El clamor de una madre que reclamaba a un pintor que, cuando hacía cuadros alegóricos a la vida celestial, solamente ponía en el lienzo angelitos blancos y nunca negros fue el motivo de uno de los poemas más conocido del venezolano Andrés Eloy Blanco, dándose a entender en el mismo que, por muy esperanzada o anhelante que estuviera la susodicha madre – que acababa de perder a su hijo de piel oscura –, el pintor no iba a incluir en sus obras angelitos diferentes a los que ya acostumbraba a representar por lo que era mejor desengañarse al respecto.
En el poema es como si con la muerte se tuviera la ilusión, tal vez niveladora, de que al llegar la misma se pasará a un plano en el que estaremos exentos de prejuicios y privilegios y así todos podremos contar con las mismas condiciones – sin que de por medio se consideren las diferencias de raza o color de piel, por ejemplo – a la hora de disfrutar la estancia en las praderas del cielo. En fin, la muerte puede ser la esperanza para que todas las desigualdades e injusticias vividas aquí en la tierra dejen de existir y al morir lleguemos a otro plano en el que no existan tales injusticias.
La situación de pandemia por la que atraviesa la humanidad en la actualidad ha llevado a muchísimas personas a pensar y a creer – con un anhelo quizás sustentado en una diáfana ingenuidad – que cuando pase la misma el mundo va a comenzar a vivir una nueva época en la que el capitalismo tendrá que redefinirse y se va a tener que empezar a pensar más en las personas y en el trato que se le está dando al planeta. Esta es una visión optimista que no compartimos.
El ganador de toda esta situación no será la humanidad sino, una vez más, el gran capital. Con el crecimiento del virus se han incrementado las ventas de muchas empresas asociadas a la industria médica, química, farmacéutica, tecnológica, de bioseguridad y de muchísimas otras que no aparecen en el escenario mediático pero que, discretamente, siguen – y seguirán por un buen tiempo más – generando muchos dividendos a costa de las necesidades humanas.
Es que la naturaleza misma del capitalismo no permite ni permitirá la reorganización del mundo en el que se ha producido su génesis y desarrollo para pasar a uno en el que haya cada vez menos privilegiados, mayor igualdad y respeto por el planeta. Es como mucho pedir, casi tanto como el de la dama del poema al querer que se incluyeran angelitos negros en una pintura inspirada un modelo de cielo y de Paraíso que fue concebido por blancos para reflejar un ideal de vida en el que prevalecen conceptos creados por blancos. En otras palabras, es difícil pensar cambiar una realidad construida a partir de un concepto si antes no se redefine el concepto. Creemos que tal cosa no sucederá con el capitalismo.
De cualquier modo, pensamos que toda crítica debe llevar implícita una propuesta de solución a aquello que se critica. Al respecto, entonces hay que preguntarse cuál es la salida: pensar que el capitalismo no saldrá fortalecido y cambiará si se sigue actuando conforme al orden de cosas que tiene establecido, conforme a sus reglas, es un error. Construir nuevas realidades y conceptos, en donde se procure que exista una verdadera integración de múltiples ideas todas destinadas a la consecución de la mejor realidad que la humanidad merece debe ser el camino buscado. Por su parte, en el caso de nuestro país, es posible llegar a ello en medio de una realidad que no esté marcada por el extremismo de la derecha, pero tampoco por la confusión de la izquierda. Ni mucho menos que esté signada por la presencia de dirigentes que promuevan la encarcelación de todo aquel que disienta de ellos o que vean en la represión y la militarización la mejor forma de asegurar sus días en el poder.