¡Conciencia!: crisis de los valores económicos, hasta los religiosos

Miércoles, 15/09/2021 01:28 PM

"En esta especie de entrelazamiento de vida y filosofía en que consiste la historia o, como diría Hegel, el curso del mundo, hemos señalado, dos etapas de compresión: una primera, en la que aparece, en París y después en todo el mundo, como un artículo exótico de consumo, como un producto típico de España (Rusia estaba ya de moda; España conmenzará con él a estarlo y llegará a apoderarse del mundo entero durante la guerra 1936-1939, la última guerra ideológico-romántica —o vivida, al menos, como tal— de la historia). Unamuno podría muy bien rotular, el estado de ánimo "existencialista" de Europa ante la crisis, de la que la última guerra mundial constituyó el clímax".

La religión se articula como tal, bajo forma de rito o secuencia de gestos sacros que fijan una vivencia religiosa —una "presencia" de lo Divino— que, de otro modo, quedaría demasiado a merced del flujo y reflujo de los sentimientos religiosos; y bajo forma de mito, a través del cual la Deidad se personaliza. Y claro está que al emplear la palabra "mito", a través del cual la Deidad se personaliza. Y claro está que al emplear la palabra "mito" no lo hacemos peyorativamente, sin alejarla por eso, antes al contrario, de la palabra "verdad". Como muy bien han visto los teólogos que se ocupan del tema de la "desmitologización", ésta tropieza y tropezará siempre con un límite; el de que el Misterio, inefable, ha de decirse (de alguna manera". Y esta contradicción es la raíz de toda mitologización. Incluso una religión tan poco mítica, tan revelada e histórica como la cristiana, no puede sustraerse a esa envoltura verbal, literaria, poética en la que, para decirlo con un juego de palabras inglesas, porque en castellano es imposible, la history se confunde con la story.

Pero hoy vivimos en un mundo comunitariamente cada vez menos religiosos, en un mundo descristianizado, un mundo en el que los hombres y mujeres se han habituado a vivir sin Dios y sin nada que le sustituya, menos aún ese gran Absoluto que ha sido la Nada. Un mundo en el que, es verdad, los científicos se han hecho más modestos y tienen plena conciencia del carácter relativo, limitado y humano de sus descubrimientos; pero, al mismo tiempo, se resignan, por lo general, a su buscar nada más allá de la ciencia; y en el que,. Por su parte, la comunidad lo espera todo de la ciencia, y nadas fuera de ella. Lo que pasa es que no se quiere, no se siente la necesidad psíquica. La gente se conforma con lo inmediato, con las cosas sencillas, modestas, privadas —el amor, el trabajo, el tiempo libre— que tiene a su alcance y que, en general, son vividas como suficientes para llenar la vida.

Mientras las cosas no cambien radicalmente, el día en que los católicos dejemos de interesar políticamente habremos dejado, en absoluto, de interesar. Aunque no la comparta, ni mucho menos, la posición de los zelantes, de los intransigentes en el Concilio: reconocer los derechos de la conciencia errónea, establecer la libertad religiosa, separar la Iglesia del Estado, tiene que parecerles, desde su visión de la humanidad como una Cristiandad, gravísima renuncias al ideal del reinado social —y cuasipolítico— de Cristo en el mundo, al poder absoluto de la Iglesia sobre las almas (y hasta los cuerpos), a su preeminencia sobre el Estado y a su posesión de la verdad absoluta y total.

—La crisis, desde el punto de vista de su vivencia, consiste primordialmente, en un entregarse a los sentimientos fundamentales que suscita, y tratar de basar sobre ellos una compresión agónica, indigente o trágica del mundo. Pero cabe también reaccionar frente a la crisis y buscar un suelo firme en que asentar el pie.

¡La Lucha sigue!

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