Estas notas se escriben con el interés de que puedan ser escrutadas e incluso criticadas por las limitaciones que pueden encerrar, porque cada vez estamos más convencidos del “diálogo o intercambio de saberes”.
Un introito
El escritor italiano Umberto Eco, en su novela, La misteriosa llama de la reina Loana, comienza con una pregunta: “¿Y usted cómo se llama?”, y a partir de allí todo se desarrolla en la búsqueda de la identidad de Giambattista Bodoni, Yambo, para los amigos, hombre de sesenta años, quien, al despertarse una mañana en una cama de un hospital, es incapaz de recordar a su mujer y a sus hijos, su profesión, ni dónde vive y cuáles son sus gustos a la hora de comer y de beber.
Ha perdido por completo la memoria personal, la más ligada a las emociones, y en cambio conserva intacta la memoria histórica, así que sabe muy bien quién es Napoleón, pero ve su propia vida como si acabara de inaugurarla. Para ayudarle en su proceso de recuperación, su esposa, Paola, insiste en que pase una temporada en el caserón de Solara, un pueblo en las colinas piamontesas.
Toda la novela es precisamente la reconstrucción del pasado de Yambo para llegar a saber finalmente quién es, en otras palabras, es la búsqueda de su identidad, de su ontología.
Tomando como referencia ese relato, intentaremos dibujar una suerte de metodología para el pensamiento crítico revolucionario, porque hay quienes dicen ser críticos, pero se quedan atrapados a atrapadas en una vida dicotómica.
Friedrich Nietzsche, en Así hablaba Zaratustra, plantea la metáfora de las tres transformaciones para explicar el superhombre. Una sería la etapa de la negación, luego se encuentra la etapa de la crítica y finalmente la de la creación. En este sentido, se encuentra, primero, el camello, que se expresaría así: Somos quienes llevamos una carga, un tormento, un esfuerzo diario orientados hacia el desierto infinito, ahondando hacia el camino insuficiente de mis deseos y anhelos inalcanzables desde mi postura débil y afligida. Se podría ver al desierto como una vida con hastío y desidia que sólo provee degradación. Luego, se encuentra el león, que plantea que llevando una carga atravesando el desierto, nos peleamos para dejar de asentir y nos esforzamos con fiereza por transformar nuestro paso por la vida, favorecer la mejor de las opciones y ser la verdad mientras se vive la mentira de la realidad. Finalmente, y, después, de atravesar el desierto aceptando la dificultad del peso de la labor y la dificultad de la vida, para posteriormente pelearse con la fuerza de un león para rebelarse ante tu destino, se decide finalmente olvidar para comenzar una nueva vida dispuestos a reinventarnos para ser el nuevo tránsito.
En ese sentido, se podría decir que, para Nietzsche, el superhombre es representado en la vida del niño porque es autónomo y libre de valores del pasado. Crea una nueva tabla de valores.
Este es el aspecto propositivo de Nietzsche, no se queda en la crítica, sino que hace una propuesta vitalista, que coloca la vida en el centro de la discusión. Asume los nuevos valores basados en la vida, no en un Dios del más allá. Esta es la etapa de la construcción, de la creación de la alternativa.
En la lucha contra la globalización, por ejemplo, es posible encontrar tres etapas o momentos. El primer momento, es aquella donde las distintas posturas niegan esta realidad. Aquí, es posible encontrar a los movimientos antiglobalizadores.
El segundo momento, sería el de los movimientos alteglobalizadores, los que la critican con mucha fuerza, la combaten y arremeten contra sus símbolos. Ejemplos de ello fueron las acciones contra los McDonald’s o Wendys.
El tercer momento, sería el de la creatividad y, sobre todo, de la construcción de un proyecto revolucionario. Es la alternativa ante la globalización. Aquí se encontraría la discusión entre la “calidad de vida” y “el vivir bien”, por ejemplo.
El Pensamiento Crítico Revolucionario (PCR).
En el terreno del conocimiento y desde la perspectiva del pensamiento crítico revolucionario, la primera etapa o momento sería la negación, que sería, por ejemplo, negar la supremacía del positivismo, que establece una suerte de primacía del sujeto. Luego, se debe trascender ese paradigma positivista, dar cuenta de la complejidad, en los términos planteados por Edgar Morin y la transdisciplinariedad de Basarab Nicolescu para construir y transformar. Esta etapa se podría llamar alter positivista, esto es, una postura crítica, no de rebaño, respecto a ese pensamiento dominante.
Finalmente, debe llegarse a la tercera etapa o momento, es decir, no sólo hacer la crítica sino construir una nueva forma de pensar y actuar, esto es, construir la ontología del pensamiento crítico revolucionario. Nada fácil, por cierto.
Adelantamos que un pensamiento crítico revolucionario pondría el énfasis en la relación dialéctica entre el sujeto cognoscente y el objetivo cognoscible y, como resultado de esa relación, se encontraría el conocimiento. Esto es, no está ni en el sujeto ni en la realidad, sino en su relación. El sujeto y el objeto son agentes de investigación, ambos se encuentran en constante transformación.
Sus características
Ontológicamente, el pensamiento crítico revolucionario trasciende el fenómeno, va al nóumeno, parafraseando a Immanuel Kant. Por eso, más que inmanente es trascendente. No mira sólo los árboles, sino que penetra en el bosque.
Epistemológicamente es un pensamiento revolucionario, acude al marxismo como su fuente nutricional.
Desde el punto de vista metodológico, el pensamiento crítico revolucionario utiliza el análisis integrado, relaciona todos los ámbitos de competición social, como diría Pierre Bourdieu. El conocimiento no es el producto de una ruptura epistemológica de ambos agentes, sino más bien el resultado, entendido en los términos de praxis, que vincula dialécticamente la teoría y la práctica.
El pensamiento crítico, ante una realidad compleja, aplica el pensamiento complejo, por tanto, no es monosílabo, no puede ser yoísta, egocentrista; tampoco binario, es decir, no ve la vida, la sociedad, el mundo, en blanco y negro, en bueno y malo; o en Dios y el Diablo. El pensamiento crítico revolucionario está convencido, más bien, que existe el gris, pero también otros colores.
Por ejemplo, los gringos son binarios; sostienen que ellos están destinados por la providencia a llevar la libertad, la democracia y los derechos humanos al mundo. De allí que, el historiador estadounidense, Morris Berman, nos hable, en un folleto denominado Localizar al enemigo, del concepto de la “identidad negativa descrita en el opúsculo “El amo y el esclavo” de Friedrich Hegel, para describir cómo se ha caracterizado la Política Exterior de los Estados Unidos desde siempre.
El pensamiento crítico revolucionario es dialéctico porque acude a la contradicción como elemento consustancial de la totalidad del ser, pero también es analéctico, en los términos planteados por la Filosofía de la liberación, desarrollado por pensadores como el teólogo Juan Carlos Scannone, el filósofo Enrique Dussel y el antropólogo Rodolfo Kusch.
Definitivamente, hay que saber tener oídos, o sea, hay que saber “escuchar” la voz del otro; es decir, trascender la fenomenología, incluso la dialéctica, y buscar construir otro marco categorial desde el cual sea inteligible esta voz que me cuestiona, que en primera instancia es sólo un grito o un reclamo y que cuestiona la certeza de la ontología de la subjetividad moderna (La otredad y la alteridad). Es lo que en el texto ¿Qué significa pensar desde América Latina? de Juan José Bautista se llamaría la analéctica, esto es, pensar qué parte de esa dimensión de realidad que no está incluida en mi mundo y que es revelada únicamente a partir de la palabra interpeladora del otro.
El PCR, en termino histórico, acude a los tres tiempos verbales. Un poco en los términos planteados por Simón Bolívar, en Mi delirio sobre el Chimborazo: "Miro lo pasado, miro lo futuro y por mis manos pasa en presente” y también por Eduardo Galeano, en Las venas abiertas de América Latina: “La historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será”.
En términos axiológico, el PCR no debe ser dogmático, fanático y tampoco aplicar el “jalamecatismo”, como se decía en la época de Simón Bolívar. Tampoco debe ser adulante de ningún poder. Siempre asume posición, no es acéfalo, neutral y siempre lo hace por los “condenados de la tierra” como decía Franz Fanón. Y en un mundo de conflictos, en un mundo de víctimas y verdugos, la tarea de la gente pensante debe ser -como sugirió Albert Camus- no situarse en el bando de los verdugos.
El PCR, es subversivo y revolucionario, por antonomasia
Conclusión
-El PCR, transciende las posturas investigativas donde predomina un conocimiento científico parcelado, aislado, excluyentes y reduccionista.
-El PCR, rompe con el positivismo que ha predominado, que tiene respuestas para todas las preguntas y que tiene las llaves para todas las puertas.
-El PCR no asume la realidad como externa al sujeto; tampoco concibe que la ciencia es una verdad inmutable.
-El PCR, nunca puede sostener que el investigador es acéfalo, es decir, es neutral, y que cuando hace ciencia se plantea el ser, y cuando se plantea el deber ser hace política.
-El PCR, trasciende aquel razonamiento que se hace sobre la base sólo de los datos empíricos; que sostiene que la realidad puede predecirse y controlarse y que se fundamenta en el método hipotético-deductivo, en correspondencia con el paradigma de la simplicidad.
-Un pensador critico revolucionario, más que trabajar con hipótesis, lo hace, más bien, con tesis que pone en discusión y en diálogo permanente.
En definitiva, el PCR, lo es porque rompe paradigmas.
*Sociólogo, profesor titular jubilado de la UCV, Doctor en Ciencias Sociales, ex director de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV y analista nacional e internacional.