Pase lo que pase, y así nada pase, el 28 de julio anuncia el final de un tiempo. Que sea el comienzo de ese final o sea el final mismo está por verse. Venezuela ya no aguanta más, cual Ave Fénix regresa agotada y moribunda a su nido, volverá a renacer. El mito así lo dice y también el pensamiento más racional: las sociedades difícilmente mueren, se transforman. Preocupa mucho ese renacer de cara a las ideas progresistas, o de izquierdas, o que yo prefiero llamar inclusivas, de democratización radical. No es para menos. Gran parte del país las rechaza y no sin buenos motivos, ideas en las que nos reconocemos y que nos han comprometido desde nuestros orígenes vitales.
"Socialismo", vista la historia soviética, china, cubana o la nuestra más reciente suena para muchos a dictadura, a excesivo control burocrático y prolongación de una clase política autoritaria en el poder, una que con sus prácticas niega lo que expresa en su discursos de ocasión. Una clase a lo Ferrari, gustosa de alianzas de oro en el dedo anular, corbatas de seda y un buen Rolex en la muñeca izquierda, una clase que mientras dice que ser rico es malo, que la riqueza es un robo y que en nombre del feminismo critica los concursos de belleza, le encanta asistir a costosas fiestas con una chica plástica en el brazo, de esas que andan por ahí, diría el poeta Rubén. No hablemos ya de escoltas. La clase que los estudiosos de la URSS denominó "nomenklatura".
Parte significativa del país busca desesperadamente lo que siente se opone a esas ideas que estos señores dicen sostener y promover. Ideas que creen que llevaron a la miseria a casi todo el país. Se suman a este grueso de la población muchos que otrora lucharon con todas sus fuerzas por la llamada causa progresista, que fueron cruelmente perseguidos por los cuerpos represivos de la época, que perdieron parientes y amigos. Tienen buenos motivos, insistimos. Buscan una salida a esta pantanosa vida estancada. Empero, no está de más hacer un llamado a la reflexión, a no dejarse llevar sólo por las emociones, a conjugarlas con el buen pensar. No para justificar a la "nomenkatura". No. Nada más lejos. De esta hay que salir. Se trata de que podamos discutir que aquella causa sigue teniendo un sentido, uno muy lejos de los farsantes de la Corte.
Al final de un conocido ensayo sobre las ideas y los grupos, Siegfried Kracauer señala: "Un tipo particular entre los grupos portadores de ideas lo constituyen aquellas unidades colectivas para las cuales desde un comienzo la idea es, de hecho, sólo una excusa para alcanzar objetivos de una índole completamente distinta. Esos grupos, como auténticos corsarios, capturan la idea que mejor sirva a sus intereses, usándola a partir de entonces como fuerza de tracción para el coche que conducen.". No dudo de que esto ha ocurrido en Venezuela. Se usaron ideas progresistas estratégicamente para perpetuarse en el poder dominante. Puede que unos pocos en la autodenominada revolución vivieran sinceramente esas ideas, que fuesen auténticos rebeldes, pero se impusieron los farsantes, los que no eran rebeldes, los que sucumbieron al resentimiento. El sociólogo Robert Merton explicó en su dimensión psicosocial el resentimiento y su vinculación con las revoluciones. Nos dice: "En este sentimiento complejo se engranan tres elementos. Primero, sentimientos difusos de odio, envidia y hostilidad; segundo, la sensación de impotencia para expresar esos sentimientos activamente contra la persona o estrato social que los suscita; y tercero, el sentimiento constante de esa hostilidad impotente. El punto esencial que distingue el resentimiento de la rebelión es que aquel no implica un verdadero cambio de valores. (...) La rebelión (...) implica una verdadera transvaloración, en la que la experiencia directa o vicaria de la frustración lleva a la acusación plena contra los valores anteriormente estimados. La zorra rebelde se limita a renunciar al gusto general por las uvas maduras. En el resentimiento condena uno lo que anhela en secreto; en la rebelión condena el anhelo mismo. Pero aunque son dos cosas diferentes, la rebelión organizada puede aprovechar un vasto depósito de resentidos y descontentos a medida que se agudizan las dislocaciones institucionales." El problema es que el resentimiento se haga con el poder, lo que suele ocurrir: Stalin, Ceaccescu, Pol Pot y tantos otros.
El resentimiento, frecuentemente tan destructivo, se impuso. Y así lo que tanto se criticaba de la clase política anterior, las camionetas, las alianzas de oro, los Rolex, las chicas plásticas, los escoltas y el saqueo del país, se reprodujo en los otrora críticos dándole rienda suelta a su anhelo reprimido. El resentimiento tiene una razón histórica de ser. Descansa en la sociedad excluyente que hemos sido. Uslar lo reflejó bien en "Las lanzas coloradas" refiriendo a los cruentos comienzos de la guerra de independencia. Luego, se volverá a manifestar en la Guerra Federal y en muchos otros conflictos. Hoy hay un resentimiento nacional por lo vivido en los últimos tiempos. La historia de la exclusión genera resentimiento y hemos vivido exclusión y más exclusión. Se ofreció inclusión, participación y protagonismo. Se promovieron buenos conceptos como los consejos comunales. Se los redujo no pocas veces a maquinaría electoral. La exclusión y la falta de reconocimiento predominó. Sin embargo, no botemos al bebé con el agua sucia de la tina, sobre todo ahora que estamos prontos a salir del agua pestilente. Seamos autoconscientes del lógico resentimiento, evitemos que se siga imponiendo.
En Venezuela la idea socialista ha sido expropiada por el poder. Quién sabe por cuántos años. Vendrá su opuesto. Pero las derechas no son por esencia inclusivas, su democratización tiene claros límites en la lógica del capital. Siempre con distintos grados de exclusión, las extremas lo son en máximo grado mientras que las que tienden al centro procuran generar condiciones democrático-liberales y lo son en menor grado. No obstante, siempre están comprometidas con el orden de un régimen capitalista sustentado en la acumulación y la explotación. La fantasía de una libre competencia de Adam Smith no es realizable. Las izquierdas que han gobernado la mayoría de las veces, lo que se ha llamado el "socialismo realmente existente", ha resultado tan excluyente y autoritario como las derechas, y a veces hasta más. Por eso nuestra lucha ha de ser por prácticas inclusivas, prácticas efectivamente democratizadoras. El medio para ello siempre será impulsar nuestra organización mediante una pedagogía social de gran alcance.