Sociopolítica del energúmeno

Sábado, 04/01/2025 06:11 AM

 

Nos cuenta Esopo que las ranas pidieron a Zeus un Rey, y que éste les envió un tronco flotante. Hastiadas de la inactividad del madero, solicitaron las ranas un nuevo monarca, y Zeus les remitió una serpiente que las devoró a todas.

Valga la sagaz fábula para explicar por qué en tiempos de crisis gobernantes anodinos son suplantados por energúmenos, aunque no detalla por qué los batracios, cuando tienen la oportunidad, eligen precisamente a quien ha de devorarlos.

Pues la inacción del leño seco es cómoda, pero inefectiva. Como las socialdemocracias que nada socializan, las revoluciones que no revolucionan o los progresismos que no progresan, quien intenta gustarle a todos termina no gustándole a nadie.

Un nuevo Manual de Buenos Modales de Carreño los paraliza: el Politically Correct. Hay temas tabú que está prohibido tocar, porque molestarían a alguien. Por ejemplo: salarios mínimos que permitan sobrevivir a los trabajadores. Pongamos por caso: misteriosas fortunas salidas de la nada. Incluso: gobiernos que no protegen a los primeros ni investigan las segundas. Mientras tanto, la charca se seca y la desesperación diluvia. Nadie hace nada, porque los batracios han delegado su facultad de actuar en un leño que sólo hace buenos negocios.

Preguntémonos una vez más por qué, desde que las ranas votan, de vez en cuando eligen a la culebra que las devora.

Respondamos con el fabulario contemporáneo, la telenovela. Quizá las series más aclamadas de nuestra pantalla chica fueron Gomez, Gómez 2, y Estefanía, con geniales libretos de José Ignacio Cabrujas y colaboradores.

Gómez retrata el ocaso de un déspota que traicionó a su compadre Cipriano Castro, usurpó el poder con golpe de Estado, lo usó para hacerse inmensamente rico cediendo nuestras riquezas al capital extranjero y encarceló o desapareció a sus enemigos.

Para ser justos, añadamos que Gómez, aparte de ser un tirano aborrecible, acabó con las guerras civiles y en 1930 pagó hasta el último centavo de la Deuda Pública. Como me comentó su hijo el general Florencio Gómez: a veces para hacer un bien hay que hacer algún mal.

Y sin embargo, mientras más se afanaba José Ignacio en hacer aborrecible al personaje, mayor era el fanatismo de la audiencias. De resucitar, el Benemérito gana las elecciones.

Lo mismo ocurrió con Estefanía, telenovela con libreto de Cabrujas que abominaba del jefe de la policía política de la dictadura de Pérez Jiménez, esbirro que utilizaba sus poderes para intentar hacerse amar por la protagonista. La popularidad del malvado fue tal, que la serie debió ser abreviada.

¿Cómo interpretar la idolatría del público por un zamarro anciano iletrado, traidor rodeado de traidores que compraba a sus queridas regalándoles casas y se deshacía de sus enemigos diciendo "no los quiero ni aquí ni allá"? ¿O por un sicario que torturaba a quienes luego torturarían a los izquierdistas?

¿Será que en el fondo de cada compatriota aplastado por la gravedad de lo cotidiano y la inopia de los poderes que deben remediarla, yace un energúmeno que ansía un poder ilimitado para resolver de una vez por todas las cosas a trancazos, aunque ello signifique tragarse todas las ranas desamparadas por un tronco inerte?

No me atrevo a contestar, pero pregúntese el amable lector si las votaciones por tantas serpientes devoradoras que ofrecen acción destructiva no tiene su origen en la postradora conciliación de clases que no resuelve ni lo uno, ni lo otro, ni todo lo contrario.

Intentemos una taxonomía del devorador.

Para disimular que en realidad se come a sus compatriotas, el energúmeno crea antagonistas ficticios. El verdadero adversario de la humanidad es el capitalismo gracias al cual el 10% de la población monopoliza 80% de la propiedad del mundo, dispara crisis recurrentes, agota los recursos del planeta, asigna sueldos por debajo de la subsistencia a los trabajadores y suplanta más del 40% de ellos con máquinas.

Pero serpiente no come serpiente. Para Trump causan las crisis los hispanos migrantes; para la Unión Europea los trabajadores migrantes; para Hitler los judíos; para los judíos, los musulmanes. A diferencia del capitalismo, ninguno de estos supuestos adversarios tiene armas nucleares, ni cómo defenderse de potenciales genocidios.

 

En la persecución del adversario ficticio el energúmeno es ante todo escandaloso: la suya parece la única protesta visible en una charca que degenera en pantano. Benito Mussolini, Adolf Hitler, Donald Trump ascienden al poder montando alharacas que los destacan de las restantes inercias cómplices. Berlusconi cimienta su carrera en fraudes financieros disimulados por monopolios mediáticos. Zarkozy, en corruptelas tapadas por imágenes de su esposa Carla Bruni tal y como vino al mundo. Jair Bolsonaro dice ser favorito de Dios y se rebautiza "Mesías" con aguas de un río sagrado. Zelensky inicia su carrera como cómico televisivo, Milei arrancando motosierra paramilitar con la cual después pulverizará pensiones, propiedades de la Nación, servicios públicos, salarios. Todo es gesto, efectismo, prepotencia. Ser Celebrity a costa de todo y de todos.

El energúmeno no tiene más ideología que el antojo ni más programa que la rabieta. Como niño malcriado, todo lo que desea debe ser suyo de inmediato. Hitler se soñaba dueño de Europa y de la Unión Soviética, Mussolini de Albania, Grecia, Eritrea, Libia y Somalía. Trump quiere apoderarse del Canal de Panamá, de Canadá, de Groenlandia, de la Antártida, del petróleo venezolano, sin reparar en que ya tienen dueños. Netanyahu aspira a dominar Gaza, Palestina, Siria, Irán, Irak, el Asia, el mundo. La Unión Europea no se conforma con menos que devorar la Federación Rusa y la pequeña China, por no hablar de la levantisca África. Al enano argentino el mundo le queda pequeño. Nunca faltan electores que a cambio del voto esperan un botín más grande que sus capacidades.

Adoptar para la etiqueta del poder la falta de modales del paleto, tan satirizado por Mark Twain, es fingir que tras la torpeza opera alguna inocencia o sinceridad ignorante que disculpa sus dislates. Decía Napoleón que de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso: el mismo que lleva al poder a energúmenos y serpientes.

El más seguro aliado de los energúmenos son sus víctimas, que aceptan sin chistar las consagraciones que sus verdugos se atribuyen. Anarquistas y libertarios son los más altos grados de la condición política: habitan el Reino de la Libertad, fruto superior de un comunismo que desvanecerá al Estado.

Pero así como roban el trabajo ajeno, capitalistas, serpientes, energúmenos y usureros pillan términos que no les pertenecen y se autoproclaman ahora "libertarios" o "anarcocapitalistas".

Vaya usted a ocupar un latifundio en nombre de la libertad o un banco en nombre de la anarquía para que descubra cómo se bate el plomo.

Lo mas grave ocurre cuando los propios acosados medios progresistas también llaman "libertarios" o "anarquistas" a estos ápices de la codicia y dechados de la avaricia, equiparándolos a paradigmas del libre albedrío.

Cuando el energúmeno define los términos del debate, éste está tan perdido que sólo la Revolución podrá recuperarlo.

TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO.

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