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Racismo y mestizaje, un paradigma en el mundo estadounidense e hispano

Domingo, 15/09/2019 09:36 AM

Desde la llegada de los españoles a lo que hoy es Hispanoamérica, no ha sido fácil para los hispanoamericanos quitarnos estos prejuicios raciales que venimos acarreando desde la conquista, y que los escritores mexicanos de la segunda mitad del siglo veinte denominaron “el complejo de Malinche”, aludiendo a la supuesta predilección hacia los españoles, de la intérprete y concubina indígena de Hernán Cortés, la Malinche. Consciente o inconscientemente, seguimos idealizando a la gente y la cultura europeas o estadounidenses, desdeñando lo indígena, y en ocasiones, como es el caso de Argentina, El Salvador y México, negando nuestro legado africano. Tanto la televisión como el cine hispanoamericano, privilegian la tez blanca sobre la morena. No se diga en el mundo de la música, en el que un gran número de cantantes hispanoamericanos tienen facciones europeas, y solo parecen tener aceptación aquellos con una visible herencia indígena o negra, si se trata de música étnica.

Pese al alto porcentaje de población indígena, africana, y una clara mayoría mestiza, en los países hispanoamericanos los actores que vemos en el cine y la televisión son mayormente blancos y de ojos claros. Sin dejar de reconocer la multiculturalidad de Hispanoamérica creada a partir de tres raíces fundamentales, la europea, la indígena y la africana, llama la atención la escasez de “personas de color” en los medios de difusión masiva que supondrían ser un reflejo de nuestra sociedad multicultural. Cabría preguntarse ¿Por qué ese afán de los hispanoamericanos en privilegiar lo europeo sobre los indígenas y lo africano? El siguiente artículo da una explicación histórica muy general de los orígenes de esta discriminación hacia el indígena y el africano en los países de habla hispana.

Se estableció una pirámide social de castas o razas en la que el hombre español, nacido en España, no en América, estaba en la cúspide. Esta élite era el grupo social más pequeño, pero con más privilegios, pues tenían el control político, económico, y desde luego, religioso. En la base de esta pirámide estaban los esclavos africanos traídos por los españoles y forzados a realizar labores agrícolas y mineras que los indígenas no pudieron resistir. En medio de estos dos polos estaba la población indígena, que rápidamente se fue mezclando con europeos y africanos para pasar a formar “las castas” o mezclas raciales, que la clase dominante trató de controlar dándole un nombre a cada una de estas mezclas. Así, a los hijos de español e india se les denominó mestizos, y a los de español y negra, mulatos. Muchos de estos nombres reflejan los prejuicios raciales de la élite, como el mismo término “mulato”, que viene de mula, o el de “lobo”, como se llamaba a los hijos de indígena y negro. Con todas estas etiquetas impuestas a cada raza, era fácil determinar el estado social y económico de los colonos. Pero también era fácil engañar la vista, y un mestizo podía pasar por español o criollo –llamados así a los blancos nacidos en territorio americano–, y acceder así a los privilegios a los que no tenían derecho. De ahí el afán de los colonos por “blanquearse” y esconder su herencia india o negra.

En México ha habido marchas por todo el país que cuestionaron la incompetencia del presidente Peña Nieto y su falta de liderazgo que ha llevado al país a una profunda crisis económica y social. Los altos costos de los combustibles y la violencia han reactivado las movilizaciones masivas desde el inicio del año. En Mexicali, Baja California, la marcha de más de 40 mil personas hace días, presionó al gobierno que detuviera la privatización del agua. Es un logro producto de la presión social.

Las marchas son una expresión colectiva que evidencia demandas de una sociedad que busca acciones de justicia y dignidad. Tienen impacto porque evidencia el grosor del músculo social y su fuerza. Pueden derribar muros y lograr conquistas que parecen perdidas. Grandes cambios han en el mundo han surgido por las manifestaciones pacíficas en las calles. Por lo que se avecina, seguramente las calles serán tomadas más de una vez. Al igual que el poder de las cacerolas.

Las pancartas que llevan las personas en cada marcha, mandan mensajes claros, respeto a los derechos humanos, inclusión a la diversidad y freno a los discursos de odio. Somos mestizos, indígenas de una gran tierra.

El tema de fondo es que tenemos en México, Centro y Latinoamérica una simulación democrática, un país en cuyas arterias la corrupción se ha coagulado y que sigue desde hace décadas los dictados de iniciativas económicas, políticas o educativas generadas desde el exterior para que todos cumplan el papel que en el contexto de la globalización neoliberal al país le ha sido designado. Papel ligado por desgracia a la desmedida ambición de unos pocos que, irrefrenable y enfermizamente se dedican a adquirir posesiones y a rendirle culto a su ego. Sin duda, el gabinete del presidente Maduro es neoliberal.

El caso es que se habló y se seguirá hablando de Hugo Chávez, según el color del cristal con el que se le mire. Ni el odio visceral, ni el amor incondicional, podrán hacer un retrato fiel del personaje que deja un vacío muy difícil de ocupar en la política de América Latina y del mundo.

Y ya conocemos de sobra el nefasto papel de los perfiles raciales. Recordamos cómo en Arizona, durante la implementación de la ley antiinmigrate SB1070, la policía detenía a hispanos solo por el color de su piel o por su acento, aunque fueran ciudadanos o residentes.

Cómo olvidar al antiinmigrante congresista republicano de Iowa, Steve King, decir que la SB1070 no resultaría en el uso de perfiles raciales por parte de los agentes porque estos tienen un “sexto sentido” para identificar indocumentados, y que esto es posible a través de “indicadores” como los zapatos, la ropa, el acento al hablar y el tipo de arreglo personal.

Recuerden en Alabama, durante la antiinmigrante ley HB56, que, a puertorriqueños, que son ciudadanos estadounidenses, les aplicaban los perfiles raciales y les cuestionaban su estatus cuando iban a los departamentos de vehículos de motor a solicitar o renovar licencias de conducir. Pero cuando un presidente como Trump, le dice “regrésate a tu país” a cuatro congresistas de color, ciudadanas estadounidenses, tres de ellas nacidas en Estados Unidos y una naturalizada desde mucho antes que la propia esposa del presidente, ¿qué puede esperar el resto de la población de color, sean indocumentados, residentes o ciudadanos?

Los españoles e ingleses, todavía consideran que somos sus colonos.

Pero que no quede duda de que según avancemos hacia el 2020, la retórica racista y antiinmigrante de este presidente irá in crescendo acompañada de iniciativas como la deportación expedita, porque la demagogia de Trump es un barril sin fondo.

No podemos negar un país dividido y con odios. Quizás muchos votos no son producto del racismo sino de otras decisiones como la fidelidad ciega al partido, independiente del candidato, o las expectativas que Clinton no cubría, la frustración por no alcanzar el sueño americano. Hay de todo, pero el sufragio no es inocente.

Es fácil negar el racismo en uno mismo, porque no es políticamente correcto. Sabemos que en Estados Unidos se puede sancionar o dejar sin trabajo a alguien por acciones racistas. Votar para que un candidato con retórica racista, defina los destinos del país, habla mucho de cómo somos como humanidad. Desafortunadamente en la hipocresía todo se vale, podemos simular que no somos racistas, pero la vida es otra y muy dura para quienes la sufren. Después de los resultados electorales, la realidad supera la simulación.

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