El Plan Cóndor 2.0 de EE.UU está fracasando y el golpe en Bolivia es una señal de desespero

Miércoles, 01/01/2020 09:48 AM

El pasado 10 de noviembre ha sido un día oscuro para América Latina y el mundo; una jornada desoladora para la esperanza de nuestros pueblos, sobre todo de los originarios. El golpe de Estado en Bolivia, que es la continuación del zarpazo a Manuel Zelaya -en Honduras- perpetrado el 28 de junio de 2009, es una afrenta a la democracia participativa y protagónica que ha llevado adelante procesos de transformación inéditos en la nación del altiplano. Por primera vez en la historia, los indígenas eran visibles en dichas coordenadas y el peso de estos en las decisiones del Gobierno, del Estado, eran determinantes en el devenir del país. La variopinta y enriquecedora edificación de la entidad plurinacional es hermana de la Revolución Bolivariana: por medio de la dinámica de una Asamblea Nacional Constituyente (ANC), se cimentaron las bases de una amplia plataforma de derechos y conquistas sociales. A partir de allí, se fue tejiendo una realidad que antes era escamoteada y donde lo aborigen era replanteado dentro de las estructuras de un novel Estado. Al igual que en Ecuador, la fórmula del proceso bolivariano venezolano en Bolivia fue exitosa en diagramar novedosos esquemas jurídicos, políticos y sociales. El atentado a la democracia en latitudes andinas es una puñalada artera a la Revolución Bolivariana, tan o más grave que la traición de Lenin Moreno a la "hoja de ruta" de la Revolución Ciudadana. El Distrito de Columbia lo sabe y por ello se precipita en sus intenciones.

El desconocimiento de los altos mandos de la policía boliviana a la autoridad del compañero Presidente Evo Morales y el aséptico comunicado de las Fuerzas Armadas del sábado nueve de noviembre, son estratagemas enmarcadas dentro de la contraofensiva de Washington al desmoronamiento de su Plan Cóndor 2.0 en América Latina. A principios del siglo XXI y ante el avance de los gobiernos progresistas en la región, el Tío Sam bosquejó un cronograma con el fin de reconquistar territorios de su "patio trasero". Al contrario de lo que muchos optimistas cavilaron por algunos años, Estados Unidos nunca se resignó con respecto a América Latina y sólo aguardaba el instante "pertinente" para atacar a los eslabones más débiles. El asunto se inició con Honduras, en 2009, cuando el entonces Presidente Manuel Zelaya propuso agregar una cuarta urna electoral con el objetivo de preguntar a la población si deseaba la convocatoria a una ANC. El estamento militar en complicidad con otros poderes públicos, como el Legislativo, truncaron los anhelos de cambio en esos recovecos de nuestra Mesoamérica. Más tarde vendrían los golpes parlamentarios a Fernando Lugo, en Paraguay (2012), y a Dilma Rousseff (2016) en Brasil. Las maquinaciones del "lawfare" serían otra variante de este Plan Cóndor 2.0, es decir, la persecución de oponentes políticos usando como instrumento el entramado judicial estatal: los encarcelamientos de Luiz Inácio "Lula" da Silva (Brasil) y Jorge Glas (Ecuador), y las causas abiertas a Cristina Fernández de Kirchner (Argentina) y Rafael Correa (Ecuador), son muestras inequívocas de la neutralización de líderes progresistas que fueron obstáculo, en su momento, a las políticas de dominación de Washington.

El retroceso de las fuerzas de izquierda en América Latina fue más evidente a partir de la medianía del presente decenio: perdimos Brasil, Argentina y, por último, Ecuador. Los "tanques pensantes" de la derecha, dentro de su euforia temprana, platicaban del "fin de ciclo progresista" en nuestras latitudes. ¡Nada más remoto de la veracidad! Con asombro, los halcones de Washington atisban estupefactos cómo el Plan Cóndor 2.0, que les había funcionado como reloj helvético hasta hace poco, ha ido desmoronándose de la manera más rotunda e irremediable. México fue la primera pieza en caer con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en julio de 2018. Es allí donde podemos identificar un "punto de quiebre" de la estrategia imperial y un reimpulso de los factores de izquierda. Para más inri, el Tío Sam ha perdido con México un otrora aliado invaluable en su aparataje propagandístico y de subversión contra los gobiernos soberanos de Venezuela, Nicaragua y Bolivia (con Morales), verbigracia, ya que las regencias del Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido de la ¿Revolución? Institucional (PRI), fueron manifiestas operadoras de EEUU en la guerra sucia hacia nuestras naciones. En 2019, las derrotas a la agenda del Distrito de Columbia han sido sucesivas: el estruendoso fracaso en deponer a Nicolás Maduro, el hundimiento del "modelo chileno" con las masivas protestas en ese enclave austral, el revés de Macri en Argentina y la reciente liberación de Lula, son escenarios que han acorralado a Washington y han dejado muy "desplumado" a su vapuleado Cóndor. De cara a este sombrío panorama, los yanquis han acelerado sus maniobras en Bolivia después de unos comicios que han adjudicado más de 10 puntos porcentuales de ventaja a Evo Morales. Cuando al principio del ensayo nos referíamos a la defenestración de Zelaya en Honduras, en 2009, lo hacíamos con el ánimo de expresar que este contexto boliviano es análogo a lo primero: una conspiración militar-policial ejecutó, en ambos lugares, el tradicional "coup d'état" de las infames Juntas de la década de 1970 y con el visto bueno de las instituciones del Estado. En el clímax de su exasperación, EEUU está resuelto a retomar un formato que se creía muerto y enterrado en pleno siglo XXI. Bolivia es un espejo donde debemos mirarnos todos, desde México hasta la Patagonia. ¿Hasta qué punto nuestras Fuerzas Armadas están dispuestas a defender a los gobiernos progresistas? ¿No deberían las masas prepararse en técnicas de lucha irregular en caso de contingencias como la boliviana? ¿Vamos a ceder ante los caprichos de la derecha apátrida y abandonar todo lo conquistado durante estos años? No haber detenido con contundencia lo que empezó en Honduras, en 2009, nos ha traído a este delicado tránsito histórico, camaradas. En aquel entonces caímos en la trampa de la "conciliación" y el Imperio nos metió el dedo en el ojo. La emboscada gringa en Tegucigalpa, hace dos lustros, es aún materia pendiente.

La preocupación de Washington no es sólo su creciente pérdida de influencia global ante China y Rusia, sino que un inesperado eje Ciudad de México-Caracas-Buenos Aires sea aglutinador de una unión regional mucho más robusta y duradera que la obtenida años atrás, lo cual aceleraría la degradación definitiva de EEUU como superpotencia planetaria (*). Golpear a Bolivia es golpear a Venezuela, a Cuba, a Nicaragua, a Argentina y a México; es hacernos retroceder 40 años en América Latina. Queda en manos del pueblo boliviano continuar su rebelión contra la ignominia de estas aciagas semanas y derrocar a los abyectos fascistas. ¡Viva la Patria Grande! ¡Feliz 2020!

Adán González Liendo

@rpkampuchea

P.D. De nada valió a Evo Morales sanear la economía de Bolivia y reducir la pobreza de 60,6%, en 2005, a 34,6% en 2018, ya que la oligarquía y el Imperio jamás le perdonarán no haberse sometido a los dictados de la Reserva Federal y el Fondo Monetario Internacional. Otro pecado de Evo fue haber hecho visibles a los "nativos", a los marginados de siempre. Creer que los fascistas respetarán las reglas del juego y nos tratarán con la debida consideración, es un error que puede ser hasta mortal para los revolucionarios. Al momento de redactar estas líneas, han transcurrido más de 45 días del golpe en Bolivia y persiste la incertidumbre; la autoproclamación de la senadora Jeanine Áñez Chávez como jefa del Ejecutivo y la instauración de un régimen genocida que ha provocado más de 30 muertos y cientos de heridos, no han sido condenadas por organismos multilaterales como la OEA, por ejemplo. Evo Morales debió declararse "presidente perseguido" y constituir un gobierno en el exilio.

(*) Ahora la integración tiene una oportunidad única con dos anclas, una al norte (México) y otra al sur (Argentina). No desaprovechemos esta nueva etapa para consolidar una emancipación que sea irreversible.

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