Lo que está causando el feminismo extremo, esa clase de feminismo (porque hay más de una clase) cuya bandera despliega un partido político ahora en el gobierno, es hartar con unas pretensiones que traspasan todas las barreras de la moderación a millones de hombres y mujeres de generaciones anteriores. Millones de hombres y mujeres que, si sufrieron en su educación machismo y los excesos de la represión sexual, tampoco ahora aceptan de buen grado los excesos a que está llegando ese feminismo al tratar de revertir la índole de la relación hombre-mujer en el sentido exactamente opuesto, esto es, cambiando el machismo por hembrismo. Quiero decir que algunas mujeres están empeñadas en traer a un primer plano de la sociedad un hembrismo que raya en el mismo ridículo y perjuicios que el machismo. Pues tanto un extremismo como el otro, lo mismo que las desigualdades entre un sexo y otro, no pueden combatirse ni corregirse con otro remedio que no sea un cambio de la mentalidad. Y el cambio de mentalidad no se consigue con fórceps, ni con arengas ni con leyes (pues las leyes ya reconocen la absoluta igualdad de derechos y deberes entre el hombre y la mujer), sino con el paso lento del tiempo y con la evolución natural del sentimiento y del pensar en libertad. Lo peor de esa evolución, deseable pero que no puede hacerse a marchas forzadas es que está nutriendo torpemente más y más las filas de los partidos de la derecha y de la extrema derecha españolas y con ello despejando el camino, que se les suponía difícil, para la conquista del poder.
Además, habiendo tantos motivos para rechinar los dientes en un país donde por ejemplo la Justicia está cada día que pasa más desprestigiada, después de haber desprestigiado a la clase política batallones de políticos (por decirlo suave) conservadores, esta campaña permanente y ruidosa del feminismo a toda costa sin reposo ni medida, está retrayendo y cohibiendo al macho hasta extremos peligrosos. Pero aún hay otro grave efecto: que hace olvidar otras causas sociales de mucha envergadura. Por ejemplo, el referéndum monarquía-república que estamos esperando tras una más que sospechosa Transición, después de haber proclamado una farsa de democracia a golpe de corneta constitucional...