Lenin basó su estrategia antiimperialista en tres diagnósticos: crisis terminal del capitalismo, intensa generalización de guerras entre las principales potencias e inminencia de la revolución socialista. Todas las orientaciones que propuso de rechazo a la conflagración bélica a través del derrotismo y de gestación de frentes antiimperialistas en la periferia, se asentaron en esa evaluación. El triunfo logrado en Rusia y la conformación de la Unión Soviética afianzaron esa mirada.
Su estrategia antiimperialista fue precisada en las organizaciones de izquierda durante la segunda mitad del siglo XX, en función de los dos grandes cambios registrados en ese período. Por un lado, se conformó un bloque de países divorciados del mercado capitalista (el denominado campo socialista), y por otra parte se consumó la transformación del imperialismo clásico en un sistema imperial.
Esta última modalidad confirmó que el imperialismo persiste como una estructura decisiva para la supervivencia del capitalismo. Es un dispositivo que garantiza el funcionamiento de ese régimen social en varios planos. A nivel económico, opera como un mecanismo de expropiación de los recursos de la periferia por parte de los capitalistas del centro. En la esfera geopolítica, procesa las rivalidades entre potencias enfrentadas por la preeminencia en el mercado mundial. Y en el plano político actúa como instrumento de protección de las clases dominantes (Katz, 2023: 4-9).
El sistema imperial modificó la competencia bélica entre los principales colosos del capitalismo. Las sangrientes confrontaciones entre Francia y Alemania o Japón y Estados Unidos fueron sustituidas por un dispositivo comandado por el Pentágono que resguarda a los poderosos. El gigante norteamericano actúa como centro de un mecanismo estratificado y piramidal, que articula distinto tipo de asociaciones entre la primera potencia y sus socios. Esa configuración opera con normas de pertenencia, coexistencia y exclusión, que definen el rol de cada región en la geopolítica global.
En este escenario se desenvolvió la era clásica del antiimperialismo. El choque de incontables pueblos con sus diversos opresores quedó remodelado, en una resistencia contra el sistema imperial que encabeza Estados Unidos. Esa mutación extendió el antiimperialismo precedente. La histórica batalla en Asia, África, América Latina contra distintos dominadores coloniales se transformó en un combate más centralizado contra la OTAN.
Esa concentración del conflicto explica el gran florecimiento de organismos antiimperialistas a escala regional y mundial. La OLAS, la Tricontinental y Bandung irrumpieron en ese período, para contraponer alianzas continentales contra el circuito de dominación que controla Washington.
Las propuestas de Lenin para empalmar los movimientos de liberación nacional con los proyectos de emancipación social alcanzaron una extraordinaria difusión y fueron adaptadas a las distintas coyunturas de la lucha popular.
EL NUEVO ESCENARIO
En siglo XXI ese amoldamiento del planteo leninista afronta otro contexto. La implosión de la URSS fue sucedida por la desaparición del denominado campo socialista y la consolidación del capitalismo en Rusia, derivó en la nueva centralidad de una potencia acosadora y acosada. Moscú es hostilizada por la OTAN e implementa incursiones externas en su radio de influencia. Por eso actúa como un imperio no hegemónico en gestación. Desenvuelve sus prioridades en conflicto con el sistema imperial, pero con acciones que garantizan por la fuerza la primacía de sus intereses.
China ha quedado situada al igual Rusia fuera del sistema imperial y soporta las mismas agresiones del Pentágono. Pero a diferencia de su par euroasiático no completó la restauración capitalista y soslaya hasta ahora todas las tropelías de una potencia imperialista. No despacha tropas al exterior, evita involucrarse en conflictos militares y mantiene una gran prudencia geopolítica. Con esa estrategia defensiva refuerza sus relaciones de dominación económica con el grueso de la periferia.
Los textos de Lenin continúan aportando los fundamentos teóricos para caracterizar el perfil actual de Rusia y China, si se evita la equivocada evaluación de ese estatus, observando la magnitud del capital financiero, la gravitación de los monopolios o la incidencia de las exportaciones de capital en esas economías.
El lugar de esas potencias en la economía mundial no esclarece su papel como imperio. Ese rol se dilucida evaluando su política exterior, su intervención foránea y sus acciones geopolítico-militares en el tablero global. Este registro permite actualizar la mirada de Lenin, evitando la repetición de sus diagnósticos, en un contexto radicalmente distinto al imperante a principios de la centuria pasada (Katz, 2023:114-120).
En el siglo XXI, el sistema imperial continúa operando bajo el mando norteamericano, pero está seriamente afectado por el retroceso económico de la primera potencia. Aquí radica otro gran cambio sustancial con el período precedente. Las incursiones de Estados Unidos ya no apuntan a consolidar su primacía comercial y productiva, sino a contrarrestar el declive de esos atributos. Washington contrabalancea su declinante competitividad con mayores presiones militares. Pero esa reacción acentúa el problema, al exacerbar los gastos improductivos, perpetuar el protagonismo de los contratistas del Pentágono y agravar las trampas de la hipertrofia militar.
Por el rol insustituible que ejerce en el sistema imperial, Estados Unidos no puede abandonar el enredo autodestructivo de sus acciones. Tan solo afianza el belicismo, protagonizando una interminable secuencia de agresiones en todos los rincones del planeta. El Pentágono es el principal impulsor, responsable y causante de las mayores tragedias de las últimas décadas.
Estados Unidos consumó una desgarradora intervención en el Gran Medio Oriente para manejar el petróleo, doblegar las rebeliones y someter a los rivales. Comandó desde allí el desangre de la Primavera Árabe, facilitó el terrorismo yihadista y perpetró la demolición de cuatro Estados (Irak, Libia, Afganistán y Siria). Con esa arremetida dejó una montaña de cadáveres, sin conseguir ninguno de sus objetivos. Por eso terminó afrontando un serio debilitamiento de su influencia en la zona.
Ahora intenta compensar ese retroceso con el sostén de las masacres que implementa su socio israelí en Gaza. Estados Unidos financia y apuntala la limpieza étnica de los palestinos, para reforzar el control imperial de Medio Oriente, con un obsoleto modelo de anexiones y Apartheid. Las atrocidades del sionismo serían impracticables sin el apoyo económico, militar e ideológico de Washington. Pero el resultado final de ese genocidio es muy incierto, porque amplifica un resentimiento en el mundo árabe que socava la autoridad norteamericana. Esa hostilidad obstruye el acompañamiento de los aliados islámicos en la gran disputa estratégica con China.
Estados Unidos fue también el gestor de la guerra en Ucrania. Intentó sumar a Kiev a la red de misiles de la OTAN que rodea a Rusia, para afectar la estructura defensiva de su rival. Con ese objetivo promovió la revuelta del Maidán, incentivó al nacionalismo contra Moscú y apuntaló la mini guerra de Donbass. Buscó entrampar a su adversario en un conflicto destinado a imponer en Europa la agenda del rearme.
Como Putin invadió el país desconociendo la opinión de los ucranianos, se ha creado una dramática situación que exacerba los sufrimientos populares. Hasta ahora, el belicismo yanqui impuso la regresión de Europa a la pesadilla militarista. Pero las ventajas de ese sometimiento están contrarrestadas por la imposibilidad de doblegar a Rusia. Tampoco en esa parte del mundo las aventuras del Pentágono aportan remedios al declive imperial de Estados Unidos.
OTRO PERFIL ANTIIMPERIALISTA
El antiimperialismo actual preserva muchas características de su antecedente inmediato de posguerra. Los pueblos en la periferia continúan chocando con el enemigo principal, que es la dirigencia estadounidense del sistema imperial. Las principales acciones antiimperialistas se desenvuelven en un sostenido conflicto con la red de militares, embajadas y servidores de Washington. Esa relevancia de Estados Unidos como custodio del régimen capitalista, ilustra un escenario más parecido al siglo XIX que a la centuria posterior. El coloso norteamericano ocupa en la actualidad un lugar semejante al que tenía vieja Rusia zarista, como bastión político de la reacción mundial.
Todas las acciones antiimperialistas confrontan con el dispositivo geopolítico y militar, que Estados Unidos renueva para garantizar la continuidad de la explotación capitalista. Retomando la tradición de Lenin, corresponde desenvolver esa lucha con estrategias, tácticas y programas específicos. La comprensión del contexto económico y de sus áreas críticas tan solo aporta un cimiento de esa evaluación. Es importante captar la dinámica actual del capitalismo digital, financiarizado y precarizador, pero los enigmas del antiimperialismo del siglo XXI se esclarecen en el terreno político.
La triple variedad del nacionalismo que observó Lenin continúa ordenando la clasificación general de los actores políticos de cada país, en el estratificado orden imperial. Los antiguos nacionalismos reaccionarios adoptaron ahora un contestario disfraz de nueva derecha, las viejas expresiones del nacionalismo burgués asumieron un perfil progresista y el nacionalismo revolucionario resurge con nuevas variantes radicales. El tradicional posicionamiento antiimperialista de rechazo, contemporización y convergencia con esos tres alineamientos persiste con la misma tónica del pasado.
También las conquistas de autodeterminación y soberanía nacional -que Lenin convalidaba hace 100 años- se mantienen en la actualidad como logros populares. Pero la descolonización y la consiguiente formación de nuevos países emancipados del tutor imperial han potenciado otras exigencias complementarias del anhelo nacional. Las demandas de igualdad de razas y pueblos originarios ocupan un lugar preeminente. El fin del Apartheid en Sudáfrica y la Constitución Plurinacional de Bolivia ilustran logros de la época actual en ese terreno.
En el plano nacional no solo persisten grandes aspiraciones insatisfechas (Palestina, Kurdistán). También se verificaron dramáticos procesos de desarticulación nacional. La destrucción de Yugoslavia, la fractura de países africanos y la aparición de mini Estados digitados por la OTAN ilustran esa regresión. La cuestión nacional se replantea en esos casos con mayor agudeza que en los años de Lenin.
La novedosa complejidad de estos escenarios obliga a reconsiderar cada caso, con la misma meticulosidad que propiciaba el líder bolchevique. Tan solo esa evaluación permite determinar la conexión o divorcio de esas demandas con una estrategia socialista. La desaparición de la URSS altera significativamente la mirada de esas situaciones, pero la inclusión del parámetro geopolítico no ha desaparecido. Al contrario, es una referencia insoslayable para aportar caracterizaciones en la tradición de Lenin.
El antiimperialismo actual debe considerar, ante todo, la existencia de un escenario sustancialmente alejado de la era revolucionaria que rodeó al líder bolchevique. El contexto de las últimas décadas se ha distanciado, también, de la variable sucesión de victorias o derrotas concatenadas con el desaparecido bloque socialista. En el período en curso se han verificado distintos ciclos de rebeliones en variadas regiones del planeta, pero con dinámicas de revuelta y no de revolución. Las construcciones paralelas al Estado y la generalización del poder popular con desenlaces militares, no han irrumpido con el formato del pasado.
Esta diferencia modifica la forma de abordar el antiimperialismo contemporáneo. La estrategia socialista actual debe tomar en cuenta cómo el neoliberalismo, el constitucionalismo y la regresión de la conciencia socialista han modificado los presupuestos del abordaje leninista.
El líder bolchevique razonaba en un período de tiranías, protagonismo del proletariado y primacía de ideas socialistas entre los trabajadores. Esos datos -que se revitalizaron en la segunda mitad del siglo XX con los triunfos revolucionarios en Asia, África y América Latina- no están presentes en la actualidad. Por esa razón, el antiimperialismo debe ser reformulado con propuestas amoldadas a una nueva era (Katz, 2024b).
La pluripolaridad es una meta que contribuye a ese replanteo. Propone debilitar la dominación imperialista forjando al mismo tiempo los pilares de un futuro poscapitalista. Esa construcción apunta a contrarrestar el sistema que comanda Estados Unidos, denunciando la nueva guerra fría que ha desatado contra Rusia y China. Auspicia, además, senderos que no se limitan a sustituir la unipolaridad capitalista por la multipolaridad capitalista. Propicia un programa radical-revolucionario, tendiente a des mercantilizar los recursos básicos, reducir la jornada de trabajo, nacionalizar los bancos y las plataformas digitales, a fin de crear las bases de una economía más igualitaria (Katz, 2024a: 299-301).
Esta propuesta asigna a la resistencia antiimperialista una centralidad ignorada por la mera promoción de la multipolaridad. Esa última visión auspicia una mayor dispersión del poder mundial, bajo el mandato de muchos gobernantes derechistas que agravan las penurias de los pueblos. No promueve una confrontación con el cimiento capitalista que protege la dominación estadounidense.
La tesis pluripolar objeta la ilusión multipolar de identificar las transformaciones progresistas, como un mero resultado de pulseadas entre potencias o gobiernos. Combina esa dimensión geopolítica con la lucha y el protagonismo de los pueblos. Apuesta a la pujanza de los movimientos de resistencia, observando la mayor variedad actual de los sujetos involucrados en esa acción. Esas modificaciones determinan la mayor heterogeneidad del antiimperialismo actual.
Por las mismas razones que Lenin promovía la liberación nacional en la periferia como un eslabón hacia el socialismo, la pluripolaridad auspicia la soberanía real para apuntalar la construcción de una sociedad poscapitalista. Ese horizonte es el único antídoto para el tormento actual de sufrimientos populares, guerras y destrucción del medio ambiente.
SINGULARIDADES DE AMÉRICA LATINA
La mirada de Lenin es pertinente para desenvolver políticas antiimperialistas en América Latina. La región siempre fue un escenario para esos lineamientos por la gravitación dominante de Estados Unidos. En esta zona, el gigante del Norte ejerce desde hace más de un siglo un control total y sin equivalentes en el resto de mundo.
Reafirmar esa supremacía es actualmente vital para Washington, puesto que, sin exhibir un mando indiscutido sobre su ¨Patio Trasero¨, la primera potencia no puede recuperar predominio a escala global. El punto de partida de ese fortalecimiento es colocar todos los recursos naturales de la zona bajo su directo manejo, bloqueando al mismo tiempo la captura de esos insumos por parte del rival chino. Estados Unidos ha retomado la doctrina Monroe para intentar esa reconquista.
Pero todos los mandatarios de la primera potencia han fracasado hasta ahora en ese propósito. Falló Bush con el ALCA, Obama con el disfraz de las relaciones cordiales, Trump con las amenazas y el proteccionismo y Biden con su combo de ofertas de inversión y exigencias de alineamiento. Ninguno ha podido contrarrestar la creciente presencia de Beijing, que se ha transformado en el gran competidor regional del gigante del Norte, recurriendo a una inédita combinación de audacia económica y astucia geopolítica.
China evita la prepotencia imperial y acumula logros, mediante la reafirmación de su creciente supremacía económica. Las clases dominantes de la región mantienen una gran dependencia política, ideológica y cultural del mandante estadounidense, mientras intensifican los negocios con su rival. La mayoría popular padece, en cambio, los dramáticos efectos de una economía que retrocede, con despilfarro de la renta, obstrucción del desarrollo interno, aumento de la desocupación y la expansión de la desigualdad.
Al igual que en otras regiones, Estados Unidos no logra traducir su control geopolítico-militar de América Latina en réditos económicos. Ese fracaso no altera un dominio ejercido con gran presencia bélica y acotadas intervenciones directas. A diferencia de Irak, Libia o Afganistán, los marines están siempre próximos, pero no desembarcan con invasiones. Mediante el disfraz de una confrontación con el narcotráfico, la DEA infiltra, asocia y condiciona a los ejércitos de la zona, pero sin recurrir a la guerra abierta. El Departamento de Estado no despacha soldados como en el pasado.
Estados Unidos cuenta con numerosas bases militares, una red de embajadores que intervienen en la política local y fundaciones que financian a una incontable legión de servidores. Maneja presidentes y a un pelotón de conspiradores dispuestos a cumplir con sus órdenes. Pero la primera potencia carece en la región de un socio coimperial como Israel, directamente integrado a su estructura interna de poder. En todos los países de cierto peso, las relaciones con el padrino del Norte están determinadas por el signo político de los gobiernos, en un marco de frecuentes tensiones. Al igual que en el pasado, la prepotencia yanqui suscita periódicos conflictos.
Washington mantiene su control geopolítico y militar de continente, pero no consigue contener el desafío económico de China. A diferencia de Europa del Este no puede recurrir a los misiles y a la OTAN para contrarrestar esa competencia. El contexto latinoamericano impide responder con el formato de la confrontación bélica, que Estados Unidos utiliza en Ucrania para disputar con Rusia. Tampoco puede neutralizar las inversiones, los créditos, las adquisiciones y la invasión de mercancías de China con un conflicto bélico en la región.
Es cierto que Estados Unidos ha logrado desembarazarse de otros rivales externos de peso. A diferencia del pasado, ninguna potencia europea amenaza actualmente la supremacía regional del mandante yanqui. La Unión Europea no pone en peligro ese predominio.
América Latina se mantiene muy distante del escenario africano, que está muy condicionado por la continuada influencia de las viejas potencias coloniales. No existe en la región un poder francés, inglés o alemán con presencia propia y autónoma del supremo estadounidense.
En el tablero de la zona, tampoco operan las nuevas potencias emergentes (India, Turquía, Arabia Saudita) como jugadores de peso. Ningún subimperio se asoma a la región con desafíos a la primera potencia. Pero el total control que mantiene Washington sobre esta variedad de operadores secundarios, no reduce la gravedad de la amenaza creada por China. Estados Unidos no encuentra el camino para contrarrestar el vertiginoso avance su gran rival.
TRES APLICACIONES
Las respuestas antiimperialistas actuales no están disponibles en ningún recetario de fórmulas leninistas. América Latina ya no conforma en la actualidad la simple región colonial o semicolonial de principio del siglo XX, ni tampoco la zona que ganó autonomía, en los intersticios de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Mantiene su invariable perfil de periferia dependiente, pero ese estatus no define por sí mismo ninguna estrategia antiimperialista. El análisis concreto de la situación concreta que auspiciaba Lenin, debe sintonizar con el singular escenario de la región.
Esa política transita por tres carriles: resistir la dominación de Estados Unidos, renegociar en bloque en China y gestar la unidad de la región. La primera acción es conocida y evidente. Salta a la vista que América Latina no puede encarar ningún proyecto de desarrollo económico o reducción de la desigualdad, sin recuperar los márgenes básicos de soberanía política. Esos espacios están rigurosamente bloqueados por el veto imperial a cualquier curso independiente de las prioridades estadounidenses. Se ha demostrado una y otra vez, cómo las embajadas, las bases militares y los pronunciamientos de la OEA hacen valer su influencia, cada vez que un gobierno latinoamericano intenta seguir un rumbo diferente a la hoja de ruta diseñada por Washington. Confrontar con esa dominación es el punto de partida de cualquier proyecto político de izquierda.
La renegociación económica en bloque con China es el segundo paso de esa trayectoria, porque saltan a la vista las consecuencias económicas ruinosas del estatus quo. El gigante asiático aprovecha la fragmentación de sus clientes para obtener mayores réditos. Es evidente la adversidad que afronta cada país en las tratativas con la potencia oriental y el resultado se verifica en la primarización, la ausencia de transferencias tecnológicas o la inversión en áreas no prioritarias.
La acción política conjunta frente a Estados Unidos y la negociación económica coordinada con China permitirían avanzar en el tercer pilar de un proyecto de izquierda, que es la integración regional a través de moldes unitarios. Ese sendero es insoslayable para forjar la soberanía financiera, energética y alimentaria que necesita la región, para erradicar el estancamiento, el subdesarrollo y la desigualdad.
Esta tiple estrategia de resistencia a Estados Unidos, negociación con China y unidad regional supone una aplicación actualizada de los lineamientos de Lenin. La batalla contra el mandante del Norte concentra fuerzas contra el enemigo principal, a fin de conseguir victorias para el campo popular. Esa estrategia centrada en el logro de resultados fue la preocupación central del líder bolchevique.
Esa línea de acción induce a priorizar en América Latina la batalla antiimperialista frente a Estados Unidos. Es una definición básica frente a enemigo que obstruye cualquier intento de soberanía. El bloqueo a Cuba y las conspiraciones contra Venezuela son las evidencias más recientes de esa agresión.
La renegociación en bloque con China se inspira en el realismo político que pregonó Lenin. En este caso, esa actitud obedece a la fragilidad de una región balcanizada en una variedad de países, frente a un gigante asiático que impone sus prioridades económicas. América Latina debe recurrir a la ¨geopolítica de los débiles¨, que tradicionalmente desenvolvieron los Estados nacionales de acotado peso internacional.
Lenin no afrontó esa situación porque asumió la conducción de una potencia como Rusia, que transformó en la naciente Unión Soviética. Pero desde allí demostró una enorme flexibilidad a la hora de actuar en coyunturas adversas. Negoció, por ejemplo, la paz por separado con Alemania -con la consiguiente pérdida de gran parte de Ucrania, Bielorrusia y los Países Bálticos- para permitir la supervivencia de la URSS.
Una estrategia efectiva de la izquierda América Latina sólo puede concebirse con esa misma conciencia del poderío y las debilidades de la región. Exige recurrir a la misma combinación de política antiimperialista y geopolítica socialista que inauguró Lenin y continuó Fidel durante varias décadas, mixturando acciones para expandir la revolución con insoslayables negociaciones para garantizar la subsistencia de Cuba.
El triple rumbo de resistir a Estados Unidos, negociar con China y avanzar en la unidad regional es factible en América Latina por la persistencia de una impronta progresista del antiimperialismo. Ese perfil de oposición al dominador imperial no está presente en otras zonas de la periferia. En Afganistán, por ejemplo, Estados Unidos afrontó recientemente duras derrotas frente a los retrógrados talibanes, que no implicaron victorias populares. También en Irak los marines se retiraron, pero gobierna una represiva administración teocrática.
En América Latina se logró evitar ese desemboque regresivo del antiimperialismo y también el desvío de los anhelos transformadores hacia confrontaciones interreligiosas. La ausencia de los enfrentamientos entre pueblos -que los servidores del Departamento de Estado generalizaron en África, Asia y el mundo árabe- explica la continuada atención de todas las corrientes de izquierda del mundo hacia América Latina. Esa región persiste como un gran laboratorio para actualizar las estrategias antiimperialistas.
PROBLEMAS DEL NEUTRALISMO
Nuestro enfoque propone aplicar las estrategias propiciadas por Lenin, reconociendo las grandes diferencias con su época. Retoma los conceptos del líder bolchevique, para seguir sus lineamientos con políticas amoldadas al siglo XXI. Resalta tres diferencias con la era de la revolución rusa: el sistema imperial sustituyó al imperialismo clásico, predomina una batalla prioritaria contra ese dispositivo y esa acción apuntala la gestación de un mundo pluripolar que pavimente el tránsito al socialismo. Con estos fundamentos promovemos una triple estrategia en América Latina de resistencia a Estados Unidos, renegociación con China y despunte de la unidad regional.
Otros autores que también reivindican a Lenin interpretan su legado en forma muy distinta. Subrayan las similitudes del período actual con su época y postulan la repetición de las mismas orientaciones que promovió el dirigente comunista. Consideran que en el contexto actual se verifica la misma contraposición de imperialismos equivalentes que destacaba Lenin y convocan a desenvolver una lucha indistinta contra todas potencias del mismo tipo.
Ese abordaje estima que la misma equiparación entre el imperialismo británico, alemán o francés -que resaltó el teórico bolchevique- se verifica en la actualidad, entre los imperialismos occidentales (Estados Unidos, Unión Europeo) y orientales (Rusia, China). Las batallas ganadas por el primer bando en algunos países (Libia) estarían compensadas por los éxitos de su rival en otros lugares (Siria) (Cajas-Guijarro, 2019). Ese enfoque califica en los mismos términos a Estados Unidos y China en su disputa por el botín latinoamericano y sugiere una política de oposición indistinta a ambas potencias.
Pero esa mirada desconoce la diferencia básica que distingue a un enemigo imperial de un dominador económico. Estados Unidos ejerce una opresión en todos los terrenos, mientras que su rival lucra con los beneficios del intercambio desigual, la transferencia de valor y la captura de rentas. Estas dos adversidades no son equivalentes para América Latina porque la primera imposibilita cualquier acción soberana y la segunda obstruye el desarrollo. Operan, por lo tanto, como limitaciones de distinta envergadura.
Estados Unidos perpetúa su predominio con marines, intimidaciones, protagonismo en la política interior, manejo de los medios de comunicación, bombardeos ideológicos y control de las redes sociales. Por el contrario, China no tiene bases en Colombia, no despliega flotas en el Caribe, no participa en golpes de estado y se abstiene de incidir en la política interior de sus socios.
Desconociendo estas diferencias, resulta imposible actuar en la vida política de una región signada por agresiones de la Casa Blanca. Las conspiraciones contra Venezuela y Cuba son tan frecuentes, como las maniobras para debilitar a los gobiernos progresistas e instalar a los personeros ultraderechistas del Departamento de Estado. Milei. Bolsonaro, Kast, Uribe y Corina Machado mantienen una línea directa con el Departamento de Estado para definir sus próximas tropelías. La izquierda no puede construir su propio proyecto sin actuar en forma prioritaria contra estos enemigos.
Las discusiones con China se ubican en un plano muy distinto de renegociación de tratados del libre comercio, replanteo del destino de las inversiones, revisión de los costos de los créditos, modificación del volumen o perfil del intercambio comercial y evaluación de las tecnologías disponibles o transferibles.
Salta a la vista la diferencia cualitativa que separa la agenda regional en debate con ambas potencias. Ignorando esa distinción resulta imposible considerar alguna estrategia socialista ulterior.
Las preguntas más obvias que suscita ese proyecto no tienen respuestas equiparando a Estados Unidos con China. ¿Cómo haría la región para sostener un curso de emancipación sin alianzas externas? ¿Cómo afrontaría los bloqueos, conspiraciones y agresiones de Washington manteniendo una enemistad semejante con Beijing? ¿Cómo remodelaría la economía sin nexos con un socio avanzado y un proveedor de alta tecnología? El realismo que exigía Lenin para concebir rumbos revolucionarios es totalmente omitido, en la visión que coloca a los dos colosos del mundo en un mismo casillero.
ESCENARIOS TRASTOCADOS
El fundamento de la equiparación de Estados Unidos con China complementa la equivalencia que se establece entre la era actual y la imperante en los años de Lenin. Se supone que las disputas por los mercados y las colonias de principio del siglo XX se asemejan a los conflictos por el control contemporáneo de las cadenas de valor. Estados Unidos y China confrontarían con la misma tónica interimperial, que oponía en el pasado a Alemania con Francia o Inglaterra. Se postula que la época estudiada por el líder bolchevique sobrevivió a su fallecimiento (Probsting, 2022).
Esta mirada sustituye el análisis del imperialismo -que ha estado presente desde los inicios del capitalismo- por una mega etapa imperial, relativamente indistinta a lo largo de la última centuria. No logra registrar cómo ese dispositivo ha mutado junto a los distintos períodos de ese sistema. Desconoce los monumentales cambios que separan a la era clásica del imperialismo de la posguerra y del siglo XXI. El primer período estuvo signado por guerras entre imperios y en el segundo no se han registrado esas conflagraciones (Katz, 2022).
Los autores que desconocen esas diferencias estiman que la ausencia de conflictos bélicos generalizados no es una novedad de las últimas décadas. Consideran que períodos de tensión sin confrontaciones militares globales ya se verificaron en el pasado (luego del Congreso de Viena en 1815 y después de la guerra franco-prusiana de 1870-71). Recuerdan que, en varias oportunidades del pasado las potencias suavizaron temporalmente su rivalidad, para salvaguardar los intereses generales de las clases dominantes, sin alterar su protagonismo bélico (Probsting, 2023).
Pero lo que está en discusión no es la secuencia periódica de las guerras, sino la forma en que esa evolución modifica el tipo de imperialismo vigente en cada época. Justamente los
períodos de menor belicosidad han incidido en esas alteraciones, en función de los resultados de las conflagraciones previas. Lenin entendió, por ejemplo, que las últimas décadas del siglo XIX pusieron fin a la primacía británica vigente desde la derrota de Napoleón, y crearon las condiciones para el despunte del imperialismo clásico.
Afirmar que la competencia deriva en conflicto bélico y que los aliados de un período tienden a convertirse en adversarios de la etapa subsiguiente es una mera constatación de acontecimientos, que no esclarece el perfil imperial de cada época. Esa mirada impide notar, que la principal mutación de la segunda mitad del siglo XX fue la conversión de un régimen articulado en torno a guerra mundiales entre potencias capitalistas por otro, que procesa esas tensiones sin desenlace bélicos.
Dos razones determinantes de esta mutación son reconocidas por los defensores de la invariabilidad leninista. Aceptan que la continuidad de las guerras, en un tablero mundial signado por la existencia del denominado bloque socialista, ponía en peligro la propia continuidad del capitalismo. También observan que el arsenal atómico, indujo a evitar choques bélicos de magnitud descontrolada por la amenaza que introducía a la propia subsistencia de la humanidad (Probsting, 2023).
Pero constatar estas evidencias no equivale a comprenderlas o conceptualizarlas. El paréntesis en las guerras mundiales inaugurado a mitad del siglo XX, fue cualitativamente distinto a sus precedentes porque implicó el debut de otra modalidad imperial, con otros mecanismos de funcionamiento. El sistema actual con total primacía de Estados Unidos sobre Europa y Japón ha eliminado la posibilidad de guerras entre esos componentes de la triada. Ese dato introduce un viraje cualitativo en la dinámica del imperialismo.
La tesis que postula el retorno a una era de indiscriminados conflictos bélicos -entre un espectro indistinto de potencias- no explica por qué razón, los choques actuales continúan enmarcados en las mismas alianzas de la segunda mitad del siglo XX. Hay una intensa competencia de empresas alemanas y japonesas con sus pares estadounidenses, pero el Pentágono mantiene su mira puesta en Moscú o Beijing y no se preocupa por Berlín o Tokio.
Este posicionamiento -que confirma la persistencia de la configuración geopolítica surgida en 1945- es un enigma para los teóricos de la eterna recreación del diagnóstico que Lenin acuñó hace 100 años. El propio uso indiscriminado del mismo término de imperialismo para todos los contextos impide clarificar el escenario actual.
Nuestra tesis del sistema imperial aporta una explicación de la continuidad de los mismos contrincantes, en escenarios significativamente distintos. Desapareció la URSS, se formó la Unión Europea, China se transformó en una gran potencia y la configuración de tensiones mundiales continúa delineada en torno al conflicto entre el bloque occidental y sus dos grandes rivales euroasiáticos y orientales. Esa persistencia obedece a la conversión de viejo modelo de múltiples potencias en choque variables, en una confrontación más estable entre integrantes y excluidos del sistema imperial.
Los críticos de nuestra óptica no ofrecen una mirada alternativa. Simplemente argumentan que la recreación del viejo choque de principio del siglo XX reaparecerá en algún momento. Estiman que ese estallido se prepara lentamente y llevará tiempo, pero ya se avizora en la creciente autonomía militar del imperialismo europeo o japonés frente a su padrino estadounidense (Probsting, 2023). Pero, en los hechos, ninguno de esos indicios está a la vista. Al contrario, la reciente guerra de Ucrania ilustró un grado mayúsculo de subordinación del Viejo Continente a la directriz norteamericana y Japón se alinea, como nunca, con la OTAN del Pacifico que diseña el Pentágono contra China.
El otro argumento para explicar la persistencia de los mismos alineamientos geopolíticos es el resurgimiento de Rusia y China como grandes potencias rivales de Occidente. Pero este señalamiento se limita a constatar un dato sin clarificarlo. También Japón y Alemania protagonizaron extraordinarias recomposiciones en los años 70, sin perfilarse como rivales bélicos de Estados Unidos. Lo que explica que ese desarrollo germano-nipón -mucho más intenso que Rusia y de más larga data que China- no derivara en tensiones militares con la primera potencia, es la inserción de los dos aliados de Occidente en la OTAN, es decir su pertenencia al sistema imperial.
Los críticos de nuestra mirada señalan que la conversión de socios económicos en rivales militares ha sido habitual en el pasado y tenderá a repetirse en el futuro. Recuerdan que Alemania e Inglaterra transitaron por ese cambio antes de la Primera Guerra Mundial y auguran que Estados Unidos reproducirá con China el mismo viraje (Probsting, 2023).
Pero esa analogía desconoce cómo la variedad de alianzas mutó hacia bloques geopolíticos a partir de la posguerra. Desde esa fecha, tendió a extinguirse la variabilidad del pasado. No es muy consistente postular que el pasado reaparecerá, sin explicar por qué razón esa previsión no se ha verificado hasta ahora. El pronóstico falla, al omitir que Estados Unidos encabeza un sistema imperial que no existió previamente y que altera los parámetros de alianzas del pasado.
¿ANTIAMERICANISMO?
Nuestro enfoque establece diferencias con la era de Lenin, centradas en la existencia de un sistema imperial que opera como el principal promotor de las agresiones externas. Esa caracterización es objetada por incurrir en una sustitución del antiimperialismo por un mero antiamericanismo (Probsting, 2023). Reemplazaríamos el rechazo socialista a toda forma opresión nacional por un cuestionamiento acotado a la potencia opresora, sin enjuiciar a las restantes.
Los críticos recuerdan que Rusia y China erigen sus propias alianzas para sostener sus propios intereses y que el cuestionamiento a esa articulación no debe ser omitido. Pero esa objeción no está en debate. Hemos rechazado la invasión de Putin a Ucrania, polemizando con sus justificadores y destacando las negativas consecuencias de despreciar la opinión de los afectados por el conflicto (Katz, 2023: 193-212). Hemos cuestionado también las miradas candorosas que sitúan a China en el Sur Global, señalando que Beijing acumula beneficios a costa de la periferia, absorbiendo plusvalía de las economías más relegadas y estableciendo relaciones de dominación económica (Katz, 2024a: 66-77).
La controversia no gira en torno a la denuncia de estos hechos. Involucra la errónea identificación del antiimperialismo con una política de indiscriminada oposición a todas las grandes potencias. Esa mirada conduce a reacciones simplificadas, al ignorar que el imperialismo actual conforma un sistema de agresión bajo el comando de Washington. Solo el registro de este dato permite concebir una estrategia antiimperialista amoldada al siglo XXI.
Nuestros críticos rechazan esta jerarquía cuestionando la existencia de agresores y agredidos en el plano internacional, como si resultara indistinto quiénes son los causantes y receptores de una tensión bélica. Objetan esa elemental distinción, suponiendo que el contexto específico que describió Lenin en la Primera Guerra Mundial, constituye un dato constante y perdurable de la escena mundial. También repiten la estrategia revolucionaria derrotista del líder bolchevique, que subrayaba la culpabilidad compartida de todas las potencias en la guerra. Pero omiten que esa caracterización se enmarcaba en un contexto de inminente revolución socialista, ausente en la actualidad.
Los objetores de nuestra mirada suponen que el planteo de Lenin se instaló como un dato invariable, desconociendo su acotada validez para coyunturas revolucionarias. Postulan, además, que resulta inadmisible retomar estrategias de períodos precedentes, suponiendo que los dichos del dirigente comunista inauguraron un corte irreversible con todos sus antecesores.
Por eso rechazan el uso de los criterios utilizados por Marx para distinguir enemigos principales a escala global. Aceptan la validez de esos planteos para la era del autor de El Capital, pero no para el siglo XXI. Los conceptos de esa ¨época preimperialista¨ no encajarían con el mundo actual (Probsting, 2023).
Pero esta forma de archivar estrategias de épocas anteriores, porque fueron sustituidas por políticas socialistas posteriores es totalmente arbitraria. Omite que los cambios de los últimos 70 años han sido mayores que los registrados entre Lenin y sus predecesores. Las estrategias antiimperialistas deben amoldarse a esas mutaciones.
Nuestro enfoque justamente destaca las semejanzas actuales con el siglo XIX por la centralidad del enemigo principal. El lugar que tenía Rusia en la época de Marx es actualmente ocupado por Estados Unidos. Los críticos aceptan la validez de esa localización hace dos centurias, pero no la avalan para el contexto actual. Consideran que las tesis de Lenin erigieron una frontera irreversible entre ambas etapas (Probsting, 2023).
Pero el autor de El Capital no a situaba a Rusia como enemigo principal por un rapto de rusofobia. Deducía esa centralidad de una evaluación política del contexto de su época. Con el mismo criterio, nuestro enfoque ubica a Estados Unidos en el epicentro de la batalla antiimperialista actual, sin ninguna animadversión hacia la nación norteamericana. No son las simpatías hacia una u otra potencia lo que guía nuestro análisis, sino la caracterización rectora del sistema imperial.
LA NUEVA GUERRA FRÍA
Los teóricos que avizoran un resurgimiento del contexto imperante en la época de Lenin, entreven una disputa semejante a la Primera Guerra Mundial, con potencias enfrentadas por el control de los mercados. No registran la ausencia de una confrontación entre pares igualmente ofensivos y la preeminencia de una potencia que resguarda la continuidad del capitalismo.
En este escenario, la confrontación generalizada ha quedado sustituida por guerras locales frecuentemente inducidas por el Pentágono. Estados Unidos pretende contrarrestar su declive económico con incursiones militares, con el propósito de restaurar su primacía global. Esa dinámica subyace en las guerras de Irak, Afganistán, Medio Oriente y Ucrania. Todas están signadas por la nueva guerra fría que despliega la OTAN contra Rusia y China.
Este último concepto ha sido acertadamente expuesto por un autor que corrobora el estatus imperial de Estados Unidos, abriendo interrogantes sobre esa condición para China (Achcar, 2023). Un colega de su mismo espacio rechaza en forma enfática cualquier alusión a la guerra fría, resaltando la obsolescencia de ese concepto. Estima que en la actualidad prevalece una confrontación entre bloques imperiales equiparables. Para subrayar esa equivalencia convoca a ¨liberarnos del software analítico más o menos inconsciente de la Guerra Fría¨ (Rousset, 2023).
Pero el resurgimiento de esa vieja confrontación es constatado por el grueso de los analistas. La guerra de Ucrania y la tensiones en Mar de China corroboran la intensidad de la nueva guerra fría. Esa noción es rechazada argumentando que corresponde a un mundo de bloques contrapuestos extinguido con la implosión de la URSS. Pero con esa afirmación simplemente se repite que el denominado campo socialista ya no existe más, sin clarificar por qué razón sus principales reemplazantes continúan protagonizando los mismos choques del pasado con el adversario occidental.
Evaluar ese conflicto en términos meramente geopolíticos, indagando las jugadas de cada bloque contribuye a mejorar el retrato de esa pugna, pero no esclarece el trasfondo de la disputa. Tampoco afirmar que en China y Rusia imperan regímenes contrarrevolucionarios y que su conflicto con Estados Unidos y Europa es interimperial aclara el problema.
Esa comprensión exige definir el estatus social de los contrincantes y postular alguna modalidad específica del imperialismo contemporáneo. Estas dos caracterizaciones son rehuidas por la tesis que impugna la existencia de una nueva guerra fría. Se deja en reserva la evaluación del capitalismo en China y se soslaya la conceptualización del sistema imperial, para sugerir el retorno al escenario de múltiples potencias en conflicto de la era Lenin. La justificación de este diagnóstico postulando que Japón se autonomizará militarmente de Estados Unidos tiene poco asidero.
El resurgimiento del viejo conflicto interimperialista (Smith, 2023) es también asociado a la desglobalización, afirmando que la estrecha asociación de los años previos entre Estados Unidos y China se ha deshecho, junto al agotamiento del idilio globalizador (Rousset, 2023). La erosión de la internacionalización económica que irrumpió a fin del siglo XX, habría recreado la tradicional de confrontación entre potencias.
Se supone también que ese viraje de la asociación al conflicto, sigue un patrón pendular de trayectoria del capitalismo y se remarca que la misma secuencia se verificó en largo período de alianzas económicas, que precedió a la Primera Guerra Mundial. Pero incluso si esa repetición siguiera una secuencia cíclica, no hay razón para postular el mismo corolario. Durante décadas Estados Unidos y Europa anticiparon el entrelazamiento posterior sino-americano, sin desembocar en tensiones militares. El interrogante a resolver no es la existencia de conflictos, sino la lógica de las alianzas que ordena esos choques. Omitiendo el concepto de sistema imperial esa incógnita es irresoluble.
EXPLOTACIÒN ENTRE PAISES
Otros planteos objetan el antiimperialismo destacando que los antagonismos de la era actual involucran a las clases sociales y no a los países. Polemizan con el ¨nacional marxismo¨, que observa equivocadamente a la Argentina o a Brasil como víctimas de la explotación de Estados Unidos (Astarita, 2020). Estiman que las sujeciones en debate deben dilucidarse en la contraposición entre capitalistas y trabajadores y no entre estructuras estatales del centro y la periferia (Astarita, 2019).
Esta mirada acierta en destacar que los confiscadores de las regiones dependientes son los capitalistas del centro. Ningún país explota a otro, puesto que la extracción de plusvalía no es consumada por organizaciones nacionales sino por sectores sociales. También es correcto recordar que esa equivocada expresión fue utilizada por prominentes marxistas clásicos y persistió durante mucho tiempo, como un concepto corriente en muchos ámbitos de la izquierda.
Pero esa errónea presentación no invalida el trasfondo del problema y no corresponde desechar al antiimperialismo por su popularización con una formulación defectuosa. Simplemente hay que corregir esa forma de exponer el problema, señalando que no son los Estados Unidos en sí mismos sino los capitalistas de esa potencia, los beneficiarios de la expropiación padecida por el grueso de la población latinoamericana. Hay que rectificar la enunciación desacertada y evitar polémicas inconducentes.
El antiimperialismo no pierde sentido por esa ausencia de relaciones de explotación entre países. Constituye una acción de resistencia a los capitalistas del centro, que lucran con la ausencia o recorte de la soberanía de la periferia. Ese cercenamiento es efectivizado directamente por los Estados de las potencias imperiales, que establecen relaciones de dominación con los países dependientes.
Esa opresión es directamente consumada por un país sobre otro. En el caso de las colonias esa sujeción incluye la designación de los funcionarios por parte de las metrópolis. En la época actual ese explícito control ha sido reemplazado por múltiples condicionamientos diplomáticos, militares o geopolíticos.
Los críticos del antiimperialismo objetan la nebulosa conexión de ese concepto con las nítidas relaciones de clase. Pero simplifican el problema, desconociendo que el capitalismo funciona expandiendo diversas formas de opresión entrelazadas con la explotación. La extracción de plusvalía convive con los padecimientos de género, raza, cultura o religión, que afectan con la misma dureza que la expropiación del trabajo excedente a millones de individuos del planeta.
Al resistir la opresión nacional, el antiimperialismo confronta con una variedad de esas vejaciones. Las batallas por la soberanía nacional presentan el mismo cariz que otros conflictos diferenciados del espectro meramente clasistas, como son la lucha del feminismo, del ambientalismo o del anti racismo. Lenin destacó reiteradamente, que en lugar de contraponer ese tipo de acciones correspondía potenciarlas, para apuntalar una lucha unificada de todos los sectores subyugados.
Su mirada destacó que el movimiento popular no está integrado tan sólo por clases, sino por una variedad de individuos que asumen múltiples identidades. Un trabajador ocupa ese status laboral en su actividad productiva, pero también comparte con otros colegas semejanzas (u oposiciones) de género, religión o nacionalidad. Esa mixtura determina una combinación del plano clasista con variados niveles de identidad.
Los socialistas privilegian la conciencia de clase frente a otros órdenes de la vida social, pero no las oponen, ni las observan como instancias incompatibles. La crítica clasista al antiimperialismo fuerza esa contraposición, en frontal oposición al legado de Lenin. Omite que cuando los dominadores de los países centrales sojuzgan a la periferia amplifican las contradicciones del capitalismo, multiplican el número de afectados por ese sistema e incrementan la base social de potencial rechazo al sistema.
¿IRRELEVANCIA DEL ANTIIMPERIALISMO?
Otra objeción al antimperialismo resalta la obsolescencia de ese concepto, desde que la descolonización erradicó los últimos vestigios de ausencia de soberanía formal. Destaca que la liberación nacional es una demanda vigente, tan solo en los pocos casos actuales de opresión colonial o semicolonial. Estima que en el resto del planeta perdió sentido (Astarita, 2016).
Pero la vigencia efectiva de esa soberanía está corroída por el persistente dominio que ejercen las potencias metropolitanas sobre sus antiguas posesiones. Esa sujeción ha sido muy evidente en África en las últimas décadas y está a la vista en el arrollador control de Estados Unidos sobre América Latina.
Las evidencias de esa sujeción son incontables. Incluyen las bases militares en Colombia, el bloqueo de Cuba, la injerencia de la OEA y el protagonismo de las embajadas yanquis en la política interna de los países. También se verifica en la influencia de las fundaciones, los medios de comunicación y la interminable red de servidores de la CIA, la DEA y el Departamento de Estado. Es totalmente irrealista suponer que el antiimperialismo ha perdido preeminencia en una región tan avasallada por el poderío estadounidense.
Esa dominación es relativizada afirmando que, bajo el capitalismo los Estados más fuertes siempre condicionan a los más débiles, sin determinar por esa primacía la vigencia de estrategias antiimperialistas. Estados Unidos presiona a sus vecinos del sur como Brasil lo hace con Paraguay o Bolivia (Astarita, 2016). Pero esa comparación omite el abismo que separa a un socio limítrofe de peso con el coloso militar del planeta, que resguarda la continuidad del capitalismo con el mayor despliegue bélico de la historia.
Estados Unidos no es país que simplemente prepondera sobre otro. Encabeza un sistema que garantiza la expropiación de la periferia, regula las rivalidades del bloque occidental y asegura la protección de los opresores contra los desposeídos.
El antiimperialismo es también rechazado, señalando que actualmente los capitalistas de los países atrasados participan en la explotación de la clase obrera de sus países. Se recuerda su asociación con los inversores externos, para proteger sus ganancias en centros financieros comunes. Partiendo de ese señalamiento se afirma que, si una empresa estadounidense en Argentina es tipificada con el mote de imperialista, el mismo calificativo debería ser extendido a otra de origen chileno o de cualquier nacionalidad (Astarita, 2019).
Este enfoque también remarca que, la globalización de las relaciones entre el capital y el trabajo, induce a los grupos dominantes de todos los países a asociarse en un mismo entramado de explotación (Astarita, 2020). Esa identidad de intereses entre capitalistas foráneos y locales -que estaba presente en el origen de capitalismo con las inversiones externas de Inglaterra- se habría profundizado significativamente en la actualidad.
Pero esta mirada sugiere una tendencia estructural a la transnacionalización del capital, que fue pronosticada en numerosas oportunidades sin ninguna verificación. Los procesos de entrelazamiento y separación de los capitalistas de distinto origen nacional han seguido una pauta cíclica de aproximaciones y rupturas. Esa oscilación obedece a la competencia que libran los competidores por el control de los mismos mercados y al auxilio que brinda cada Estado a sus propias clases dominantes para apuntalar esa rivalidad.
Los exponentes de la oleada más reciente del pensamiento transnacional (Negri, Robinson) han quedado seriamente desmentidos por la desglobalización, el conflicto entre Estados Unidos y China, la creciente influencia del proteccionismo trumpista y el renovado protagonismo económico de los Estados.
De esa fallida transnacionalización del capital se ha deducido la extinción del antiimperialismo por dos razones. Por un lado, quitaría sentido a las luchas nacionales, frente a la creciente primacía del conflicto entre el capital y trabajo, como consecuencia del entrelazamiento mundial de las clases dominantes. Esa asociación diluiría por otra parte la contraposición entre el centro y periferia, que recrea el subdesarrollo y alimenta los proyectos antiimperialistas para erradicarlo.
Pero nadie ha logrado exponer hasta el momento algún indicio sólido de esos procesos. Las tensiones nacionales actualmente se recrean con una intensidad mayúscula en todos los rincones del planeta. Adoptan perfiles progresistas o reaccionarios. expresando la forma en que se desenvuelve la crisis, en una sociedad articulada en torno a países, fronteras, Estados y pertenencias nacionales. La efectiva extensión de la asociación mundial entre capitalistas de distintos orígenes se desenvuelve por el intermedio de los Estados existentes. Lejos de extinguirse o decrecer, esos organismos continúan actuando como los mediadores y garantes de la imbricación internacional de los capitalistas.
Esa asociación no diluye el antiimperialismo, puesto que opera dentro de un tejido imperial que asegura las ganancias de los capitalistas mediante todo tipo de agresiones. El saqueo del mundo árabe, la depredación de África y la sujeción de América Latina resucitan el antiimperialismo una y otra vez.
Tampoco la brecha entre el centro y la periferia que incentiva esa resistencia se ha reducido con la amalgama internacional de los capitalistas, porque ese entrelazamiento no altera la dirección de los flujos internacionales de fondos, en detrimento de las economías dependientes. Esos movimientos están signados por transferencias sistemáticas de valor que recrean relaciones de dominación, dependencia y subdesarrollo en el grueso de la periferia. Los críticos del antiimperialismo objetan también este diagnóstico, sin explicar por qué razón esas desigualdades se perpetúan. Al rechazar la existencia de esas transferencias no logran aportar interpretaciones del recurrente atraso de la periferia (Katz, 2018 :102-116).
SIN SENDEROS AL SOCIALISMO
Los críticos del antimperialismo afirman que ese emblema conduce a una conciliación de clases y a la consiguiente obstrucción de la lucha por el socialismo. Consideran que las consignas relacionadas con esa estrategia -cómo el llamado a una ¨segunda independencia¨ de América Latina- son altamente negativas. Entienden que esos planteos encubren el poder efectivo de clases dominantes locales, con intereses desconectados de la preponderancia extranjera. Presentan el caso argentino como un ejemplo contundente de esa autonomía (Astarita, 2016).
Pero esa mirada confunde dos planos muy diferentes. Qué los grupos dominantes desarrollen sus emprendimientos con los mismos patrones capitalistas del resto del mundo, no implica que el desenvolvimiento de un país dependiente repita los patrones de una economía desarrollada. La diferencia con esos países centrales no radica en el nivel de enriquecimiento de los capitalistas locales, sino en los obstáculos a la acumulación sostenida que genera la condición periférica. Y un determinante clave de esos condicionamientos es el recorte estructural de la soberanía que afrontan esos países. Por esa razón, la lucha por la segunda y efectiva Independencia -en una batalla con nítido tinte antiimperialista- resulta indispensable para erradicar el subdesarrollo.
Justamente en el caso argentino el recorte de la soberanía es muy visible en incontables terrenos. Esa amputación se agrava en los períodos de gestión gubernamental derechista. Argentina está sometida a la manipulación constante de la embajada estadounidense y desenvuelve una política exterior subordinada a Israel. Esa limitación obedece, en gran medida, al gran endeudamiento del país y a las exigencias de pago que impone el FMI. Es un condicionamiento que obstruye cualquier política económica medianamente autónoma.
Los críticos de antiimperialismo ignoran esta evidencia afirmando que la deuda no es una imposición externa de los banqueros, sino una carga introducida por las clases dominantes locales para su propio beneficio. Ilustran los negocios de esos sectores como acreedores de ese pasivo y rechazan las campañas de denuncia del endeudamiento y exigencias de auditoría o suspensión de los pagos (Astarita, 2010: 101-111).
Pero con esta mirada se limitan a señalar la efectiva complicidad de los capitalistas nativos con la carga del endeudamiento, sin registrar las consecuencias de esa participación. Al convalidar ese pasivo y obtener ganancias con su refinanciación, los grupos dominantes obstruyen el crecimiento económico y la acumulación de capital, eternizando una hipoteca que refuerza las transferencias de fondos al exterior. Los pagos foráneos de la deuda estatizada reducen los montos disponibles en la Tesorería para emprendimientos internos. Además, esas erogaciones recortan drásticamente el margen de autonomía geopolítica del país, para seleccionar los mejores socios, clientes o inversores del resto del mundo. Esa dualidad de partícipes de un endeudamiento (que afecta el propio desenvolvimiento de sus negocios), retrata una contradicción omitida por los críticos del antiimperialismo. Como sólo observan el primer aspecto del problema, no detectan sus efectos, ni tampoco la conversión de un beneficio inmediato en una pérdida posterior.
Este tipo de contradicciones es propio de las economías vulnerables y del status dependiente, que los objetores del antiimperialismo desconocen. A diferencia de Lenin no observan los conflictos derivados de esa condición y su potencial usufructo para una dinámica socialista. Siguiendo el patrón de las Ciencias Políticas convencionales, se limitan a registrar la distinción entre países que detentan o carecen del atributo de la Independencia, como si esa diferencia formal no ocultara el abismo de soberanía real, que separa a las potencias imperiales de los súbitos de la periferia.
Afirman que tal como ocurrió con el derecho de sufragio o divorcio, la autodeterminación política es un derecho conquistado o pendiente (Astarita, 2016). Estiman que en donde fue obtenido el antiimperialismo se ha tornado redundante. Pero con esa simplificación omiten toda la gama de logros intermedios y conquistas neutralizadas. El caso de América Latina ilustra esa secuencia. Se independizó en la misma fecha que Estados Unidos, pero su trayectoria posterior la situó en un polo opuesto de subordinación a la primera potencia.
Los críticos del antiimperialismo afirman que esa bandera alimenta el nacionalismo, en una era de disolución de la tónica progresista del patriotismo (Astarita, 2019). Pero ese expeditivo diagnóstico fue tantas veces expuesto como desmentido en los últimos cien años por las repetidas oleadas de declive, renovación y resurgimiento del nacionalismo en los cinco continentes.
Ese desconocimiento también impide registrar la variedad del nacionalismo y el consiguiente abismo que separa al nacionalismo reaccionario de su rival de izquierda. La contraposición que existe entre Bolsonaro, Evo Morales o Chávez queda diluida en las miradas que proclaman el genérico fin del nacionalismo, sin considerar sus antagónicas vertientes internas.
Esa ceguera es un mal de larga data entre los pensadores socialistas que objetaron al antiimperialismo, realzando la primacía de la lucha de clases (Gülalp, 1981). Esta vertiente periódicamente convocó a ¨volver a Marx¨ para superar las distorsiones del nacionalismo metodológico y recuperar la centralidad de la contraposición entre el capital y el trabajo (Radice 2009).
Los precursores de esa mirada (Bujarin, Radek) polemizaron con Lenin a principio del siglo XX, exponiendo los mismos argumentos que sus discípulos posteriores. Afirmaban que la centralización mundial del capital tornaría obsoleto al nacionalismo, frente al avance del internacionalismo de la izquierda. El líder bolchevique objetó esa simplificación señalando que esa tendencia económica general del capitalismo, no tendría traducciones directas o automáticas en la acción política. Destacó que ese mismo proceso generaba nuevas modalidades de opresión imperial que resucitaban distinto tipo de nacionalismos. Esta dinámica es ignorada por los previsores de una extinción de las tensiones nacionales que siempre recrea el capitalismo.
CARENCIA DE ESTRATEGIA
Los críticos simplemente omiten que el antimperialismo fue el vector de todos los procesos socialistas triunfantes que sucedieron a la revolución rusa. En Yugoslavia, China, Vietnam o Cuba articuló la liberación nacional con los anhelos de emancipación social, generando dinámicas de radicalización anticapitalistas. En esos casos se corroboró la incidencia positiva del antiimperialismo para el proyecto socialista.
Los cuestionadores ignoran lo ocurrido en esos procesos. También omiten que la irrupción socialista pura derivada del mero choque entre el capital y el trabajo, no se verificó en ningún episodio revolucionario del siglo XX. Al negar la estrategia de radicalización antiimperialista -que permitió inaugurar procesos socialistas en la periferia- anulan las mediaciones requeridas para concretar los objetivos emancipatorios.
Con esa postura suelen objetar una estrategia sin ofrecer alternativas y sin aportar otros conectores para alcanzar la meta socialista. Se limitan a cuestionar los discursos nacionalistas radicalizados que distorsionarían el sentido de la lucha socialista, sin proponer otra opción. Esa carencia sitúa su postura en las antípodas de Lenin, que estaba obsesionado por transformar las ideas en acciones y los proyectos en realidades. Por eso prestaba tanta atención a las contradicciones, los nexos y los eslabones políticos, que los críticos del antiimperialismo desechan en forma abrupta.
Los críticos del antiimperialismo nunca ofrecen algún antecedente o indicio de la forma en que se desenvolvería su proyecto. Tan solo se postulan un imaginario de socialismo universal, que aparecerá en algún momento y en algún país por la fuerza del destino. Entre la meta del comunismo y la realidad actual no parecen concebir ninguna mediación. Contraponen a la convergencia de la izquierda con el nacionalismo radical, un internacionalismo abstracto sin ningún sujeto articulador de su propuesta.
En el pasado, los partidarios de esta variante purificada del socialismo desechaban el antiimperialismo, realzando el papel primordial de la clase obrera. Como en los países centrales el proletariado era mucho más sólido y numeroso, sugerían que el horizonte poscapitalista sólo podría despuntar primero en Europa o Estados Unidos. Como esos presupuestos fueron crecientemente abandonados, esa mirada ha sido sustituida en la actualidad por un marxismo
solitario, centrado en dilucidar dilemas teóricos, desconectados de disyuntivas políticas reales.
Para evitar ese devenir tan contrapuesto al legado de Lenin, hay renovar el antiimperialismo como un pilar de la estrategia socialista en países periféricos. Esa política requiere una conceptualización del nacionalismo que analizaremos en el próximo texto.
15-10-2024
RESUMEN
El sistema imperial y el bloque socialista remodelaron el antimperialismo en el siglo XX. El belicismo actual de Estados Unidos para contrarrestar su declive económico impone otra reconsideración. La pluripolaridad aporta una mediación para alianzas con el nacionalismo revolucionario, confrontaciones con la ultraderecha y replanteos con el progresismo. En América Latina corresponde resistir a Estados Unidos, renegociar con China y gestar la unidad regional, en sintonía el realismo de Lenin. Las miradas neutralistas contrarían ese legado y desconocen el protagonismo agresor de la OTAN. Los críticos del antiimperialismo jerarquizan los antagonismos de clase ignorando otras variedades de opresión. Olvidan las tensiones nacionales, las contradicciones de la periferia y las mediaciones del proyecto socialista.
REFERENCIAS
-Achcar, Gilbert (2023) La situación mundial es la de una nueva guerra fría, 3-3-2023
https://vientosur.info/la-situacion-mundial-es-la-de-una-nueva-guerra-fria/
-Astarita, Rolando (2010). Subdesarrollo y dependencia, Universidad de Quilmes.
-Astarita Rolando (2016). ¿Por qué "segunda independencia"? https://rolandoastarita.blog/2016/07/07/
-Astarita, Rolando (2019). La izquierda y Lenin, sobre imperialismo y explotación de países
https://rolandoastarita.blog/2019/04/07/
-Astarita, Rolando (2020). Respuesta a críticas de Claudio Katz, https://rolandoastarita.blog/2020/07/31/
-Cajas-Guijarro, John (2019). Las guerras imperialistas del siglo XXI, Cuando el enemigo del pueblo vive en todos los bandos 13-2-2019, https://ecuadortoday.media/2019/02/14
-Gülalp. Haldun (1981), Frank and Wallerstein revisited: A contribution to Brenner's critique. Journal of Contemporary Asia.
-Katz, Claudio (2018). La teoría de la dependencia, 50 años después, Batalla de Ideas Ediciones Buenos Aires.
-Katz, Claudio (2022). Desaciertos sobre el imperialismo contemporáneo, 18-9-2022, www.lahaine.org/katz
-Katz, Claudio (2023). La crisis del sistema imperial, Edición virtual, septiembre 2023 Jacobin, Buenos Aires, https://jacobinlat.com/2023/09/29/la-crisis-del-sistema-imperial-2/
-Katz, Claudio (2024a). América Latina en la encrucijada global, Buenos Aires Batalla de Ideas; La Habana: Editorial de Ciencias Sociales,
-Katz, Claudio (2024b). Lenin en América Latina, hoy. 29-4-2024, www.lahaine.org/katz
-Probsting, Michael (2022). Russia: An Imperialist Power or a "Non-Hegemonic Empire in Gestation"? A reply to the Argentinean economist Claudio Katz An Essay (with 8 Tables), August 11, 2022, https://newpol.org/russia-an-imperialist-power-or-a-non-hegemonic-empire-in-gestation-a-reply-to-the-argentinean-economist-claudio-katz-an-essay-with-8-tables
-Probsting, Michael (2023) 'Empire-ism' vs a Marxist analysis of imperialism:
Continuing the debate with Argentinian economist Claudio Katz on Great Power rivalry
https://links.org.au/empire-ism-vs-marxist-analysis-imperialism-continuing-debate-argentinian-economist-claudio-katz
-Radice Hugo (2009), "Halfway to Paradise? Making Sense of the Semiperiphery", in Owen Worth and Phoebe Moore, Globalization and the 'New' Semi-Peripheries Palgrave Macmillan,
-Rousset, Pierre (2023). China en la crisis de la (des)globalización, 01/04/2023, https://www.sinpermiso.info/textos/china-en-la-crisis-de-la-desglobalizacion-entrevista
-Smith, Ashley (2023). La lucha interimperialista por la supremacía tecnológica, 1-4-2023 https://rebelion.org/la-lucha-interimperialista-por-la-supremacia-tecnologica/