La nueva geopolítica mundial

Martes, 12/05/2020 09:04 AM

Venezuela se ha convertido a los ojos del mundo en un prisma que deja ver todos los matices de los agrupamientos políticos del momento. En el plano mundial es el nuevo campo de operaciones de la disputa geopolítica entre la potencia hegemónica en decadencia, EEUU, y nuevas fuerzas en ascenso, como lo son China y Rusia, donde la primera se encuentra claramente a la cabeza y puja por la conquista de la hegemonía mundial. La disputa concreta entre los principales actores mundiales la podemos ubicar en torno al petróleo (Venezuela posee las mayores reservas de petróleo del mundo), pero estaríamos siendo demasiado simplistas si no observamos que lo que enmarca este choque es una lucha mundial por zonas de influencia. EEUU juega la carta ofensiva con el objetivo de recuperar terreno perdido y reconquistar su hegemonía mundial. China es más cauta y opta por mantener un esquema mundial pacífico y de cooperación que fue lo que le permitió crecer durante tantos años y llegar a esta situación. Rusia no creció ni crece al nivel de China, pero teje las alianzas necesarias para crecer como actor geopolítico de peso, cuestión que está estrechamente ligada al retroceso mundial de Norteamérica.

Desde el ascenso de los llamados gobiernos posneoliberales, China fue avanzando sobre EEUU en la región. El gigante asiático se ha convertido en el principal socio comercial de Brasil, Argentina, Chile, Perú, entre otros; y ha superado a EEUU como proveedor en otros países. Este retroceso económico del imperio norteamericano en la región está ligado al relativo distanciamiento en el alineamiento político de los gobiernos latinoamericanos. El mundo que articuló EEUU a partir de la caída del muro de Berlín le proporcionó las condiciones a China para que creciera prácticamente sin obstáculos hasta llegar a representar un peligro muy concreto al dominio mundial del país de Trump. Por eso hoy estamos viendo el intento de re-conquista de uno de sus bastiones mundiales: Venezuela. Luego, no nos conformemos con pelear porque haya un poco menos de miseria, peleemos por desterrar para siempre la miseria. Esta generación está llamada a cambiar la historia.

La injerencia de EEUU está en la historia

El neoliberalismo es la etapa superior del liberalismo. La etapa en que los monopolios y los oligopolios traban la libertad económica y excluyen a los pequeños abasteros imponiendo sus criterios en todos los órdenes, es decir, en el económico, el cultural, el político y, muy peculiarmente en el comunicacional, arma predilecta del capitalismo. Aquí se visualiza que el poder político es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Esta turbulencia destructora para materializarse también necesita de una agresiva geopolítica injerencista e intervencionista, asumida como doctrina por el capitalismo, que se ha extendido en el hemisferio latinoamericano al ser aceptado por algunos gobiernos satélites.

EEUU promovió y promulgó su agenda excluyente de América Latina y el Caribe a través de tres aberrantes doctrinas: la doctrina Monroe (1823), que pregona la categoría de "América para los americanos"; la doctrina del Destino Manifiesto (1853), que se basa en la justificación para invadir e intervenir Nuestra América, calificada de países inferiores en lo moral, en lo político y militarmente "al gran pueblo americano; y el Corolario Roosevelt, que es la justificación de las dos doctrina mencionadas por tratarse de pueblos "menores". Esta simbiosis no es más que una locura imperialista al creerse los sacrosantos universales del mundo, al considerarse que está por encima del mismo Dios.

Es la historia la testigo que narra cómo la expansión y dominación de los capitales industriales, transnacionales, bancarios, etc., de EEUU dieron forma a un sistema económico controlado por el capital financiero y sus hambres de progreso supranacional. Deformaciones depravadas que le han permitido la conformación y promoción de una especie de moral universal, más allá del bien y el mal. Ejercían un dominio colonial que se mantuvo prácticamente inmutable por casi dos siglos y hoy también muchos pueblos han tomado conciencia por la lucha de una independencia integradora que no es un proyecto del capricho de los pueblos a los cuales se les había arrebatado su libertad, viene dado por la dialéctica histórica. Por eso estamos en lucha.

El siglo XXI exige gran creatividad

Los jóvenes deben comprender que la política es una tarea patriótica, comunitaria, apasionante. Es verdad que la actividad política se ha corrompido, en particular entre los países poscoloniales, porque las élites políticas desde hace quinientos años han gobernado para cumplir con los intereses de las metrópolis de turno (España, Portugal, Francia, Inglaterra y hoy Estados Unidos).

Considerar a los de abajo, a la comunidad política nacional, al pueblo de los pobres, oprimidos y excluidos, es tarea que cuenta con poca prensa y prestigio. Por ello, ante la experiencia latinoamericana de una cierta "primavera política" que se viene dando desde el nacimiento de muchos nuevos movimientos sociales debemos comenzar a crear una nueva teoría, una interpretación coherente con la profunda transformación que nuestros pueblos están viviendo. La nueva teoría no puede responder a los supuestos de la modernidad capitalista y colonialista de los quinientos años. No puede partir de los postulados burgueses, pero tampoco de los del socialismo real (con su imposible planificación perfecta, con el círculo cuadrado del centralismo democrático, con la irresponsabilidad ecológica, con la burocratización de sus cuadros, con el dogmatismo vanguardista de su teoría y estrategia, etc.).

Viene es una nueva civilización transmoderna, y por ello transcapitalista, más allá del liberalismo y del socialismo real, donde el poder era un tipo de ejercicio de la dominación, y donde la política se redujo a una administración burocrática. La "izquierda" exige una completa renovación ética, teórica y práctica. La izquierda gobernó desde los Comités centrales o como oposición. Pasar a la responsabilidad democrático-política de ejercer un poder obediencial no es tarea fácil; es intrínsecamente participativa; sin vanguardismos; habiendo aprendido del pueblo el respeto por su cultura milenaria, por sus narrativas míticas dentro de las cuales ha desarrollado su propio pensamiento crítico, sus instituciones que deben integrarse a un nuevo proyecto. El siglo XXI exige gran creatividad. El eurocentrismo es pasado, es historia.

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