presión externa con interna tensión".

En ninguna parte arraigó mejor ni por más tiempo lo de creer que el oro es la riqueza, que aquí, donde Ustáriz extremó el mercantilismo. Los pobres indios preguntaban a los aventureros de El Dorado por qué no sembraban y cogían, y en vano propusieron los prudentes se enviaran a las Indias labradores. Francisco Pizarro en el momento de ir a pasar su Rubicón, traza con la espada una gran raya en la tierra y dice: "Por aquí se va al Perú, a ser ricos; por acá se va a Panamá, a ser pobres. Escoja el que sea buen castellano lo que más bien le tuviere."

Y más tarde, solemne escena en Caxamarca, cuando, previa invocación al auxilio divino, se reparte con gravedad el precio del desgraciado Atahualpa, aquel reposado inca, último testigo de una civilización borrada para siempre por los conquistadores de "aquel infierno del Perú, que con multitud de quintales de oro ha empobrecido y destruido a España", decía Las Casas. Poco después, el leal duque de Alba, sirviendo a su Dios y a su rey, no olvidaba el botín.

El pobre con aspiraciones, que no se aviene a enterrase cogido a la manera en la masa intrahistórica de los silenciosos, los intracastizos, ni a vivir como el licenciado Cabra, "clérigo cerbatana, archipobre y protomiseria", para quien la penuria era salud e ingenio, o dice con el soldado de Los amantes de Teruel, de Tirso:

Bien haya, amén, quien inventó la guerra

que de una vez un hombre queda rico

aunque en mil años haya visto blanca

o se gana honradamente la vida con la industria de sus manos…, que "hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica, sino liberal, y "quien no hurta en el mundo no vive", decía su padre al buscón Don Pablos, espejo de vagabundos.

Y por sentido de justicia, más que por ternura, y no poco acaso por hazaña, come en el mismo plato con el gafo. Caridad típica también la de aquel arrebato y agresivo padre Las Casas, que, vuelto en sí al leer un día de Pascua el capítulo XXXIV del Eclesiástico, se dedica a protector de los indios y, más aún, a violento fiscal de sus compatriotas. Y con él, su Orden, la que con más brío predicaba en Europa cruzadas contra los herejes, amparaba y defendía en América a los pobrecitos indios, vírgenes de herejía. Caridad de ir salvar almas desatándolas de sus cuerpos. "Quien bien te quiera te hará llorar". Caridad de espada y de igualdad. La misma caridad tierna y compasiva de Francisco de Asís se trueca en ardiente y belicosa ordenancismo en el español (portugués) Antonio de Padua.

"¡Uno limosnita, por amor de Dios!", piden los mendigos; se les contenta: "Perdone, hermano"; y ellos, si se las da; "Dios se lo pague."

Toda ella es caridad austera y sobria, no simpatía. A otra cosa se llama sensiblería aquí.

¡La Lucha sigue!

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