Dialéctica de la esperanza

Sábado, 17/09/2022 01:11 PM

En el año 1920 el pintor Paul Klee, nacido en Suiza, pero de origen alemán, nos entregó su Angelus Novus. Obra que sirvió de inspiración a Walter Benjamín, para que en 1940 elaborara sus Tesis de Filosofía de la Historia, a las cuales llamó: El Ángel de la Historia. Pintura en la que, al decir de Zigmunt Bauman, El Ángel tiene el rostro vuelto hacia el pasado.

Y, eso es –precisamente-, lo que le está ocurriendo a la derecha internacional, y de manera particular a la venezolana. Quieren retrotraernos a un pasado cuyo legado es la negación de la esperanza de vivir mejor.

Cuán equivocados están al creer en la inamovilidad del tiempo. No han logrado entender que hoy vivimos de una manera y mañana de otra. Lo cual conduce –de manera indefectible- a actuar en correspondencia con ese nuevo tiempo. No logran entender que hay unos principios éticos que son los que dan razón de ser a esa nueva manera de pensar la sociedad, de pensar al ser humano como sujeto de la historia. Y es que, como bien lo dijo Don Miguel de Unamuno: Deberíamos tratar de ser los padres de nuestro futuro en lugar de los descendientes de nuestro pasado. A eso es a lo que nosotros llamamos: Dialéctica de la esperanza.

Y es que, como se recordará, a partir de los años ochenta de la centuria pasada, se nos quiso inducir a la pérdida de la fe en la posibilidad de alcanzar la felicidad. Hay que vivir el presente porque el tiempo por venir está lleno de incertidumbres, por tanto, no hay futuro. Fue una afirmación que, el pensamiento único neoliberal, hizo permanente en su prédica absolutista.

Pero, los venezolanos no perdimos la fe en poder vivir mejor.

Sabíamos sí, que lograrlo no resultaría fácil. Y es que ninguna transformación social lo ha sido. El historiador francés Fernand Braudel, cuando estudió los cambios sociales ocurridos en los años del 1500, lo llamó el "largo siglo XVI"; largo no solo en el tiempo, sino en la dimensión, en la profundidad de los mismos en la historia de la humanidad.

Pues bien, los venezolanos asistimos hoy a un renacer de la esperanza. De esa esperanza que el teólogo inglés Tomas Moro, hace ya más de quinientos años, llamó Utopía.

Pero, la utopía de éste tiempo no es la de ese sueño de edificar una sociedad ideal, imaginada solo en el pensamiento. No. La utopía de éste tiempo, y para este tiempo, es una utopía pensada desde la sociedad real en que vivimos.

Y es que, desde hace muchos años, nos seduce la idea de construir una Venezuela verdaderamente democrática. Esa Venezuela se está haciendo realidad. Ahora el pueblo venezolano participa como actor protagónico en el fraguado de la misma a través de nuevas formas de organización social, entre ellas, las comunas.

Es una nueva Venezuela que se edifica teniendo como principios fundamentales la justicia social, la equidad, la libertad, la solidaridad, la igualdad, la soberanía. Es una Venezuela que emerge como una realidad cultural nueva. En su rostro se dibuja la fraternidad y la convivencia como respuesta a las prácticas racistas y xenófobas impuestas por el neoliberalismo. Es una Venezuela en donde cabemos todos. Porque ahora Venezuela es de todos los venezolanos.

No hablamos de una Venezuela idílica, imaginada en el sueño de la utopía no realizable, hablamos de la Venezuela posible de fraguar. Y es que, la reflexión no es una tarea cualquiera, no es una actividad contemplativa de los hechos sociales, es su análisis.

Es la comprensión de éstos hechos, desde una visión dialéctica de las alternativas que se han formulado hasta ahora, que podamos entender que la idea del socialismo que se nos "vendió" a lo largo del siglo XX, heredero del stalinismo, el llamado socialismo realmente existente, no es el socialismo en el cual creemos; y, la idea de democracia que se nos "vendió", igualmente, a lo largo del siglo XX, sobre todo durante la segunda mitad, heredera de la modernidad euroestadounidense, formulada en el modelo de desarrollo sustitutivo de importaciones de la CEPAL, instrumentado a través de la Alianza para el Progreso, el Proyecto Camelot, el Programa Minerva, en el Consenso de Washington y su política de ajuste macroeconómico, instrumentada a través del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, la democracia "realmente existente", tampoco es la democracia que anhelamos.

Ello supone, entonces, pensar el socialismo y la democracia de una manera distinta, capaz de alcanzar para el pueblo venezolano una "libertad duradera", no solo en el tiempo, sino en su dimensión humana.

Y es que, el estudio profundo del ethos cultural venezolano, de su formación de pueblo, nos ha permitido encontrar los rasgos que le han caracterizado a lo largo del proceso histórico de la formación social venezolana, proceso que no puede ser percibido como momentos estancos, sino en el marco de una continuidad que tiene diversos tiempos.

Al estudiar, entonces, al venezolano como sujeto social que ha labrado su propia historia, nos ha permitido comprenderlo como un pueblo que actúa, que padece y siente, que se propone alcanzar metas y logros, que ve las expectativas que le genera la vida de manera dialéctica. De allí, su permanente inconformidad con lo alcanzado; de allí, su eclecticismo; de allí, su don de emprendedor; de allí, en resumidas cuentas, su pasión por la lucha, su instinto guerrero, batallador.

Es por ello que, colocar al Pueblo como el sujeto fundamental en la elaboración del diagnóstico de la realidad venezolana desde una perspectiva multidimensional, nos ha permitido hacernos de una interpretación global e integral de nuestro proceso sociohistórico. En tal sentido, debemos tener presente que, la formación social venezolana se gestó y desarrolló como un proceso complejo, que puede ser comprendido si lo estudiamos como un proceso de implantación. Proceso sociohistórico en el cual pueden advertirse, al menos dos contextos esenciales, el contexto colonial y el contexto determinado por la articulación con el sistema capitalista internacional.

Debe tenerse presente que el pueblo, no puede seguir siendo considerado con desdén, desde una perspectiva de superioridad. Así como también, hay que convencerse de que el pueblo no puede ser visto desde una perspectiva reduccionista, ya que éste -como hacedor de cultura- es lo más amplio, lo más heterogéneo, lo más diverso; y, a su vez, lo más único que existe sobre la faz de la tierra. Se trata, en definitiva, de entender que el pueblo es el sujeto fundamental de la sociedad y, por tanto, al excluirlo la sociedad pierde su ángel, su razón de ser.

Debe entenderse que, para las sociedades -en su permanente estar haciéndose- el pueblo es insustituible, no puede ser metamorfoseado con ningún otro adjetivo. Por muy poderosas que sean las razones políticas, económicas, sociales e incluso de carácter ético y moral, ninguna otra palabra, categoría o concepto puede sustituir al vocablo pueblo. Ya que, como hemos dicho, con ella se denomina al sujeto de la sociedad, cuando ello ocurre, los colectivos sociales quedan en la más absoluta indefinición.

Y, ello es así, porque el pueblo es la facultad que tienen los seres humanos de verse representados en el mundo que lo rodea, y, a su vez, representarse a sí mismo en dicho mundo. Es a lo que se ha llamado como conocimiento representativo, el cual es adquirido a través de los sentidos y de los conceptos que elabora en el desarrollo de su pensamiento.

Pues bien, ese mundo es el entorno social en que se desarrolla la actividad humana, la acción social de los seres humanos; de lo cual, Weber ha dicho que es una acción en donde el sentido mutado por su sujeto o sujetos está referido a la conducta de otros, orientándose por ésta en su desarrollo…, acción a partir de la cual el pueblo construye su "sistema social". Sistema social que es a la vez un sistema político, económico, cultural, jurídico, religioso, sociológico, técnico, etc., en el cual el pueblo es el actor fundamental de la vida social de dicho sistema

Para Geneviéve Bolléme, hoy en día tendemos a emplear el vocablo ‘popular’ como un nombre y a emplearlo con mucha mayor frecuencia que la palabra ‘pueblo’, a la cual se refiere, … Dice, asimismo que: Hablar del pueblo es llamar a los hombres a reunirse y a ponerse en posición (tomar posición), a movilizarse por y en nombre de la historia; a ponerse en posición como nación;…

Ahora bien: Si ‘popular’ es la utilización actual de ‘pueblo’, hay que preguntarse por qué el adjetivo ha venido a disimular, es decir a suplantar lo referente al nombre, dando lugar así a una conceptualización por lo menos equivoca, puesto que no se sabe con exactitud a qué y con qué se relaciona.

Hemos afirmado que, el pueblo es la facultad que tienen los seres humanos de verse representados en el mundo que lo rodea y, a su vez, representarse a sí mismo en dicho mundo. Lo cual demuestra la capacidad que tienen los seres humanos de articular el conjunto de demandas, por diversas y heterogéneas que estas sean, dada su condición de ser social.

En el tiempo presente la palabra pueblo tiene un significado y un significante muy distinto al que se le otorgaba en el pasado, incluso al que le otorga el pensamiento heredero de la modernidad occidental.

Al respecto bien vale la pena recordar los movimientos ocurridos en la Europa de mediados del siglo XIX. Como caso particular el bonapartismo, movimiento ocurrido en Francia en 1851, dirigido por Luis Bonaparte, el cual logro hacerse de un enorme respaldo popular, pero fue una insurrección carente de identificación político-ideológica clara, no actuó ni a favor de los pobres ni en contra de la burguesía, actuó en nombre de todas las clases y sectores sociales de la Francia de aquellos años, un verdadero hibrido político, Marx lo denomino como el bonapartismo, de allí su interesante obra: El 18 brumario de Luis Bonaparte.

Y es que, al pretender colocar lo popular en sustitución de pueblo no se persigue otro objetivo que el de descontextualizarlo; de despojar el concepto pueblo de su enorme potencia social. Pueblo es un concepto político, mientras que popular es un concepto sociológico.

Lo mismo se ha pretendido hacer con el concepto de soberanía. Y, no estamos hablando de ella como procedencia divina. Hablamos de soberanía como autonomía, como libre determinación de los pueblos para organizarse y funcionar de acuerdo a su libre proceder, hablamos de soberanía como independencia, como emancipación, como libertad plena. Se ha pretendido despojar, igualmente, al concepto soberanía de su contenido político; pretendiendo colocarlo sólo como un principio jurídico.

En ese sentido, pueblo y soberanía son dos conceptos que marchan juntos en una verdadera democracia. Por ello el concepto de pueblo trasciende al de ciudadanía, que es otro término con el cual se le ha querido sustituir. El pueblo detenta la soberanía popular, mientras que el ciudadano es el pueblo en ejercicio de sus derechos civiles y políticos.

A partir de estas reflexiones, sugerimos concebir al pueblo como un actor político colectivo, lo cual debe conducirnos a establecer la manera como el concepto pueblo se relaciona con la teoría política y con la filosofía política. Relacionamiento que no puede ser percibido como una simple descripción explicativa, ni como la valoración normativa de él; sino, más bien, como el resultado del estudio, análisis y comprensión de las sociedades, vistas éstas desde una perspectiva integral. Sobre todo, en el caso de las sociedades nuestras, las latinoamericanas, que no fueron de interés en el análisis de ninguno de los pensadores del liberalismo en sus distintas versiones, desde la hegeliana hasta la marxista.

Proponemos verlo desde otra dimensión, como la oportunidad que nos está permitiendo a los venezolanos, vernos desde lo que somos y lo que queremos ser; nos está permitiendo, de igual manera, postular una teoría social propia; en fin, verlo como una oportunidad que nos está conduciendo a superar el coloniaje a que hemos sido sometidos por el pensamiento euronorteamericano.

No tenemos la pretensión de introducirnos en las profundidades epistemológicas de la teoría política, ni de las razones que explican por qué se le considera parte de las ciencias políticas.

Recordamos la afirmación de Mario Bunge, para quien, la teoría política es parte de las ciencias políticas, en tanto que la filosofía política es un híbrido de teoría política y filosofía. La primera de estas disciplinas es descriptiva y explicativa, mientras que la segunda es prescriptiva, hasta tal punto que se la llama ‘teoría normativa´.

Mientras que Simmons, citado por Bunge, define la teoría política como `el estudio valorativo de las sociedades políticas. En otras palabras, en tanto que los politólogos describen y explican la política, los filósofos la examinan de manera crítica y sugieren mejoramientos y, en ocasiones rasgos sociales radicalmente distintos. Los filósofos políticos proponen escenarios y sueños allí donde los científicos sociales ofrecen instantáneas de las organizaciones públicas existentes´. Y que, en razón de ello, `la filosofía política posee una arista moral que la ciencia política no tiene.

En tal sentido, imaginar la política como un concepto -y como una praxis- que trasciende su, casi exclusivo, relacionamiento con el poder, será posible si lo hacemos a través de la exploración de nuevos aspectos gnoseológicos que le confieran una mayor y más actual dimensión.

Que dé respuesta a los problemas políticos que ocurren en la actualidad como el calentamiento global, el armamento nuclear con fines bélicos, la afición guerrerista como mecanismo de dominación, el desdén por la paz, el crecimiento de la desigualdad, la inequidad, las injusticias sociales, la fetichización de la democracia, problemas que la teoría política y la praxis política tradicional no ha podido (ni podrá) resolver.

Imaginar una nueva política requiere:

  • Desechar todo determinismo y reduccionismo conceptual.

  • Estimular el ejercicio de un libre pensamiento, creativo, crítico e impugnador de las "verdades" establecidas como principios absolutos.

  • Concebir el poder, la verdad y el otro desde una perspectiva ética, y no solo moral.

  • Descubrir cómo vamos a hacer para que los valores e instituciones, a partir de los cuales se estructuraron nuestras formaciones sociales, sean analizadas como la explicación de nuestra dependencia y subdesarrollo.

  • Hacernos de una visión distinta de la democracia, ésta no puede seguir siendo concebida sólo como un sistema político, debemos avanzar hacia una nueva concepción que la perciba como una cultura, como una forma de vida, como un proceso, por tanto, el ejercicio del poder, las políticas y la administración pública, deben ser concebidas de manera integral, en fin, como la democratización integral de la sociedad.

  • Profundizar y ampliar el debate, el dialogo, la búsqueda de nuevos principios que den explicación de lo que somos y lo que queremos ser.

  • Entender que somos pueblos con una diversidad y una heterogeneidad cultural que es en donde está nuestra identidad, por tanto, debemos pensarnos como pueblos diversos, pero no distintos.

  • La elaboración de un discurso multidimensional que, de explicación y respuesta a nuestros anhelos y expectativas, que ausculte nuestras fortalezas y oportunidades, que sea capaz de dilucidar nuestra limitaciones y capacidades.

Pues bien, es verdad que la tarea que tenemos por delante no es fácil. Pero, como bien lo dijera Don Simón Rodríguez: O inventamos o erramos, preferible es inventar.

Es por ello que, el establecimiento de una nueva relación entre pueblo y política debe conducirnos:

  • A concebir la sociedad como una comunidad, no desde la perspectiva organicista de la modernidad occidental, sino desde la perspectiva de que el hábitat social es el espacio natural en el cual el pueblo, no solo habita, sino que vive su vida.

  • A superar el carácter universalista de la cultura occidental, como única cultura, revísense los conceptos que conforman su discurso y veremos cómo estos han perdido legitimidad y pertinencia, ante una realidad nueva, que se estudia y analiza a partir de nuevos hechos, de nuevas realidades.

  • A imaginar cómo hacer para transitar del sujeto individual hacia el sujeto colectivo como el sujeto de la sociedad, estudiarlo como un problema ético.

  • A revisar lo que hemos llamado identidad cultural, hacernos de ella una concepción trascendente al etnocentrismo euronorteamericano, entendiendo que si bien es cierto nos hemos formado a partir de una diversidad étnica, y que somos pueblos con una gran heterogeneidad cultural, sin embargo podemos construir un concepto propio del etnocentrismo, visto como elemento propio de la condición de ser social de los seres humanos, que conforman una comunidad y que ésta se rige por un marco normativo que regula su funcionamiento.

Y es que, el propio concepto de ciudadanía deber ser revisado para darle una ubicación que sea más correspondiente con el surgimiento de nuevos actores sociales como los movimientos de inmigrantes, de género, ambientalistas, los pueblos originarios, se trata de avanzar hacia la formulación de un concepto de ciudadanía más integral y democrática.

Entender que la dimensión de lo público y lo privado hoy tiene una connotación distinta de la que tradicionalmente se le ha atribuido, dado que, el Estado no puede seguir siendo sólo el gendarme de la sociedad, el ente enunciador y regulador de los deberes y derechos de los ciudadanos, sino que debe ir más allá del carácter de Estado social y de derecho que tradicionalmente se le asigna, debe ser un Estado social de derecho y de justicia, entendida ésta como un principio a través del cual el pueblo pueda alcanzar su felicidad, su libertad, su emancipación.

Pues bien, se trata de un reto que debe conducirnos a un redimensionamiento profundo de la relación pueblo-política. La política no puede seguir siendo concebida solo como el ejercicio del poder, ello ha hecho de ésta un concepto de dominación. Se trata de repensar la política, mejor dicho, pensar la política desde una dimensión nueva, distinta a la que tradicionalmente se nos ha hecho creer que es su objetivo.

Y es que, la política, no puede ser concebida como un fin, ella es un constante estar haciéndose, es un eterno comenzar. La política no puede ser separada de la sociedad, la sociedad toda es política. Por ello afirmamos que entre pueblo y política no hay fronteras que los separen. En un sistema verdaderamente democrático, el pueblo es el sujeto, y al mismo tiempo el objeto de la política; no hay política sin pueblo, ni política que no sea para el pueblo.

La separación del pueblo de la política no ha sido una simple casualidad. Es el producto de una concepción que considera la política como el ejercicio del poder; y que coloca el poder como algo difícil de alcanzar, lo ubican muy alto y muy lejano, por tanto, quienes acceden a él son seres superiores. Superioridad que va a ser legitimada a través del establecimiento de un marco institucional y de un simbolismo que lo justifique como normal y necesario, en donde la relación mando-obediencia aparece desprovista del carácter de dominación, de subordinación, de sumisión que tiene la misma; esa manera de ejercer el poder, es adornada por un conjunto de elementos simbólicos que hace creer que se está en presencia de algo natural, ya que el poder es una instancia, a la cual, no todos pueden acceder.

Justificación ésta que ha conducido a la exclusión del pueblo como sujeto de la acción política y que, al mismo tiempo, ha hecho de la democracia un sistema político no democrático, allí reside tanto el malestar por la política como por ese modelo de democracia que sienten nuestros pueblos y que, los venezolanos, estamos empeñados en transformar.

Ahora bien, ante las interrogantes acerca de ¿sí es posible construir una nueva relación pueblo-política?, nuestra respuesta es afirmativa. Y lo es, no por un falso optimismo, sino porque en el pensamiento global, y de manera particular en el venezolano, se vienen abriendo paso nuevas formas de pensar y concebir la realidad que viene emergiendo desde el comienzo del siglo XXI.

Y es que, si algo tiene pertinencia hoy, en el campo de las ciencias sociales y particularmente en la ciencia política, es abordar su discusión a partir de los cambios y nuevas concepciones que, en el campo de la Filosofía de la Historia, han venido produciéndose como consecuencia de la crisis de los paradigmas teórico-conceptuales heredados de la modernidad occidental.

En Venezuela avanzamos en la formulación de un nuevo modelo de desarrollo, en donde la relación pueblo-política se estructura a partir de un nuevo concepto de democracia, con un nuevo rostro, con una nueva figura, con una nueva razón de ser.

Lo edifica un nuevo liderazgo, con una visión integral de ella, en cuya formulación ha incorporado nuevos temas como la degradación ambiental; la discriminación de raza y sexo; la democracia participativa y protagónica; el nacionalismo; la hegemonía imperial; la construcción de un mundo multipolar; la división norte-sur; el desenfreno guerrerista de las grandes potencias, para hacerse de los recursos naturales; la industria militar, como base del crecimiento económico; superación de la pobreza, la inequidad y la exclusión, para lograr alcanzar la justicia social.

En Venezuela le otorgamos una nueva dimensión a la educación, la salud, al trabajo, a la redistribución del capital, como base para la formulación de una nueva concepción de las políticas públicas, que trascienda el asistencialismo. Nueva concepción que coloca las políticas públicas como políticas sociales; solidarias, de cooperación, en fin, se les dota de un sentido humano.

La justicia social es, de tal manera, el punto de partida a partir del cual los venezolanos formulamos nuestra nueva filosofía política. Le otorgamos una mayor importancia al Índice de Desarrollo Humano que al crecimiento económico, como indicadores que nos permitan medir y evaluar el avance de nuestros pueblos. Avanzamos, en definitiva, en el establecimiento de una nueva relación entre pueblo y política.

Pensar en la construcción del Socialismo de (y para) el Siglo XXI, nos exige formularnos nuevas utopías. En otros textos hemos dicho que las utopías deben ser entendidas como una crítica profunda del tiempo que vivimos y como una prospectiva creativa de un mundo mejor.

La utopía la entendemos como la cristalización de un grandioso descubrimiento, que forma parte de un imaginario colectivo que añora y desea la edificación de un mundo mejor, de una Venezuela mejor. Hemos dicho, asimismo, que no estamos hablando de la utopía de un mundo imaginario, de una Venezuela inexistente. No. Hablamos de la utopía concreta, de aquella que nos permite superar las barreras que impiden la construcción de una formación social venezolana diferente.

No hablamos de la utopía de aquellos que nos han llenado de escepticismo al proclamar la imposibilidad de cambiar, de transformar nuestras sociedades. Hablamos de una utopía llena de esperanzas. Que cuestiona los valores, los conceptos existentes, las verdades infalibles, los modelos que se han establecido para la organización social de nuestros pueblos. Nuestra utopía la inundamos de imaginación al atrevernos a pensar por nuestra propia cuenta, de mirar y evaluar los hechos sociales con nuevos ojos y nuevos conceptos. José Agustín Silva Michelena decía que, sin un perfecto conocimiento de nosotros mismos, no podremos conocer verdaderamente a los demás.

Es la hora de atreverse a pensar de manera trascendente, de superar todo reduccionismo y todo determinismo. Por tanto, uno de los desafíos intelectuales de mayor envergadura en la actualidad es repensar el futuro. Rescatar, la utopía concreta, es un ejercicio de supervivencia.

O como lo dijo, Gabriel García Márquez, cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, en su discurso, señaló: …, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

Y saben ustedes por qué, porque a partir de la década de los años 80 de la centuria pasada, el neoliberalismo al pretender desideologizar el debate que en aquellos años se iniciaba lo ideologizó con mayor fuerza, de manera extrema, al pretender regular el funcionamiento de la vida toda de nuestras sociedades a través del mercado.

Nuestra utopía está alimentada por los principios de felicidad, libertad e igualdad, heredados de la Ilustración y que nuestros padres libertadores hicieron suyos. Principios que el capitalismo en su voraz apetito de dominación tergiverso y desnaturalizó para colocarlos a su servicio.

Los venezolanos nos estamos reencontrado con esa utopía. La propuesta del Socialismo del Siglo XXI, como formulación teórica original, tiene como objetivo sociopolítico la idea, el sueño de fraguar una nueva sociedad en nuestra Patria. Inspirada, como hemos dicho, en los principios heredados de nuestros libertadores. Adecuados al tiempo presente y con la mirada puesta en la construcción de un futuro real. De un futuro que no deseche el pasado, pero que tampoco "suelte anclas" en él.

Pues bien, ese imaginario, que no era otro que un proceso modernizador euroestadounidense se hizo añicos en 1989. Ese año, con el caracazo, se constató de manera definitiva el conjunto de falencias, limitaciones, y perversiones, que permitieron legitimar el período histórico venezolano iniciado en 1958, conocido como el puntifijismo.

Abrigar la esperanza de construir una Venezuela nueva, de alcanzar el buen vivir. Esperanza en donde la libertad sea la emancipación del ser social venezolano. Esperanza en donde la felicidad, la fraternidad, la igualdad, la equidad, la justicia social, sean principios éticos que signen el curso de la vida. Esperanza de que el tú y yo sea un nosotros inclusivo. Esperanza de que el venezolano en tanto que ser humano viva como humano. Esperanza de que logre entenderse que el ser humano no es distinto a la naturaleza, sino que él -en sí mismo- es ella; es por lo que, pensar una dialéctica de la esperanza es el sueño, la utopía, de éste tiempo y para éste tiempo.

Esperanza que solo es posible alcanzar si tenemos conciencia de que, el neoliberalismo, es al mismo tiempo una doctrina y una estrategia diseñada e implementada por el gran capital para ejercer su poder. Que el neoliberalismo utiliza la mentira y el terror (en todas sus manifestaciones), como armas para imponerse. Que el neoliberalismo, desecha el devenir histórico como una manera de ocultar los oprobiosos mecanismos a que hemos sido sometidos para la dominación y la dependencia de nuestros pueblos.

En ese andar por imaginar y construir un mundo mejor se les fue la vida a Fidel Castro, Hugo Chávez y Néstor Kirchener. En ese fragor de hacer de la vida de nuestros pueblos la más hermosa poesía, siguen empeñados Raúl Castro, Luis Ignacio "Lula" da Silva, Rafael Correa, Evo Morales, Fernando Lugo y Manuel Zelaya. Perseverando en mantener la llama encendida que alumbra tan nobles sueños se mantienen Miguel Díaz-Canel, Daniel Ortega, Luis Arce, Andrés Manuel López Obrador, Alberto Fernández, Gustavo Petro y Nicolás Maduro, contra quienes se utilizan las más variadas formas de desestabilización política y se han instrumentado métodos terroristas neofascistas para su derrocamiento. En ese empeño la derecha internacional ha fallado y seguirá fallando.

Pues bien, caros amigos que tuvieron la paciencia de invertir parte de su tiempo en leernos, finalmente les decimos que:

Es la hora de nuestro pueblo. Los venezolanos hemos encontrado nuestro Angelus Novus, pero éste, a diferencia del que plasmara a comienzos del siglo XX, Paul Klee, tiene, en éste comienzo del siglo XXI, la vista puesta en el futuro. En un futuro deseable y posible, al que llamamos esperanza y lo pensamos dialécticamente. Esa esperanza está fundada en sólidas bases, como dice nuestro pueblo: tiene pies y cabeza; tiene rostro; es una nave conducida por capitanes inundados de dignidad, valor y amor por el pueblo; su esbelta figura está plasmada en el Plan de la Patria: Es el Socialismo Bolivariano del Siglo XXI.

NOTAS Y REFERENCIAS:

*Este texto se corresponde con la reflexión final del libro que titulamos: ¿A quién nos enfrentamos? La agresión imperial contra Venezuela. A la espera de su publicación.

Zigmunt Bauman (2017): El futuro es un escenario lleno de pesadillas. El mundo.es. 02-04-2017. España.

2 Miguel de Unamuno (1864 - 1936), fraces-celebres.com.

3 CENDES (1986): Formación Histórico-Social de Venezuela. Ediciones de la Biblioteca de la UCV. Caracas.

4 Max Weber (1969): Economía y Sociedad. F.C.E. México.

5 Geneviéve Bolléme (1990): El pueblo por escrito. Grijalbo. México.

6 Ídem.

7 Mario Bunge (2009): Filosofía Política. Solidaridad, cooperación y Democracia Integral, Gedisa, Barcelona-España.

8 Idem.

9 José Agustín Silva Michelena (1970): Crisis de la Democracia. Cendes-ucv. Caracas.

10 Idem.

11 Gabriel García Márquez (1982): La soledad de América. cvc.cervantes.es

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