Desear felicidad cuando llega un nuevo año es una ingenua y tradicional cortesía. La verdad es que 2023 será, para la mayoría de las personas, un año aún más infeliz. Sobran las razones para este mal agüero.
He planteado en alguno de mis escritos que, al contrario de lo que dice el "socialismo oral" (más palabras que hechos), el capitalismo no es la causa de todos los males sino todo lo contrario: es la consecuencia de ellos. Lo he definido como la fase superior y terminal de la civilización fracasada construida en un proceso milenario a lo largo de la historia. Es la expresión más acabada del sistema de opresión que se estableció con base en la diferenciación de clases y con punto de inflexión en el surgimiento del esclavismo.
También he dicho que la idea de cierta izquierda ilusa de que el capitalismo está cerca de su fin es falsa, y que el capitalismo es joven, robusto y no hace sino fortalecerse cada vez más, cosa que no me alegra, más bien me alarma y me hace lamentar el derrotero que ha tomado la humanidad, incapaz de comprender que estamos en un trance de carácter existencial debido al verdadero problema fundamental, el del cambio climático y la destrucción del hábitat humano. Quien siga empeñado en prolongar alguna utopía fracasada como asunto prioritario es tan negacionista del peligro señalado como las corporaciones petroleras que financian el escepticismo climático.
Hay quienes equiparan la decadencia del imperialismo estadounidense con el derrumbe del capitalismo, pretendiendo una equivalencia de esa potencia imperial con el sistema socioeconómico que proclama. Resulta que el tan cacareado multilateralismo lo es en un sentido capitalista, puesto que las tres superpotencias que se disputan el control del planeta y sus recursos son países con poderosos sistemas capitalistas, Estados Unidos, China y Rusia, así como lo son sus aliados y países supeditados. Por supuesto, al ser capitalismos desarrollados no pueden sino tratar de expandirse bien sea por la fuerza de las armas o por las argucias de la política, el comercio o las finanzas. Prueba de esto es el furioso armamentismo que está desatado en el mundo contemporáneo.
Japón ha decidido un aumento de su presupuesto de defensa del actual 1% del PIB hasta alcanzar el 2% del PIB en 2027 y colocarse al mismo nivel que los países de la OTAN. Un colosal aumento que situará a ese país en un gasto militar de 296.000 millones de euros. Alemania, Francia y España han renovado su plan para adquirir el sistema aéreo de combate FCAS que debe substituir al Eurofigther con un coste que rondará los 100.000 millones de euros; Reino Unido, Italia y Japón han decidido competir con el FCAS con la puesta en marcha de otro súper bombardero de un coste similar. Alemania desea adquirir los aviones F-35 a EEUU, supuestamente los cazabombarderos más avanzados del mundo. Mientras que la Unión Europea, prevé un aumento del 32,7%, 70.000 millones en tres años sobre el gasto actual de 214.000 millones de euros para dotar a los países miembros de recursos para adquirir nuevos armamentos. El nuevo presupuesto de defensa español para 2023, acabado de aprobar en el Senado de ese país, destinará uno de cada tres euros (el 30%) de todas las inversiones del Estado central (sin contar las inversiones de las autonomías) a nuevas armas (7.743 millones de euros). En China, el gasto público en defensa creció 6.558.1 en 2020, es decir un 4,96%, hasta 227.870,5 millones de euros, con lo que representó el 4,69% del gasto público total. Esta cifra supone que el gasto público en defensa en 2020 alcanzó el 1,75% del PIB, una subida 0,02 puntos respecto a 2019, en el que fue el 1,73% del PIB.
En cuanto a Rusia, el gasto militar está en un rango entre 150.000-180.000 millones de dólares al año, con un porcentaje mucho mayor dedicado a la adquisición, investigación y desarrollo que los presupuestos de defensa occidentales.
En este sentido, el analista español Pere Ortega presenta una dramática constatación: "…las poblaciones de todos los países del norte y del sur global verán sus condiciones de vida retroceder porque muchos de sus Gobiernos han decidido destinar recursos a la seguridad militar (armas y ejércitos) cuando los deberían destinar a la seguridad humana, es decir, a promover trabajo, vivienda, salud, cultura, servicios sociales y preservar el medio ambiente que proporcionen una vida digna de ser vivida" (1).
A principios de este siglo, la llamada "primera oleada" progresista latinoamericana, con líderes como Chávez, Kirchner y Lula, volvió a levantar la ilusoria utopía del socialismo, pero ahora, en la denominada "segunda oleada", ya se habla muy poco de socialismo y más bien sus principales representantes en los gobiernos "progresistas" dejan en claro el derrotero que han tomado.
El argentino Alberto Fernández ha dicho que "Queremos un capitalismo que invierta, de trabajo y genere desarrollo" (2). Por su parte, Gustavo Petro anunció, durante su campaña electoral que "Nosotros vamos a desarrollar el capitalismo en Colombia. No porque lo adoremos. Sino porque primero hay que superar la premodernidad en Colombia, el feudalismo, la nueva esclavitud" (3). Y el recién investido presidente de Brasil, Lula Da Silva, expresó que "Yo era socialista y fui presidente de un país capitalista que no tenía capital. Si el país es capitalista, precisa tener dinero" (4). Antes había declarado que, con el correr de los años, "quien es más de derecha va quedando más de centro, y quien es más de izquierda va quedando más socialdemócrata, menos a la izquierda" (5). Otros presidentes progresistas latinoamericanos siguen hablando de socialismo, pero en la práctica toman medidas claramente capitalistas, favorecedoras del gran capital privado nacional e internacional.
Estas políticas socialdemócratas de la izquierda de América Latina son testimonio de que el capitalismo levanta velas, cambia el rumbo y se salva de las tormentas que, aunque han sacudido la nave desde principios del siglo XX, siempre han estado lejos de hacerla naufragar y ahora es que le queda mar por delante.
Entretanto, siguen avanzando indetenibles el cambio climático y la destrucción del hábitat humano. 2022 fue un año plagado de trágicos desastres naturales, coronado al cierre del año con la dantesca y gélida tormenta Elliot que causó decenas de muertes y cuantiosos daños materiales. La tormenta invernal recorrió un extenso territorio, desde Canadá hasta el sur del Río Grande en Estados Unidos, y en estados como Montana llevó los termómetros a temperaturas tan bajas como los -45°C.
¿Qué nos espera en 2023? Ya se sabe que este será uno de los más calurosos registrados, con las temperaturas promedio en todo el mundo de +1.2º C, según la previsión anual de la Oficina Meteorológica de Reino Unido. Este año será el décimo consecutivo en que las temperaturas globales estén por encima de 1 grado de lo que solían estar hasta que el humano empezó a incidir directamente en el cambio climático. El pronóstico se basa en los impulsores clave del clima global, pero no incluye eventos impredecibles como grandes erupciones volcánicas, que podrían alterar el comportamiento climático.
El continente africano se enfrenta a un aumento de entre el 3 % y el 10 % de las zonas áridas e hiperáridas en las próximas dos décadas, así como al incremento de las sequías y otros fenómenos climáticos extremos, incluyendo una reducción de las lluvias y un aumento de la intensidad de las tormentas. La información la suministró, en declaraciones a la agencia EFE Richard Munang, director regional adjunto para África del PNUMA, con sede en Nairobi, quien además acotó que "Las perspectivas apuntan a un empeoramiento de una situación ya de por sí terrible".
También se mantendrán las guerras y se agudizará el hambre en 2023. Hoy el mundo está más hambriento que nunca. La hambruna humana es causada por una combinación mortal de al menos cuatro factores:
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La injusticia socioeconómica: según la revista Forbes, en 2022 había en el mundo 2.668 multimillonarios, mientras que ese mismo año la población mundial llego a los 8.000 millones de habitantes. Entretanto, la cifra de hambrientos no hace sino crecer año tras año y 2023 no será la excepción. En la edición de 2022 del informe "El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo", preparado por la ONU, se afirma que 828 millones de personas padecieron hambre en 2021, 46 millones más que en 2020 y 156 millones más que en 2019. Estas diferencias han existido a lo largo de la historia, no podía ser una excepción el capitalismo, la fase superior y terminal de la civilización fracasada.
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Las consecuencias del cambio climático, que destruye vidas, cultivos y medios de subsistencia, y debilita la capacidad de las personas para alimentarse. Este es uno de los efectos desastrosos del aumento en la frecuencia y la intensidad de fenómenos meteorológicos extremos: olas de calor o de frío, sequías, lluvias torrenciales, inundaciones, vaguadas, deslaves, fuertes nevadas, violentos huracanes, ciclones y tifones. Todo ello amenaza la seguridad alimentaria por la disminución del rendimiento de las cosechas y la pérdida de hábitat por las inundaciones y los incendios. Muchos de estos efectos persistirían no solo durante décadas o siglos, sino inclusive por decenas de miles de años
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Los conflictos bélicos: el 60% de las personas que sufren hambre en el mundo viven en zonas azotadas por la guerra y la violencia. La carrera y le innovación armamentistas que he descrito más arriba demuestran que el afán belicista seguirá avanzando, y siempre habrá el temor de que se desate un conflicto nuclear, al menos mientras existan las armas nucleares.
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El fenómeno migratorio. Los millones de personas que se desplazan por el mundo desde distintas latitudes, huyendo precisamente de las guerras y la miseria, inciden en el aumento del hambre humana en el planeta. La cifra de migrantes seguirá creciendo en 2023.
Los sempiternos fracasos de las propuestas utópicas y el fortalecimiento incesante de los factores que causan la infelicidad generalizada de la humanidad auguran tiempos tormentosos. Por supuesto, deseo como la mayoría que encontremos el camino hacia un mundo aunque sea un poco más feliz, pero en realidad lo veo más como una ilusión que como una convicción. La verdad es que creo, y así lo he dicho y lo reafirmo, que estamos al comienzo del apocalipsis.
NOTAS
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Ortega, Pere. "Hacia una nueva guerra fría". publico.es. 25/12/2022
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Fernández, Alberto: "Queremos un capitalismo que invierta, de trabajo y genere desarrollo". Política29, marzo 32022
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"El discurso de Gustavo Petro: ‘Vamos a desarrollar el capitalismo en Colombia. No porque lo adoremos’". cnnespanol.cnn.com, 19/06/2022
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"Lula dice que fue socialista y ahora conduce país capitalista". ambito.com.ar, julio 2007
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Ibid