Hablar de moral y ética es un tema bastante empinado, toda vez que por razones muy diversas el pueblo venezolano históricamente estuvo envuelto en una moral y una ética que no dimana del modelo socialista, sino que la hemos arrastrado desde la época del llamado modernismo que alumbró el capitalismo salvaje.
Dejemos que el propio guerrillero heroico Ernesto "Che" Guevara nos ofrezca una visión sobre la moral y la ética socialista de la revolucionaria y el revolucionario.
El Che actuaba como pensaba. Así lo dejó plasmado en su carta de despedida a sus hijos e hijas donde les dice:
"Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y ha sido leal a sus convicciones".
Durante toda su vida procuro ser coherente entre los principios que pregonaba y su modo de vida. De hecho, su mirada acerca de la sociedad socialista que había que construir no quedaba por fuera de su formación como revolucionario.
El Che entendía que una verdadera revolución no es sólo profunda en transformaciones económicas y políticas, sino que además, debe ir acompañada de una nueva moral y una nueva ética, de una nueva subjetividad, del desarrollo de la conciencia donde se construyen nuevos valores acordes a una sociedad basada en la cooperación y el trabajo común.
Desde la filosofía, la ética tiene que ver con el sentido del "obrar bien", de acuerdo a los valores morales que se establece para una sociedad concreta en un momento histórico determinado. No todas las sociedades tienen los mismos preceptos morales, porque no todas desarrollan los mismos valores. En la lucha por construir una nueva sociedad, libre de explotación y opresión, emancipada de las taras del egoísmo, la vanidad, el individualismo, se hace necesario construir esos valores y realizarlo en el propio proceso de destrucción de lo viejo y construcción de lo nuevo. Aquello que Antonio Gramsci consideró de la revolución una transformación, y al mismo tiempo una refundación moral e intelectual.
La lucha por el desarrollo de una conciencia que vaya avanzando en colocar los postes de lo nuevo necesita de ejemplos concretos para ofrecer ese horizonte de lo posible. Y es en esa idea que la vida del Che está atravesada por la búsqueda de la ejemplaridad permanente. Ya sea en la actitud durante sus viajes por América Latina, en la Sierra Maestra, en su rol de funcionario, o hasta en sus últimas batallas por expandir la revolución a otros países siendo consecuente con su internacionalismo.
Su ejemplo permanente es el de la humildad, la sencillez, la austeridad. Cuenta entre sus anécdotas, que en una reunión que analizaba un informe de una empresa de productos farmacéuticos en 1963, siendo Ministro de Industrias, había un termo con café sobre la mesa, y cuando se le preguntó al Che por qué no se servía debido a que se iba a enfriar respondió: "Caballeros, tienen que aprender muchas cosas, el café no alcanza para todos los que participan en la discusión del informe". Esta coherencia no era una pose, ni respondía a una vocación de sacrificio en sí mismo. Por el contrario, esa conducta sacaba del "más allá" una ética centrada en la igualdad, en la felicidad colectiva como objetivo de vida, en una conciencia profundamente humana que buscaba acercarse a lo mejor de lo humano.
Permanentemente buscaba ser ejemplo y conducta en cada momento. Pero también nos dejó señales de cómo encarar ese proceso de construcción de conciencia, de ética revolucionaria. Él mismo decía que había tenido que batallar contra sus propias miserias, contra sus propias contradicciones, que había tenido que "tallar" su voluntad como un artesano para poder responder a sus propias expectativas.
El estudio sistemático y la formación permanente forman parte esencial de esa tarea. Estudiar y formarse como modo de problematizar los aspectos a revisar y corregir de la propia acción, individual o colectiva. Pero el desarrollo de esa conciencia no era sólo estudio, como parte de la misma praxis, el Che entendía que debía orientarse el trabajo sobre la conciencia a través del trabajo voluntario.
Es fundamental también en este trabajo la práctica de la crítica y la autocrítica, sincera y rigurosa. Ese es otro rasgo del Che. No ejercía ni toleraba la adulación que es una herramienta que envilece. Autocrítico ante todo, no buscaba halagar o ganarse la buena predisposición de otros a costa de ocultar errores. Es necesario "conocer nuestras flaquezas para liquidarla y adquirir más fuerza". Es de revolucionarios asumir con honestidad los propios errores, desprenderse de vanidades, asumir las consecuencias de los propios actos y ofrecer la propia experiencia para poder reflexionar colectivamente frente a los desafíos y dificultades de la construcción del sistema sustentable socialista.
En una carta dirigida a Carlos Quijano: "El socialismo y el hombre en Cuba", puede encontrarse gran parte de su elaboración acerca de estos aspectos necesarios en la conformación del "hombre nuevo" (humanidad nueva, decimos hoy). Allí dice:
"Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo. De allí que sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Este instrumento debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo material, sobre todo de naturaleza social". Es por esto que el Che insiste mucho en las cualidades morales que deben caracterizar a los revolucionarios, estar a la vanguardia, para favorecer y apoyar a la clase trabajadora.
El Che sigue siendo fuente de inspiración para las nuevas generaciones del siglo XXI, esto es, el desafío de continuar su legado revolucionario, asumiendo las responsabilidades que demanda el socialismo, luchando por ponernos a la altura de las exigencias que implican nuestras propios objetivos. No se trata tampoco de colocar al Che en el lugar de la perfección, del modelo exacto sin debilidades o críticas, sino tenerlo presente como faro hacia donde deseamos caminar, incluso con sus errores, porque el Che es un compañero, un hermano mayor al que hay que salvar de convertirlo en Dios, ni cosa por el estilo, hay que resaltarlo como lo que era, un ser lleno de humanismo.
Para ser consecuentes con esto, hay que afrontar con humildad la tarea de construir organización política, estrategia revolucionaria, relación de fuerzas favorable a favor del pueblo, y a la par de esto, desarrollar nuestra propia ética revolucionaria y llevarla adelante en cada uno de nuestros actos. Ser conscientes también de que ese camino no estará exento de errores, de contradicciones que deberemos asumir, sin creernos infalibles. Porque el capitalismo y el imperialismo, no sólo producen mercancías y ganancias, producen una subjetividad acordes a sus propios valores que se expresan en el aislamiento, el individualismo, la inestabilidad, la inconstancia, el egoísmo, la envidia, la hipocresía y cuatro hojas más de etcétera. Construir una ética militante, será una de las mejores armas y una de las mejores defensas contra cualquier vacilación que el camino nos ponga por delante.
La revolución la hacen las mujeres y los hombres con una visión integradora, contextualizada, de la historia, sin apartarse de la condición humanista, en el entendido de que una revolucionario es el mejor entre la especie humana porque está dotado de "grandes sentimientos de amor", como lo dijo el Che.