—"Los Estados Unidos, a pie juntillo, aceptaron y desarrollaron su condición fáustica, según Oswald Spengler, crítico y exégeta de la civilización occidental: anhelo de desmesura, persecución de salida del mundo para extenderlo, para colonizar el espacio, pacto con quien sea o con lo que sea, para vencer el tiempo y permanecer, máximo crecimiento económico a todo trance. Fausto vendió su alma al diablo. Se trata de una leyenda medieval. El diablo, es la modernidad, es la tecnociencia, hija descarriada de la ciencia, capaz de lograr la fisión nuclear y aplicarla al armamento bélico".
¿Y qué hay de la cruzada contemporánea en pro de la libertad de los mercados mundiales? Los golpes de Estado, las guerras y las matanzas que han instaurado y apoyado regímenes afines a las empresas jamás han sido tachados de crímenes capitalistas, sino que en lugar de eso se han considerado frutos del excesivo celo de los dictadores, como sucedió con los frentes abiertos durante la Guerra Fría y la actual guerra contra el terror. Si los adversarios más comprometidos contra el modelo económico corporativista desaparecen sistemáticamente, ya sea en la Argentina de los años setenta o en Siria de hoy día, esa labor de supresión se achaca a la guerra sucia contra el socialismo o el terrorismo. Prácticamente jamás se alude a la lucha para la instauración del capitalismo en estado puro.
No estamos afirmando que todas las formas de la economía de mercado son violentas de por sí. Es perfectamente posible poseer una economía de mercado que no exija tamaña brutalidad ni pida un nivel tan prístino de ideología pura. Un mercado libre, con un sistema de sanidad pública, escolarización para todos y una gran porción de la economía —como por ejemplo una compañía petrolífera nacionalizada— en manos del Estado. También es posible pedirles a las empresas que paguen sueldos decentes, que respeten el derecho de los trabajadores a formar sindicatos, y solicitar a los gobiernos que actúen como agentes de redistribución de la riqueza mediante los impuestos y las subvenciones, con el fin de reducir al máximo las agudas desigualdades que caracterizan al Estado corporativista. Los mercados no tienen por qué ser fundamentalistas.
Esta ansia por los poderes casi divinos de una creación total explica precisamente la razón por la que los ideólogos del libre mercado se sienten tan atraídos por las crisis y las catástrofes. La realidad no apocalíptica no es muy hospitalaria para con sus ambiciones, sencillamente. Durante más de cincuenta, el motor de la contrarrevolución ha sido la singular atracción hacia un tipo de libertad de maniobra y posibilidades que sólo seda en situaciones de cambio cataclísmico. Cuando las personas, con sus tozudas costumbres e insistentes demandas, estallan en mil pedazos; momentos en los que la democracia parece una imposibilidad práctica.
Los creyentes de la doctrina del shock están convencidos de que solamente una gran ruptura —como una inundación, una guerra o un ataque terrorista— puede generar el tipo de tapiz en blanco, limpio y amplio que ansían. En esos períodos maleables, cuando no tenemos un norte psicológico y estamos físicamente exiliados de nuestros hogares, los artistas de lo real sumergen sus manos en la materia dócil y dan principio a su labor de remodelación del mundo.
"Os exprimiremos hasta la saciedad, y luego os llenaremos con nuestra propia esencia".
George Orwell.
¡La Lucha sigue!