«La dinámica de la política está en manos de los perdedores». William Riker.
El reconocimiento de una derrota electoral es fundamental para el funcionamiento de la alternancia en el poder. Una elección ganada de forma abrumadora, o incluso no reconocida, constituye un peligro inédito, donde una sombra negra se cierne sobre el país liberado por Simón Bolívar del yugo español, ante los ojos atónito del mundo, que sigue el desarrollo de nuestros acontecimientos políticos, que ha provocado la emigración de más de 7000.000 de venezolanos.
La abrupta disolución del Consejo Nacional Electoral (CNE) ha echado abiertamente sombras sobre la transparencia de los próximos resultados electorales presidenciales del 2024, y de las primarias opositoras. En esta maniobra sobre el CNE, se habla de un presunto fraude masivo, o de la suspensión de las primarias opositoras, y de robo electoral. Aunque esto se ve muy asombroso, todavía no podría decirse que es una sorpresa.
Durante este pre campaña electoral de las primarias opositoras, estrategas políticos electorales nacionales e internacionales consultados, insisten en sus sospechas sobre el voto con la participación del CNE. Mientras en las redes sociales la principal rival opositora María Corina que polariza con Nicolás Maduro pide que el conteo sea manual, y su equipo de campaña comienza acciones de proselitismo electoral, y legal, el equipo de Maduro espera, con mayor comodidad la instalación del nuevo CNE.
Cualquiera sea el resultado de las primarias opositoras, el daño ya está hecho. Ya que las ultimas encuestas han eliminado de cuajo a los demás pre candidatos opositores. El peligro potencial es que sea una elección no reconocida; el peligro seguro para el otro polo, es que sea una elección masiva, y prístina. Los dos casos generaran una crisis que impactará en los residuos de los corruptos partidos opositores conocidos como los alacranes y, más importante aún, abrirá espacios para un régimen más democrático. Esta semana el mecanismo más básico, arbitral, y estructural de la democracia venezolana se ha puesto en duda: las elecciones, y el nuevo CNE.
Se trata de la última estación de un desgaste que lleva tiempo en el sistema político venezolano, que comenzó con la incidencia de acciones fallidas, en la Asamblea Nacional del 2015, y el crecimiento de las protestas sociales, en un país donde las válvulas de participación democrática, y canalización de reclamos han sido desbordadas. La corrosión politiquera tiene menos señales exteriores, que las visibles internas hoy, en el consenso de los perdedores.
La democracia es un juego político que reparte dos incentivos con igual importancia: victorias y derrotas. Requiere el compromiso de ambos para realizarse, y la aceptación de ambos para consolidarse. Cuando en el arte de la guerra se sostiene que «la democracia es un sistema donde los partidos pierden elecciones», en Venezuela todo este movimiento que analizamos apunta precisamente a esa dinámica. El compromiso democrático frente a un CNE transparente, y equilibrado es el de aceptar las derrotas. Reconocer que quien ganó no es un déspota, ni quien perdió un traidor apátrida. Ambos deben mantener el reconocimiento mutuo porque saben que en un desenlace del juego democrático, monitoreado por potencias mundiales, y con una victoria electoral con más del 60%, no habrá ganadores eternos, sino victorias o derrotas temporales, de acuerdo a la obra de gobierno.
De todo esto se desprende una presunción táctica: las derrotas no son dramáticas. Ya que el perdedor de hoy podría ser el ganador de mañana, la convivencia es tolerable dentro del marco de las leyes constitucionales. Esto debe ser muy consistente con la idea democrática, y es cierto en la mayoría de los casos, pero muy problemático en nuestras ultimas elecciones. Venezuela hoy es testigo de muchos cuestionamientos electorales nacionales y regionales; y donde se encienden nuevamente las alarmas con esta pretendida renovación del CNE a última hora. ¿Qué hemos aprendido de estos casos?
Valoración de la democracia venezolana. En primer lugar, sabemos que se ha generado un desgaste en la valoración de la democracia. Los estudios recientes dan cuenta de que los perdedores electorales muestran altos niveles de insatisfacción con la democracia, incluso cuando en elecciones regionales son reconocidos como legítimos ganadores. Así lo apunta la evidencia tanto en Barinas como en el Zulia. Las últimas encuestas en Venezuela en las primeras semanas de junio de 2023 se muestran, por ejemplo, que el 80 % de los votantes opositores se sienten satisfechos con el funcionamiento de la democracia, a través del voto automatizado o manual.
Sabemos que los mayores niveles de insatisfacción de los posibles perdedores electorales (según las encuestas recientes) no son por un malestar fugaz sino por una tendencia totalitaria que se mantiene de uno a otro ciclo electoral, que recrudece en las movilizaciones, con la actual polarización, y dificulta la construcción de consensos multipartidistas
Ojala que la sindéresis se imponga esta vez por la paz de la república, en este tema de las derrotas con protestas sociales, con el desconocimiento de los resultados, con el trillado pedido de recuento, pasando por efímeras denuncias mediáticas.
Todos los casos estudiados apuntan a que los perdedores tienen mayor propensión al pataleo poselectoral.
El desconocimiento este venidero año 2024, de un resultado electoral, representará un desafío para la reactivación económica de Venezuela. A futuro lo será para todas las inversiones por venir, la polarización que estamos observando no puede bloquear los términos de entendimiento entre las fuerzas políticas, se vuelen los puentes del diálogo público, y se exacerbe la emergencia de las fuerzas de choques fanáticas.