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Rusia ve con recelo panorama latino ante procedimientos del Foro de Sao Paulo

Martes, 26/11/2019 07:31 AM

El plan ruso hacia Latinoamérica es muy ambicioso y el Kremlin en este último tiempo muestra su gran interés por temas de interés público y, de allí, existe un gran impacto de interés público del Sur, sin olvidar los medios digitales que es de vital importancia en línea, teniendo como principal los criterios que se manejan sobre Derechos Humanos, crímenes de guerra y corrupción, algo que distorsiona el Proyecto Bolivariano por la caracterización que rige el modelo político venezolano, se debe tomar en cuenta loa países que se rigieron con el marxismo, pero, han madurado y constituyen un punto alternativo y exitoso en comparación con los regímenes de democracia liberal y sus protagonistas que fingen de presidente se dicen socialistas y tienen un amplio contacto con la principal isla de la Cuenca Caribeña, me refiero a Cuba.

En un momento histórico, el ALBA no cumplió con Rusia por su heterogeneidad en la conformación de líderes. Esto se debió, en buena medida, a la falla de varios de sus miembros (Ecuador, Cuba y Bolivia) a la hora de apoyar algunas de las acciones rusas en Europa, como el reconocimiento de las repúblicas separatistas en Georgia a pesar de la promesa hecha por Hugo Chávez en nombre del bloque. Es por esta razón que Rusia abandonó su idea de ser país observador en ALBA y se mostró más favorable a las relaciones bilaterales con los países miembros del bloque. el lado latinoamericano sabía que Rusia nunca haría preguntas sobre las violaciones de derechos humanos en Cuba, la persecución de la oposición en Venezuela, o el abuso de poder en Nicaragua. Al mismo tiempo, Rusia sabía que ni Caracas, La Habana y Managua cuestionarían la forma en que se lleva a cabo la política en Rusia.

América Latina transitó y cohabitó históricamente con el poder hegemónico. Una cohabitación entendida como el modo especifico de limitación de reacción frente al poder de una potencia de pretensiones continentales y de posterior hegemonía global, como lo es Estados Unidos. Asimismo, como argumenta José Paradiso, la región experimenta su condición de perifericidad «como un concepto que abarca mucho más que la dimensión económica: el mismo evoca una compleja trama de relaciones de poder, construcciones culturales, ideas y sistemas de creencias, de asimilaciones, adaptaciones, rechazos o resistencias

Por el momento, China y Estados Unidos también experimentan su détente, tal como los franceses llamaban a la «distensión» en tiempos de la Guerra Fría. Esto se debe a la existencia de situaciones particulares, como las elecciones presidenciales en Estados Unidos que, probablemente, generen una necesidad de calma en la administración republicana.

En el marco de la Guerra Fría, los países latinoamericanos experimentaron una bipolaridad rígida que limitó sus políticas internas y externas a la voluntad y las exigencias de Estados Unidos. La presencia de China complejiza el actual escenario, con una influencia creciente en tratados, inversiones, financiamiento y memorándums para construcción de obras de infraestructura que compiten con las instituciones de la hegemonía norteamericana. Panamá fue el primer país de una ya considerable lista de estados latinoamericanos en sumarse a la iniciativa de la Ruta de la Seda, a la que le faltan aún las mayores economías del continente

. En los últimos años, la importancia que Estados Unidos otorgó a sus relaciones con América Latina ha disminuido. No obstante, en un contexto de cambios sin precedentes a la escala global, la Casa Blanca está evaluando con creciente preocupación la incidencia de los actores extra-hemisféricos (principalmente China y Rusia) en las Américas, considerándolos como los rivales más desafiantes de Washington. En el caso ruso, la mayoría de los analistas están de acuerdo que las relaciones entre Rusia y Estados Unidos se encuentran en el punto más bajo jamás observado en cualquier otro momento después de la Guerra Fría. Y aunque la presencia rusa sigue siendo relativamente escasa en comparación con la de los tiempos soviéticos, las posibilidades con las que actualmente cuenta Moscú en la región, no se pueden descartar fácilmente. A pesar de que la administración de Trump cuenta con algunas herramientas de presión –tanto políticas como económicas– sobre muchos de los gobiernos latinoamericanos debido a las dificultades en relación con el diseño y la implementación de su política exterior, no hay evidencia del uso de dichas herramientas. Incluso después de varios debates y audiencias en el Congreso de Estados Unidos relativas al tema –donde los legisladores y los militares demostraron su preocupación con el asunto de la incidencia rusa en América Latina–, la situación permanece estable. Al mismo tiempo, no hay duda de que la presencia rusa en la región y el tipo de actividades que desarrolla Moscú se vinculan directamente con el estado de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia bajo la lógica de reciprocidad de los tomadores de decisiones del Kremlin.

En la primera mitad del siglo XX, América Latina no fue considerada por la Unión Soviética cómo un área prioritaria de su política exterior. A pesar de cierto entusiasmo al inicio de la década de los años 20 del siglo pasado y de las actividades del Komintern, la lejanía geográfica y las pocas ocasiones reales para impulsar la incidencia política soviética o los vínculos comerciales, fueron los obstáculos para el fomento de relaciones. En este sentido, la Revolución cubana de 1959 fue percibida por Moscú como una oportunidad de cambio y, muy pronto, Cuba se transformó en uno de los más grandes receptores de la ayuda directa soviética. Durante la Guerra Fría, la URSS también apoyaba a otros regímenes de la izquierda en la región. Sin embargo, a fines de la década del 80, el apoyo y la influencia de Moscú en América Latina disminuyó significativamente.

Si bien con pequeños puntos en común, la situación actual dista de ser una nueva Guerra Fría. Ésta era parte de un contexto histórico determinado con características únicas de un marco de posguerra. En la actualidad, nos encontramos con un formato aún en construcción de la confrontación y la bipolaridad. La bipolaridad de la Guerra Fría era, según el politólogo Kenneth Waltz, rígida y estable.

Históricamente desfavorecida por la globalización, pareciera que América Latina pierde gravitación a nivel mundial. La carencia de una visión estratégica regional para lidiar con el desafío de una doble apuesta impuesta por la nueva bipolaridad, puede hacer que América Latina desaproveche un potencial poder de negociación colectivo y reduzca el margen de maniobra en la toma de decisiones.

Para todos es conocido que los nuevos dirigentes de izquierda son neoliberales. Sobretodo en Venezuela.

Es importante mencionar también que, para el caso ruso, la noción de reciprocidad se extiende mucho más allá de la esfera militar. La extraordinaria popularidad de Vladimir Putin entre los ciudadanos del país se debe a una percepción común de que él ha restaurado el papel de Rusia como una potencia a escala mundial, con Estados Unidos resurgiendo como su rival más importante. Las actividades rusas en América Latina brindan a los principales medios de comunicación rusos la oportunidad de retratar al país como una potencia en ascenso capaz de establecer su presencia incluso en el «patio trasero» de Estados Unidos. En este contexto, el hecho de que Rusia mantenga relaciones estables con la mayoría de los países latinoamericanos y no solo con aquellos líderes que se hicieron amigos cercanos de Vladimir Putin –pero que ahora no tienen poder político–, es la clave para explicar el interés que tiene Moscú hacia América Latina.

Para el realismo, la visión dominante en la teoría de las relaciones internacionales en el marco de la segunda posguerra, la hegemonía era esencialmente conflictiva. La concentración de poder, afirmaban los llamados «realistas», representaba un elemento de riesgo para el sistema internacional. No obstante, los trabajos de Robert Gilpin, reacomodan esta visión general del paradigma, sosteniendo una visión benigna de la hegemonía y aduciendo que esta tiene una función estabilizadora. Sin negar la base coactiva que tiene el poder, aduce que la hegemonía tiene también una base de consenso. Gilpin atribuye a la hegemonía el hecho de ser proveedora de bienes públicos colectivos, guardando los factores financieros, militares y especialmente los tecnológicos en esta etapa de evolución del sistema capitalista mundial, una importancia ponderada. La hegemonía es la proveedora e impulsora de la base tecnológica de su época. Tanto Gilpin como Robert Cox y Robert Keohane coinciden en que la hegemonía no solo es producto de la acumulación de poder, sino que la misma resulta costosa. No cualquier Estado está dispuesto a ser hegemónico y pagar los costos que ello implica.

Durante la crisis en Georgia en 2008 y en Ucrania en 2014, Rusia se mostró molesta por la presencia de Estados Unidos en el Mar Negro y por el apoyo de Washington a Tbilisi y Kiev. Desde esta perspectiva, la llamativa pero breve presencia militar rusa en América del Sur y Central, se puede explicar desde la lógica de reciprocidad: Moscú envió por primera vez sus aviones de guerra y armadas al hemisferio occidental poco después de la guerra ruso-georgiana de 2008, mientras se exhibieron signos de una mayor cooperación militar con Nicaragua y Venezuela.

El escenario comenzó a transformarse a fines de la década de 2000, cuando el creciente antiamericanismo del Kremlin y su apuesta por la construcción de un nuevo orden mundial multipolar fueron bienvenidos por los protagonistas claves de la izquierda como Hugo Chávez, Raúl Castro y Daniel Ortega. El cambio de la actitud del Kremlin hacia el legado político de la URSS y la glorificación del pasado soviético en Rusia moderna, también fueron recibidos positivamente por los políticos de la izquierda, muchos de los cuales participaron en la insurgencia de la época de la Guerra Fría y se sentían todavía cercanos a las ideas que promovía la URSS. Para ellos, Putin representaba a los rusos que conocieron antes. Desde esta perspectiva, los líderes de los gobiernos de la izquierda creían que, aunque unas relaciones más estrechas con Rusia no podían retomar los «viejos buenos tiempos» de los subsidios soviéticos, la riqueza petrolera de Rusia podría ser útil. La estrategia funcionó: a pesar de que ya no comparten las mismas posturas ideológicas, el intercambio se incrementó. A cambio de permitir las visitas de los bombarderos estratégicos rusos y los buques de la Armada o el reconocimiento diplomático de las repúblicas separatistas de Abjasia y Osetia del Sur (ambas apoyadas por Rusia), recibieron ayuda y créditos (y la deuda de la era soviética de La Habana fue perdonada).

Pero, Venezuela no cumplió en algunas expectativas. Es militarismo y la corrupción ha tomado su camino y, en consecuencia, esto, no es de izquierda.

Ante una pregunta de un periodista, Vladimir Rouvinski, Vladimir Putin manifestó: "Desde mi perspectiva, tanto Brasil como Rusia valoran su membresía en el consorcio BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), en primer lugar, porque es un símbolo de reconocimiento como actores globales. Aunque el volumen de comercio entre Rusia y América Latina es, hoy en día, muy impresionante en comparación con lo que había sido a comienzos de la década del 90, no se trata de una prioridad para ninguna de las partes –con la posible excepción de Cuba donde Rusia sigue siendo uno de los principales exportadores a la isla–. En términos del volumen del comercio, la relación más grande es entre Brasil y Rusia, pero incluso en este caso no se supera un porcentaje de todo el comercio exterior de la última. Y aunque es cierto que, en la segunda mitad de los años 90, muchas de las empresas rusas consideraron el mercado latinoamericano muy atractivo para su expansión internacionales, con la llegada de China sus oportunidades se redujeron de manera dramática y la mayoría de los empresarios rusos ya no están mirando hacia América Latina con mucha esperanza. Las relaciones de los latinoamericanos con Rusia son en primer lugar políticas y luego económicas. Una notable excepción es el comercio de armas, donde América Latina, efectivamente, se ha convertido en uno de los principales compradores del equipamiento made in Rusia, en particular en los casos en los que el contrato cuenta con un crédito del gobierno ruso cómo en el caso de Venezuela. Pero con respecto a la presencia de las empresas energéticas como Rosneft, sus indicadores de éxito desde la perspectiva económica han sido bastante modestos."

Rusia está de regreso recuperando su hegemonía a escala global. De eso no hay duda. Si los principios de la geopolítica no fallan, en los últimos años ha desarrollado un poderío e influencia local gracias al conflicto en Ucrania y anexión de Crimea; regional, por su apoyo al régimen de Bashar al-Assad que ha dado como resultado la prolongación de la guerra civil en Siria y global, con su respaldo al régimen de Nicolás Maduro, en Venezuela, que se encuentra sumergida en un caos económico y político. Tras la caída del muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética que transitó a la Federación de Estados Independientes, Rusia se alejó de los escenarios internacionales para dar paso a la reconfiguración de un nuevo modelo político y de desarrollo (capitalista) a través de una economía abierta y la consolidación del poder del presidente Vladimir Putin que le ha dado cierto grado de estabilidad en los últimos años al país a pesar de las sanciones económicas y políticas de los europeos y Estados Unidos.

En este proceso, América Latina quedó relegada de la estrategia rusa en la región, sin embargo, de acuerdo con la investigadora Alexandra G. Koval de la Universidad Estatal de San Petersburgo, que estuvo en México impartiendo conferencias sobre la "Relación entre Rusia y América Latina", eso cambiará muy pronto. La académica destacó en su conferencia en la Universidad Anáhuac que, además de las visitas oficiales de primer nivel realizadas a la región en la última década, esto se ha plasmado en el concepto de la Federación Rusa (2016) para América Latina que estableció que: "Rusia buscará consolidar lazos con sus socios latinoamericanos en los foros regionales e internacionales, expandiendo la cooperación a través la asociación multilateral con América Latina y el Caribe, incluyendo la Comunidad Latinoamericana y Caribeña, el Mercosur, la Unasur, el Sica, la Alba, Alianza del Pacífico y la Comunidad del Caribe".

Esto, en términos discursivos podría ser parte de una narrativa a nivel político, no obstante, se ha acompañado de la presencia de Rusia en la región no sólo en términos geopolíticos, sino comerciales. La investigadora destacó que el comercio con la región aumentó desde 2001 llegando casi 16 mil millones de dólares en 2018. Señaló que a partir de 2008 la tasa en promedio de las exportaciones rusas se ubicaron en 1.5% y sus importaciones en 3.8% respectivamente. América Latina ha mantenido un promedio en sus importaciones procedentes de Rusia en 1.8% y sus exportaciones promediaron 3.8% para el mismo período. Vale la pena mencionar que la región ha mantenido un superávit comercial con respecto a Rusia quien exporta a Latinoamérica fertilizantes (32%), minerales (25%), hierro y acero (23%), Cereales (4%), Caucho (2%), Maquinaria (1%), otros (13%) e importa frutas (19.8%), carne (15%), Soya (14%), Vehículos (7.3%), pescado (7.2%), químicos inorgánicos (4.1%), maquinaria (3.5%) y otros productos (29.6%). Los tres principales socios comerciales de Rusia son Brasil (32%), México (18%), Ecuador (10%). Venezuela no figura como un importante socio comercial, ubicándose en la 11 posición

Pero, el Foro de Sao Paulo adelanta fallidas en Sudamérica y se ha detenido a jóvenes venezolanos manifestando en Chile, Ecuador, Perú y Bolivia, incluso, los estudiantes han sido manipulados para dejarlos en el futuro solos, tal como sucedió en Venezuela que fueron agredidos por cuerpos policiales y de inteligencia, GNB y PNB que se encuentran al servicio del gobierno bolivariano y esto, ha causado desgano en un país cuyos índices inflacionarios son muy altos y con una dolarización que atemoriza a los ciudadanos.

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