Se va el año 2021, que ha sido extremadamente difícil. El desgobierno que vivimos ha destruido la política, la economía, la salud, la educación. Al distanciarse por completo de la ética y vivir de espaldas al sufrimiento de las mayorías, la política ha logrado que la gente pierda la confianza en el país y en sus dirigentes. Lamentablemente, el poder se sigue ejerciendo como un fin, poder por el poder, y no como un medio de resolver los problemas y buscar el bien de todos, que es el objetivo de la política como nos lo recuerda el Papa Francisco. Por ello, el Estado se ha desentendido por completo de su deber de gobernar y de garantizar a todos sus derechos a unos servicios y vida de calidad, y sólo le preocupa mantenerse a toda costa en el poder, como se ha evidenciado en las pasadas elecciones.
Crisis económica, con el aparato productivo destruido, y una hiperinflación, por varios años la mayor del mundo, que vuelve irrisorios los salarios y bonos, con millones de personas a los que cada día les resulta más difícil sobrevivir y son arrojados del país en busca de oportunidades de vida. Crisis que golpea sobre todo a los pensionados y a los empleados públicos cuyos sueldos no les alcanzan ni para malcomer.
Crisis social donde se ha roto la convivencia e impera una especie de darwinismo donde sobreviven los más fuertes, los más privilegiados y también los más inmorales, y se ha impuesto el neoliberalismo salvaje donde se pagan los sueldos en escasos bolívares con muy poco valor e impera soberano el dólar en la mayoría de los negocios y servicios, lo que ha llevado a la inflación del dólar, a que los alimentos sean lo más caros de toda América y a que haya un grupito que vive en la opulencia frente a la miseria de las mayorías. Nunca como en estos tiempos de supuesto socialismo igualitario, las diferencias sociales habían sido tan abismales.
Crisis educativa con el riesgo de quedarnos sin educación pues los docentes no pueden vivir con el sueldo de miseria y los alumnos no ven sentido a la educación pues están pensando en marcharse, no tienen para ir a la escuela o tratan de rebuscarse con cualquier actividad lícita o ilícita. Y sobre esa crisis de múltiples rostros, se ha cebado la pandemia que ha agudizado la pobreza, la exclusión y las diferencias, ha sacado a millones de estudiantes del sistema educativo y ha supuesto un retroceso de varios años en educación. Pero en la raíz y sostén de estas crisis está la crisis moral, pues vivimos un profundo relativismo ético, donde cada uno decide como bueno lo que le conviene o trae beneficio. El fin justifica los medios. Si todo vale nada vale. Por ello no sirven para nada la Constitución y las leyes porque no se cumplen, o se utilizan a su conveniencia.
Estamos en Navidad, tiempo para un verdadero rearme moral y para cultivar el compromiso solidario. Celebrar el nacimiento del Niño debe impulsarnos a cambiar de vida y renacer como personas libres y honestas y como ciudadanos activos y solidarios, comprometidos en la construcción de un mundo mejor y de una Venezuela reconciliada y próspera, que garantice a todos sus derechos humanos esenciales. Las pasadas elecciones nos abrieron una ventana a la esperanza y nos mostraron la conveniencia de volver al voto, consciente, libre y multitudinario como mecanismo para empezar a reconstruir Venezuela. Debemos trabajar para que esa ventana se transforme en amplia puerta a la Nueva Venezuela por nacer.