Cada vez son más numerosos los venezolanos afectados directamente por los cambios históricos, y arrancados de su ancestral inmovilismo, de sus formas de vida estáticas y permanentes, de su quietud secular, como de fondo del mar. Precisamente en esto consiste la revolución social que, por debajo de la rígida costra política, está aconteciendo hoy en el campo venezolano —precisamente en el campo—. El pueblo sale de la intrahistoria, empiezan a entrar en la historia y, pronto serán ellos mismos quienes la hagan. La patria no es sólo la "oficial" ni la nación se confunde con el "nacionalismo estrecho de la burguesía, explotadora del llamado suelo patrio, para mantener el monopolio del cual se han llevado a cabo las más sangrientas guerras y se han teñido de sangre de hermanos las banderas todas". En este ensayo no habla de "intrahistoria", sino de una "historia silenciosa" que acontece, no menos que la "bullanguera", aunque por debajo de ella. Porque el concepto de patria, cuando es verdadero y no patriotero, por estrecho que sea, es un "hecho histórico", no un suceso pasajero.
Tenemos de la lengua una concepción estática —como la que tenemos de la patria y de la historia—. Nos hace falta una lengua viva. Y la vida consiste en á fecundidad para crear palabras nuevas cuando hagan falta, más que en la riqueza inerte —"tesoro" de la lengua— de "vocablos provistos ya del marchamos literario". El "hambre", la satisfacción del impulso de conservación, de la "necesidad de vivir", es asimilación, por de pronto, de alimento material, pero también intelectual, conocimiento, asimilación de todo y de todos.
La crisis, ante todo económica, e inseparablemente espiritual, la expansión del comunismo más allá de los límites de la U. R. S. S., la afirmación del marxismo como una importante concepción escatológico-intramundana de la existencia, la resurrección, junto a Marx, de Kierkegaard y Nietzsche, el surgimiento del nacionalismo, el sentimiento de inseguridad, la interpretación meramente antropológica de Heidegger, para la cual las categorías de "mundanidad" y "temporalidad" de la existencia no dejaban a ésta otro sentido final que el de la muerte, el nihilismo ("¿Por qué hay ser y no, más bien, nada?"), L’étre et le néant, etc., son muestras, todas, de este sentimiento trágico de la vida propio de la época.
Pensando en el parcial juicio de Schopenhauer, he pensado en la mayor enseñanza que se saca de los libros de viajes que de los de historia, de la transformación de esta rama del conocimiento en sentido de vida y alma, de cuánto más hondos son los historiadores artistas o filósofos que los pragmáticos, de cuánto mejor nos revelan un siglo sus obras de ficción que sus historias, de la vanidad de los papiros y ladrillos. La historia presente es la viva y la desdeñada hasta tal punto de ceguera que hay hombre de Estado que se quema las cejas en averiguar lo que hicieron y dijeron en tiempos pasados los que vivían el ruido, y pone cuantos medios se le alcanzan para que no llegue a la historia viva del presente el rumor de los silenciosos que viven debajo de ella, la voz de hombres de carne y hueso, de hombres vivos.
—Abominan del presente con el espíritu senil de todos los "laudatores temporis acti"; sólo sienten lo que les hiere, y como los viejos, culpan al mundo de sus achaques. Es que la dócil sombra del pasado la adaptan a su mente, siendo incapaces de adaptar ésta al presente vivo; he aquí todo: hacerse medida de las cosas. Y así llegan, ciegos del presente, a desconocer el pasado en que hozan y se revuelven.
¡La Lucha sigue!