J. Farías, economista, hijo de aquel viejo roble que se "caló" en la cárcel de Ciudad Bolívar todos los años que duró la dictadura de Pérez Jiménez, justo por hacer todo lo contrario que su descendiente hace ahora, defender los derechos laborales de los trabajadores con tenacidad, mee provocó estas reflexiones, para decir lo que siento, sin arañar ni mal gusto. Pese me incomoda ver a Fedecámaras, proponiendo aumentos de sueldos de 50 $ mínimo mensuales, para legalizar lo que ahora mismo hace, mientras ellos y sus agentes contratados y espontáneos, se cansan de repetir una lista de salarios en el mundo todo, donde los más bajos están entre 350 y 400 $. Mientras Farías, por lo que digo abajo, propone sigamos como estamos;que "las carretas corran tras los caballos" o "los venados tras los perros", y que la constitución nada demanda ni determina, sino es un poema que cada quien lo interpreta como le agrade y convenga. Lo mismo que hacía Herman Escarrá, en sus tiempos de antichavista, cuando jugaba a tumbar al gobierno y animar las guarimbas y ahora en este tiempo hace lo mismo, sólo que para el equipo contrario.
Antes, en algún espacio, he referido que Rómulo Betancourt, por aquella intemperancia verbal que le distinguía, tanto que ordenó aquello de "disparen primero y averigüen después", comentó con sorna que no había tanto que le gustase más a un "intelectual de izquierda" que un pasaporte, pasaje y un manojo de dólares para viajar a Europa. Yo diría lo mismo pero quitándole lo de "izquierda"; aunque tampoco es exactamente así, existen excepciones, como en todo y en este caso son la mayoría.
Fue en la época de cuando AD se dividió en dos toletes y de ella emergió AD-Izquierda y prontamente el MIR. También de cuando los escritores creían que sólo había valor literario en lo escrito, si eso se hacía en una mesa de un bar parisino o se mencionaba a alguna calle mortecina de la vieja ciudad que dio cobijo a grandes escritores. Una vez, un periodista, envió a un amigo un formato de entrevista, todavía vivíamos en Cumaná, a la orilla del Manzanares, para que llenase los espacios vacíos con las respuestas a las preguntas allí formuladas y, en el texto, aquel ridículo fingía conversar con su "entrevistado" a la orilla del Sena y no del río cumanés. Para ellos no era lo mismo hablar del Guaire, del viejo río, no de este de ahora que más parece en tránsito hacia la muerte, del Manzanares cumanés, no el madrileño o el Neverí, que hacerlo del Sena parisino. Más que aprender a escribir, quizás por razones de la lengua, como si lo hacían con razón los pintores, les interesaba se supiese que allá estaban escribiendo y no era lo mismo decir, "Desde la Tour Eiffel", o "desde las pequeñas ventanas de una buhardilla, de un edificio cercano a La pétite Fontaine", que "miro los pasos tristes y como macilentos del río Neverí". Decir esto, aparte del escaso valor de la frase, el sólo hecho de mencionar un río de por acá, del Oriente venezolano, hacía aquello balurdo. Para ellos, personajes como la "Pureta" que barría, sin costo alguno para el Estado, las calles de Barcelona y seguro en sí misma atrapaba una historia fascinante, nada significaban frente a cualquier desquiciado que transitase el barrio parisino de Montparnasse. Fascinaba contar historias escuchadas a otros sobre la vida de Edith Piaf, "la alondra de París". Por eso, los intelectuales morían por irse a Europa y una de las maneras de hacerlo, quizás la más expedita, si no se era hijo de gente rica, como fue el caso de Miguel Otero Silva, era pegándose a la ubre del gobierno.
Como dato curioso, mencionaré lo que alguien alguna vez comentó con toda la razón del mundo. Antes que AD se dividiese o naciese el MIR, los pocos carros que se hallaban en los estacionamientos de las distintas escuelas de la UCV, eran de algún que otro profesor. Después, esos espacios se llenaron de vehículos de estudiantes favorecidos por el gobierno de Betancourt para aplacar la fiebre izquierdista juvenil. Quizás fue aquello como un adelanto, muy particular y privativo de la "Misión Transporte".
Claro con Alejo Carpentier y "Los pasos perdidos"; luego con lo que llamaron el gran boom latinoamericano con García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes y poetas como "el paisano" Ramón Palomares, se tuvo otra visión.
Pero aquello que dijo Betancourt sigue teniendo sus adeptos. "Los académicos", de izquierda y derecha, siguen viajando por el mundo con su pasaporte, pasajes y manojo de dólares, dispuestos a decir lo que convenga, con tal haya quén cubra los gastos y haga las invitaciones. Por supuesto, "el academicismo", para algunos nada vale y se largan a decir no lo que se debiera, respetando las distintas visiones y versiones de lo que estudian, sino de acuerdo al interés o conveniencia de quién "gentilmente" invitó e hizo "el sacrificio". Lo más "equilibrado" que pudieran hacer es analizar el asunto, en este caso tratándose de Venezuela, y dependiendo quién se bajó de la mula y pudiera volverlo hacer para que el viajante siga viajando, es "mantener el equilibrio", comentando sólo una parte del paisaje. Es decir, hablar de un panorama con un colorido, tono y presencia de un lado. Del otro, como si partiésemos la pantalla en dos, la visión es distinta o mejor es otra imagen. Pero una y otra se complementan, tanto que la primera no se exhibe como es porque la otra en eso participa. Pero, por satisfacer "al paganini", como solían decir en los tiempos del "Techo de la Ballena", el analista invitado sólo habla de la mitad del paisaje. Depende quién haya pagado, invitado y hasta la tendencia del público escogido.
Eso sí. En ella se recrea y hasta luce objetivo, detallista y presuntamente dialéctico aunque haya cercenado la mitad de la vida. El "académico" ha hecho carrera de alquimista y a su "Mecenas" le interesa lo que como tal piensa sobre lo que pasa allá en el mundo del "Arauca vibrador". Su interés, el del invitante, es que se deje una imagen "equilibrada y hasta dialéctica" de aquello. El alquimista, que mucho aprecia el oro, pues intentando la transmutación de la materia que halle a su paso en ese apreciado metal, aunque sea para cubrir o justificar los costos del viaje y las satisfacciones que de ello se derivan, como ponerlo en una tarjeta de presentación o en eso tan feo que llaman el currículo, pasa por alto el resto del paisaje.
En su "dialéctica", que es como si tuviese las patas cambas, pues tira de un solo lado, satisface plenamente las expectativas y deseos de quien cubrió los gastos, se gana los aplausos y estimación de los asistentes al acto en el cual habló, quienes esperarán ansiosos por volverle a oír y al no juzgar o evaluar lo otro, deja si no complacido a otra parte del público, que bien pudiera estar allí o no, por lo menos no con pruebas o argumentos en las manos para que "os demanden". No saca conclusiones, como dije, no juzga, pero pone las bases para que sus oyentes lo hagan de acuerdo con sus intereses y se vayan contentos y cubiertas sus expectativas. Pues, es mejor no meterse en vainas, porque se acabarían las invitaciones y hasta el envío en delegaciones a explicar lo que pocos "entienden" y casi nadie está de acuerdo y hasta provoca enormes descontentos.
Si alguna verdad dijo Betancourt, un mentiroso contumaz, fue aquello de cuánto un pasaporte, boletos de pasaje y manojo de dólares entusiasman a muchos "intelectuales o académicos".