Este 21 de febrero se cumplen 177 años de la primera edición del Manifiesto Comunista, libro de referencia para la tradición marxista y para el campo popular movilizado y en lucha. De igual forma, tomando como referencia este día, se celebra el Día Internacional del Libro Rojo, bajo el precepto de fomentar la investigación, la reflexión y el estudio consciente de los desafíos que afrontan los grupos revolucionarios en la actualidad.
Luego de más de un siglo y medio de vida, de un centenar de ediciones en decenas de idiomas, el Manifiesto sigue enarbolando el llamado a la unión proletaria frente a su más cruel enemigo, el capitalismo. A pesar del esfuerzo de sus detractores por negar su actualidad y vigencia, el panfleto es plenamente reconocido por académicos y políticos de todo el mundo, siendo incluso ratificado por la propia Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) como patrimonio histórico de la humanidad en 2013. Incluso en fechas tan cercanas como 2015, seguía figurando entre los libros más vendidos del planeta, según el diario “The Guardian”. Ante estos precedentes podemos decir con fundamentos que el manifiesto es un muerto que goza de muy buena salud.
Parafraseando al historiador Eric Hobsbawm, cada lectura o aniversario del Manifiesto es ocasión para “recordarnos a nosotros mismos que el Manifiesto tiene aún mucho que decir al mundo en el siglo XXI".
Dice un famoso pasaje del Manifiesto que la mejor muestra de la crisis del sistema capitalista se genera cuando “la burguesía es incapaz de gobernar, porque es incapaz de garantizar a sus esclavos la existencia, ni aun dentro de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarlos llegar hasta una situación de desamparo en que no tiene más remedio que mantenerles, cuando son ellos quienes debieran mantenerla a ella”.
Según datos entregados por la organización internacional OXFAM, desde el año 2020 la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado con creces, pasando de 405.000 millones de dólares en 2020 a 869.000 millones de dólares a inicios de 2023, lo cual representa un aumento del 113%. Durante el mismo período, la participación en la riqueza de cerca de 5000 millones de personas a nivel global se ha reducido.
De igual forma, el informe Driven to Waste: The Global Impact of Food Loss and Waste on Farms, elaborado por el Fondo Mundial para la Naturaleza, señala que en 2021 se perdieron más de 2.500 millones de toneladas de alimentos en el planeta debido a ineficiencia en su comercialización. Suficientes para alimentar de forma confortable a 3.000 millones de personas.
Sumando a lo anterior, el estudio "The Carbon Majors Database", elaborado en el 2017 por la organización Disclosure, Insight, Action – CDP, corroboró que para 2015 más del 72% de las emisiones de gases de efecto invernadero del planeta eran producidas por solo 224 empresas dispuestas en los 20 países más industrializados del planeta (G20). Estos datos fueron ampliados por el reciente informe "The Closing Window: Climate Crisis Calls for Rapid Transformation of Societies" de las Naciones Unidas, colocando el porcentaje de emisión en 75% para 2020.
Como deja claro lo anterior, la misma existencia material del ser humano está amenazada por el capitalismo, por su increíble e injusta concentración de riqueza, por la máquina de miseria que representa y por el peligro que personifica este ante la propia base natural de nuestra supervivencia.
Volviendo al manifiesto, podemos afirmar que: “Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado”.
Hoy muchos parecen eludir el concepto de clase como herramienta para entender la tensión inherente a los social, argumentando que la diversidad, fragmentación y segmentación del proceso productivo capitalista ha transformado sustancialmente las condiciones y características de las y los trabajadores.
Sin embargo, es menester recordar que el concepto marxista de clase es concebido en relación con los medios de producción, con el poder social y el poder estatal. En la medida en que tenemos millones de trabajadores que viven en condiciones económicas que los hacen distinguir su modo de vida, sus intereses y su cultura de los de otra clase propietaria, tenemos teóricamente una clase trabajadora, pero solo cuando esta enfrenta de forma hostil a los propietarios, esta última se consolida como una clase trabajadora en sentido político.
Volviendo al problema de la clase
Recordemos nuevamente un pasaje del Manifiesto: “En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, se desarrolla también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital”. En tiempos de Marx, los mecanismos más comunes de acrecentar el capital eran mediante la transformación de trabajo excedente del trabajador en plusvalía mediante el proceso de valorización. Lo que significaba que la clase obrera se desarrollaba estrechamente vinculada a la fábrica fordista clásica.
Se suele leer y escuchar muchos debates en torno a la llamada desindustrialización del primer mundo, como base de la idea de la sociedad posindustrial y de la crisis de la clase obrera tradicional; sin embargo, se suele escuchar y leer menos sobre el proceso de industrialización del sur global y la amplia consolidación de fuertes movimientos de obreros en dichas latitudes.
Al margen de lo anterior, es necesario verificar las nuevas formas en las que se acrecienta el capital en los espacios posindustriales, vinculado estrechamente con el capital especulativo. Quizá quien mejor ha estudiado estas nuevas dinámicas ha sido Rebecca Carson, quien ha señalado que: “Hoy los individuos humanos están sujetos a la circulación del dinero no sólo a través de salarios o remuneraciones, sino también, cada vez más, a través de la deuda o de un medio de producción financiado por deuda”. ¿Los millones de emprendedores, trabajadores de plataforma y promotores de código abierto para aplicaciones no dependen directa o indirectamente de la deuda para financiarse? ¿Esto no hace que también se convierta en parte de la clase obrera, por el hecho simple de que su simple existencia alrededor de la deuda acrecienta el capital?
La lucha de clases es resultado del proceso de producción material y espiritual, del proceso de reproducción de las condiciones materiales de producción. Lo auténticamente marxista en tal sentido es definir y estudiar en cada período histórico la manera en que cada aspecto de la lucha de clases se desarrolla según sus condiciones materiales. Para esto sirve la concepción del materialismo histórico.
Es al instalar el análisis marxista dentro del presente, como afirma Terry Eagleton, que se pueden descifrar las líneas problemáticas en las que las lógicas sociales dominantes son presionadas por la lucha de clases contra sus propios límites estructurales. Desde este análisis y con la claridad que permite la iniciativa de la lucha, se puede determinar quiénes son los amigos y los enemigos del pueblo, como afirmaba Lenin, aprovechando así la función revolucionaria del materialismo histórico.
Nuevos tiempos, nuevas ideas
Hoy los métodos de acumulación y generación de plusvalía han tenido ciertamente cambios cualitativos. Son cada vez más profundas y amplias las formas en que lo vivo se convierte en flujo de plusvalor. Sin embargo, la lógica sigue siendo la misma que Marx y Engels formulaban desde el manifiesto. El proletariado existe en la medida en que éste alimenta e incrementa el capital.
En tal sentido, viendo como el capital genera hoy ganancia, se pueden verificar los marcos de la proletarización. Al generar ganancia desde la identidad y el deseo, ¿no hace de las luchas identitarias una fuente de proletarización? Por ejemplo.
Al generar ganancia de la expoliación de la naturaleza humanizada, ¿no hace de las luchas ecológicas fuentes de proletarización? Kohei Saito ha avanzado de forma brillante en esta dirección, apuntando, desde el marxismo, como un correcto entendimiento de la “fractura metabólica” (Marx) puede iluminar nuevas formas de proletarización alrededor de la lucha ecológica.
Al generar ganancias sobre el trabajo del cuidado no remunerado o sobre la mercantilización de los cuerpos gestantes, ¿no hace de las luchas feministas un campo de proletarización? ¿No es el cuerpo racializado fuente presente y permanente de ganancia para el gran capital? ¿No es esta también una lucha a ser proletarizada? Estudios en torno a la teoría de la reproducción social y sus formidables exponentes Cinzia Arruzza, Nancy Fraser y Tithi Bhattacharya han apuntado de forma muy coordinada en esta dirección.
¿No sigue siendo todo lo anterior parte de la contradicción fundamental entre capital y trabajo? Entendiendo el trabajo como potencialidad de lo vivo, es posible afirmar que sí.
Un horizonte manifiesto
Es desde estas coordenadas que debe ampliarse la noción de lucha de clases. Sin caer en la trampa de la sobredeterminación. Es necesario afirmar que todas las luchas que presionan hoy las lógicas dominantes son atravesadas por las ambiciones de romper con la dominación, la opresión o la explotación del sistema imperante. Esto hace que estas luchas se dibujen necesariamente como parte de la lucha de clases, entre dominadores y dominados, entre opresores y oprimidos y entre explotadores y explotados.
Incluso si ninguna de las anteriores formulaciones es aceptada y se desconfía sustancialmente de la categoría de clase y, por ende, de la condición histórica de lucha de clases, cabe apelar al sentido común del trabajo político de agitación y movilización, haciendo el llamado a marchar separados, pero a combatir juntos.
La actual situación global dentro del capitalismo amerita claridad táctica y proyección estratégica para la amplia franja antineoliberal y capacidad de convocatoria y argumentación teórica para la franja anticapitalista. Conjugar un gran frente con estos dos sectores debe ser la tarea inmediata de los marxistas.
En esta línea es meritorio concluir con el mismo manifiesto y afirmar que: “El capital es un producto colectivo y no puede ponerse en marcha más que por la cooperación de muchos individuos, y aún cabría decir que, en rigor, esta cooperación abarca la actividad común de todos los individuos de la sociedad. El capital no es, pues, un patrimonio personal, sino una potencia social”.
La lucha es por esa “potencia social” que es común a todos y que irradia del trabajo social. Por lo tanto, sigue siendo una tarea impostergable, como concluye el Manifiesto, unirnos y fomentar la conciencia de clase para pensar y formular una nueva alternativa común al capitalismo, donde el desarrollo libre de cada individuo sea la condición para el desarrollo de todos y todas.