El ascenso de las nuevas derechas ya no genera sorpresas en el mundo. Confirma una tendencia de las últimas décadas, que incluye su captura de varios gobiernos y su presencia como actor corriente del sistema político.
La oleada de proyectos reaccionarios canaliza parte del descontento generado por la globalización neoliberal. Recepta con mensajes contestatarios, el hastío suscitado por un modelo que multiplicó la desigualdad, el desempleo y la precarización laboral.
La ultraderecha acusa a "los políticos" de los males que afectan a la sociedad, pero se excluye a sí misma de esa responsabilidad. Despotrica contra presidentes, legisladores o simples empleados públicos, encubriendo al poder económico, judicial y militar que genera los sufrimientos populares.
Sus líderes despliegan un discurso demagógico que disimula su complicidad con esa regresión. Jamás resistieron el deterioro del nivel de vida popular que impuso el capitalismo neoliberal, ni batallaron contra la desestructuración social que generó ese esquema (Palheta, 2018).
Se han montado en la erosión del sistema político, para lucrar con el generalizado descreimiento en los partidos tradicionales. Propician la irritación contra las víctimas de la crisis, para facilitar la perpetuación de los privilegios de las clases dominantes.
PERFILES, CREENCIAS Y POSTURAS
La nueva derecha surgió inicialmente en Europa resucitando los discursos xenófobos del nacionalismo. Adoptó las banderas del soberanismo regresivo de las regiones prósperas, que no quieren compartir los recursos fiscales con las zonas retrasadas.
También empalmó con el renacimiento de las religiones, el repliegue identitario y la añoranza por las conquistas perdidas. Esa nostalgia de un pasado mejor fue transformada en un persistente odio, contra los sectores acusados de causar las desgracias actuales. La ultraderecha no sitúa en ese banquillo a los capitalistas, sino a los segmentos populares más desprotegidos. Concentra toda su artillería sobre esas minorías y supone que la sociedad armoniosa del pasado ha sido corroída por la indeseada presencia de estos grupos (Forti, 2021).
Con esa distorsión de la realidad exculpa a los potentados y ataca a los inmigrantes que escapan de las guerras o del despojo agrario. Exige la persecución de las víctimas de esas tragedias, criminalizando su desesperada huida con más deportaciones, campos de concentración y militarizaciones fronterizas.
La ultraderecha omite la hipócrita utilización capitalista de esas desventuras para abaratar la fuerza de trabajo. También silencia la inoperancia de sus promocionadas penalidades para contener la explosión de refugiados que generan las guerras del imperialismo. El número de esos desamparados ya supera los 70 millones de individuos (Larsen, 2018).
Los derechistas europeos han reemplazado el viejo antisemitismo por la nueva islamofobia. Descargan contra el mundo musulmán la misma furia que sus antecesores dirigían contra los judíos. En esta asociación de lo extranjero con la corrosión de la identidad nacional, el hebraico bolchevique del pasado ha sido sustituido por el terrorista árabe (Traverso, 2016).
En las metrópolis, la derecha reactiva los viejos prejuicios del colonialismo. Anuncia un dramático reemplazo de la población blanca por otras variedades étnicas, para impedir el acceso de las nuevas minorías a los cargos más apreciados del empleo estatal. En todas partes difunde la misma campaña de crispación, para justificar políticas autoritarias contra los sectores sumergidos.
Comandan, además, una reacción neo patriarcal contra los derechos conquistados por las mujeres. Esa contraofensiva es proporcional a la exitosa gravitación del feminismo y a la traumática reestructuración contemporánea del entorno familiar. La nueva derecha añora la vieja y sacudida estabilidad del patriarcado (Therborn, 2018).
Las vertientes libertarias de ese conglomerado tuvieron gran protagonismo durante la pandemia, en su batalla contra las vacunas y los pases sanitario. Lanzaron advertencias delirantes contra una satánica elite gobernante, que buscaría aterrorizar a la población mundial mediante enfermedades imaginarias.
Ese tipo de creencias insólitas permea a toda la ultraderecha del siglo XXI. Su evaluación de la pandemia como un simple invento se nutre del negacionismo climático y de la reacción conservadora contra el movimiento ambientalista.
Pero lo novedoso es la presentación de su cruzada como un acto de rebeldía, junto a una intensa defensa de los principios conservadores (Lucita, 2023). En los hechos retoman los viejos imaginarios tradicionalistas con un tono de indignación y poses contestatarias. Coquetean con lo excéntrico para enmascarar su adhesión al status quo.
Los derechistas radicalizan los postulados del neoliberalismo en la inconsistente modalidad del anarcocapitalismo. Ese concepto es un contrasentido, puesto que reivindica un ideal de plena libertad, bajo un sistema que funciona con estrictas normas de regulación estatal.
Pero en ese combo de conceptos la ultraderecha nunca pierde el hilo conductor de su estrategia: culpar a los más desposeídos por las desgracias que sufren los asalariados y la clase media. Esa política de enemistad con los humildes y justificación de los poderosos es el plan B del capitalismo, frente a la aguda crisis de las formas convencionales de dominación.
Al igual que sus antecesores, los derechistas contemporáneos están atravesados por una irresuelta tensión entre vertientes extremas y tradicionales. Las corrientes ofensivas disputan con las defensivas y los promotores de la acción virulenta rivalizan con sus pares meramente transgresores (Mosquera, 2018). En esas disidencias, el amoldamiento al status quo coexiste con incursiones audaces y aventureras.
La toma de edificios públicos por bandas movilizadas es la operación más impactante de las vertientes agresivas. El asalto al Capitolio en Washington (2021) y la ocupación de los Tres Poderes en Brasilia (2023) han sido los actos más resonantes de una escalada, que también incluyó simulaciones del mismo tipo en Paris (2018), Berlín (2020), Roma (2021) y Ottawa (2022) (Ramonet, 2023).
Esa secuencia indica un modus operandi compartido por un sector que combina el mensaje reaccionario con la exhibición de fuerza. Su captura por un brevísimo tiempo de los lugares más emblemáticos del poder político es la antítesis de las revoluciones populares, que derrocaron monarquías, tiranías o dictaduras en los últimos dos siglos. En lugar de coronar una dinámica de emancipación apuntalan proyectos contrapuestos de opresión totalitaria.
AMOLDAMIENTOS EN EUROPA
La nueva derecha despuntó con fuertes avances electorales en Europa, pero no logró hasta ahora un status dominante (Löwy, 2019). El descontento que genera el ajuste impuesto por la unificación regional ha generalizado una frustración, que los derechistas capturan impugnando a Bruselas. Usufructúan de las reacciones nacionalistas que genera la gestación de una nueva estructura continental, sin la correspondiente identidad europea.
Pero esa canalización de malestares ya no es una novedad. Las corrientes pardas acumulan doce años de gobierno en Hungría bajo el comando de Orban, que encarna la mayor conversión de un dirigente liberal a la moda derechista. Con la bandera del cristianismo y el fomento del pánico identitario erosionó los derechos civiles, multiplicó el autoritarismo y convirtió a Budapest en un centro de peregrinaje del conservadurismo mundial (Sánchez Rodríguez, 2020). Los coqueteos de Urban con Pekín y Moscú no remueven sin embargo sus compromisos con la OTAN y las diatribas contra la Unión Europea no alteran su dependencia financiera de ese organismo.
Estas dualidades de la ultraderecha húngara se extienden a Polonia, dónde se ha consolidado un gobierno que recorta los derechos civiles, avasalla el poder judicial, bloquea el ingreso de inmigrantes y resiste la preservación del medio ambiente. Pero la retórica inflamada de sus gobernantes no se traduce en medidas acordes, cuando peligra el sostén económico de Bruselas. Los mandatarios de la oleada reaccionaria son muy pragmáticos y amoldan su gestión a las exigencias del establishment.
Esta misma adaptación se perfila en Italia con la llegada de una figura que reivindica a Mussolini. En los hechos, la ultraderecha italiana ha quedado totalmente incorporada al manejo de cuotas variables del poder estatal. Desde los años 90, Berlusconi y Salvini precedieron a Meloni en ese tipo de administración (Trucchi, 2022). Italia es la tercera economía de la Unión Europea, integra el G7 y actúa directamente en la OTAN. Por esa razón, seguramente la ultraderecha encontrará una adaptación al guion combinado de Bruselas y Washington.
Estas experiencias de gobierno son muy ilustrativas del rumbo transitado por los partidos reaccionarios. Su ejercicio del gobierno en algunos países, brinda la pauta de lo que podría suceder en las naciones dónde logran avances (Suecia) o sufren altibajos (Alemania, Austria, España).
Francia es el principal candidato a un ensayo de mayor porte. Cuenta con más variantes que el resto del continente y alberga un exótico conjunto de celebridades e influencers en las redes sociales (Febbro, 2022).
En todos los países del Viejo Continente la ultraderecha afronta dos contradicciones que no puede resolver. Por un lado, convoca a recuperar la soberanía monetaria sin moverse del euro y por otra parte, propone restaurar la soberanía militar sin abandonar la OTAN. Ambos contrasentidos retratan los enormes límites de esas formaciones.
LA CENTRALIDAD DEL TRUMPISMO
El trumpismo se ha transformado en el principal referente de la nueva derecha. Sus pares de Europa (Le Pen, Orban, Abascal Conde, Meloni) lo adoptaron como inspiración de los próximos pasos. Esa centralidad es coherente con la continuada supremacía norteamericana en el sistema imperial y con la pretensión estadounidense de recuperar la hegemonía internacional.
Los socios de Trump tantearon incluso la formación de una Internacional Parda para ratificar ese liderazgo. Ese ensayo de Banon fracasó, pero no ha sido archivado y podría renacer si persiste la primacía de Washington y la subordinación de Bruselas (Conroy: Dervis, 2018). La ultraderecha reproduce esa asimetría de la relación euro-americana, que choca con el legado chauvinista y el ostentado nacionalismo de esa corriente en el Viejo Mundo.
Esa primacía norteamericana también obedece a su mayor manejo de los nuevos instrumentos para manipular el electorado. Han demostrado gran capacidad para forjar el nuevo ecosistema comunicacional de la derecha 2.0. Se especializaron en difundir mentiras para convencer a sus seguidores y neutralizar a sus opositores.
A través de las redes sociales ejercen una influencia mental y psicológica sobre sus adherentes muy superior a la prensa, la radio y los medios de comunicación del siglo XX. En ese nuevo universo es más difícil distinguir lo cierto de lo falso, la realidad de la ficción o lo auténtico de lo manipulado. En ese ámbito la nueva derecha encontró un entorno favorable para difundir mensajes delirantes del más variado tipo.
También apuntalaron los experimentos de Cambridge Analítica para dividir al electorado en nichos estratificados y desarrollar estrategias de digitación, con mensajes micro focalizados en cada segmento (Serrano, 2020).
Pero ninguno de estos instrumentos alcanzó para evitar el fracaso de la presidencia de Trump. Los desenfrenos del magnate socavaron sus pretensiones autoritarias y esas falencias lo empujaron a su fallida toma del Capitolio. El millonario tampoco logró contener el declive internacional de Estados Unidos con agresividad discursiva, mercantilismo arancelario y desplantes geopolíticos. En los hechos, evitó poner a prueba el recortado poder de la primera potencia y disfrazó esas vacilaciones con pomposas bravuconadas.
Trump capturó igualmente a una masa plebeya descontenta con las elites globalistas de las costas y forjó una base electoral perdurable en torno al Partido Republicano. Aglutina numerosas variantes de una derecha, que combinan la manipulación institucional con la presión de las milicias racistas. Ha logrado reciclar todos los mitos del individualismo, revitalizando absurdas creencias en la genialidad (o excepcionalidad) de los estadounidenses.
Frente a la decepción con un presidente tan senil e inaudible como Biden, Trump apuesta a un segundo mandato. Pero no logró suscitar la esperada marea republicana en las elecciones de medio término. Los Demócratas mantuvieron más escaños en el Congreso que los imaginados y se quebró la pauta histórica de retroceso del oficialismo en este tipo de comicios. No hubo voto castigo, a pesar de la defraudación que generó Biden en el grueso de su electorado (Morgenfeld, 2022).
Los candidatos más alocados de la ultraderecha fueron derrotados en sus distritos, en un marco de gran reacción democrática contra la anulación judicial del derecho al aborto. Hubo un alto registro de votantes en muchas circunscripciones para sostener esa conquista (Selfa, 2022).
Este fracaso de Trump ha sido aprovechado por sus propios rivales para disputarle la próxima candidatura presidencial. Son personajes del mismo espectro reaccionario, con exponentes como el gobernador De Santis, que sustituyó la educación sexual en los colegios por un día de oración por las "víctimas del comunismo". En este escenario, el retorno de la ultraderecha a la Casa Blanca es por muy incierto.
SINGULARIDADES LATINOAMERICANAS
La influencia del trumpismo es muy visible en la ultraderecha latinoamericana. El resurgimiento de este último sector fue posterior a Europa o Estados Unidos y cobró fuerza durante la restauración conservadora (2014-2019) que sucedió al ciclo progresista.
Como en otras partes del mundo, afianzó su prédica durante la pandemia con inconsistentes discursos negacionistas y objeciones medievales a las vacunas. Comparte con sus pares del Primer Mundo las conductas autoritarias, la intolerancia hacia las minorías estigmatizadas y la recreación de una ideología conservadora.
Ha importado, además, las técnicas de manipulación de las redes sociales, con una agenda reaccionaria de intrigas y fake news implementada por pelotones de trolls. Transformaron la conversación y el contrapunto de opiniones en engaños, para fidelizar a un público cautivo. Multiplican de esa forma su captura de audiencias, viralizando discursos de pura intolerancia.
Con ese instrumental han logrado salir del encierro de clase que afectaba a sus antecesores elitistas y lograron territorializar parte de su actividad en el campo popular. Disputan actualmente presencia en sectores sociales que estaban fuera de su alcance, con posturas demagógicas basadas en la denigración del sistema político (López, 2022). Con esos pilares despliegan una presencia callejera mayor que sus colegas del mundo desarrollado.
La ultraderecha latinoamericana tiene determinantes muy específicos. Expresa, ante todo, la reacción de los grupos dominantes contra las mejoras obtenidas durante el ciclo progresista de la década precedente. No se limita a canalizar un genérico descontento con los efectos del neoliberalismo, sino que busca doblegar la intensa movilización social que prevalece en la región.
Por esa razón confronta también en las calles con todos los movimientos, partidos o figuras emparentados con algún ideario progresista. Este perfil reactivo y revanchista es la nota dominante de la oleada reaccionaria en América Latina (De Gori, 2017).
La tónica vengativa contra las experiencias revolucionarias (Fidel) radicales (Chávez, Evo) o progresistas (Kirchner, Lula, Correa) explica su odio a la izquierda y su apego a las modalidades clásicas del macartismo. Las diatribas contra la "amenaza comunista" han renacido con gran fuerza en el Nuevo Mundo y el discurso de la guerra fría es repetido con la misma puntillosidad del pasado.
La derecha regional desenvuelve, además, una agenda temática propia. La hostilidad a los inmigrantes o las persecuciones de minorías étnicas no ocupan tanto espacio, como las campañas contra la delincuencia. La demagogia punitiva, la exigencia de dureza policial y la convocatoria al uso generalizado de las armas son sus principales caballitos de batalla, en una región afectada por elevados niveles de violencia social (Traverso, 2019).
América Latina ha quedado al margen de los grandes conflictos bélicos, pero acumula un récord de violencia cotidiana, De las 50 urbes más peligrosos del planeta 43 se localizan en la región. El neoliberalismo ha generado un entramado mayúsculo de criminalidad. Añade a los viejos patrones de la marginalidad urbana, una novedosa interacción de mafias y redes del narcotráfico controladas desde Estados Unidos. El mensaje de orden represivo busca resucitar de añoranza por un pasado más tolerable.
NUEVA CRUZADA CON PRIMACÍA DEL NORTE
La ultraderecha regional repite el viejo recitado conservador contra "los políticos ladrones", ocultando sus propias fuentes de financiamiento. Cuenta con el apoyo de los grupos capitalistas beneficiados por el ajuste neoliberal y por eso aprueba en forma explícita el programa económico de esos sectores. No comparte el distanciamiento formal de sus colegas europeos del ideario neoliberal, ni su disfraz con ingredientes de xenofobia. En América Latina propugnan formas extremas de apertura comercial, liberalización financiera y desregulación laboral.
Sus principales voceros abjuran del viejo nacionalismo de la derecha, que resaltaba las virtudes del desarrollismo y del intervencionismo estatal (Petras, 2018). Ese abandono corrobora su total sintonía con la restauración conservadora que exigen las clases dominantes.
Los grupos reaccionarios cuentan, además, con el enorme sostén de muchas corrientes evangelistas. El vertiginoso crecimiento de esa comunidad ha puesto a la Iglesia Católica a la defensiva y ya tiene contundentes correlatos políticos. Desenvuelven intensas campañas contra la igualdad de género (Gatti, 2018) y han logrado que Brasil sea el país con mayor población pentecostal del planeta. Ungieron un presidente en Guatemala y formaron bancadas de legisladores en Chile, México, Colombia, Paraguay, Perú y Ecuador.
La subordinación al trumpismo es un rasgo generalizado en todas las vertientes de la región. El primer ensayo de articulación derechista en América Latina fue directamente diseñado por los asesores del magnate (Abrams, Rubio, Pompeo), que montaron el efímero Grupo de Lima. La estrecha y subordinada relación de Bolsonaro a Trump quedó corroborada en el refugio provisto por la Florida a los golpistas brasileños.
También el evento organizado por dos agrupaciones del conservadurismo estadounidense (CPAC, ACU) en México, retrató la primacía del Norte sobre sus pares de la región (Majfud, 2022). Llegaron al ridículo de exponer en la capital azteca, el mismo discurso antiinmigrante que propagan al otro lado de la frontera. El trumpismo no disimula sus exigencias de total sometimiento del Patio Trasero.
Los reaccionarios de Latinoamérica han buscado también una articulación con el falangismo español de Vox, para recrear el eje ideológico hispano-americano. Al discurso habitual contra el "peligro comunista", añaden la reivindicación de la conquista colonial y la consiguiente convalidación de la masacre de los pueblos originarios. En el debut de esa cruzada, el alzamiento franquista fue ensalzado y edulcorado con una alegre presentación musical ("Vamos a volver al 36").
Este alineamiento compite con los enlaces más tradicionales de la Ibero-esfera (un término que sustituye la alicaída noción de Iberoamérica). Ese nexo es motorizado por el Partido Popular español y los intelectuales ultraconservadores del Nuevo Mundo (como Mario Vargas Llosa). En este tipo de entrelazamientos, los derechistas latinoamericanos vuelven a sus raíces hispano-eclesiásticas, confirmando su ausencia de novedades sustanciales.
GOLPISMO RECARGADO
La oleada conservadora confirma que la derecha no se apaciguó, ni modernizó en América Latina. Las ilusiones en un comportamiento "civilizado" de este sector se están diluyendo, junto a la creciente influencia de las vertientes extremas de ese espectro (Campione, 2022).
La derecha sostuvo tradicionalmente todas las formas de violencia que utilizaron las clases dominantes para garantizar sus privilegios. Esa función era asegurada por el ejército a través de feroces dictaduras.
Los fracasos acumulados por esas tiranías y la fuerte oposición democrática a su reinstalación han reducido la viabilidad de esa receta. Para sortear esa limitación, la nueva oleada reaccionaria apuntala formas sustitutas del viejo golpismo.
El imperialismo norteamericano es el principal sostén de los regímenes autoritarios, que la ultraderecha refuerza con su ideología, sus aparatos y sus liderazgos. Ha estado particularmente involucrada en los complots del lobby de Miami contra Cuba y Venezuela, pero confronta con cualquier revuelta popular genuina. Recobró gravitación como instrumento de las elites para lidiar con esas protestas.
Esta funcionalidad para contrarrestar resistencias, acallar militantes y aterrorizar descontentos es su principal rasgo. Los derechistas han tomado nota de los levantamientos sociales, que en los últimos años desembocaron en triunfos electorales del progresismo en Bolivia, Chile, Perú, Honduras y Colombia. También registraron las victorias de movilizaciones populares más recientes en Ecuador y Panamá y los giros políticos en Argentina, México y Brasil.
La ultraderecha vuelve a escena para tantear respuestas reaccionarias a esos desafíos. La restauración conservadora no pudo sepultar el ciclo precedente y por eso ensayan otros rumbos, para desactivar la persistente lucha popular. Pero frente a tantas variedades de esa contraofensiva se impone también una clarificación teórica del sentido de ese espacio. Abordaremos ese problema en el próximo texto.
. 21-1-2023
RESUMEN
La nueva derecha canaliza el descontento con la globalización neoliberal encubriendo su complicidad con los atropellos patronales. Disfraza su conservadurismo con mensajes de rebeldía y culpa a las minorías desprotegidas por las desgracias que genera el capitalismo.
Las vertientes europeas no logran conciliar su discurso soberano con el sostenimiento del euro y la subordinación a la OTAN. El liderazgo trumpista de la oleada reaccionaria es coherente con el comando estadounidense del sistema imperial, pero arrastra varios fracasos.
En América Latina confrontan con las sublevaciones populares y el ciclo progresista. Repiten todas las imposturas de la demagogia punitiva y abjuran de sus antecesores desarrollistas, para defender el neoliberalismo y la sumisión a los dictados de Washington. Su gravitación confirma que la derecha no se apaciguó, ni modernizó.
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