La Revolución socialista, entendida en su mayor expresión y en sus mejores aspiraciones como contraposición al orden establecido bajo el liberalismo y el capitalismo, debe ser producto de una concepción pluralista y de la autoorganización colectiva y la acción consultiva y directa de quienes la promuevan y la sustenten. Los valores de autonomía, igualdad y solidaridad serían, en consecuencia, valores esenciales en toda propuesta revolucionaria que se identifique como anticapitalista, socialista o comunista. No obstante, la realidad imperante en el mundo contemporáneo obliga a replantearse cómo podrían tener plena vigencia gran parte de los postulados teóricos sobre los que se construyó la alternativa revolucionaria del socialismo, sin que ello signifique renegar de los aportes hechos por Marx, Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo, José Carlos Mariátegui, Antonio Gramsci, Mao Zedong, Ernesto Che Guevara y Fidel Castro, por citar los más renombrados. Para complementar, vale decir que hay que ampliar los análisis y las opciones que se presentan como fórmula para lograr la transformación estructural del sistema capitalista y de todo el modelo civilizatorio que se deriva del mismo. Como lo expone Adela Cortina en su libro «Democracia radical y éticas aplicadas», «la división de clases no da cuenta de los distintos grupos de interés; la abolición de la propiedad privada no es condición suficiente ni necesaria de una sociedad más justa; el paro estructural obliga a revisar la concepción del hombre como trabajador productivo; a la promesa de una sociedad de la abundancia, nacida del progreso técnico,acompaña la amenaza de la destrucción total; las ideas no dirigen la historia, pero tampoco la estructura económica (...); la moral no es el motor único del socialismo, pero sin ella no hay motivos para pretender una sociedad más justa».
Con ello presente, la lógica burguesa (volcada hacia la satisfacción del propio interés) sigue dominando los modos de pensar y de proceder de la gran mayoría de las personas alrededor del mundo, incluso entre aquellos que, por su discurso, se hallarían más dispuestos a confrontarla y a erradicarla. Todo esfuerzo revolucionario debiera, en consecuencia, orientarse a crear las condiciones objetivas y subjetivas que permitan el surgimiento, con una perspectiva definidamente revolucionaria, de una voluntad de emancipación real y un pensamiento nuevo de la historia. La coherencia que pueda lograrse en este sentido hará de la democracia una innovación permanente, teniendo en cuenta que el pueblo es principio, sujeto y fin de la democracia, nada ajeno a ella, en oposición al Estado, como organizador, defensor y rector de un modelo de sociedad que niega o limita la soberanía ejercida por el pueblo, siendo dicho Estado representación de una relación de dominación respecto a los individuos y el conjunto social.
En el amplio espacio geográfico de nuestra América Latina/Abya Yala/Améfrica Ladina, la opción de superar la oposición entre la democracia (entendida como autoinstitución democrática de lo social) y el Estado político (o formalismo del Estado moderno) se ha visto alterada con la irrupción de nuevos actores políticos de tendencias autoritarias, neoliberales y proimperialistas que obligan a escudriñar con más ahínco y objetividad las causas de tal irrupción y, como derivadas de ello, las contrapropuestas que deben conocer los sectores populares, reiventándolas según sus intereses y sus patrones de organización colectiva. Las nociones de buen vivir, de comunidad y lo común (extraídas de nuestros pueblos ancestrales) abren la posibilidad de establecer relaciones de reciprocidad dentro del modelo de sociedad actual, de un modo que éstas incidan, positivamente, en cada uno de los órdenes que habitualmente hemos conocido. Todo lo cual renueva y reimpulsa la concepción de las gubernamentalidades autónomas a que darían origen, chocando frontalmente contra el pensamiento eurocentrista dominante; de una manera semejante a la planteada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional de México o el pueblo aymara en Bolivia.
Hay, sin embargo, apetitos de mando que conspiran contra su realización. De manera constante y de signos distintos. En su libro «La traición de los mejores», publicado en 1953, el escritor e historiador trujillano Mario Briceño Iragorry hizo una síntesis de lo que ha sido la historia social y política de Venezuela, luego de alcanzar su independencia del régimen colonial español en los campos de batalla, al exponer: «Lejos de haber trabajado aunadamente por una Venezuela que garantice a todos el cumplimiento de su humano destino de plenitud y de libertad, cada quien se hizo una Venezuela quebradiza en lo moral y úberrima en la ventaja del hartazgo individual». Una cuestión que, a pesar del tiempo transcurrido y los distintos cambios revolucionarios producidos en este país, sigue vigente, siendo éste el primer elemento a combatir, sin descuidar lo propio respecto al imperialismo gringo y sus acólitos de la derecha radical. Para quien comparte esta visión de la política, la mejor opción para sacar partido de todo es mantenerse al margen de las consideraciones teóricas o ideológicas que puedan surgir al momento de llevar a cabo una revisión o un debate verdaderamente serios y objetivos de lo que representa el socialismo bolivariano; lo cual les ayuda a preservar el estatus alcanzado, ya sea partidista o gubernamental. Aún con ello, la amplia gama de movimientos sociales y de organizaciones populares continúa pugnando por ensanchar el papel protagónico y participativo que le ha correspondido ejercer; lo cual, tarde o temprano, facilitaría la instauración de gubernamentalidades autónomas, siendo su mejor logrado objetivo de transformación.