El coronavirus SARS-Cov.2 se comporta como si un agente extraterrestre intentara apoderarse del planeta mediante un bombardeo mundial, típico de los guiones hollywoodenses, pero sin el auxilio de las US Army Forces, que, como siempre y por "simple altruismo", salvan a la humanidad. Según la John Hopkins University, para el 1º de mayo ya hay reportes de contagios en 187 países, con un total de 3.334.416 casos confirmados, 237.943 decesos, y una tasa de mortalidad global de 7,1%, aunque alcanza 13,6% en Italia. Pero 169.567 de las personas fallecidas (71,3% del total para la fecha indicada), corresponden a EEUU, España, Italia, Reino Unido y Francia, es decir 5 países desarrollados, que por tanto cuentan con recursos hospitalarios y atención medica altamente calificada, en comparación con cualquiera de los considerados como subdesarrollados o tercermundistas.
El problema es que hablamos del mundo real y no de la ficción del cine norteamericano con su infaltable bandera de barras y estrellas, que tan exitosa ha sido como herramienta ideológica imperial. La pandemia está demostrando que por más ventajas tecnológicas que posean los países ricos, eso no es suficiente ante la circunstancia que nos ocupa, si un alto porcentaje de la población no puede acceder a ellas, por su alto costo, en sociedades donde el Estado sólo sirve para cubrir las emergencias financieras de los más ricos, es decir, de quienes ejercen el poder real detrás de las figuras políticas que parecen ostentarlo, tal como ocurrió con la burbuja de 2008 y otras crisis.
En tiempos "normales", las muertes asociadas a la pobreza se diluyen, y el sistema dominante, que depende del mantenimiento de una desigualdad social estructural, porque sin pobres que hagan el trabajo fuerte no habrá acumulación de capital para los ricos, puede mantenerse. El orden se preserva, no porque todo el mundo se sienta satisfecho, lo que sería incongruente con la estratificación social implícita, sino porque el Estado clásico ha creado mecanismos para que nada cambie. Entre estos últimos está la actividad de los congresos, que legislan en favor de las grandes empresas, las que a su vez suelen tener representantes en el gobierno obviando cualquier conflicto de intereses; las instituciones públicas y privadas de auxilio a los más desvalidos, y el control de las fuerzas militares y policiales, que permiten a los gobiernos anular cualquier intento de modificación profunda del statu quo. El sistema tolera y a veces hasta estimula la caridad, pero no la justicia, un hecho que es refrendado por organizaciones internacionales como la OEA.
Los medios de comunicación, mediante el uso discrecional del silencio y del estruendo, cierran el ciclo de protección del stablishment, legitimando las acciones de las autoridades electas o de facto, con las cuales normalmente coinciden sus propietarios. Por eso, para la "gran prensa", en el sentido que daba Díaz Rangel a ese término, no es noticia que en los 122 días que van del año en curso, en Colombia hayan asesinado 84 líderes sociales; o que la matanza sostenida de palestinos a manos del ejército israelí haya causado 295 víctimas, solamente en 2018, según informe de la ONU.
Pero ¿qué pasará ahora, cuando los decesos en países del primer mundo superan el de las víctimas de sus propios soldados o sicarios, en varias de las invasiones que ellos han perpetrado en otras naciones? ¿Continuará la concepción de la salud como mercancía y no como derecho humano, que priva en la órbita norteamericana y sus satélites de la periferia del capitalismo? ¿Insistirán los EEUU en su rol de jefes del mundo como "destino manifiesto"? ¿En la era post Covid-19 se mantendrá el orden geopolítico impuesto por "occidente" después de la segunda guerra europea?
Nos espera una trabajosa reconstrucción de los tejidos sociales en prácticamente todo el planeta, con tantas variantes como países hay. Pero pareciera que, gracias a la dolorosa circunstancia del coronavirus, el mundo unipolar que ha conducido la globalización económica desde las últimas décadas del siglo pasado, debe abrir paso a un mundo multipolar más equilibrado, donde se respeten las diferencias, sin imposiciones hegemónicas. Donde se reconozca la soberanía y los derechos de los pueblos sobre sus territorios ancestrales.
La búsqueda de autarquías regionales luce como una salida lógica. Y en ese sentido recobra fuerza el pensamiento de Hugo Chávez Frías en su empeño por crear alianzas como la CELAC y la UNASUR, lamentablemente abortadas por las oligarquías locales fieles a Washington. Con su visión de estadista, el comandante ideaba relaciones entre nuestros países basadas en la complementariedad, en la solidaridad y en la unión para la solución de grandes problemas comunes, así como en la identidad que resulta de compartir culturas e historias afines, para sustituir a las típicas alianzas comerciales dirigidas desde el norte.
(*) Profesor universitario