Alí Primera

Domingo, 08/12/2024 06:30 AM

Allá por el año 1974 ingresé en la Universidad, en la Facultad de Ciencias, donde quería estudiar Física. Una de las mayores sorpresas que recibí allí fue la masa de estudiantes que tenían igual deseo que yo, contándose por miles, lo cual desbordaba la capacidad académica y física de la Universidad. Una muestra de esa situación lo da que una de las secciones abiertas para Química, tenía un total de inscritos de más de 400 alumnos, para lo cual ningún salón, ni siquiera el auditórium podía acogerlos.

Los estudiantes hacíamos lo que podíamos, y a los días como en todo proceso educativo, las cantidades comienzan a mermar y poco a poco comenzamos a relacionarnos, creándose verdaderas buenas amistades, algunas de las cuales perduran hasta hoy. Esta cantidad de estudiantes se agrupaban por distintas afinidades como era los liceos de origen, principalmente los de Caracas, los de región, pues había un grupo de estudiantes de Valencia los cuales a mí me parecían que tenían conocimientos inalcanzables, y así nos reuníamos a la entrada de la Facultad, comentando hechos asombrosos como que la Facultad de Ciencias tuvo que comprar una computadora gigantesca para igualar a la que había adquirido la Facultad de Ingeniería y que parece que no era de tan fácil acceso.

El aspecto académico era terrible, si llegabas tarde a la clase era que no podías entrar, y debías oír la clase desde la puerta apiñado con otros compañeros que también habían llegado tarde. La solución: Ciencias construyo unos galpones, que no se si todavía existen para los alumnos del ciclo básico. Los que estaban al final no oían; el profesor Iacoca, hacia grandes esfuerzos, pero nada, no oíamos.

Pero además muchos no entendíamos, como en mi caso particular, hasta que hable con una compañera, Camucha. Resulta que en San Juan no veíamos los programas de estudio completos; por ejemplo el de matemáticas de Tercer año lo vimos en un 40 o 50 % por ciento, producto de los intensos conflictos sociales que se reflejaban en nuestro Liceo Roscio, donde para esa época fueron cotidianos los enfrentamientos con la policía con grandes bajas entre los estudiantes. Y bajas en la enseñanza.

Cuando llegábamos a la Universidad estábamos más perdios que perro en campo de bolas, y no podíamos seguir el ritmo de las clases. Recuerdo que en Análisis Matemático, nos pusieron un preparador que nos dio una pequeña inducción y antes de salir lanzó un trazado en la pizarra diciéndonos "Tráiganme para mañana la fórmula de esta recta", y se fue.

Yo salí riéndome de la clase y pensando, lo que me faltaba un loco dando clase, quien ha dicho que las rectas tienen formulas. Todo se aclaró cuando al día siguiente, Camucha me conto que las monjas de su Colegio daban todos los programas de estudio completos, que habían terminado las clases el 15 de Julio y luego iniciaron un curso intensivo para prepararlas a todas en las materias universitarias. ¡70 años después todavía me sorprende la previsión de las monjas! Aun así a esas muchachas súper preparadas les fue muy difícil lograr la continuidad en la Facultad. Y que las grandes empresas donde creíamos que nos necesitaban e íbamos a trabajar, nos abandonaron. Ojala esto no fuera así hoy.

Teníamos grandes profesores; una vez sentado junto a Carlos Deseda, en el último nivel del auditórium escuchaba al profesor Baez Duarte, de análisis que decía, bueno vamos ahora por el siglo XVI nos falta para llegar a la matemática del siglo XX. Una visión histórica de la matemática.

Bueno, como les decía nos reuníamos a la puerta de la Facultad, y aunque recuerdo a mis compañeros y veo sus rostros me cuesta recordar sus nombres. Se formaban muy pequeños grupos por cualquier motivo, estando alguien con un cuatro y cantando sus canciones mientras otro hablaba de Física, por ejemplo.

Pasaron los años, quizás 30 o 40, muchos, y estando casado con Norma, y Daniel mi hijo muy pequeño, estábamos en la Colonia Tovar y en un momento que ella entro a comprar algo, estacioné el carro y me acercaba donde ella estaba, cuando de las mesas alguien me llamó, ¡Oscar! , ¡Oscar¡ volteo a buscar quien me llamaba y era Alí Primera, el estudiante de Falcón que con su cuatro en la mano tocaba y cantaba para sus compañeros, en las puertas de la Facultad de Ciencias.

Alí ya era un artista conocido, no llegamos a intimar en ese grupo de estudiantes de la Facultad de Ciencias, donde otros se hicieron también conocidos y hasta famosos, solo estábamos juntos algunos ratos espaciados. Y Alí Primera se acordaba de mí, me llamó por mi nombre y nos sentamos juntos en la mesa, recordando algunas cosas y el contándome muchos de los incidentes de su vida, principalmente familiar, que había estado en Europa Oriental, que se había casado, tuvo hijos, que ella vivía allá, creo que en Hungría, no sé. Y durante la hora y tanto que estuvimos hablando yo auscultaba a Ali, ese compañero de Ciencias para tratar de entenderlo.

Mientras hablaba me daba cuenta que no había resquemores ni quejas, hablo sinceramente de las cosas suyas, podríamos decirlo, con pureza. Después en el camino de regreso de ese encuentro fuera de lo común, mi única explicación fue que Alí era un revolucionario, de alma limpia, de mensaje claro y que eso era todo. No le di nada, no me quito nada. Que con eso convencen los revolucionarios.

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