Hoy, como todos los días estos tiempos recientes (antes salía a comprar los periódicos y veía la televisión), enciendo temprano el teléfono para ver noticias y saludar a las amistades madrugadoras. Gracias a medios alternativos, me llegan titulares sobre Palestina: "Miles de colonos israelíes llegaron hoy en autobuses hacia la aldea palestina de Burqa en Cisjordania en preparación de pogromos bajo la protección del ejército de ocupación israelí. Cantaron muerte a los árabes y llamaron a quemar sus aldeas."
La tecnología actual me permite ver a los protagonistas de la invasión saltar y gritar eufóricos con absoluta prepotencia.
Simultáneamente me llegan –muchos, por suerte- los mensajes acostumbrados en esta fecha, esos cargados de buenos deseos que reivindican la idealización de una humanidad hermanada, esa que precisamente se desmiente en los sucesos de Palestina; esa que yo, aunque lo intento año tras año, no logro ver.
He visto sí, toda clase de lecturas y adivinanzas sobre el devenir de esta humanidad sufriente de la primera pandemia del Tercer Milenio. No deja de asombrarme la capacidad soñadora de quienes le atribuyen al covid 19 el poder de provocar transformaciones estructurales del sistema económico predominante y hasta del modelo civilizatorio impuesto desde tiempos del colonialismo imperial europeo y reeditado en la era imperialista contemporánea.
Pido disculpas por aguafiestas, pero no diviso esas quimeras en el horizonte.
¿Qué condiciones del ser humano sobresalen de manera crudísima en el marco pandémico mundial?
En primer -y obvio- lugar, nuestra condición de frágiles seres biológicos. No somos más que eso en la hora de la existencia más elemental; razón que debería bastar para que los "buenos deseos" de mis amistades se cumpliesen al pie de la letra, así como ese eterno sueño por el que ha luchado una parte de los humanos: la igualdad. Pero esto no ocurre por efecto espontáneo, menos cuando –precisamente- esa esencial condición biológica, lanza a millones de seres humanos al umbral de la sobrevivencia.
En segundo lugar, el humano, ese minúsculo ser de la totalidad, constituye el elemento más problemático de la naturaleza: criatura insaciable, de necesidades crecientes (naturales y creadas), con capacidad transformadora por poseer raciocinio, que para proveerse de alimento, guarecerse de determinadas condiciones climáticas o simplemente alcanzar más confort, crea herramientas, acumula experiencia, sistematiza saberes, se confronta con la naturaleza y con los otros que supone diferentes. Este individuo se mueve por el deseo de satisfacción, por el miedo a lo incomprendido, y por el afán de pervivir (forma grupo y concibe sus mitos).
Y en tercer lugar, lo más olvidado, lo que realmente constituye y da existencia al ser humano, eso que los poderes fácticos a través de la historia se han esmerado en ocultar, falsear, manipular: que lo verdadera y únicamente humano es lo social.
No existe el individuo sin el colectivo. Y esto es válido para otras especies vivientes. Algunas se extinguieron y otras están en peligro de desaparecer, por drásticos cambios ambientales, que en nuestro tiempo se aceleran por la intervención vertiginosa de la actividad humana.
En el humano se mantienen rasgos del origen animal, como los instintos, la interdependencia y lo gregario, pero se desarrollan como en ninguna otra forma de vida la comunicación y la creación: he allí lo específico del trabajo social que crea lo humano.
La economía es eso en principio: la búsqueda de los bienes de consumo y las formas de organizar la producción, como componente imprescindible de la existencia y la formación social.
Surge la posesión comunitaria como necesidad existencial, y luego la propiedad particular como fuente de poder. El intercambio exige definiciones del valor relativo de los bienes frente a las necesidades y a las posibilidades: el valor de cambio. El mercado pasa a definir la noción de lo humano en cada etapa del devenir histórico, como expresión de esa categoría medular del proceso civilizatorio específico -y global- que es la mercancía. El verbo "tener" antecede al sustantivo "poder", y éste se torna en relaciones que acrecientan la tenencia, y la acumulación como secuela de la contradicción trabajo-propiedad.
La lógica de la sociedad capitalista se encarga de ir triturando eso que la noción ingenua del humanismo quiere revivir con nostalgia: "Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces. Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás" (Marx y Engels, 1848)
La confrontación por el poder radica en la racionalidad de sociedades basadas en el control de la propiedad, más allá de las necesidades de la comunidad. Entonces deja de existir lo "humano" como figura idealizada desde perspectivas mágico-religiosas.
La propiedad entendida como un fin en sí mismo que provoca saltos cualitativos en la evolución de todo lo humano, sea individual o colectivo, nos la presenta Galbraith como epicentro de la contradictoria dinámica social: "Y la cuestión de la propiedad pública o privada de los medios de producción marca la gran diferencia entre los mundos capitalista y socialista. De modo que aunque la aportación teórica romana haya sido escasa, no por ello dejó el genio romano de identificar y dar forma a la institución que, más que cualquier otra, constituiría el punto de mira de las aspiraciones personales, del desarrollo económico y del conflicto político en los siglos siguientes".
La soledad del individuo entre la muchedumbre que rinde culto a la mercancía, lanza al humano al llamado "darwinismo" social, desvaneciendo toda noción de solidaridad, la competencia brutal convierte al semejante en objeto utilitario y/o potencial enemigo; nada que no contemple la cartilla de antivalores impuestos desde las exquisitas atalayas del neoliberalismo económico.
El humanismo homocéntrico se autodestruye por la voracidad del poder de los poderes: el capital transnacional. Las guerras y la destrucción de los ecosistemas nos muestran con nitidez la verdadera condición del humano. Hitler era tan humano como Netanyahu.
El "humanismo" cristiano que aflora en estas fechas –cada vez más ensordecido por las jugarretas del mercado- no se sostiene ante los demoledores martillazos de la cotidianidad, quedando marcado por el hereje aforismo del Manifiesto: "El socialismo cristiano es el hisopazo con que el clérigo bendice el despecho del aristócrata".
Las selvas son devoradas por el afán de lucro de empresarios que en el nombre de su "Dios" asesinan a los pueblos originarios que sobrevivieron a la invasión que hace más de cinco siglos hicieron otros genocidas en nombre de "Dios".
Es iluso insistir en lo "humano" como lo puro y virtuoso; y ofensivo a la dignidad, abusar de la creencia popular para eternizar la opresión, como han hecho las iglesias –salvo muy contaditas excepciones- a lo largo de la historia. Los nazis gozaron de bendiciones, como los sionistas son elegidos de un "dios".
La ciencia está en medio de la contradicción como necesidad y fuente de poder. El control de las farmacéuticas por parte de los capitales transnacionales condena a la humanidad excluida a padecer todas las enfermedades sin derecho a nada: esa parte de la humanidad que aquella otra no consideró humanos, los invadió, les hizo guerras injustas, despojó de sus naciones y les esclavizó.
La creación artística es parte del juego: se está por la igualdad o se sirve de bufón al capital. Me ha dado pena ajena, mucha pena, por Blades y Milanés, otrora juglares de causas justas, trocados en tartufos por hechicería de los Stefan: ¡Humanistas a lo Posada Carriles!
"El dinero humilla a todos los dioses del hombre y los convierte en una mercancía…Hasta el mismo amor, la relación entre hombre y mujer, se trueca en un objeto comerciable", llegó a expresar el judío Carlos Marx.
También el esclavista Aristóteles dijo lo suyo al respecto: "Hay hombres que convierten cualquier cualidad o cualquier arte en un medio de hacer dinero; lo toman por un fin en sí, y creen que todo debe contribuir a alcanzarlo".
La humanidad es diversidad cultural, lingüística, nacional, más allá de la piel que tanto disgusto causa a las elites "blancas" y sus seguidores, con sus creencias, sus religiones…sus "blancas navidades", con la blanca barba del consumismo y la nieve blanca de la frivolidad.
El poder feudal y el capitalista, los imperios mercantiles y el imperialismo, asumen para sí el poder del "creador", "salvador", "castigador", "decisor" de destinos, fuente de poder político-racial-social, ritual y amuleto de poder personal; "derecho divino" a hacer las guerras: allí están los estragos causados por Estados Unidos, Inglaterra y la OTAN con argumentos falsos en países que quedaron destruidos. "Dios me habló", dijo Bush sediento de sangre y ganancias.
Pero ni "Dios" ni el "humanismo" son culpables de ninguna atrocidad cometida por el humano. Ya decía Bolívar: "llamo humano lo que está más en la Naturaleza, lo que está más cerca de la primitivas impresiones". Lo dijo en Cuzco tras el Inti Raymi de 1825.
Un nuevo juego de guerra acecha. Los capitales se disputan el control de los recursos naturales y los mercados. La pandemia no los detiene ni les hace modificar un ápice sus apetencias. Al contrario, sacan cuentas con su ábaco malthusiano para aprovechar la ocasión. Seguro que despoblar regiones ricas en minerales y fuentes de energía matando su gente por falta de vacunas les parece un negocio espectacular.
Una nueva civilización debe contemplar al menos estos tres elementos:
1.- Ética ambiental: el humano es apenas una parte de la Naturaleza, no su dueño.
2.- Propiedad común: desacralizar la propiedad privada, todos los bienes, incluida las ciencias y las tecnologías, son creaciones de la humanidad y a ella toda deben servir.
3.- Reivindicación de la ancestralidad: todos los pueblos merecen respeto a su ser colectivo, su cultura e historia; debe ponerse fin definitivo al colonialismo patriarcal y reiniciar el diálogo igualitario entre las naciones.
Esta es mi fe y no soy iluso ni optimista: hay mucha lucha que librar por esa sociedad que permita la coexistencia del humano entre sí y de éste con la Madre Natura. Sería la única forma de preservar la vida en el planeta, y no está predeterminado ni garantizado que podamos lograrlo.