De nuevo Marx, a las puertas de la IV Guerra Mundial

Miércoles, 01/05/2024 02:19 PM

Se está librando la IV Guerra Mundial. No la III, según hizo el cómputo el gran Costanzo Preve (1943-2013), pues esta tercera ya tuvo lugar nada más rendirse el III Reich y el Imperio Japonés, llamándose "guerra fría" sin ser, en absoluto, fría. La III Guerra Mundial incluyó las matanzas yanquis en Corea, Vietnam, Iraq y tantos otros sitios. En Europa, para no ir muy lejos, incluyó el bombardeo de Serbia. Realmente estamos a las puertas de la IV:

"Este nuevo ciclo de guerras corresponde a una fase de privatización salvaje y financiarización del capitalismo, que pivotea la legitimidad del derecho internacional entre los estados surgidos de los tratados de Westfala de 1648, para abrir así un nuevo ciclo de guerras religiosas a escala mundial en nombre de una nueva religión militante, la religión de los derechos humanos y la democracia, producida por la secularización y la manipulación "atlantista" y "euroatlantista" de las religiones monoteístas distintas de la cristiana ortodoxa (…)" (Preve, De la Comuna a la comunidad, Ediciones Fides, 2019; p. 34, a partir de ahora las citas de Preve están tomadas de esta obra).

En esta cita se ponen en evidencia las coincidencias tan grandes entre Costanzo Preve y Alexandr Dugin. El propio proceso de desarrollo del capitalismo desata unas fuerzas que tienden a apropiarse de las "superestructuras" religiosas, viciándolas desde dentro, manipulándolas estratégicamente, pervirtiendo su mensaje original y acomodando su función a intereses geopolíticos espurios. El protestantismo resultó funcional desde el principio, fue la superestructura ideal al propósito explotador del modo de producción capitalista. El catolicismo, la otra gran corriente espiritual de Occidente, sólo llegó a ser plenamente funcional tras la derrota del Imperio Español en sus diversas fases: 1) Westfalia (1648), 2) Utrecht (1713), 3) Invasión napoleónica y masónica y desmembramiento de las Españas americanas (siglo XIX), 4) Agresión yanqui (1898).
El papel de las superestructuras es un papel –él mismo- estructural, constitutivo. Hungtinton, en su famoso libro "El choque de las civilizaciones" anduvo más cerca de la filosofía multipolar de Preve y de Dugin que cualquier otro marxista cándido que cree que la religión es (siempre y en todo lugar) "el opio del pueblo". Hay religiones que, dadas las fuerzas económicas y geopolíticas desatadas, se acaban convirtiendo no en adormideras sino en excitantes, como bien insistía Gustavo Bueno en sus clases en Oviedo: las religiones también son superestructuras capaces de despertar a las masas, a su liberación, a veces hacia su suicidio colectivo, a veces hacia el caos. No podemos hacer un tratamiento exento de la religión: éstas son instituciones y realidades sociales cuya función viene determinada por las condiciones basales (nivel económico y tecnológico, condiciones reales de la producción), geopolíticas y estratégicas. El catolicismo tomó vuelos anticapitalistas en la Iberoamérica del siglo XX, pero conservadores y hasta reaccionarios en la España y en la Europa del mismo periodo. El islam fue la base cultural de países árabes "no alineados", entre otras cosas no alineados con Estados Unidos en las experiencias nacionalistas laicas de Libia, Iraq, Siria, Egipto… hasta que el Imperio yanqui manipuló esa misma base religiosa y laica para destruir estos regímenes y crear fundamentalismos sumamente agresivos y peligrosos. Y se podrían dar más ejemplos. La religión es constitutiva del hombre y de toda civilización, cada una posee diferentes valores y cada uno de ellos, a su vez, puede recibir una "carga" manipulable por intereses nada espirituales.

Dugin sostiene que el mundo multipolar consiste en la existencia de grandes "imperios", esto es, Estados nacionales de grandes dimensiones (poblacionales, territoriales, energéticas) que de manera "natural" protegen y se dejan rodear de países más pequeños que pertenecen a su misma área civilizatoria, y cuyos destinos son compartidos por la nación madre. Son Estados-civilización: China, Rusia, India…frente a ellos se encuentra el "Occidente colectivo" capitaneado por la Anglosfera. También existen grandes áreas civilizaciones que, de momento, no acaban de cuajar en forma de Imperios: la negritud, el mundo árabe, la Hispanidad…Es evidente que el enfoque hungtingtoniano, creado en beneficio intelectual de la Anglosfera, identifica correctamente estos polos con civilizaciones dominadas por una visión religiosa indeleble, no obstante su etnocentrismo emanado de las cocinas intelectuales del Pentágono. En ese enfoque, Grecia, país cristiano ortodoxo, debería ser satélite de Rusia, y no de Alemania o los E.E.U.U., por ejemplo. Las superestructuras religiosas, en la visión de Dugin, sirven más como núcleo espiritual aglutinador de los grandes espacios "imperiales", aunque fallan en el análisis particular de los pequeños estados, sometidos a repartos contingentes de esferas de influencia tras guerras pretéritas (por ejemplo, el reparto posterior a la Conferencia de Yalta en 1945).

Preve adoptó una postura muy sana en materia religiosa, frente al ateísmo "comecuras" de los marxistas rezagados. La guerra ideológica y cultural entre ateos y creyentes es absurda en nuestros tiempos. En los siglos XVIII y XIX podía formar parte de las luchas emancipatorias, pero en el XXI el propio sistema capitalista tardío del Occidente colectivo es ateo de manera oficial y sustancial. La guerra contra las religiones, descontextualizada, es ridícula. Preve se plantea lo que encubre realmente el ateísmo: "Un individualismo extremo, una religión fetichista de la ciuencia, y una adhesión integral a la forma actual del hipercapitalismo" (Preve, p. 85).
El capitalismo tardío de Occidente lanza cruzadas antirreligiosas y promueve un ateísmo oficial en la medida en que las religiones tradicionales del pueblo supongan bolsas de resistencia a sus propósitos individualistas. El ateísmo oficial se combina con la promoción de religiones alógenas (como para Europa es el islam), a las que se les beneficia con ayudas económicas, permisividad ante la apertura de mezquitas y prédicas peligrosas, así como todo tipo de estímulos y facilidades migratorias para los fieles de esta confesión, etc. No se trata, en absoluto, de que el capitalismo haya cambiado sus preferencias dogmáticas y vea en el islam más afinidades para el bien de sus engranajes que en el cristianismo. Nada de eso. Se trata de de que la propia diversidad etno-religiosa, en sí misma, cuartea las sociedades nativas hasta ahora homogéneas, y con ello se potencia el individualismo, que es el objetivo y resultado del modo de producción capitalista.
El ataque a las comunidades orgánicas tradicionales es también un ataque al individuo. Con independencia de la posición espiritual de cada persona, está claro que Europa está dejando de ser Europa en el momento en que una masa significativa de sus hijos le da la espalda a la religión de Cristo, y la mayor parte de sus políticas se orientan en una línea claramente anticristiana. El poder turbocapitalista ve mucho más eficaz promover su ideología de género y exaltar a las minorías LGTBIQ+, que recortar la libertad de culto o censurar los mensajes de los púlpitos y de las hojas parroquiales. A fin de cuentas, éstos últimos elementos emanados del cristianos institucionalizado ya aquejan desde hace tiempo la autocensura y obedecen las órdenes de un pontífice que ha hecho suya, plenamente, la ideología neoliberal de la Agenda 2030. Nunca existió mejor método para destruir una comunidad –en este caso, una comunidad de creyentes- que sembrar cizaña en su interior y poner en las cúpulas a sus auténticos enemigos. En el siglo XXI puede estar ocurriendo en el seno de la Iglesia Católica lo mismo que ya ha sucedido con la Hispanidad posterior a 1808, y con la nación española en 1936: entra en acción la cizaña. Divide y vencerás, esa la máxima de cualquier agente enemigo, el objetivo de todo poder con ansias omnímodas.

Preve distingue entre individuo e individualismo. Solamente en el seno de una comunidad orgánica tradicional el individuo puede florecer, no ser masa. Entre los siglos XVII y XVIII, justamente en la formación del capitalismo manufacturero que precede al de tipo industrial, surge en las Islas Británicas la filosofía empirista (Locke, Hume), que es la más individualista de todas. El filósofo italiano, buen intérprete de la historia de la metafísica, pues la pone a la luz de la crítica social, detecta en el "ataque a la idea de la sustancia", por parte de los ingleses, un ataque a a comunidad católica tradicional. Preve (p. 90) nos dice que la aparente demolición metafísica o superestructural de la metafísica católica de la sustancia (Santo Tomás de Aquino) consiste, en realidad, en una arremetida en contra del "colectivismo" y comunitarismo que nace en la propia Europa feudal y que se vuelve maduro y relumbrante en el verdadero renacimiento, el del siglo XIII. Creemos que la Hispanidad (cuyo siglo dorado discurre entre el XVI y el XVII) es una especie de "segundo renacimiento", también centrado en aportaciones tomistas y neotomistas perdurables, no sólo sobre la sustancia sino el Derecho Natural, el tiranicidio, la igualdad natural de todos los seres humanos, etc. El combate entre empirismo (inglés) y tomismo (hispánico) es del todo correspondiente a la guerra entre capitalismo salvaje y capitalismo moralizado y bajo control estatal. También es correspondiente con la lucha entre individualismo y personalismo. Queda claro que utilizamos en este artículo el término "correspondencia" en un sentido spengleriano.

Este personalismo, que no individualismo, fue renaciendo, no obstante la derrota de la Hispanidad católica, en el seno del propio capitalismo occidental de la mano de la clase media. La aparición de una amplia capa de población que podía garantizar a sus vástagos amplias posibilidades formativas, el cuidado de sí, el desarrollo de vocaciones y tendencias individuales, fue un fenómeno extraordinario que hoy llega en Occidente a su fin. En la fase actual, la clase media occidental va siendo destruida, sus bases son minadas. Especialmente en los años dorados que siguieron a la reconstrucción de posguerra, parecía que el capitalismo no iba a sobrevivir sin esta clase media, dadora de estabilidad, garante de paz y vacuna social contra todo género de extremismo. Era como si el capitalismo desarrollado hubiera, por fin, reconocido la verdad que autores como Aristóteles y Rousseau siempre habían proclamado: la mesocracia significa paz, orden y felicidad colectiva.

Ahora, el capitalismo tardío occidental está en otra fase. Ya no precisa de la clase media. Su lógica es la lógica de la polarización: arriba, una superélite cosmopolita, apátrida, y abajo, una masa infecunda, individualista y parasitaria. El verdadero proletariado se esconde en los márgenes geográficos del sistema, fuera del Occidente colectivo, en los "países en desarrollo" (en realidad, colonias económicas). La clase media se pauperiza, cae directamente en el estado del lumpemproletariado. El marxismo esclerótico de nuestros tiempos ha perdido a su "sujeto revolucionario". No lo encuentra y rebusca en "colectivos", no en verdaderas clases sociales. Un "colectivo" de mujeres furiosamente feministas no puede ser, por definición, un ejército anticapitalista, ni siquiera una "vanguardia" de un auténtico movimiento comprometedor, que haga peligrar el sistema. Únicamente es un "constructo" sociológico sin existencia real, pues una feminista es profesora, la otra es empresaria, la de más allá vendedora de seguros, alguna, excepcionalmente, será obrera, pero todas juntas no forman una clase social que pueda incidir económico-políticamente en el sistema y transformarlo. Otro tanto se diga de las personas LGTBIQ+, asociaciones de negros, de emigrantes, de musulmanes, de amigos de los gatos, etc. Son categorías abstractas, muy del gusto de los sociólogos positivistas que se encuentran en el nivel análogo al de los botánicos pre-darwinistas: categorizan sin contar con una verdadera teoría explicativa del por qué existe este régimen, y del cómo destrozarlo con vistas a su superación. Lo que ha sido (mal) llamado Materialismo Histórico sí era una teoría con bastantes elementos aprovechables en orden a este conocimiento del régimen capitalista, conocimiento causal y funcional susceptible de ser empleado con vistas a la superación revolucionaria del régimen.
En su trabajo "Invitación a una discusión radical sobre el marxismo" (De la Comuna a la comunidad, pps. 39-57), Preve distingue el marxismo "de afiliación" o "bandera" con respeto al marxismo serio, basado en la verdadera obra de Marx. Este, a su vez, no debe ser reinterpretable en clave futurista, sino tradicional. Marx no tenía una bola de cristal, ni ejercía al modo de Alvin Toffler, pronosticando tendencias sino que, antes bien, como buen historiador y clasicista que era, Marx llevaba consigo el agudo sentido de la tradición: desde la polis hasta la comunidad medieval, el individuo como ser social y arraigado era la meta de un verdadero comunismo, su rescate y conservación. En qué consistirá ese comunismo exactamente, no lo sabemos y Karl Heinrich fue parco en precisiones. Un énfasis en la polifuncionalidad del individuo (frente al "barbaro especialista"), una ética del trabajo y del servicio a la comunidad, una propiedad colectiva de los principales medios de producción, un Estado popular como transición hacia el verdadero comunismo… apenas contamos con unas pinceladas. La muerte le sobrevino cuando su proyecto aún estaba en fase de construcción. Después, los avatares del Partido Socialdemócrata Alemán (de la mano de Engels, Kautsky) y de los bolcheviques rusos (Lenin, Trotsky…) determinarían mucho lo que luego fue llamado "marxismo", pero no así el sentido altamente comunitarista, idealista y tradicional que está presente en la obra de Marx. Como dice Preve: "Marx no es un padre fundador perfecto, sino el gran ingeniero de un sitio abierto y en construcción" (Preve, p. 42). La mentalidad teológica ha invadido el marxismo, desfigurándolo, y eso anima a ver en él –exclusivamente- sus aspectos soteriológicos, escatológicos, mesiánicos. Marx, junto con Engels, Lenin, etc., aparecen como "padres fundadores", y sus textos se vuelven "canónicos" a modo de Escrituras Sagradas que pueden leerse y oficiarse de manera descontextualizada.

Frente a tal mentalidad y desfiguración, Preve nos propone un Marx comunitarista y, por ende, más próximo a Platón, Aristóteles, Fichte, Hegel… que a Bakunin, Owen, Fourier. Un gran filósofo idealista, pero no utópico (o no totalmente utópico) cuyo sistema, paradójicamente, se ha querido llamar "materialismo".

Marx es un autor imprescindible, irrenunciable. Como dice Diego Fusaro ("Marx Idealista", El Viejo Topo, Barcelona, 2020): "En cualquier caso, estamos seguros de una cosa: que con Marx solo, no podemos entender mucho de la situación política actual, tan distinta a la de su tiempo: y al mismo tiempo que, sin Marx, no podemos entender nada de ella" (p. 153).

Marx nos ha transmitido a todos los anticapitalistas lo mejor de Hegel que es, a su vez, lo mejor de la tradición racional helena. Siguiendo a Fusaro: 1) una concepción holística y dialéctica de la Historia (das Wahre ist das Ganze), 2) la existencia de un sujeto histórico-filosófico. Para Marx era el proletariado, quizá para nosotros, el Pueblo frente a las oligarquías trasnacionales, y 3) la existencia de un telos, una finalidad, que para Hegel ya se había alcanzado (de ahí todo su tono conservador) mientras que para Marx, quedaba por alcanzar. Lo sobrante: su "escatología" y sus rezagadas construcciones iluministas (ateísmo, materialismo, jacobinismo…).

 

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