Hoy domingo, pasado al mediodía, prendí mi máquina, pues temprano, salí con una de mis hijas por un viejo, ancestral, ritual que dejé de cumplir con la regularidad de toda la vida, por razones distintas, como la avanzada edad, no tener vehículo y estar sujeto al tiempo de quienes pueden y quieren ayudarme, el de comprar pescado a la orilla del mar.
Al regreso, accedí a Aporrea y leí ligeramente el trabajo que mandé con anticipación a éste, titulado "Por Cumaná, "la primogénita". Antes hablé de Juancho "La pechuga", ahora le toca a "La Purpurina".
https://www.aporrea.org/regionales/a336534.html
Soy de quienes, en mis primeros años de columnista en prensa, de cuando uno escribía en las llamadas "máquinas", aquellas de cinta y papel, las mismas por las cuales si uno cometía mucho errores y la página, al corregirlos, quedaba en mal estado, debía sacarla, poner otra y repetir lo escrito o esperar al final, para, si era necesario, volverla a escribir de principio a fin, quedé prendido de la angustia de revisar y revisar, sin nunca evitar se me vaya algún error, bien gramatical o de forma del texto. Debía llegar a la redacción del periódico a tiempo y pulcra o, para decirlo mejor, sin abundancia de los feos estragos que dejaban los borrones.
Ahora corrijo a la vieja usanza, releyendo el texto y con las recursos que ofrece la nueva tecnología, con Word y luego Gmail, de esa manera, en gran medida, uno corrige los errores gramaticales, más no siempre los de construcción y pese eso siempre alguno y algunos se escapan.
Y no es sólo uno, un humilde escritor provinciano, pues como cité en trabajo anterior, hasta Gabriel García Márquez, tenía sus problemas con eso, tanto que en "Vivir para contarla", dice al respecto, "La ortografía fue mi calvario a lo largo de mis estudios y sigue asustando a los correctores de mis originales. Los más benévolos se consuelan con creer que son torpezas de mecanógrafo".
Recuerdo cuando en una conversación de amigos, Simón Sáez Mérida, comentó, "cuando mis trabajos salen publicados en la prensa no los leo, pues me aterroriza hallar allí los errores que, con certeza, sé que allí y estuvieron escondidos para mí las tantas veces que les traté de hallarlos".
En una oportunidad, hablando en Caracas, por los alrededores del Museo de Bellas Artes, con un joven escritor, me dijo algo que, con el tiempo, llegué a confirmar que ese juicio no solo era sensato sino certero. Y fue que, "amigo, los menos adecuados para corregir lo escrito, son sus autores. Quien escribe algo, sobre todo si es largo, lee siempre por encima, y en verdad no lee, se repite así mismo lo que cree escribió y, por esa práctica, en la mayoría de las veces no detecta los errores.
En la vieja prensa venezolana, la de papel, no faltaban los buenos correctores, que están absueltos del dogal del autor del escrito que debían corregir y por esto y el excelente conocimiento que tenían de la lengua, atrapaban cualquier error o gazapo; bien gramatical o de redacción, de esos textos que, cuando uno, como dice García Márquez, intenta hacer gimnasia, se quedan como en el aire. Y los correctores, todavía tenían otro recurso, si algún error se les escapaba, que a ellos podría atribuírsele, se lo endilgaban a "pigmeos fantasmas que, en altas horas de la noche, merodeaban por los talleres y desordenaban todo".
Por cierto, García Márquez cuenta, como desconoció su autoría de una de sus novelas, editada en España, donde los correctores le pusieron a él, el narrador y a sus personajes, a hablar como si fuesen españoles. Porque eso es un error garrafal. Y cuando esto comento, me pregunto, como siempre y cada vez que de esto hablo con alguien, ¿cómo habrán hecho japoneses, turcos, griegos, alemanes y hasta de habla inglesa, para traducir a sus lenguas "El Quijote" y "Cien años de soledad", por sólo nombrar dos autores y dos novelas. ¿Cómo hallar un japonés tan culto y talentoso, para traducir estas obras con pertinencia a su lengua? Pienso y tereque pienso y no logro imaginarme ese resultado. Y hasta me pregunto, ¿Si las tradujeron qué habrán hecho? ¿Qué pensarán los lectores en esas lenguas acerca de esas obras?
Voy a decir, de manera convencional, "los medios de ahora", porque en el fondo pienso, no son todos, carecen de correctores. De manera que, los errores son de la absoluta responsabilidad del autor, hasta aquellos tan obvios que uno se conforma con la certeza que el lector hará la corrección.
En este artículo, uso la fecha 19 de abril de 1818, porque en el anterior, cuyo título y enlace para acceder a Aporrea que arriba coloqué, hice alusión a esa fecha, en lugar del 19 de abril de 1810, como la relativa al día cuando El Capitán General de Venezuela, Vicente Emparan, fue destituido de su cargo por iniciativa de los revoltosos caraqueños, entre ellos los de la Sociedad Patriótica. En este caso, no es culpa de los correctores de prueba del taller, porque no existen y menos los duendes enanos. Tampoco de los correctores de Word y Gmail, porque no están diseñados para esas circunstancias. Sólo fue un error mío que al escribir en lugar del 0 puse un ocho y al leer, para revisar, me pasó lo que aquel joven con quien hablé por los alrededores del Museo de Bellas Artes me dijo. Las veces que revisé le pasé por encima a un error obvio y no lo vi. Fue él, como aquel asesino de un cuento de Edgar Allan Poe, un cartero que todos los días iba a un determinado y pequeño edificio de viviendas, a cumplir su oficio, asesinó a una dama. Cuando la policía llegó a hacer sus averiguaciones, pregunto a todo el mundo, incluso al portero, si ese día había llegado allí alguien extraño, todos dijeron que no. El cartero, en sus labores, visitaba tanto aquel espacio que todos lo asimilaron como parte del paisaje.
Este artículo no nació así, como espontáneamente o por la necesidad de cumplir una obligación, pues no la tengo, sino porque a mi edad, cuando ya uno ando como recogiendo los implementos porque andamos en la parte baja del noveno inning, con dos outs, ganando o perdiendo el juego, todavía los errores, que siempre son bastantes, pese uno corrija y corrija y más no habiendo correctores de pruebas, siguen saliendo y lo que es peor, a uno, pese haber escrito tanto, todavía aterrorizan.