Prefacio de Ética y economía: Ensayos sobre Hegel de Diego Fusaro. Editorial Letras Inquietas (Cenicero, La Rioja, 2023). Edición a cargo de Carlos X. Blanco.
Hegel es objeto de condena en nuestros días. Si hacemos caso a los apóstoles de la "sociedad abierta", hay un demonio filosófico que es preciso exorcizar. Junto a Platón, y entre los más grandes, está Hegel, el gran filósofo germano, natural de Stuttgart (1770-1831): también él es el monstruo que los liberales Karl Popper y George Soros habrían deseado lancear, desparramando sus vísceras sobre un Mundo-Mercado totalitario, hoy en día triunfante.
Totalitario es el apellido que le ponen a Hegel aquellos que hoy, en realidad, precisamente representan la quintaesencia del totalitarismo: lo emplean cual sambenito los predicadores del globalismo, es decir, neoliberalismo, religión del Mercado, mundo sin fronteras… Los denostadores de Hegel son, en buen número, los verdaderos totalitarios de hoy. Cualquiera de esas denominaciones "globalitarias" –como diría Fusaro- recoge perfectamente el totalitarismo realmente existente y actual. "Totalitario" viene a representar la idea de un poder global, sin fisuras ni resquicios, que ahoga ab initio toda queja o disensión, que cancela la pluralidad y elimina espacios y recovecos de privacidad libre.
Los anatemas popperianos y sorosianos se lanzan contra un Estado que ellos entienden como Leviatán totalitario, un ente todopoderoso que anula al individuo y lo sojuzga. Pero el Mercado global, el Señor de la especulación financiera depredadora es el nuevo Leviatán. Y es el caso que el actual ensalzamiento del individuo desligado del Estado esconde la estrecha trabazón, la cadena férrea de índole económica, que une su "libertarismo" antihegeliano en relación metálica y palpable con el Mercado Global. Es este Mercado-Mundo el que proyectaron para un siglo XXI en donde el "dinero" ya no olería a patrias, y las fronteras -para el Capital- no existirían. El pueblo se quedaría con la farsa libertaria de una superación-abolición de los Estados. El pueblo se volvería siervo, sin legislación protectora, creyendo estúpidamente que el Capitalismo devendría –por su dinámica propia- libertario. Un Capital(ismo) libertario: menuda farsa.
Pero así, enterrando a Hegel, el Señor se convertiría en Señor Absoluto, vendiendo humo y chatarra ideológica: pues el fin de los Estados supondría el advenimiento de la "gobernanza mundial". Las entidades globalistas autolegitimadas –empezando por la propia ONU, y terminando en el Foro de Davos, el FMI, el BM, etc.- actuarían como verdaderos Gobiernos Planetarios que meterían, a no tardar, a todos los pueblos de la Tierra en el mismo cepo.
Era preciso acabar con Platón y con Hegel: así lo decretaron los neoliberales Popper y Soros, los ideólogos de la "sociedad abierta". En suma, a los Señores del Dinero les era preciso, perentorio, vital, acabar con la Filosofía. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que Platón y Hegel son portadores de ideas incompatibles con el totalitarismo mercantil y neoliberal. Portadores de la semilla de un rescate posible de la Humanidad entendida debidamente, esto es, como sistema de comunidades orgánicas de seres racionales y arraigados. Los dos gigantes del saber filosófico, Platón y Hegel, nos enseñan (así como sus respectivos "hijos" intelectuales, gigantes ellos mismos, a saber, Aristóteles y Marx) lo fundamental para el advenimiento del hombre libre, entiéndase, la Comunidad.
¿Qué enseña Hegel y qué es objeto de condena por parte del neoliberalismo?
Primero. Hegel, así como los otros gigantes y campeones de la Filosofía no liberal (toda verdadera Filosofía es antiliberal) enseñan que el hombre es un animal comunitario (zoón politikón). No es un átomo aislado, discreto. No perdamos tiempo disimulando nuestra tesis, ella misma hegeliana: la corriente principal de la filosofía política anglosajona es una mentira y una monstruosidad. El "hombre lobo para el hombre" (Hobbes) es un adelanto de la selvática y sangrienta era capitalista: aprovecharse del congénere, beber su sangre, violarle, robarle y esclavizarle… para que luego exista "riqueza". No es verdad que de los vicios surgen virtudes (Mandeville), sino de los crímenes más atroces. La tolerancia lockeana siempre fue selectiva, y su presunto rechazo del absolutismo implicaba la construcción de un absolutismo económico burgués más sutil y aplastante. Pero luego viene Hegel e impugna toda esta patraña liberal, incluida la "mano invisible" de Adam Smith. Conocedor de la Economía Política inglesa, el de Stuttgart niega la mayor. El hombre, como ya supieron ver los griegos, es el animal comunitario por excelencia. Humanidad significa vida racional y despliegue del espíritu y de la vida ética en la Comunidad Orgánica. Y los lazos que unen a los individuos haciendo que esos mismos sean posibles ontológicamente, es un lazo que en la tradición cristiana cabe denominar amor. Es un lazo ético. Lo natural en el hombre es ser comunitario. La ontología del ser social fue descubierta por este "Aristóteles contemporáneo" que fue Hegel. En la propia pareja monógama y heterosexual, la asociación orgánica –y no sólo ni principalmente contractual- de dos personas que se aman, ya resplandece de manera cegadora lo específicamente humano: el lazo ético-amoroso, el vínculo que aboca naturalmente a la procreación, un nexo suprabiológico (pues el hijo implica crianza, cariño y cultura) a partir del cual, dialécticamente, se despliegan las instituciones netamente humanas: la familia y la polis. Ese amor familiar es la antesala ética y lógica de la ciudad.
La terrible "Sociedad Abierta" que nos preparó la mentira liberal y anglosajona no es sociedad: es agregado de átomos discretos, egoístas (sin amor) que aminoran sus "compromisos" con el otro, con el semejante (sustituir hijos por mascotas, cónyuges por amantes ocasionales, identidades reales por "asignaciones culturales" y "autodeterminación de género"), etc. Pero en cambio se mantiene incólume en este mundo terroríficamente "abierto" el compromiso fundamental: el del nuevo Siervo ab-soluto (lo cual significa "suelto", desligado) con un Otro: el Señor, que ya no es un ricacho fumando habanos y luciendo chistera, el viejo patrono manchesteriano, sino mucho más, algo sumamente terrible y totalizador. Lejos de la figura de un empresario como prosopon de Capital, o la máscara humana que encarna una relación social (eso es, en puridad, el Capital), el Señor es un tirano global, planetario, anónimo amo que opera de acuerdo con la vieja divisa: divide et impera. El Siervo de hoy, por su parte, está dividido en átomos discretos, ya no sabe fundar familias ni poleis, y es hoy, en el siglo XXI occidental, más débil que nunca.
Segundo. Los neoliberales y globalistas, que son furibundos antihegelianos, enseñan que el Estado, en última instancia, es malo. Nunca reconocen que el Estado, con sus marcos legislativos que potencialmente pueden ser protectores de los pueblos, puede llegar a ser un baluarte contra ese salvaje "Mundo sin Fronteras". Nunca admiten que un Estado popular defiende la producción nativa y a la clase trabajadora autóctona. Su marco legislativo y su disciplina interna, dotándose de medios coactivos para la defensa de los pueblos, puede evitar que la sociedad se sumerja en una biocenosis incontrolable, en donde los capitalistas depredadores se enseñoreen del planeta y de los cuerpos y mentes de los hombres, arruinando conquistas sociales (sanidad, cultura, educación, calidad de empleo, redes de asistencia y solidaridad…). Acusan a Platón y a Hegel de "estatalismo", y éste concepto, de su parte, lo asocian tenebrosamente al totalitarismo del siglo XX: Hitler y Stalin. Los filósofos de linaje dialéctico, desde Platón hasta Hegel y Marx, serían padres intelectuales de la Estatolatría, es decir, del culto a un Estado divinizado que aplasta al individuo. Mentira, pura mentira.
Hegel, debidamente estudiado, habla por sí mismo. Su lenguaje no es siempre sencillo, pero una vez adquirido, el Todo se entiende, y en el Todo la verdad se hace manifiesta. Hegel, al partir de la dialéctica descubierta por Platón y al tomarse plenamente en serio la definición aristotélica del hombre como zoón politikón, disipa el humo atomista de los Popper y Soros. La misma emergencia de un mundo multipolar, donde el Sur Global se desembaraza del colonialismo occidental, donde los países emergentes redescubren el papel de los Estados como vehículos del pueblo y para el pueblo, será una prueba de que Hegel llevaba razón. Razón que, hegelianamente, no es sino coherencia. No es sino despliegue del Espíritu que se hace superior en base a luchas emancipatorias, conquistas, resistencias, avances objetivos entre mil retrocesos coyunturales. El Hegel de Fusaro es el Marx antes de Marx, es el comunitarismo de hoy en el lenguaje metafísico del XIX, y también es el resplandor de la Filosofía en medio de la noche neoliberal, brutalmente "libertaria" y atomista.
Un maestro del siglo XXI para comprender a un maestro del XIX. Me enorgullece poner estas breves líneas delante de la tersa, viril y demoledora prosa fusariana. Aquí no me demoro ya más con mi presentación de esta esencial herramienta de liberación que es el libro de Diego Fusaro sobre G.W.F. Hegel. Su aparición en lengua española quizá forme parte de la propia dialéctica del mundo. Si los vientos soplan en dirección favorable, toparán con velas ya desplegadas.
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