En realidad no es un deseo repentino ni de ahora. Lo que sucede es que, como dice John Lennon, la vida es eso que te ocurre mientras haces otros planes… Y ahora, cuando tengo una edad muy avanzada, no es el momento de plantearse nada que suponga un cambio de nacionalidad y no sea la continuidad de una vida tranquila sin caer en la torpeza de asomarme al exterior de la vida pública española o internacional: por referencias y algún titular de vez en cuando, un enjambre de disparates, de atentados contra la racionalidad y la lógica elemental, y una patada tras otra al buen gusto del clasicismo en todas sus vertientes a que estoy acostumbrado. Hay un pensamiento, un buen gusto y una moderación que también son intemporales, diríase eternos, aunque las sociedades se empeñen en cambiar a velocidad de vértigo hacia, en realidad nadie sabe a dónde se dirigen. Y menos la española. Y menos sus dirigentes y quienes aspiran a serlo… Pero tampoco las nuevas tecnologías. Ni siquiera la ciencia médica que fluctúa entre dos extremos: hacer todo lo posible por contribuir a la buena salud de la ciudadanía y, empujada por los demonios que el sistema económico encuentra en el exceso de demografía, contribuir a un acortamiento de la vida poblacional…
El caso es que Portugal, desde la batalla de Aljubarrota en 1385 y la paz definitiva con Castilla en 1411, con la firma del tratado de Ayllón, no ha tenido convulsión alguna después de la dictadura de Salazar y la Revolución de los Claveles el 25 de abril de 1974. Ni siquiera el dictador Salazar es denostado por una gran parte de la población portuguesa. Lo que dice mucho en su favor. Su condición de abogado, economista y profesor es incomparable con la del dictador Franco, un militar de los pies a la cabeza.
Toda la historia de Portugal, tras el periodo inicial del Descubrimiento de América y la conquista se parece muy poco a la de los españoles y británicos. Sea como sea, el pueblo portugués es pacífico por naturaleza, su idiosincrasia se ve favorecida, pese a las diferencias que hay en toda sociedad, por sus escasos 11 millones de habitantes que facilitan una relación más cordial que la existente en países como España que le queda poco para alcanzar los 50 millones. Por otro lado, el clima, ése perturbador elemento ahora reinante en el planeta, no sufre los cambios tan bruscos que se dan en el resto de la península. Su proximidad al Atlántico suaviza de modo significativo a su atmósfera. Por último, el hecho de que Portugal no sea casi nunca objeto de la primera plana de un periódico, ni noticia, es una prueba rotunda de que se trata de un país ansiado por todos aquellos y aquellas que desean verse libres de los constantes y agresivos acontecimientos que menudean en España, aparte la distancia abismal generacional y la imposibilidad de una población cultural y educacional homogénea debido a sus ocho Planes de Enseñanza en los 45 años que lleva la nación en una monarquía y un sistema democrático de mínimos próximo a la farsa…