Tendrán o no razón el Nobel de Química Michel Levitt, el Nobel de Medicina Luc Montagnier, el médico de Formentera, Angel Ruiz Valdepeñas, expedientado por el Colegio de Médicos Balear, Miguel Bosé, el jefe médico británico Chris Whitty, Daniel Estulin, periodista, investigador de Bilderberg, filósofo.., la doctora forense Chinda Brandolino, el ministro del Interior alemán, el director del Centro Cochrane de Copenhague Peter Gøtzsche, el informe Muro de la Universidad Carlos III dependiente del Ministerio de Sanidad español... y un larguísimo etcétera de personalidades sobresalientes y de personajes (y personas a las que me uno desde el primer día al presenciar el pánico infundido por todas las televisiones, privadas y públicas, a la población española), que consideran todo esto de la supuesta pandemia una situación cuanto menos muy extraña o una paparrucha más allá de lo cierto de que un virus gripal cause estragos en la salud pública, como todos los años se cobra miles de muertos en todas partes. Que lo consideran desde una funesta exageración, pasando por una farsa preparada para ir diezmando la población mundial por oleadas, hasta un montaje en toda regla para tapar la quiebra económica del sistema económico reinante ya agotado. Lo cierto también es que nada pueden hacer los gobiernos de todos los países. Tienen inexcusablemente que confiar aunque no se fíen, de lo que digan sus equipos y de lo que rotundamente dictamine la OMS, aunque algunos africanos no la hagan caso e incluso hayan expulsado a miembros de la organización porque temen, intuyen o saben lo que a cuenta de todo esto se trae entre manos la omnímoda industria farmacéutica mundial...
Sea como fuere, aunque los mencionados sean unos díscolos o unos empecinados o uno desconfiados o unos consoiradores contra los poderes del mundo y principalmentre contra el poder farmacéutico y médico concentrado en la OMS y tuviesen razón la OMS y todos los gobiernos que obedecen sumisamente a sus equipos respectivos de epidemiólogos, lo cierto es que miles y miles de personalidades sobresalientes, de personajes y de personas normales se dedican a meternos el alma en un puño con las amenazas del infierno al menor descuido. Sin embargo, convengan todos los que siguen la estela del temor al virus, que no se puede vivir atemorizado permanentemente por la amenaza de la gripe mortal, ni por sus rebrotes. Lo mismo que no podemos vivir obsesionados por el peligro de ser atropellados en la calle por un coche, por el riesgo de contraer un cáncer y por la certeza de que vamos a morir. Convengan todos que las precauciones corren de cuenta de cada persona, que la población del mundo no está apestada, simplemente sufre cada temporada el embate de variantes de gripe que inevitablemente se lleva por delante a quienes tienen las defensas orgánicas más débiles; que, en definitiva, no se puede vivir así, y mucho menos las personas no ancianas. Hubiera sido preferible, vistos los resultados tras cuatro meses, que se quedasen confinados exclusivamente los mayores de 60, por ejemplo, y multar a todo anciano que estuviese en la calle sin acreditar que iba a comprar o volvía de comprar...
Sin embargo, desde el primer momento los gobiernos y sus rimbombantes equipos de especialistas recurrieron a lo fácil: café para todos. No tuvieron el más mínimo temple, no supieron manejar la prudencia y con ello no supieron evitar, por ejemplo, las decenas miles y miles de ancianos fallecidos en las Residencias de Mayores privadas.
Pero la cosa sigue más o menos lo mismo aunque "nos perdonen ahora la vida" con la vuelta a "la nueva normalidad", una cuña publicitaria, otra trapacería que forma parte de una vastísima operación vastísima a escala planetaria, con unos propósitos muy concretos aún desconocidos y que sólo podremos detectar poco a poco por indicios o por pruebas indiciarias. El caso es que a pesar de todo, a pesar de esa vuelta a la vida ordinaria, la OMS sigue amenazándonos con nuevos brotes, los poderes públicos persisten en su histérica advertencia y las televisiones no pierden ocasión de recordarnos que el virus acecha en cada esquina y que podemos irnos al otro barrio si no llevamos mascarilla y no nos lavemos las manos trescientas veces al día. Y es que han descubierto los oscuros autores de esta patraña, hasta qué punto el miedo consigue de las poblaciones lo que no consiguen las penas de cárcel ni la tortura en el potro...