En Chile, Pinochet tuvo las manos libres para destripar a la clase media gracias a la forma devastadora y aterradora en que se hizo con el poder. Aunque sus cazas y sus pelotones de fusilamiento habían sido muy efectivos para extender el terror habían acabado por convertirse en un desastre de relaciones públicas. Las noticias sobre las masacres de Pinochet provocaron la indignación del mundo y activistas en Europa y América del Norte presionaron agresivamente a sus gobiernos para que no comerciaran con Chile. Era un resultado claramente desfavorable para un régimen cuya razón de ser era mantener el país abierto a los negocios.
A mediados de la década de 1970 las desapariciones se habían convertido en el principal instrumento de coerción de las juntas militares de la Escuela de Chicago en todo el Cono Sur y nadie las utilizó con más entusiasmo que los generales que ocupaban el palacio de presidencial argentino. Durante su reinado se estima que desaparecieron treintas mil personas. Muchas de ellas, como sus equivalentes chilenas, fueron lanzadas desde aviones en las turbias aguas del Río de la Plata.
El carácter público del terror no cesaba con la captura inicial. Una vez custodia, en Argentina los prisioneros eran conducidos a uno de los más de trescientos campos de tortura que había en el país. Muchos de ellos estaban situados en zonas residenciales densamente pobladas; uno de los más conocidos ocupaba el local de un antiguo club atlético en una concurrida calle de Buenos Aires, otro estaba en una escuela en el centro de Bahía Blanca y aún otro en un ala de un hospital que seguía funcionando como centro sanitario. En estos centros de tortura se veían entrar y salir a toda velocidad vehículos militares a horas extrañas, se podían oír gritos a través de las mal insonorizadas paredes y se veía entrare y salir extraños paquetes con forma de personas. Los vecinos eran consciente de todo ello y guardaban silencio.
El régimen uruguayo era igual de descarado: uno de sus principales centro de tortura estaba en unos barracones de la Marina que daban al paseo marítimo de Montevideo, una zona junto al océano por la que antes solían pasear e ir de picnic las familias. Durante la dictadura, aquel bello lugar estaba vacío y los vecinos de la ciudad evitaban cuidadosamente oír los gritos.
La Junta argentina era particularmente chapucera al deshacerse de sus víctimas. Un paseo por el campo podía acabar siendo una pesadilla porque las fosas comunes apenas estaban escondidas. Aparecían cuerpos en cubos de basura, sin dedos ni dientes (igual que sucede en Irak) o, después de uno de los "vuelos de la muerte" de la Junta militar, aparecían cadáveres flotando en la orilla del Río de la Plata, a veces hasta una docena a la vez. En algunos casos hasta llovían desde helicópteros y caían en el campo de un granjero.
Puesto que muchos de los perseguidos por las distintas juntas a menudo se refugiaban en uno de los países vecinos, los gobiernos de la región colaboraron entre ellos en la conocida Operación Cóndor. Con Cóndor, las agencias de inteligencia del Cono Sur compartieron información sobre "subversivos" —ayudadas por un sistema informática de tecnología punta suministrado por Washington— y dieron mutuamente a sus respectivos agentes salvoconducto para llevar a cabo secuestros y torturas cruzando la frontera, un sistema inquietamente parecido a la actual red de "extradiciones" de la CIA.
Las juntas también intercambiaban información sobre los medios más efectivos para extraer información a los prisioneros que cada una de ellas había descubierto. Varios chilenos torturados en el Estadio de Chile en los días posteriores al golpe destacaron el inesperado detalle de que había soldados brasileños en la sala aconsejando sobre cómo usar científicamente el dolor.
Los resultados de sus enseñanzas se pueden ver con claridad en todos los informes sobre derechos humanos en el Cono Sur realizados en este siniestro periodo. Una y otra vez dan testimonio de los métodos característicos en el manual Kubark: arrestos a primera hora de la mañana, encapuchamientos, total aislamiento, drogas, desnudo forzado, electroshocks…; y en todas partes el terrible legado de los experimentos de McGill con las depresiones económicas inducidas deliberadamente.
—"El imperativo se reflejó en las metáforas habituales de los regímenes militares en Brasil, Chile, Uruguay y Argentina: los eufemismos fascistas que hablaban de limpiar, barrer, erradicar y curar. En Brasil las detenciones de gente de izquierda se bautizaron con el código Operaçao Limpieza. El día del golpe, Pinochet se refirió a Allende y su gobierno como ‘escoria que iba a arruinar el país’. Un mes después se comprometió a ‘extirpar el mal de raíz de Chile’ a conseguir una ‘depuración moral’ de la patria, ‘purificada de los vicios y malos hábitos’, un objetivo muy parecido al de Alfred Rosenberg, escritos del Tercer Reich, cuando exigía ‘una limpieza despiadada con una escoba de hierro"
* La operación latinoamericana parece haberse basado en la "Noche y tiniebla" de Hitler. En 1941, Hitler decretó que los miembros de la resistencia que se capturaran en los países ocupados por los nazis fueran trasladados a Alemania para que "se desvanecieran en la coche y la niebla". Muchos nazis de alto nivel se refugiaron en Chile y Argentina tras la Segunda Guerra Mundial, y algunos han especulado con la posibilidad de que entrenaran a los servicios de inteligencia del Cono Sur en esas tácticas.
Naomi Klein.
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