Diario de una Cuarentena: Capítulo Trescientos Cincuenta y Tres

Porque la capacidad de amar es infinita

Jueves, 17/03/2022 12:40 PM

A 732 días del inicio de la contingencia en la República Bolivariana de Venezuela producto de la pandemia global de la Covid 19, en el transcurso de la semana 105 de esta contingencia, y siendo el jueves 17 de marzo de 2022, hoy no me permitiré ningún tipo de análisis político, sino que en esta escrito me permitiré que aflore mi humanidad.

Esto es así porque este fue uno de los objetivos que me plantee cuando cree esta columna, y bueno a veces es bueno cuando volvemos a las raíces.

Inicio este escrito recordando una de las tantas anécdotas del Comandante Chávez que nos compartía en cadena nacional de radio y televisión, pero en esta oportunidad me refiero a una en específica. Cuando el comentaba que venía por una carretera de esos tantos recorridos que realizó y cuando su hija María, le dijo: "Papá, que cosa la tuya". Y el Comandante paró toda la caravana, su seguridad debido a que él se dio cuenta de una perrita flaquita que se encontraba a la orilla del camino por donde transitaba, y la pobre perrita andaba arrastrándose. Al comandante le tocó verla y darse cuenta y se dio cuenta que otros la vieron, pero no hacían nada, se hacían los locos. Y fue al comandante que tuvo que mandar a parar para atender esa perrita encontrándose en medio de una sabana y no había pueblo cerca. Y el comandante preocupado de lo que comería esa perrita.

Pero no solo eso, sino que además el Comandante se dio cuenta de que la perrita tenía una de sus patas fracturadas porque seguramente algún carro la atropelló y la dejó ahí, y el pobre animalito no podía caminar y andaba arrastrándose, sola por la orilla de una carretera. Y el Comandante hizo una fuerte crítica sobre la indiferencia que muchas veces tenemos cuando vemos cosas como esas y hacemos como si no pasara nada, llegando hasta el punto de recordarnos que animales y plantas son seres vivos con los que compartimos esta única y contaminada nave espacial que llamamos planeta tierra.

No era la perrita de las mascotas, pero es un ser vivo. Lo cierto es que se la llevaron, la perrita la operaron y le dieron toda clase de atenciones y cuidados que nadie se hubiese imaginado que un hombre de la popularidad, del liderazgo y de las capacidades de estadista de Hugo Chávez atendiera hasta ese tipo de detalles que para algunos y algunas pudieran parecer insignificantes o nimios.

Si Chávez no hubiese llegado, seguramente esa perrita se hubiera muerto de hambre o tal vez le hubiese pasado por encima otro carro más y hubiese terminado de matarla. Pero no, llegó el Comandante y la rescató.

Pero lo más importante de esa anécdota del Comandante fue la enseñanza que nos dejó con la misma, cuando nos dice que ese grado de sensibilidad uno puede y uno tiene que desarrollarla porque la capacidad de amar es infinita porque forma parte de los valores esenciales para poder construir el socialismo. Sin esos valores, todo sería mentira y falso.

Tomó esa anécdota del Comandante como introducción a lo que quiero expresar en estas líneas.

Los que me conocen saben de mi compromiso político y de la disciplina que tengo para el análisis y de los aportes que me gusta socializar. Sin duda que eso a veces pudiera parecer que uno es frío y hasta distante, pero como uno va aprendiendo, a veces recibimos las lecciones más importantes de nuestra vida de personas, individuos, sean plantas o animales o de experiencias que uno menos se imagina.

En estos días me debatía sobre que escribir en la edición de esta columna, y ciertamente uno de los temas que tenía en el tintero era un análisis preliminar sobre los resultados de los recientes comicios parlamentarios y de consultas a diferentes coaliciones electorales para las candidaturas presidenciales en la vecina Colombia, pero la vida y la dinámica determinaron otra cosa.

Confieso que estas líneas que en estos momentos escribo lo hago con todo un cumulo de sentimientos, y no me es fácil, pero a través de la escritura he encontrado forma de expresar y drenar muchas cosas, como trataré de hacerlo.

Y, por si fuera poco, si pudiera reflejar mi sentir en este instante, hasta el clima lo refleja porque el día amaneció con nubes grises y lluvioso como las aguas sanadoras que en ocasiones deben salir de nuestros ojos para limpiar el alma.

A veces lo esencial es invisible a los ojos y toda la gloria del mundo puede caber en un grano de maíz, a veces las grandes enseñanzas se encierran en las cosas más sencillas.

Una de las cosas que adoro de mi hogar en Ciudad Guayana, además de estar en compañía de mi madre, hermanos, sobrinas, amistades, es la de hasta compartir con esos individuos que, a pesar de no ser humanos, sin embargo, se convierten en parte de tu familia. En casa en Puerto Ordaz, viven con nosotros dos perritas, una Beagle llamada Luna y una Puddle llamada Puky.

Después que durante años durante mi niñez había querido una mascota y que en su momento mis padres decían que no por el tema de que vivimos en apartamentos y otra serie de consideraciones, después de viejos resulta que ahora no convivimos con una perrita como la de la anécdota del Comandante sino con dos.

Pero vaya como algunas amistades me señalaron, que además del amor, la lealtad, el acompañamiento y el cariño que esos animalitos te dan, tienen además la capacidad de sanarte como me indicaron por ahí. Además, que ellos tienen la capacidad de sentir tus vibras como dicen por ahí.

Pero en este caso, la providencia nos dio esa capacidad de tener esas acompañantes, y no es menos cierto también que ambas tienen una edad algo avanzada. Puky tiene 15 años y Luna 12.

Por lo que, y aunque suene duro señalarlo, al igual que nosotros, esos afectuosos compañeros producto de su edad y como parte del ciclo de la vida, cambian de paisaje como en algún momento lo haremos todos y cada uno de nosotros y de nosotras, y pese a que tratamos de prepararnos para afrontar esto, nunca lo estaremos del todo.

Lo cierto del caso es que la querida Luna, desde hace un corto tiempo, comenzó a presentar toda una serie de síntomas, fundamentalmente relacionadas con convulsiones que bien podría ser una epilepsia idiopática, lo cual es muy normal en canes y que puede deberse a diversas causas. Pero en el caso de Luna, además del tema de su edad, no es común y además que le dé tan seguido menos.

Pero lo cierto del caso es que se le llevó para que le dieran las atenciones correspondientes, y en la evaluación preliminar y sus resultados sus valores, salvo por una otitis que tiene, un poquito de anemia, no era para mayor alarma, y que por lo menos uno pensará que nos acompañaría un tiempito más. Pero el ver que después de su tratamiento le repitió el cuadro incluso con una frecuencia mayor, indudablemente que eso impacta y por mucho.

Vaya que pese a toda la preparación que traté de hacer para prepararme para esta experiencia, nunca se está preparado del todo. Y bueno a veces los corazones que pudieran parecer más fríos pueden sentir y expresar el amor más sublime y puro que se pueda tener.

En este tiempo que la vida y que yo he decidido permitirme para recargarme de mucha energía afectiva para toda una serie de compromisos y metas que espero cumplir en la ciudad capital en las próximas semanas, las mascotas de casa han sido unas acompañantes y unas maestras.

A veces tomar la decisión de "dormir" a estos acompañantes no es fácil, pero lo que uno busca es evitarles el dolor y el sufrimiento que puedan sentir. Sobre todo cuando las recomendaciones de los expertos señalaban que podía recuperarse y durar por lo menos dos años más.

No es el caso de Luna, la cual para el momento que escribo estas líneas vive, sólo que hospitalizada hasta el punto de ver si responde al tratamiento. Por razones obvias y de conservar una esperanza, ya que siempre son estas las ultimas que se pierden, esperemos que pueda reaccionar. El parte que recibimos temprano es que está bien, aunque está dormida. Pero ese no es para mí el tema de fondo.

Ciertamente como lo señalé al principio, la muerte forma parte de la vida y cumple sus ciclos. Lo único que uno espera, si ese fuera el caso, de dejar partir a algún ser querido o "acompañante" como lo que he señalado en este escrito, sea de la manera menos dolorosa y sin sufrimiento.

Confieso que en el caso de Luna, de quien no pensé que establecería un vínculo tan estrecho, no es tanto dejarla partir, sino que en estos momentos en que siento cierta vulnerabilidad no tendría el valor ni las fuerzas de verla de nuevo sufriendo. Tendría que prepararme nuevamente para poder volver a la tranquilidad de que está mejor y de compartir con ella un tiempo más.

Pero, aunque se loco y mentira, y sea cual sea el desenlace, si quiero destacar, ya terminando este mensaje, la gran enseñanza que Luna me da dejado en este momento tan particular, y que le agradezco porque me ha enseñado la lección de mi vida, así como la anécdota que contó Chávez de la perrita que se encontró.

Gracias Luna porque en medio de esta situación me enseñaste a regalar lo más valioso que tenemos y que es algo que no se recupera, que es el tiempo. Nos preocupamos más por tener dinero, pero no tenemos la forma y la manera de recuperar tiempo. Y cuando tú le das a la persona o a otro ser vivo y le regalas parte de tu tiempo, a pesar de las responsabilidades y ocupaciones que tienes, le regalas parte de tu vida.

Gracias Luna por reconectarme con lo maravilloso que es el amor, a ser atento con los afectos, a no tener pena en demostrar afecto. No me arrepiento de que, en medio de tu condición, haber estado ahí para ti.

Incluso te pido perdón si en este momento no quisiera verte, pero es que cuesta ver a los que uno ama verlos sufrir. En algún momento espero poder expresar en el código que nos establecimos, tu mensaje que, aunque no fue hablado, creo haberlo entendido perfectamente.

Al final, que sea lo que Dios quiera. Solo quiero que estés bien y que Diosito decida qué es lo mejor para ti.

Ciertamente, la capacidad de amar es infinita.

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