Transcurría el mes de octubre de aquel año 1961, cuando ya mis difuntos padres me llevaron con apenas cinco años de edad con el resto de mis hermanos al popular barrio Niño Jesús, ubicado en el kilómetro 03, vía el junquito, Caracas, distrito federal, para ese entonces. Sus calles eran de tierra, que cuando llovía todo aquello se formaba un lodazal. No existía luz eléctrica, ni redes de tuberías de agua; mucho menos servicio de telefonía. La mayoría de las casas eran fabricadas en madera, cartón y techos de zinc; unas que otras, marcando el inicio de su construcción con bloques de arcillas y cemento. Aún recuerdo que procedíamos de un sector de Chacao, donde vivíamos, zona que fue expropiada por el régimen del segundo mandato de Rómulo Betancourt, para dar paso a la ejecución de uno de los extremos de lo que es hoy en día la avenida Libertador, frente al gran Sambil.
Así las cosas, mi infancia se desarrolló con mi grupo familiar entre las vivencias de todo hogar. Los juegos se centraban en: policía y ladrón, la ere, tonga, fusilado, pisé, metra, perinolas, trompo agarrado en la uña, y otros. No nos había invadido aún la avasallante tecnología. Mi primera escuelita fue la de una señora, que con su rudimentaria educación nos enseñaba las prístinas letras del abecedario y algunas manualidades de destrezas corporales. Posteriormente, mi madre lavando y planchando en casa ajena, siempre estaba pendiente de nosotros para que estudiáramos, no dejaba de arengarnos a la adquisición del conocimiento humano. Por ello, toma la decisión de inscribirnos en el colegio -en aquella época, dirigido por monjas y curas- Fe y Alegría. Fue ahí donde cursamos toda nuestra primaria, con muchos altibajos, pero se logró la meta de obtener el certificado de sexto grado.
De ahí en adelante, nos arropó la adolescencia con el refuerzo de mi progenitora, sobre todo en el apoyo moral, iniciamos la educación secundaria en varios liceos de la localidad, entre ellos cabe mencionar el liceo ¨Andrés Eloy Blanco¨, instituto que para la época el alumnado era cabeza caliente, aun de que estaba cerca de las instalaciones del ya desaparecido cuartel Urdaneta, en Catia. Así transcurría la vida en ese escenario que rodeaba el ámbito de Niño Jesús. El muy selectivo lugar denominado el plan donde se hallaba una bodeguita que llevaba por nombre ¨Bodega el gago…co, co, pey¨, ya que el dueño era militante del Partido Social Cristiano (Copey). Era un señor jubilado de una empresa de prestación de servicios del estado, para la época. El bodeguero padecía del trastorno de Disfemia ¨tartamudez¨. A veces, le daba a uno vuelto de más. Murió hace unos cuantos años.
Ha transcurrido desde esa data, 63 años, que parece que fue ayer. Días recientes tuve la ocasión de visitar mi barrio de crianza, y pude observar a esa juventud que va desarrollándose como la semilla en un terreno nutricio, fertilizados de alegría inmarcesible, incluso, ante las adversidades, pero con esas energías hormonales, participando en encuentros de basquetbol, sanamente compitiendo entre ellos. Niñas con sus muñecas, sonrientes, compartían alegremente. Sus canchas bien delimitadas y pintadas como demostración de querer hacer las cosas bien. Por otro lado, niñas, niños y adolescentes participando en demostraciones de baile, danzas y otras actividades corporales relacionadas con el arte del folclore venezolano. Se respiraba un ambiente de armonía, alejado de todo pesimismo. Ni que el pecho fuera de hierro y el lomo de algarrobo, para no señalar las semblanzas de mi barrio.
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