Pueblo, Política y Revolución Bolivariana

Sábado, 20/01/2024 06:04 AM

Comienza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos.

Albert Einstein

 

El ejercicio de la política no puede ser concebido como una sucesión de momentos estancos. Hacerlo de esa manera, impide concebir el hecho político como un proceso dialectico; sujeto, permanentemente, a cambios.

No tenemos la pretensión de introducirnos en las profundidades epistemológicas de la teoría política, ni de las razones que explican por qué se le considera parte de las ciencias políticas. Digamos, simplemente, que la teoría política es el "estudio valorativo de las sociedades políticas". Por lo que, imaginar la política como un concepto -y como una praxis- que trasciende su, casi exclusivo, relacionamiento con el poder, será posible si lo hacemos a través de la exploración de nuevos aspectos gnoseológicos que le confieran una mayor y más actual dimensión. Solo así, la teoría política podrá dar respuesta a los problemas políticos que ocurren en la actualidad como el calentamiento global, el armamento nuclear con fines bélicos, la afición guerrerista como mecanismo de dominación, el desdén por la paz, el crecimiento de la desigualdad, la inequidad, las injusticias sociales, la fetichización de la democracia; todos ellos, problemas que la teoría política y la praxis política tradicional no ha podido (ni podrá) resolver.

Imaginar una nueva política requiere:

  • Desechar todo determinismo y reduccionismo conceptual.

  • Estimular el ejercicio de un libre pensamiento, creativo, crítico e impugnador de las "verdades" establecidas como principios absolutos.

  • Concebir el poder, la verdad y el otro desde una perspectiva ética, y no solo moral.

  • Descubrir cómo vamos a hacer para que los valores e instituciones, a partir de los cuales se estructuraron nuestras formaciones sociales, sean analizadas como la explicación de nuestra dependencia y subdesarrollo.

  • Hacernos de una visión distinta de la democracia, ésta no puede seguir siendo concebida sólo como un sistema político, debemos avanzar hacia una nueva concepción que la perciba como una cultura, como una forma de vida, como un proceso, por tanto, el ejercicio del poder, las políticas y la administración pública, deben ser concebidas de manera integral, en fin, como la democratización integral de la sociedad. Como democracia participativa y protagónica.

  • Profundizar y ampliar el debate, el dialogo, la búsqueda de nuevos principios que den explicación de lo que somos y lo que queremos ser.

  • Entender que somos pueblos con una diversidad y una heterogeneidad cultural que es en donde está nuestra identidad, por tanto, debemos pensarnos como pueblos diversos, pero no distintos.

  • La elaboración de un discurso multidimensional que, de explicación y respuesta a nuestros anhelos y expectativas, que ausculte nuestras fortalezas y oportunidades, que sea capaz de dilucidar nuestra limitaciones y capacidades.

Pues bien, es verdad que la tarea que tenemos por delante no es fácil. Pero, como bien lo dijera Don Simón Rodríguez: O inventamos o erramos, preferible es inventar.

Es por ello que, el establecimiento de una nueva relación entre pueblo y política debe conducirnos:

A concebir la sociedad como una comunidad, no desde la perspectiva organicista de la modernidad occidental, sino desde la perspectiva de que el hábitat social es el espacio natural en el cual el pueblo, no solo habita, sino que vive su vida.

A superar el carácter universalista de la cultura occidental, como única cultura, revísense los conceptos que conforman su discurso y veremos cómo estos han perdido legitimidad y pertinencia, ante una realidad nueva, que se estudia y analiza a partir de nuevos hechos, de nuevas realidades.

A imaginar cómo hacer para transitar del sujeto individual hacia el sujeto colectivo como el sujeto de la sociedad, estudiarlo como un problema ético.

A revisar lo que hemos llamado identidad cultural, hacernos de ella una concepción trascendente al etnocentrismo euronorteamericano, entendiendo que si bien es cierto nos hemos formado a partir de una diversidad étnica, y que somos pueblos con una gran heterogeneidad cultural; sin embargo, podemos construir un concepto propio del etnocentrismo, visto como elemento l de la condición de ser social de los seres humanos, que conforman una comunidad y que ésta se rige por un marco normativo que regula su funcionamiento.

Y es que, el propio concepto de ciudadanía deber ser revisado para darle una ubicación que sea más correspondiente con el surgimiento de nuevos actores sociales como los movimientos de inmigrantes, de género, ambientalistas, los pueblos originarios, se trata de avanzar hacia la formulación de un concepto de ciudadanía más integral y democrático.

Entender que la dimensión de lo público y lo privado hoy tiene una connotación distinta de la que tradicionalmente se le ha atribuido, dado que, el Estado no puede seguir siendo sólo el gendarme de la sociedad, el ente enunciador y regulador de los deberes y derechos de los ciudadanos, sino que debe ir más allá del carácter de Estado social y de derecho que tradicionalmente se le asigna, debe ser un Estado social de derecho y de justicia, entendida ésta como un principio a través del cual el pueblo pueda alcanzar su felicidad, su libertad, su emancipación.

Pues bien, se trata de un reto que debe conducirnos a un redimensionamiento profundo de la relación pueblo-política. La política no puede seguir siendo concebida solo como el ejercicio del poder, ello ha hecho de ésta un concepto de dominación. Se trata de repensar la política, mejor dicho, pensar la política desde una dimensión nueva, distinta a la que tradicionalmente se nos ha hecho creer que es su objetivo.

Y es que, la política, no puede ser concebida como un fin, ella es un constante estar haciéndose, es un eterno comenzar. La política no puede ser separada de la sociedad, la sociedad toda es política. Por ello afirmamos que entre pueblo y política no hay fronteras que los separen. En un sistema verdaderamente democrático, el pueblo es el sujeto, y al mismo tiempo el objeto de la política; no hay política sin pueblo, ni política que no sea para el pueblo.

La separación del pueblo de la política no ha sido una simple casualidad. Es el producto de una concepción que considera la política como el ejercicio del poder; y que coloca el poder como algo difícil de alcanzar, lo ubican muy alto y muy lejano, por tanto, quienes acceden a él son seres superiores. Superioridad que va a ser legitimada a través del establecimiento de un marco institucional y de un simbolismo que lo justifique como normal y necesario, en donde la relación mando-obediencia aparece desprovista del carácter de dominación, de subordinación, de sumisión que tiene la misma; esa manera de ejercer el poder, es adornada por un conjunto de elementos simbólicos que hace creer que se está en presencia de algo natural, ya que el poder es una instancia, a la cual, no todos pueden acceder.

Justificación ésta que ha conducido a la exclusión del pueblo como sujeto de la acción política y que, al mismo tiempo, ha hecho de la democracia un sistema político no democrático, allí reside tanto el malestar por la política como por ese modelo de democracia que sienten nuestros pueblos y que, los venezolanos, estamos empeñados en transformar.

Ahora bien, ante las interrogantes acerca de ¿sí es posible construir una nueva relación pueblo-política?, nuestra respuesta es afirmativa. Y lo es, no por un falso optimismo, sino porque en el pensamiento global, y de manera particular en el venezolano, se vienen abriendo paso nuevas formas de pensar y concebir la realidad que viene emergiendo desde el comienzo del siglo XXI.

Y es que, si algo tiene pertinencia hoy, en el campo de las ciencias sociales y particularmente en la ciencia política, es abordar su discusión a partir de los cambios y nuevas concepciones que, en el campo de la Filosofía de la Historia, han venido produciéndose como consecuencia de la crisis de los paradigmas teórico-conceptuales heredados de la modernidad occidental.

En Venezuela avanzamos en la formulación de un nuevo modelo de desarrollo, en donde la relación pueblo-política se estructura a partir de un nuevo concepto de democracia, con un nuevo rostro, con una nueva figura, con una nueva razón de ser.

Lo edifica un nuevo liderazgo, con una visión integral de ella, en cuya formulación ha incorporado nuevos temas como la degradación ambiental; la discriminación de raza y sexo; la democracia participativa y protagónica; el nacionalismo; la hegemonía imperial; la construcción de un mundo multipolar; la división norte-sur; el desenfreno guerrerista de las grandes potencias, para hacerse de los recursos naturales; la industria militar, como base del crecimiento económico; superación de la pobreza, la inequidad y la exclusión, para lograr alcanzar la justicia social.

En Venezuela le otorgamos una nueva dimensión a la educación, la salud, al trabajo, a la redistribución del capital, como base para la formulación de una nueva concepción de las políticas públicas, que trascienda el asistencialismo. Nueva concepción que coloca las políticas públicas como políticas sociales; solidarias, de cooperación, en fin, se les dota de un sentido humano.

La justicia social es, de tal manera, el punto de partida a partir del cual los venezolanos formulamos nuestra nueva filosofía política. Le otorgamos una mayor importancia al Índice de Desarrollo Humano que al crecimiento económico, como indicadores que nos permitan medir y evaluar el avance de nuestros pueblos. Avanzamos, en definitiva, en el establecimiento de una nueva relación entre pueblo y política.

Pensar en la construcción del Socialismo de (y para) el Siglo XXI, nos exige formularnos nuevas utopías. En otros textos hemos dicho que las utopías deben ser entendidas como una crítica profunda del tiempo que vivimos y como una prospectiva creativa de un mundo mejor.

La utopía la entendemos como la cristalización de un grandioso descubrimiento, que forma parte de un imaginario colectivo que añora y desea la edificación de un mundo mejor, de una Venezuela mejor. Hemos dicho, asimismo, que no estamos hablando de la utopía de un mundo imaginario, de una Venezuela inexistente. No. Hablamos de la utopía concreta, de aquella que nos permite superar las barreras que impiden la construcción de una formación social venezolana diferente.

No hablamos de la utopía de aquellos que nos han llenado de escepticismo al proclamar la imposibilidad de cambiar, de transformar nuestras sociedades. Hablamos de una utopía llena de esperanzas. Que cuestiona los valores, los conceptos existentes, las verdades infalibles, los modelos que se han establecido para la organización social de nuestros pueblos. Nuestra utopía la inundamos de imaginación al atrevernos a pensar por nuestra propia cuenta, de mirar y evaluar los hechos sociales con nuevos ojos y nuevos conceptos. Es la hora de atreverse a pensar de manera trascendente, de superar todo reduccionismo y todo determinismo.

Como bien lo dijo Gabriel García Márquez, cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, en su discurso: "…, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra".

Pues bien, es en este marco teórico en donde ubicamos las propuestas que el Presidente Nicolás Maduro, para renovar, redimensionar y relanzar la Revolución Bolivariana, le viene presentando al pueblo venezolano. Reflexiones estas que nos recuerdan a Jean Paul Sartre, quien, al ser interrogado sobre su conducta política después del mayo francés (1968), dijo: "He cambiado dentro de una permanencia". El escritor galo, máximo exponente del existencialismo, confesaba la dialéctica de su vida y de su pensamiento. "Nadie se baña dos veces en las aguas de un mismo río", nos recuerda Heráclito.

Cuando en mayo de 2020, el presidente Nicolás Maduro anunció las medidas económicas para enfrentar, desde una nueva perspectiva, la crisis generada por las medidas coercitivas unilaterales, el bloqueo económico y la desestabilización política; así como, por el desacierto en la implementación de algunas políticas públicas, se produjo un gran alboroto y conmoción, en la opinión nacional e internacional.

Que se anunciara la apertura a la inversión privada en empresas del Estado; que el Presidente dijera que esa era la vía para alcanzar la "nueva prosperidad económica"; afirmara que, con estas medidas se estaban "echando las bases de una nueva economía del siglo XXI venezolano, diversificada, de alto componente tecnológico y de crecimiento sostenido, sostenible y generadora de bienes, servicios y riquezas, …", hubo quien lo vio como algo extremo.

Maduro se entregó al neoliberalismo; Maduro traicionó a Chávez, fueron dos de las acusaciones con que se condenó la rectificación política, el redimensionamiento de la Revolución Bolivariana.

Diversos analistas, por lo menos los más "sesudos", recurrieron a sus archivos en la búsqueda de datos que les permitieran dar explicación a lo que acababan de escuchar. Otros, quizás los más, se escudaron en la acusación vacía y superficial; recurrieron al adjetivo descalificador que les permitiera aparecer como los más "fieles", "los verdaderos", "los únicos" defensores del legado de Chávez. Pero, ambos, no lograban entender que, para superar una depresión económica, es esencial adoptar medidas concretas capaces de generar empleo e ingresos para el pueblo; que, lo planteado políticamente, es como impedir que la lucha social sea superior a la económica; para lo cual, es necesario reducir significativamente las desigualdades económicas y sociales de la población; y, entender, asimismo, que esta tiene que ser la mayor prioridad de un gobierno que se denomine revolucionario.

No entendieron que la edificación de un sistema económico, en el cual se priorice la justicia social, que el pueblo viva una vida digna, donde pueda hacer realidad las expectativas que, como ser social, tiene planteadas, resulta necesario –casi imprescindible- alcanzar la estabilidad de la nación.

Ahora bien, la discusión sobre el tema no es nueva, ni sencilla. Solo que, ahora debe ser abordada desde una nueva perspectiva. Desde una perspectiva que entienda que no existe una única forma capitalista; así como tampoco, una sola forma socialista. Que entienda que después de la presente crisis, el capitalismo podrá desaparecer como "sistema mundo", como sistema hegemónico; pero que, como modo de producción, no va a desaparecer de manera total. Que algunas de esas formas se metamorfosearán con formas no capitalistas de producción, incluso, se podrán generar novedosas actividades económicas en donde, lo público y lo privado, no se nieguen a priori.

Pensar el tiempo por venir de una manera distinta entraña grandes retos; y, estos hay que asumirlos con entereza y dignidad. Por eso, las medidas adoptadas por el Presidente Maduro, para enfrentar el estado de incertidumbre que se estaba apoderando de la sociedad venezolana, abrió nuevos caminos para alcanzar el objetivo de que el venezolano pueda ser feliz.

Es por ello que, conceptos como igualdad, libertad, fraternidad, solidaridad, cooperación, tolerancia, equilibrio ambiental, corresponsabilidad, desarrollo, para solo mencionar algunos, tienen que dejar de ser consignas. Conceptos estos que, teniendo su origen en el pensamiento político liberal, en el siglo XIX tuvieron una mayor carga cuestionadora del capitalismo que en el siglo XX; y que, en el XXI, no se termina de definir el rol que deben cumplir en el diseño de nuevos sistemas sociales a edificar. Que ellos son los principios fundamentales para el fraguado de un orden social en donde impere la justicia social, en aras de lograr la emancipación del ser social venezolano.

Pedro Henríquez Ureña decía que: "La utopía no es vano juego de imaginaciones pueriles…"; porque, es el pueblo quien, "mira al pasado y crea la historia; mira al futuro y crea las utopías". Utopía que, en el caso de la Revolución Bolivariana, es el resultado de un permanente e indetenible pensar y reflexionar. Única manera de construir futuro. De allí, el éxito político obtenido desde 1999, a pesar de las adversidades que se han tenido que enfrentar.

El Presidente Nicolás Maduro, le dijo a Ignacio Ramonet, el 01-01-2023, que: "… el camino nuestro tiene que ser liberarnos de la dependencia petrolera de manera definitiva, liberarnos del antiguo modelo capitalista rentista dependiente petrolero. Y trazar muy bien la ruta hacia la diversificación de la economía".

Por tanto, los venezolanos debemos enfrentar los retos del siglo XXI actuando de manera distinta, a como se hizo en la centuria precedente. Estamos llamados a imaginar y establecer un modelo de sociedad y un modelo de crecimiento, orientado a la satisfacción de las necesidades, materiales y espirituales del pueblo venezolano, que este guiada por una nueva racionalidad económica, que no esté "empujada sonámbulamente por una dialéctica de necesidades errantes y fuerzas ciegas".

Empeñados estamos en la construcción del socialismo venezolano. Debemos entender que, el principal objetivo de éste, no consiste en establecer la propiedad estatal absoluta de los medios de producción. Que no se trata, solo, de ser mejores administradores de ellos que en el capitalismo. Entender que el socialismo es un modelo de desarrollo distinto, que tiene otros objetivos, cuyo criterio no debe ser –únicamente- de carácter económico; sino, principalmente, humano. En fin, que entienda que el socialismo es un nuevo modelo de civilización.

Pero, sobre todo, que entienda que la Venezuela del presente, es otra. Que, seguiremos viviendo tiempos difíciles, dado que seguimos siendo sometidos a la agresión imperial, sin embargo, el nivel de incertidumbre es menor que el existente al inicio del año 2022. Que, si lo pensamos y reflexionamos con objetividad, nos encontraremos que son más los aspectos positivos que observamos en su horizonte, que las desdichas.

Es por ello que, los siete objetivos trazados por el Ejecutivo Nacional para convertir a Venezuela en Potencia, propuestos por el Presidente Nicolás Maduro el pasado 15 de enero, con motivo de la presentación de su Memoria y Cuenta correspondiente al año 2023, ante la Asamblea Nacional, "estarán enfocados en impulsar la economía, la expansión de la independencia plena y garantizar la seguridad y bienestar del pueblo, entre otros". Estos siete objetivos son:

1.- Economía. Apunta a la modernización de métodos y técnicas de producción para concretar la diversificación económica, inscritos en el nuevo modelo exportador.

2.- Independencia plena. Expansión de la Doctrina Bolivariana en sus dimensiones políticas, científicas, culturales, educativas y tecnológicas ante las amenazas que se ciñen contra Venezuela.

3.- Paz, seguridad e integridad territorial. Está orientada a perfeccionar el modelo de convivencia ciudadana, así como la garantía de la justicia, disfrute de los derechos humanos y defensa de la paz social y territorial. Incluye, asimismo, la salvaguarda y desarrollo de la Guayana Esequiba.

4.- Social. Acelerar la recuperación del Estado de Bienestar, las Misiones y Grandes Misiones en una estrategia que, al mismo tiempo, afiance los valores del socialismo.

5.- Política. Avanzar en la consolidación de la democracia directa con ética republicana a través de un profundo proceso de repolitización.

6.- Ecológica. Destinado a sumar acciones para combatir la crisis climática, promover consciente y proteger el pueblo del impacto ambiental, así como salvaguardar la Amazonía y las reservas naturales de la voracidad del capitalismo.

7.- Inserción y liderazgo de Venezuela en la nueva configuración mundial. Se plantea la reconstrucción de la integración latinoamericana y caribeña, fortalecer los BRICS y avanzar en alianzas estratégicas con países emergentes para contribuir con el nacimiento del mundo multipolar y pluricéntrico.

Pues bien, estimados lectores, en nuestro humilde parecer las ideas expuestas constituyen reflexiones que nos llevan a reafirmar lo dicho al comienzo de éste texto. La Revolución Bolivariana no puede ser concebida como una sucesión de momentos estancos. Ella, por ser un proceso político, profundamente dialectico, tiene su estar siendo y su dejar de estar, su dasein y su anti dasein,

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